AhorcadaEl parecido del hombre que acababa de abordar el bus intermunicipal con el actor Robert Powell, protagonista de la pelicula «Jesús de Nazaret, era extraordinario. Sin duda, a eso se debía que las mujeres volvieran la mirada cuando se cruzaban con él. Y esta vez, no fue la excepción. Yamile, una de las ocupantes, inconcientemente se corrió hacia la ventana sin dejar de mirarlo, como diciéndole: «siéntate a mi lado». El Hombre le sonrió, jugueteó con su bigote y su barba, y dijo:

_ ¿Me puedo sentar?

_ ¡Ssi… Si… Claro! -Respondió ella con timidez-

_Gracias. -Retiró su morral de uno de los hombros-. ¿Hasta dónde viaja?

_Hasta la vereda «El Remanso», cerca de «Santa Lucía».

_¡Qué casualidad! Yo voy hasta «Santa Lucía». ¿Qué tal es el pueblo?

_Es muy bonito y acogedor. Aunque yo voy muy poco por allá, dicen que la gente es bastante colaboradora…

_Eso me encanta.

_¿Piensa quedarse algunos días?

_Es posible. Mi nombre es Agustín.

_Yo soy Yamile. Mucho gusto en conocerlo.

_El gusto es mío, Yamile.

Tiempo después, ya estaban carretera adentro, rodeados de agrestes montañas. El conductor trataba de sortear los baches de la no muy buena vía.  La conversación entre Agustín y Yamile era esporádica. Pareciera que los dos evitaban preguntar cosas personales. De pronto, el olor a caucho quemado inundó el bus; un humo negro comenzó a salir desde debajo del tablero. El auto perdió fuerza y se apagó. Una llamarada surgió inesperadamente. El Conductor gritó desesperado:

_ ¡Salgan todos! ¡El bus se incendia!

El nerviosismo de los pasajeros hizo que se levantaran tratando de salir al tiempo. Los gritos y llantos de mujeres y niños era espantoso. Yamile se levantó de su asiento, mas, Agustín la detuvo con energía mientras le gritaba:

_¡Espere! -Y, levantando su pie, le pegó con fuerza al vidrio de la ventana, volviéndolo pedazos.- ¡Venga la voy a ayudar a bajarse por aquí; suba a la silla! ¡Agárrese de mí, salte y aléjese del bus hacia adelante, lo que más pueda!

Luego se dedicó a quebrar otras ventanas para ayudar a bajar a mujeres y niños. Cuando ya no quedaban más, saltó por una de ellas. Corrió seguido por varias personas sin parar, hasta que se escuchó el estallido de una explosión. La gente se reunió por grupos entre conocidos, comentando lo ocurrido y mirando las llamas que rodeaban lo que quedaba del vehículo. Casi todos perdieron sus equipajes, con excepción de los de mano.  Agustín estaba un tanto lejos, cuando sintió que unos brazos lo rodeaban cariñosamente por la espalda. Colocó las suyas sobre éstas  y giró a mirar: Era Yamile quien le decía:

_¡Gracias! Me acaba de salvar la vida. Y no solamente la mía; la de varias mujeres y niños. -Se abrazó a él y éste le correspondió estrechándola contra su pecho-

Ella, llevada por un impulso de agradecimiento y de ternura,  se empinó y le dio un beso en los labios. El hombre permaneció ajeno a la caricia. Ella se separó un instante para volver a besarlo. Esta vez, no pudo evitarlo y sucumbió, correspondiendo al beso. En ese instante, el conductor, quien se había encaramado a un bordo, exclamó:
_ ¡Atención todos! -Cuando los pasajeros se reunieron al frente de él, continuó con su mensaje- Desafortunadamente nos ocurrió esta emergencia. Estos casos rara vez se presentan. Ahora de lo  que se trata es de tratar se llegar a nuestro destino. Ustedes saben que esta carretera no es muy transitada que digamos y que son pocos los buses que pasan por aquí; además, los que lo hacen, generalmente pasan llenos. Yo sugiero a las personas que van por aquí cerca, que traten de llegar caminando. Por mi parte trataré de conseguir que los vehículos que pasen, lleven principalmente a mujeres y niños. De todas maneras tenemos que movilizarnos. No podemos quedarnos aquí. Ustedes saben que en todas partes existen los amigos de lo ajeno y los grupos al margen de la ley.

_Lo que el conductor dice es muy cierto. -Dijo Agustín a Yamile-. Es mejor que empecemos a caminar. En cuanto puedas, debes tratar de subirte a un bus.

_No. Yo caminaré contigo hasta que los dos podamos subirnos a algún vehículo. Tú no conoces por acá y necesitas de alguien que te oriente.

_Mira, conocí a un hombre que decía que es mejor no discutir con las mujeres. Cuando a ellas se les mete una idea en la cabeza, es muy difícil que alguien se la quite. Sólo te pido que guardemos la cordura. A nuestro alrededor hay mucha gente y es mejor evitar comentarios que nos perjudiquen.

Los caminantes iban disminuyendo poco a poco. Unos porque tomaban caminos diferentes hacia su destino, otros porque llegaban y, otros, porque algún vehículo los recogía. Al final, la única mujer era Yamile. La tarde había avanzado mucho, y aún faltaba bastante trecho. De pronto, el cansancio iba minando sus fuerzas. Se habían rezagado bastante del grupo.

_Creo que tengo que descansar un poco. -Añadió la mujer-

_Es muy necesario. Y me parece que después, debemos buscar alojamiento en algún lugar. -Respondió Agustín-.

Un poco más adelante, descubrieron una casa un poco distante de la orilla de la carretera; se acercaron a solicitar albergue. La dueña, una señora bastante entrada en años, les respondió:

_Sólo tengo una alcoba que les puedo facilitar. Es la de mi hijo y su esposa, cuando vivían conmigo y cuando vienen a visitarme. Es cómoda y limpia. También les puedo ofrecer sopa caliente.

_Gracias. Sólo es por esta noche. -Respondió Agustín-.

Al quedar solos, después de comer, cerraron por dentro. Yamile lo miraba un poco nerviosa. El, entendiendo su estado, le dijo:

_Puedes estar tranquila, yo dormiré en esa silla.

_No creo que sea justo. Según puedo darme cuenta, hay dos cobijas y la cama es bastante amplia; tú duermes con una y yo con otra; además, creo que somos personas civilizadas.

Estuvieron de acuerdo. El hombre se despojó de su ropa, quedando sólo con una camiseta y sus interiores, se envolvió en su cobija y se volteó para el lado contrario. Ella, antes de desvestirse, apagó la luz. Un momento después, quizá debido al cansancio, los dos quedaron profundamente dormidos.

Al despuntar la aurora, se escuchó el canto de los gallos desde diferentes puntos del lugar, dándole al nuevo día ese incomparable amanecer. Cuando ya la luz del nuevo día entraba a la alcoba, Yamile fue la primera en despertar. Se incorporó sobre uno de sus codos, y se deleitó mirando a su acompañante. No pudo evitarlo y se agachó lentamente y le dio un beso en la parte de la mejilla donde no tenía casi barba. El, entreabrió los ojos. Se sobresaltó un poco al mirarla a su lado y rápidamente hizo un reconocimiento del lugar. Luego dijo:

_¡Hola!

_¡Hola! ¿Qué tal dormiste?

_¡Muy bien! ¿Y tú?

_De maravilla. Y creo que debemos levantarnos para tratar de tomar algún bus. Voy a preguntar a la dueña de casa si hay algún lugar en donde podamos bañarnos. -Añadió ella-

Unos pocos minutos volvió.

_El baño es una regadera de agua natural. ¿Me baño o te bañas, o qué?

_Las damas primero. Luego voy yo.

Unos minutos después, salió él a tomar el aire fresco de la mañana. Paseo por los alrededores de la casa y, de pronto, en una hondonada, descubrió a su compañera de viaje debajo del chorro que bajaba desde una guadua, descalza desde la nuca, tal como viniera a este mundo. Al verla, giró tan rápido como le fue posible. Sin embargo, sus hormonas comenzaron a exaltarse. Se olvidó de todos sus principios y se dirigió hacia allá.

_¿Te puedo acompañar? -Preguntó-.

Al escuchar su voz, la mujer se estremeció y trató de cubrirse con las manos, mas él ya se despojaba de su escasa indumentaria y se metía bajo el agua. Los dos permitieron que sus instintos obraran sin ningún control. Se amaron con toda intensidad.

Poco después, se despedían de la dueña de casa agradeciéndole por su hospitalidad y el delicioso desa yuno. El hombre le entregó unos cuantos billetes que ella recibió agradecida y salieron. No fue difícil tomar transporte. Al entrar en el siguiente poblado, ella dijo:

_Aquí es «Santa Lucía». Yo tengo que seguir en un campero. ¿Nos volveremos a ver?

_Es probable. Agradezco mucho tu compañía. -Y se levantó del asiento-.

El siguiente domingo, Yamile entraba al pueblo buscando curiosa entre la gente que pasaba por su lado, por si pudiera encontrar a aquel hombre que se le había metido en el corazón. Escuchó el repique de las campanas invitando a la eucaristía de las diez de la mañana. Entró al templo y se arrodilló en la banca más cercana al altar que pudo conseguir. En seguida, apareció el monaguillo bamboleando una campanilla y detrás de éste, el sacerdote. La mujer dijo para si:

_»Es un sacerdote nuevo. ¿Qué pasaría con el Padre Rufino?» -Ella no tenía idea de que él ya se había retirado por edad-.

El nuevo cura,  ataviado con sus ornamentos y pulcramente afeitado, se dirigió a los fieles comenzando la ceremonia religiosa.

_»Esa voz… creo haberla escuchado en alguna parte. ¿Pero, dónde?» -Se dijo-

Fue al momento del sermón,  cuando pudo verlo completamente de frente, que cayó en la cuenta:

_»¿Agustín..?

El corazón empezó a latirle con fuerza. Si no hubiera estado sentada, seguramente las piernas no la hubieran sostenido.  Trató de controlar sus emociones. Su cabeza se llenó de un remolino de ideas. Sentía rabia, miedo, remordimiento, culpabilidad… Al fin, cuando el religioso dijo «Pueden ir en Paz» , se levantó y caminó hacia el altar. Cuando el cura se dirigía a la sacristía,  le llamó:

_¡Padre!

Al mirarla, no pudo evitar sobresaltarse. Permaneció quieto por un instante. Luego le dijo:

_Te espero en la Casa Cural en quince minutos. -Y, sin esperar respuesta, continuó su marcha-.

Yamile pensó en no asistir, mas, la curiosidad de saber qué le diría, pudo más que su voluntad. Llegó a la Casa Cural, donde fue atendida por una secretaria; después de esperar unos pocos minutos,  la hizo pasar a una pequeña sala en donde la esperaba el párroco. Ella entró invadida por el rencor.

_Por favor siéntate.  Sé que estarás muy disgustada conmigo. Pero, antes de que digas algo, te ruego que me escuches.

_Te escucho.

_Ante todo, créaslo o no, empiezo por decirte que había permanecido toda mi vida sacerdotal, guardando el celibato; es decir, en completa abstinencia. Estoy tan resentido conmigo mismo,  hasta el punto de tomar como alternativa el retiro de la orden. La verdad, todo pasó de forma tan inesperada que, tal vez por mi condición de humano, por haberse presentado la ocasión de encontrar una mujer tan hermosa como tú; por aquello de que «el diablo es puerco», o por lo que sea, ocurrió lo que tú ya sabes. Y no te voy a echar la culpa; pero quien inició, fuiste tú. Te consta que me resistí y tú insististe. Cuando decidí confesarte mi estado, ya era tarde. No te imaginas el sufrimiento que he soportado.

_¿Y piensas, acaso, que yo no? El sólo hecho de pensar que no te vería más me enloquecía. ¿Y me encuentro con ésto? -Las lágrimas inundaron sus hermosos ojos-. ¡Creo que lo más acertado es que te retires!

_No es tan fácil. Fuera de mis estudios sacerdotales no he cursado ninguna carrera. He pensado que lo único que podría hacer sería trabajar como profesor de religión en algún colegio privado y eso no me serviría para vivir. Pagan muy poco. De todas maneras, debo esperar un tiempo para decidir qué voy a hacer.

_¡Pero yo necesito verte!

_Lo mejor es que no lo hagas. Al igual que yo, tienes que dominar tus impulsos. Tú eres muy bonita, joven y volverás a enamorarte.

_¡Y, por supuesto, eso a ti no te importa!

_Más de lo que crees. Y por eso te deseo lo mejor.

Al decir ésto, se le quebró la voz y ladeó la cabeza, aunque no pudo evitar que Yamile se diera cuenta de las rebeldes lágrimas que rodaron por sus mejillas. Se levantó, tomó aire y dijo:

_Tengo otros asuntos qué atender. Excúsame. Te buscaré si es que encuentro una solución.

Ella se puso de pies sintiendo que un nudo le oprimía la garganta; lo miró profundamente y salió.

Transcurrieron tres semanas para darse cuenta de que estaba embarazada. Se encerró en su cuarto dos días sin probar bocado alguno. Su madre, muy preocupada, le preguntaba si estaba enferma, a lo que Yamile contestaba que no.  Al tercer día, llego hasta su alcoba con un delicioso desayuno y llamó a su puerta, sin obtener respuesta. Empujó la puerta, mas la alcoba estaba vacía. Salió de prisa a comunicar el hecho a sus hijos y vecinos, quienes de inmediato comenzaron la búsqueda. Al terminar la mañana, dos de los vecinos  encontraron su cuerpo colgando de la rama de un árbol: se había quitado la vida.

La noticia se esparció en forma muy veloz. Su cuerpo fue llevado hasta el puesto de salud de «Santa Lucía» en donde se le practicó la autopsia, la que confirmó el suicidio. El sacerdote visitó el cuerpo en el anfiteatro en donde, extremadamente acongojado, oró por el perdón y el descanso de su alma, sintiendo el rodar de sus lágrimas. En un instante, se apartó de sus oraciones y en voz muy baja, le dijo:

_¿Por qué lo hiciste?

Para su asombro, inesperadamente, la difunta abrió los ojos y lo miró con ira por unos segundos. El sacerdote no pudo controlarse y dio un salto. El monaguillo lo miró interrogante sin atreverse a preguntar nada. Al parecer, no se percató del hecho. Salieron.

Por ese tiempo, no sé si hasta ahora, la Iglesia católica prohibía que los suicidas fueran enterrados dentro del cementerio. De tal manera que el cadáver fue sepultado, por fuera, a un lado de la entrada.

Unos días después, el sacerdote fue buscado por un campesino para pedirle que fuera con él a «Ayudar a bien morir» a su abuela que, según sus palabras, se encontraba «en las últimas». Debido a la ubicación de la vivienda del feligrés, debían irse a caballo. El sacristán se encargó de ensillar y alistar al animal. Poco después, dejaban atrás el pueblo y se adentraban en la boscosa zona. Ya entrada la tarde, llegaron a la humilde casa en donde la anciana esperaba con ansias al religioso. Este pidió que lo dejaran a solas con ella con el fin de confesarla y administrarle la comunión.

Una vez cumplido el rito, la mujer estrechó la mano con toda la fuerza que disponía, para luego ir aflojando poco a poco mientras una sonrisa florecía en sus mustios labios y su mirada se tornaba opaca. Había fallecido. El religioso salió a comunicar la noticia a sus familiares quienes se precipitaron entre lágrimas y exclamaciones a ver a la difunta. Cuando se calmaron  un poco,  acordaron lo relacionado con el entierro. El sacerdote se despidió y comenzó a cabalgar con dirección al pueblo. Debía apresurarse, pues la tarde estaba por terminar.

Había avanzado ya un buen tramo cuando, de pronto el caballo se detuvo. El hombre hincó sus talones sobre los hijares del animal, mas éste se negaba a seguir.

_¿Qué te pasa? -Le preguntó dándole unas palmadas en el cuello-.

El animal, relinchó. Fue entonces cuando el sacerdote buscó a su alrededor tratando de averiguar la causa. Algo le llamó la atención: a poca distancia, descubrió el cuerpo de una mujer colgando de las ramas de un árbol. Nuevamente sufrió un sobresalto. Se apeó tomando al caballo de la brida y acercándose al lugar para mirar de cerca; mas la figura se fue tornando borrosa hasta desaparecer por completo. Muy asustado, desvió al animal de la ruta, se subió a él y, dando un rodeo salieron al galope, mientras en el bosque se escuchaba la voz de una mujer llamándolo por su nombre:

_»¡Agustín! ¡No te vayas!»

Cuán lejos estaba de suponer que ese rodeo lo llevaría a llegar al pueblo por un lugar que hubiera preferido no entrar.

Fuera del bosque , tanto él como su montura, pudieron sosegarse. Siguieron adelante a un suave trote. Por fin miraron a lo lejos las torres de la iglesia del pueblo.

_»Este no fue el sitio por donde salimos» -Se dijo-

Luego, apareció el cementerio. Sin querer, reparó en la tumba que se encontraba hacia un lado de la entrada, y sintió una punzada en el pecho. Curiosamente, encima de ella estaba sentada una mujer de espaldas a él. Cuando fue acercándose, ésta giró la cabeza. El pánico que sintió fue espantoso: !Era Yamile!

Con todo el pavor, obligó a su corcel a avanzar lo más alejado que el terreno le permitía, hasta apartarse de aquel sitio. Llegó al pueblo cuando ya las luces de las primeras casas estaban encendidas. Entregó el animal al sacristán y se dirigió a su alcoba. No sabía si la muerte de Yamile lo había afectado tanto, hasta el punto de estar imaginando cosas. Trató de analizar su situación con cabeza fría: Si se quedaba en el pueblo, el remordimiento y los recuerdos estarían atosigándolo. Así que, rápidamente tomó una decisión: Solicitaría a sus superiores que lo trasladen; de lo contrario, se retiraría de la comunidad. Inmediatamente se dispuso a escribir la carta para enviarla al día siguiente. Colocó la hoja en la máquina de escribir. En ese momento, la bombilla estalló y quedó todo en tinieblas. Fue cuando escuchó una voz a sus espaldas:

_»¡No dejaré que te marches!»

Sintió un estremecimiento acompañado de un frío intenso. Se levantó en el acto y giró. Allí, en medio de la penumbra, estaba Yamile mirándolo. Presa del terror, gritó:

_¡Déjame en paz!

En ese preciso instante, la puerta se abrió y apareció el sacristán preguntando a la vez:

_¿Qué le pasa, padre? ¿Con quién habla? ¿Por qué está a oscuras?

El sacerdote se acercó a la puerta.

_Creo que… se quemó… el bombillo… -El recién llegado lo miró interrogante, dándose cuenta de que algo no andaba bien. Miró hacia dentro de la alcoba y descubrió la silueta de una mujer.

_Padre, La cena está servida. Mi esposa me mandó a buscarlo… Vamos.

_¡Vamos! -dijo y se dirigió hacia el comedor-

El sacristán lo siguió a pocos pasos, mientras decía para sus adentros:

_»Parece que el padre está en problemas y debo ayudarlo; pero primero debo saber de qué o de quién se trata. No en vano fueron las enseñanzas del padre Rufino».

Después de cenar, el sacerdote se quedó con la pareja un largo rato. Le pidió al sacristán que tomara un bombillo de otra parte y que lo colocara en su alcoba. Una vez cumplido su pedido, se retiró a descansar. Permaneció un momento con la luz encendida y, cuando ya comenzaba a adormecerse, la apagó.  Y casi en el mismo momento, de entre las sombras, emergió la escultural figura de Yamile. Se acercó a la cama, se inclinó y posó sus labios sobre los de él. Al sentir la caricia, el hombre se despertó. Al verla, se incorporó sobre los codos y le dijo:

_¡Yamile! ¡Te suplico que te vayas!  Sabes que lo que ocurrió fue un error. Tú no tienes por qué estar aquí; ya no perteneces al mundo de los vivos. Perdóname.

Por toda respuesta, ella le lanzó una mirada llena de odio. Sus facciones se transformaron de forma horrible; levantó sus manos convertidas en garras y buscó su garganta para clavarlas en ella. El religioso sintió que se le hundían y apretaban causándole un gran dolor e impidiéndole respirar.

_»¡No te irás! ¡No puedes dejarme aquí!». ¡»Te quedarás a mi lado»!

_ ¡Aggh!

Lo que Agustín estaba muy lejos de imaginar, era que el sacristán tenía la oreja pegada a la puerta. Al escuchar aquella conversación comenzó a atar cabos:

_ «¿Yamile? Si no estoy mal, esa era la mujer que se suicidó. Además, ¿qué fue lo que ocurrió? Y ¿de qué le pide perdón?»

No pudo evitarlo y empujó la puerta con un fuerte golpe. Esta se abrió de par en par. El sacristán miró hacia adentro para encontrarse con semejante escena. El espectro se retiró. 

_¡Padre, voy a pedirle que salga un momento, por favor! -Lo dijo de manera tan convincente, que el padre no tuvo más remedio que salir-

El viejo sacristán cerró después de entrar y de manera firme, dijo:

_No sé qué pretendes, pero me doy cuenta de que estás perturbando al padre Agustín. Te ordeno que te vayas. No tienes nada qué hacer aquí. No eres de este mundo. ¡Vete! ¡Sigue tu camino! ¡Busca la luz y deja que él cumpla su misión!

La imagen se desvaneció poco a poco hasta desaparecer. En seguida el hombre salió.

_Padre, ya puede entrar. Esa mujer no lo va a molestar más. Que descanse. Hasta mañana. Ah! y no se preocupe. No es necesario que me cuente nada.

FIN

Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos reservados.