Niña brujaDespués de mucho esfuerzo, sudor y dolor por parte de la menuda madre, que por su tamaño más parecía una niña, se escuchó el llanto de Griselda, la bebé  que acababa de nacer. El médico la miró por unos segundos, se la entregó a la enfermera que la esperaba con un cobertor para abrigarla. Luego, se acercaron juntos a la mujer y éste, le dijo:

_Es madre de una… niña. -(Quiso decir “hermosa”, mas, la palabra se negó a salir de sus labios)-.

La adolorida parturienta hizo el gran esfuerzo de incorporarse para acoger entre sus brazos el envoltorio que la enfermera le entregaría por un instante, para luego ir a bañarla. La recibió con todo el amor que, según se dice, (no comparto la idea), sólo puede sentir una madre. Y, aunque con cierta duda, mirándola con los ojos del alma, concluyó que era muy bella. Sin embargo, entre las enfermeras, comentaban sus opiniones:

_Yo, -decía una de ellas-, he visto nacer niñas y niños feos; pero como esta niña, ninguno.

_Si, qué pesar, es que parece una brujita en miniatura, que Dios me perdone. –Contestó la otra-.

_Es que, precisamente, la mamá no es que sea una belleza! Ni pregunten a quién heredó el parecido.

_ ¡Ay, no sea tan cruel! –Añadió tratando de evitar reírse-.

_Lo que me pregunto es, ¿quién podrá ser el padre?

_Para una mujer fea siempre hay un borracho dispuesto.

_ ¡Ahora la cruel, es usted!

La pequeña crecía en forma rápida. Además de su madre, la única familiar que le demostraba gran cariño, era su abuela.

 Y se llegó el día de ingresar a la escuela del pueblo. Acostumbrada a estar sola, se ubicó en la última banca del salón. No se preocupaba por hacer amigos. Las compañeras, especialmente Yurani y sus amigas, la aislaban, le hacían “muecas”, le lanzaban sátiras; y qué decir de los varones, sobre todo Dubán, a quien apodaban “El orejón”,  y su grupo. Precisamente, le colocaron el sobrenombre de “Bruja”. Pero, en la vida, todas las cosas negativas, nos enseñan a defendernos y a ser más fuertes. Y eso fue lo que ocurrió con la pequeña.

Ya cursaba el tercer grado de primaria. Un día, después de finalizar las clases, Dubán y su pandilla conformada por Edgar, Alfonso, el gordo Pablo, y “el negro” Matías, se escondieron cerca de la escuela y esperaron a Griselda para jugarle una mala pasada. Cuando ella salió, la siguieron a prudente distancia. Ella tomó el camino hacia las afueras del pueblo donde estaba su casa. Al llegar al bosque, se abrazaron formando una barrera y le gritaron en coro:

_ ¡Bruja! ¡Bruja! Bruja!

La niña comenzó a correr tan rápido como pudo hasta llegar a un grueso árbol y pegarse a él.  Cuando escuchó a los muchachos acercarse, le dio la vuelta y retrocedió hasta otro muy frondoso y se encaramó en él, con la agilidad de un mico, subiéndose hasta muy alto, para ocultarse entre sus ramas. Al no verla, se separaron mirando extrañados por todos lados. El negro Matías dijo:

_ ¡De verdad es una bruja! ¡Se desapareció!

Griselda los escuchó y se colocó la mano en la boca para que no escucharan su risa y pensó:

_ “Si creen que soy una bruja, pues una bruja seré. Ya me las pagarán”. –Y fingió una macabra risa-

¡Jaa jaa jaa!

 Los muchachos se asustaron y comenzaron a correr de regreso al pueblo, mientras ella se bajaba del árbol. Pablo, debido a su obesidad, comenzó a quedarse rezagado, situación que aprovechó Griselda para seguirlo protegiéndose por la maraña, y gritarle:

_ ¡Pablo! ¡Te voy a alcanzar. Te  voy a sacar los ojos y me los comeré! ¡A las brujas nos encantan los ojos de los gordos como tú! ¡Luego te arrancaré a mordiscos varios trozos de carne de tu gordo cuerpo y también los comeré por pedazos!

El pánico que sintió el muchacho fue tan grande, que dejó de correr y cayó arrodillado para luego irse de bruces al piso y no levantarse más. La niña se quedó oculta entre la maleza mirando cómo los demás niños se detenían desde la distancia para ver qué pasaba con Pablo, sin atreverse a regresar. Alfonso dijo:

_ ¿Escucharon las amenazas de esa bruja?

_ ¡No me dirás que crees que lo dijo en serio! ¡Es sólo por asustarlo! ¡Vámonos! ¡Cuando descanse ya se levantará!

_Yo creo que debemos dejar de molestarla.

_Estoy de acuerdo con Alfonso. –Añadió Edgar-. Mejor, ¡Vámonos! –Y siguieron corriendo-.

 Griselda los dejó avanzar un rato y continuó su camino a casa riéndose.

Al día siguiente, Pablo no llegó a estudiar. La profesora tomó lista y repitió el nombre de Pablo, pero nadie contestó. Los integrantes de la pandilla se miraron sin decir nada. En ese instante,  el director llamó a la puerta. Entró acompañado del padre de Pablo. Todos los estudiantes se pusieron de pies.

_Buenos días. Saludo. Los muchachos respondieron en coro:

_ ¡Buenos días!

_El motivo de nuestra presencia es el de saber si alguno de ustedes tiene conocimiento del paradero de su compañero Pablo. Ayer no llegó a su casa. Su señor padre aquí presente ya lo buscó en casa de sus familiares y no aparece. Tú, Dubán, ¿tienes idea de dónde puede estar?

El muchacho dudó por unos segundos y dijo:

_No, señor.

_Los demás, Edgar… Alfonso…

_No, señor. –Respondieron al tiempo-.

_ ¿Tú, Matías?

_No, señor.

_Bueno, si algún otro compañero sabe algo, por favor nos avisan. Con su permiso.

Griselda se sintió preocupada. Sin embargo, recordó que, de camino a la escuela, pasó como siempre, por el lugar en donde lo había visto caer y no había rastros del niño. Eso quería decir que se había marchado sano y salvo.

 No conforme, el padre de Pablo fue a la Inspección de Policía a solicitar ayuda. El Inspector reunió a varios voluntarios para buscar al muchacho. Dos agentes, empleando un megáfono, se dieron a la tarea de ir por las calles del pueblo, solicitando la colaboración de la gente. Los voluntarios buscaron por los alrededores. Cuando ya algunos comenzaban a abandonar su búsqueda, alguien alcanzó a ver un pequeño bulto junto al río. Todos corrieron hacia allá. El cuerpo presentaba un aspecto macabro: Su ropa estaba vuelta girones; no tenía ojos y parecía que le hubieran arrancado algunas partes a mordiscos. El padre no pudo aguantar la desagradable escena y cayó desmayado. Uno de los presentes se despojó de su chaqueta para cubrir el cadáver.

 Unos minutos después de hacer la llamada por radio, llegaron al lugar, el médico y el juez, para hacer el levantamiento.

La noticia del hallazgo y su apariencia, se esparció por el pueblo. Esa tarde, cuando comenzaba a oscurecer, Edgar y Alfonso, llegaron a la casa de Dubán.

_ ¿Puedes salir?

_Si. –Respondió mirándolos uno a uno-. ¿Y el negro?

_Vamos por él.

 Una vez reunidos los cuatro, fueron hasta el parque, se situaron en una banca y se dedicaron a comentar lo ocurrido a Pablo.

_ ¿Escucharon sobre el estado del cuerpo? –Preguntó Dubán-.

_Eso es obra de los animales del bosque. –Respondió Matías-.

 _Fue Griselda. –Agregó Alfonso-.

_ ¿Por qué estás tan seguro?

_Porque ayer, cuando Pablo se cayó, le dijo: “¡Pablo! ¡Te voy a sacar los ojos y me los comeré! ¡Luego te arrancaré a mordiscos varios trozos de carne de tu gordo cuerpo y me los comeré por pedazos!”

_ ¡Tienes razón! ¡Según dicen, lo encontraron sin ojos y como si le hubieran arrancado trozos de carne a mordiscos!

Lo sucedido bastó y sobró para que Griselda se ganara con creces  el sobrenombre de “bruja”. Desde ese día fue tanto el mal ambiente que le propiciaron que, al llegar a casa, le contó entre lágrimas todo lo que había sucedido: El desprecio y el constante insulto de compañeras y compañeros. Su madre, llena de ira, accedió a que la niña no volviera más a la escuela. Pero, además de ésto, le preguntó:

_ ¿Quiénes son los que más te han hecho sufrir?

_De las niñas, la que más me molesta es Yurani.  Hoy, al salir de la escuela me atravesó el pie y me hizo caer y golpear en la rodilla, mientras las demás se reían. De los varones, el orejón Dubán, el negro Matías, Edgar y Alfonso. Todos dicen que yo maté al gordo Pablo. –Al decir ésto, se deshizo en llanto. Su madre la abrazó y exclamó.

_ ¡Mi niña, la vida les hará pagar por lo que te han hecho!

Esa noche, Yurani se despidió de sus padres para irse a la cama. Entró en su habitación, se colocó su pijama, se metió entre las cobijas y apagó la luz. Cuando quedó todo en tinieblas, no tardó en dormirse. Un momento después, la puerta del armario se abrió lentamente y de allí salió una figura pequeña vestida de negro, y se desplazó silenciosa hasta la cama. Una risa macabra se esparció por la alcoba. Los ojos de Yurani se abrieron encontrándose con la espeluznante figura. El agudo grito que trató de salir de su garganta, fue contenido por unas frías manos que le cubrieron la boca, sin que la niña pudiera evitarlo por más que trató de quitárselas.

_¡Las niñas malas como tú no deben vivir! Esta mañana me hiciste golpear la rodilla. Ahora, yo te la voy a destrozar. Claro que no vas a sentir dolor ¡Muere maldita! ¡Paga lo que me hiciste sufrir! –Y sus manos cubrieron su boca y nariz, impidiéndole respirar, hasta que poco a poco su mente fue quedando en blanco-.

Un momento después, comenzó a toser con desesperación. No veía nada. Seguramente estaba muerta. Sin embargo, sintió un agudo ardor en la rodilla. Encendió la luz y, al mirarla cubierta de sangre, lanzó un terrorífico grito que se extendió por toda la casa.

_ ¡Es la niña! –Dijo la madre, y ambos salieron hacia su alcoba-

_ ¡Qué pasó, mi amor! –Preguntó el padre mientras accionaba el interruptor-.

_ ¡Fue Griselda, la bruja!

_Tranquila, mi amor. Tuviste una pesadilla.

_ ¡No! ¡Miren mi rodilla!

_ ¡Oh! ¡Pero qué es esto! ¡Vamos para el hospital!

El médico que la atendió, aseguró que la herida había sido hecha a propósito con un cortante pedazo de vidrio. La niña entre dolor y llanto, relató lo sucedido.

_ ¡Hay que ir a la policía!

La madre de Griselda estaba colando café, cuando cuatro agentes llegaron a su vivienda.

_ ¿Hay alguien en casa? –Gritó uno de ellos-.

La mujer salió secándose las manos en su delantal. Detrás de ella salió Griselda.

_ ¿Qué se le ofrece?

_Venimos a llevarnos a su hija.

_ ¿A llevársela a dónde?

_ ¡A la policía!

_ ¿Por qué a la policía? ¡Ella no ha hecho nada! ¡Además, es apenas una niña!

_El Inspector va a interrogarla por la herida que le causó a su compañera Yurani.

_ ¡Yo no le hice nada! ¡Ella fue la que me hizo caer! ¡Miren mi rodilla!

_Eso tendrá que decírselo a él.

 De nada sirvieron las súplicas, ni el llanto de la madre y la niña. Se la llevaron a la Inspección de Policía. Esperarían hasta el día siguiente para que sea juzgada. Sin embargo, como no tenían en la localidad un Reformatorio de Menores, determinaron que, por esa noche, la recluirían en alguna dependencia de la cárcel de mujeres, acompañada por una guardiana específica.

A la hora de la cena, en casa de “el negro” Matías, comentaban lo ocurrido a Yurani y a Griselda.

_Yo no creo que esa niña Griselda sea la autora de la herida. Pero si lo hizo, bien merecido se lo tiene Yurani por haberse ensañado con esa pobre niña que, el único pecado que tiene es no haber nacido… bonita. Espero que vos, Matías, no hayas participado en molestar a esa pequeña.

_Noo! Papá. Ya la vas a tomar conmigo! Mejor me voy a la cama! –Y salió fingiendo un enojo para cubrir el temor que sentía-

Casi a media noche, escuchó que alguien le decía en voz baja:

_ ¡Matías! ¡Matías! No hables duro!

El muchacho se despertó poco a poco.

_ ¿Quién es? –Preguntó también en voz baja-.

_ ¡Soy yo! Vine a visitarte!

El muchacho creyó que se trataba de alguno de sus amigos, pero comenzó a dudar, puesto que la voz, más parecía femenina! Empezó a sentirse nervioso.

_ ¡No tengas miedo! ¡Soy Griselda!

En segundos, cuando el miedo iba a hacer que gritara, un duro golpe en la cabeza lo dejó sin sentido.

_Ja ja ja. ¿Tú quieres saber lo que se siente ser feo? Yo te voy a ayudar. Vas a quedar mucho más feo que yo.

Todavía era noche cerrada, cuando Matías empezó a despertar. El ardor que sentía en la cara hizo que se llevara los dedos a sus mejillas. Las sintió viscosas y el ardor aumentó. Encendió la luz y salió al baño. Al mirar aquella horrible imagen en el espejo, pegó un grito que despertó a todos en casa.

 Todos salieron de sus camas a mirar qué estaba pasando. Al mirar el estado de Matías, no pudieron disimular la impresión que les causó.

_ ¡Hay que llevarlo al hospital! –Dijo el padre-.

Mientras le prestaban los auxilias necesarios, el padre fue de prisa a la policía. Allí relató lo que le había narrado su hijo.

_ ¡No puede ser! –Dijo uno de los agentes de guardia- ¡Esa niña está detenida! Voy ahora mismo a   comprobarlo.

Al llegar a la cárcel de mujeres, lo condujeron al sitio en donde se había acomodado a la pequeña bajo estrictas medidas de seguridad. Esta, dormía como un angelito.

 Ya de día, el Inspector dio la orden de dejar en libertad a Griselda.

_Entonces, ¿Quién se está haciendo pasar por ella? –Preguntó el Inspector al tiempo que miraba a los agentes y decían en coro:

_ ¡La mamá! Es la única que puede hacerse pasar por la hija. ¡Hay que detenerla!

A media mañana, los mismos agentes llegaron a la casa llevando a Griselda. Al verlos llegar, la mujer salió corriendo con los brazos estirados para encontrarse con su hija.

_ ¡Hija mía! ¡Ya estás aquí!

_Si, señora, pero ahora la que tiene que acompañarnos es usted! –Dijo un agente-.

_ ¿Y yo por qué?

_Usted sabe por qué. Si la autora de los ataques, tanto a Yurani como a Matías no fue su hija, entonces la única que pudo haberlo hecho, fue usted. Pero el Inspector se lo explicará muy bien.

_ Hija, quédate en casa. Tu abuela vendrá a hacerte compañía. Yo estaré de vuelta muy pronto, porque yo no he hecho nada! –Y volviéndose a los agentes- ¡Es obligación de ustedes ir por ella!

_Así se hará. Descuide.

Al enterarse de lo sucedido con Matías, tanto Dubán como Edgar y Alfonso, acordaron confesar a sus padres que ellos también se burlaban y molestaban a Griselda tachándola de bruja. Naturalmente, fueron objeto de un fuerte regaño. Los tres padres se reunieron y solicitaron a la policía vigilancia para sus viviendas, las cuales estaban relativamente cerca. Tanto la casa de la familia de Dubán, como la de Edgar, estaban ubicadas en mitad de cuadra, así que era muy difícil el acceso a su interior. Pero la de Alfonso era una casa esquinera con un espacioso huerto. A ésta, le dedicaron mayor atención. Esa noche, los padres estuvieron muy pendientes de lo que pudiera ocurrir, hasta que el sueño los venció ya muy entrada la noche.

 Serían entre las 10 y las 11. A esta hora  ya los muchachos estaban dormidos.

 En casa de Dubán, la puerta de su alcoba se fue abriendo poco a poco. Una figura pequeña entró sin hacer ningún ruido. Permaneció quieta como esperando que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad, para luego acercarse a la cabecera de la cama.

_ ¡Dubán!

_ ¿Quién…? –Sólo pudo articular esta pregunta antes de que una mano fría le tapara la boca y otra le aprisionara la garganta-.

_Si no quieres morirte, no hagas nada. ¡Soy Griselda y no olvides que soy una bruja!

 El muchacho intentó moverse, pero un rodillazo en su entrepierna y otro en el estómago lo pusieron fuera de combate. Luego las medias que reposaban al lado de sus zapatos, fueron a parar a su boca. Bastó un corte de tijeras en cada oreja, para que la sangre empezara a teñir escandalosamente la almohada. Los dos pedazos fueron recogidos por la desconocida y guardados en una bolsa de plástico. Luego, salió de la alcoba tan sigilosamente como había entrado.

 Nuevamente el sitio de urgencias del hospital fue visitado en la madrugada. Agentes de la policía se dividieron para visitar a la detenida, unos y a la casa de Griselda, otros. En ambos casos encontraron a la madre y a la hija en su respectivo lugar. En la mañana, el Inspector no tuvo más remedio que dejar en libertad a la madre de Griselda por falta de pruebas. El encuentro entre madre e hija fue tan efusivo como en el día anterior: después del apretado abrazo, las dos se miraron y soltaron una sonora carcajada.

 FIN

Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos reservados.