Cuando el capitán se dirigió a los pasajeros anunciando el aterrizaje en el aeropuerto Eldorado de Bogotá, su ciudad natal, Raúl sintió cierta emoción acompañada de un poco de nerviosismo. Volvía después de cuarenta años de haber salido de aquella ciudad en donde transcurrió su niñez y su juventud. Ahora se le había ocurrido volver cuando ya no tenía a quien visitar. Sus familiares ya habían partido y con sus amigos, el tiempo se encargó de hacerle perder todo contacto. En resumen, era un extraño en su propia tierra.

Esperó sentado hasta que el penúltimo pasajero pasó por su lado, tomó el equipaje de mano y salió. Miraba alrededor: todo estaba muy cambiado. Tomó un taxi hacia el centro de la ciudad. Los lugares por donde tantas veces caminó, los almacenes, las cafeterías, ya no estaban y en su lugar había nuevos edificios. Esto le hizo pensar en la que fue su casa. ¿Cómo estará? Entonces le dijo al conductor:

_Por favor lléveme a un hotel cercano a esta dirección. –Le dijo el número de la calle y la carrera-

_Con mucho gusto. Precisamente por ese lugar hay varios hoteles.

_Entonces que sea al mejor de ellos, por favor.

Tan pronto se iban acercando al lugar, sintió que se le dificultaba respirar. Allí estaba la iglesia de su barrio. Esa no había cambiado más que de pintura.

El conductor giró a la derecha. Allí estaba su calle. Le llamó la atención la joven que caminaba por la acera. El corazón le dio un salto. No alcanzó a bajar el vidrio. Al pasar, ella volvió la cabeza hacia él. Los dos se miraron por un instante. Ella se detuvo en frente de la casa donde vivía, sin dejar de mirarlo.

_ ¡Por favor, disminuya un poco la velocidad!

_Por supuesto.

La joven buscó en el bolso,  abrió la puerta y entró.

_”¡Claudia!” –Dijo para sus adentros, e inmediatamente se corrigió: “¡Cómo va a ser ella! Si lo fuera, estuviera casi de mi edad. Si acaso, podría ser su hija. Sin embargo, es idéntica!”

El taxi se detuvo un poco después de la que fuera la casa de su familia.

_Este no es un hotel “Cinco Estrellas”, pero es el mejor del sector. –Advirtió el conductor-

El hombre  bajó del auto, recibió su equipaje, pagó y se quedó en la acera mirando hacia su antigua casa, mientras el taxi se alejaba. Quiso acercarse, pero decidió que lo haría después. Volvió la mirada hacia el hotel y entró.

Lo atendió una joven.

_¿En qué lo puedo servir?

_Deseo tomar una habitación con vista hacia la calle.

_Con mucho gusto. Por favor llene esta hoja.

Al recibir la hoja completamente diligenciada, leyó atentamente el nombre, el lugar de procedencia y el tiempo de permanencia.

_ ¿Usted es colombiano?

_Si, claro.

_Pero su acento es de extranjero.

_Será porque permanecí mucho tiempo en el exterior. Nací en esta ciudad y viví mi niñez y mi juventud en este barrio, a unas tres o cuatro casas de aquí; esa es la razón por la que busqué hospedarme en este sector.

_¡Oh, qué imprudente soy! Usted debe venir cansado y yo acosándolo a preguntas. Bienvenido y que tenga una feliz estadía. –dijo entregándole la llave y llamando al encargado de subir los equipajes-.

Después de tomar un refrescante baño, salió a la calle caminando despreocupadamente hasta llegar justo al frente de su antigua casa. Se paró allí contemplándola y dejando divagar sus recuerdos. Estaba madurando la idea de llamar a la puerta y solicitar que le permitan la entrada por un momento, pero lo dejó para otro día. Por ahora, quería satisfacer su curiosidad, y pasar por el frente de la casa en donde viera aquella joven y hacia allá dirigió sus pasos. En el trayecto, como era de esperarse, no encontró ninguna cara conocida; todas las personas pasaban por su lado, indiferentes.  Todavía le faltaba un corto trecho para llegar, cuando aquella joven salió. Lo miró un instante, cerró la puerta y comenzó a caminar. Al llegar a la esquina volvió a mirarlo por un segundo y siguió su camino. El, aligeró su marcha y trató de alcanzarla; al cruzar, la miró a media cuadra; se apresuró un poco. Unos pasos más y la alcanzaría.  Ella comenzó a subir las escaleras  y entró a la iglesia. El, terminó de subir los cinco escalones y entró también, buscándola con la mirada por todos lados; sin embargo, la iglesia estaba totalmente sola y, lo que es peor, no había para dónde pudiera haber ido ni en dónde ocultarse. Quedó muy intrigado. Siguió caminando por el pasillo central hasta llegar al ruedo del altar. Recordó cuando, de niño, asistía con su madre. Se arrodilló, se santiguó y dio rienda suelta a sus recuerdos. De pronto, alguien se arrodilló junto a él. Volteó a mirar y, para su sorpresa, ¡era aquella joven!

Quiso llamarle la atención, pero la vio tan devota con la cabeza agachada, los ojos cerrados y las palmas de sus manos unidas junto al mentón, que no se atrevió a hacerlo. La contempló en silencio. Ya estando junto a ella, se sorprendió aún más al ver el parecido tan exacto a su Claudia. Mas, un pensamiento le asaltó:

_ «Y si ella se levantaba y salía presurosa, obligándolo nuevamente a seguirla?»

Decidió levantarse él y esperar a que lo haga ella. Le sería más fácil abordarla y entablar una conversación. Se retiró unos dos metros y esperó.

No supo en qué momento se distrajo; el caso es que cuando volvió a mirarla, ella ya no estaba allí. Por segunda vez paseó su mirada alrededor de la iglesia, para darse cuenta de que, con excepción de él, no había ninguna persona dentro. Sin nada más que hacer allí, salió.

 Deambuló por el lugar muy pensativo.

_»¿Cómo podría ser posible que desapareciera así?» -No tenía respuesta para esta pregunta-

Un vacío en el estómago le hizo recordar que no había comido desde hace mucho rato; así que  entró a un restaurante que encontró a su paso y pidió algo de comer. 

Habiendo acallado la voz de su estómago, regresó por el mismo sitio. Era muy probable que, en aquella casa de donde saliera la joven, aún viva su madre; y si era así, ya debía tener muchos inviernos encima. De todas maneras, le gustaría verla puesto que aquella mujer, en su juventud, fuera quien le inspirara el más tierno, sincero  y apasionado amor. Juntos habían construido todos sus castillos y se habían jurado amarse por siempre; con ella hubiera deseado compartir su vida entera. Sin embargo, el destino había escrito el futuro de otra manera.

De regreso, al cruzar la esquina, caminó muy despacio. Quería acercarse y llamar a la puerta. El dilema era: Puesto que la joven no estaba, podría abrir la mamá, algún otro hijo o, en el peor de los casos, el esposo. Entonces… ¿Qué diría? Claro que… excusas hay muchas, se dijo. Podría decir que es un vendedor de seguros, o algo por el estilo.

_”Si, eso es”

Se acercó con todo el ánimo de llamar a la puerta, mas, al llegar, se dio cuenta de que estaba entreabierta. La empujó suavemente: La casa ya no existía: La habían demolido. Solamente quedaba el lote en donde algunos obreros abrían unas zanjas. Se quedó perplejo. Entonces, ¿qué hacía aquella joven allí?

Continuó caminando con dirección al hotel. Al pasar por el frente de la que fuera la casa de su familia, no aguantó el deseo y tocó el timbre. Salió una mujer joven, quien preguntó:

_Buenas tardes. ¿Qué se le ofrece?

_ Señora, perdone mi impertinencia. Lo que sucede es que mi familia fue dueña de esta casa. Particularmente, me marché de aquí hace 40 años. Hoy vuelvo y no sabe cómo me gustaría entrar  aunque sea por un momento, si no le importa.

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La mujer pareció dudar, pero gentilmente, respondió

_Mire, señor, como comprenderá, no puedo tomar esa decisión sola. Si me lo permite, voy a consultar con mi esposo. Discúlpeme, pero mientras tanto, voy a cerrar la puerta.

_No se preocupe. Comprendo.

Unos minutos después, quien seguramente era el esposo, abrió, y le estiró la mano.

_Mucho gusto. Siga, por favor. –Le dijo, señalándole la sala-

El visitante, miraba a todos lados. Se detuvo unos segundos. No podía hablar, porque se le había formado un nudo en la garganta. A su pesar, unas rebeldes lágrimas resbalaron por sus mejillas. El nuevo propietario no hacía más que mirarlo. No pudo evitar contagiarse de su emoción. Se sentaron.

_Me dice mi señora que usted vivió en esta casa.

_Si, así fue. Aquí transcurrió mi niñez y mi juventud. Cuando terminé la universidad, me fui al exterior.

_Entiendo.

_Me imagino que usted es ahora el propietario.

_Así es. Le puedo ofrecer un café o…

_No, muy gentil. Es más… Creo que ya me voy. Ya cumplí con mi curiosidad… Oiga… De casualidad, ¿le gustaría venderme su casa?

_Bueno… Por ahora no había contemplado esa posibilidad.

_Comprendo. Bueno, muchas gracias por permitirme mirarla. Por si cambia de idea, estoy hospedado en el hotel del frente a unas cuatro casas. Hasta luego.

_Adiós. 

Entró al hotel, saludó y solicitó la llave. La recepcionista le hizo entrega y añadió:

_El desayuno se sirve entre las siete y las nueve de la mañana. Que Descanse.

El hombre miró las noticias en televisión y decidió acostarse. 

Pasada la medianoche fue despertado por unos sollozos de mujer. Al comienzo pensó que había olvidado apagar el televisor; mas, cuando tomó conciencia y abrió los ojos, se dio cuenta de que estaba apagado. Entonces, ¿de dónde provenían? Fue cuando se percató de la presencia de aquella joven sentada a los pies de su cama. Podía percibir el movimiento de su espalda y su pecho cada vez que sollozaba. Aquella vista le impactó mucho. Se incorporó un poco y preguntó:

_¿Quién eres? ¿Qué haces aquí?

Por toda respuesta, ella giró la cabeza y se quedó mirándolo. Al instante, él comprendió de quién se trataba: la joven que él suponía era hija de Claudia. Sin embargo, ella respondió:

_ “Soy Claudia”

_¿Claudia? ¿Te colocaron el mismo nombre de tu madre?

_”No. Soy Claudia. Tu Claudia”.

_¡Pero si estás tan joven como cuando te alejaste de mi! Cuando te vi ayer, pensé que serías su hija… Ahora dime: ¿Por qué lloras? Y, ¿cómo llegaste hasta aquí?

_ “Puedo estar en cualquier lado. Y lloro, de arrepentimiento por haberme alejado de ti. Si te sirve de algo, puedo decirte que nunca te olvidé. ¡Por favor Perdóname!”

_No te preocupes. Ya todo quedó atrás. No puedo guardarte rencor.

El semblante pálido cambió totalmente, y afloró a sus labios una sonrisa. Le hizo un gesto de despedida levantando su mano y su imagen se fue borrando hasta desaparecer. Al día siguiente, Raúl se despertó sin saber si lo que ocurrió fue un sueño.

Después de desayunar, se dirigió a la recepción a entregar las llaves. En el lugar de la recepcionista estaba una mujer de mayor edad. Cuando él saludó, ella levantó la cara y lo quedó mirando interrogante.

_¿Nos conocemos? –Preguntó-

_Me parece que si, pero no atino a recordar. Yo viví en este barrio hasta hace cuarenta años.

_Y ¿En cuál es la casa donde vivió?

_Desde aquí se la alcanza a ver. Es esa Gris con blanco.

_O sea que usted es hijo de doña Isabelita.

_Por supuesto. Yo soy Raúl.

_Mi nombre es Bertha. Yo fui muy amiga de sus hermanas…

Siguieron charlando de muchas cosas afines. Luego Raúl añadió:

_En mi juventud yo tuve una novia que vivía, antes de llegar a la esquina, en una casa que según pude ver, fue demolida. Quisiera saber qué ocurrió con ella. Se llamaba Claudia.

_Ah! Ella se casó, pero su matrimonio duró muy poco. Según comentarios, parecía que más enamorada del tipo estaba la mamá que la hija. Se separaron. Nunca tuvieron hijos. Ella murió.

_ ¿Qué murió y que no tuvo hijos? Pero ayer vi en dos oportunidades una joven muy parecida a Claudia y exactamente del mismo aspecto que ella tenía cuando fuimos novios. Además, la vi entrar y salir de aquella que era su casa. Pensé que era su hija.

­­_Como le digo, ella no tuvo hijos y, cuando falleció, tendría unos treinta y cinco años. Talvez el subconciente le jugó una mala pasada.

Raúl, en ese instante comprendió que lo de la noche anterior no fue un sueño y sintió como se le erizaba la piel.

Se quedó en el hotel durante varios días. En ese lapso logró convencer al dueño actual de la propiedad para que se la vendiera. Luego de hacerle algunos arreglos, se trasladó a la que fuera su casa. Afortunadamente alcanzó uno de los propósitos que tenía al volver a su ciudad natal: Vivir en el presente entre los fantasmas del pasado.

FIN

Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos Reservados