La pareja conformada por Marlén y Libardo, ya con bastantes años sobre sus hombros, se encontraba sentada en la sala frente al televisor, muy atenta al programa que estaban mirando. Estaban solos en aquella espaciosa casa de dos plantas. De pronto, se escuchó el sonido producido por unos platos al chocar uno sobre otro como si alguien los estuviera manipulando en el fregadero. Se miraron entre sí por un instante. La mujer preguntó:
_ ¿Escuchaste?
_ Por supuesto. Otra más de tantas veces.
Quedaron en silencio por unos instantes. Al rato, él dijo:
_ ¿Sabes qué idea se me está metiendo en la cabeza?
_Dime.
_Teniendo en cuenta que gran parte de tiempo ya la pasamos solos en la casa y que, cuando salimos de paseo por unos días, la casa se queda completamente sola, creo que se hace necesario instalar un juego de cámaras. Eso nos permitirá tener las partes principales bien controladas.
_Me parece muy buena idea.
_En alguna revista de supermercados hay una oferta de cuatro y cinco cámaras que graban por muchas horas y un monitor; algunas tienen micrófono y hasta se las puede controlar con el celular vía satélite. Voy a comprarlas.
Unos días después, se habían instalado sendas cámaras en el garaje, la sala, la cocina, el patio y por fuera de la entrada. Al comienzo, como en muchos casos, estaban pendientes de ellas, pero con el paso del tiempo, muy de vez en cuando miraban las grabaciones, las cuales, generalmente, no mostraban nada especial.
Un día, la casa se llenó con la presencia de sus hijos, nueras y algunos familiares. Se ofreció algunas delicias preparadas por Marlén y algunas bebidas y pasabocas. Fue una velada muy agradable que duró hasta entrada la noche. Luego, se fueron despidiendo hasta que la pareja quedó sola.
_Bueno, ayúdame a colocar lo que no sea material desechable, en el fregadero. Estoy muy cansada. Creo que lavaré la loza mañana. A mi edad, a veces, es bueno aplicar aquel sabio proverbio que dice “No dejes para mañana lo que puedes hacer pasado mañana”.
_No, mi amor, ve y descansa, que yo la lavo de una vez.
_Si así lo deseas… te espero arriba.
Libardo se abrochó un delantal y comenzó con la tarea. Además, no era mucha loza la que tenía que lavar. Unos minutos después, estaba ya para terminar. De pronto, sintió un frío penetrante en los brazos. Luego ese frío se le extendió por las piernas y en todo su cuerpo de una manera exagerada, de tal manera que lo obligó a tiritar.
_ “Creo que no voy a poder terminar. Si sigo parado, me voy a desmayar”.
Le parecía que detrás de él hubiera un enorme bloque de hielo. En ese instante, sin ningún motivo aparente, comenzó a invadirlo un miedo inexplicable. Mas, poniendo un poco de fuerza de voluntad, se dijo:
_ “¡No tengo por qué sentir miedo! ¡Voy a terminar con esta tarea y, además, secaré y ordenaré la loza en su sitio!”
Inmediatamente, tanto el miedo como el frío, fueron desapareciendo. Eso le hizo pensar que algo no estaba bien. Así que terminó de ordenar la loza en su sitio correspondiente, se quitó el delantal y, después de apagar la luz, subió al lado de su esposa. Ella preguntó con voz soñolienta:
_ ¿Terminaste?
_ Si, mi amor, pero yo quiero ver en el portátil una cosa. Duérmete tranquila. No me demoro mucho.
Encendió su portátil y lo abrió en el programa correspondiente a las cámaras. Retrocedió un poco la grabación de la de la cocina hasta el momento en que su esposa se despedía de él. Continuó mirando. Inesperadamente, se alcanzó a apreciar la figura de una mujer que entraba a la cocina y se colocaba justo detrás de él, un tanto al lado derecho, como si mirase lo que estaba haciendo. Permaneció allí un rato. Levantó los brazos como queriendo tocarlo o empujarlo. Luego, se retiró hacia la puerta y se desvaneció. Al ver ésto, sintió cómo se le ponía la piel “de gallina”, pero prefirió no comentarle nada a su esposa.
FIN
Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos reservados.