Plaza de las nieves

DOS SOLEDADES

Julio, un hombre que bordeaba los cuarenta años de edad, era de aquellas personas buenas, afectuosas, serviciales y que todo mundo estima, sobre todo las mujeres, pero no como para establecer una relación amorosa firme y duradera. Los pocos noviazgos que hasta ahora había tenido, duraron muy poco. Eso lo había llevado a convertirse en un hombre solitario.

 Esa tarde había decidido salir a caminar por las calles del centro de Bogotá, cerca de la plaza de “Las Nieves”. Ya la tarde se tornaba gris y comenzaba a soplar un viento frío. El hombre alcanzó a ver una banca vacía y fue hacia ella sin ninguna prisa. Se sentó a mirar a la gente que caminaba apresurada buscando el abrigo de sus hogares. De pronto, en cuestión de segundos, supo que estaba acompañado.  Sintió cierto sobresaltó al ver a la mujer sentada a su lado. La miró: seguramente era una estudiante universitaria. Tenía un aspecto exageradamente pálido, triste y  ojos, apagados.

 Le inspiró ternura y le sonrió. Ella lo miró y sus labios correspondieron con una leve sonrisa.

_Está empezando a hacer frío, ¿cierto?

Ella asintió con un gesto.

_ ¿Esperas a alguien?

_No.

_Entonces podemos acompañarnos.

_Si quieres…

_Me gusta des-aburrirme y matar mi soledad mirando pasar gente.

_ ¿Te sientes solo?

_Muchas veces. Soy soltero, de muy pocos amigos o, mejor, compañeros de trabajo.

_También me siento sola.

_ ¿Tienes novio?

_No me preguntes nada. No me gusta comentar mis asuntos personales.

_Está empezando a hacer frío. Te puedo invitar a tomar o comer algo, si lo deseas. –Dijo poniéndose de pies-.

_No tengo ni sed ni hambre, pero me agrada tu compañía.

_Podríamos ir a un lugar… más íntimo. –Se aventuró a decir-.

_Si así lo deseas, vamos.

Caminaron unas pocas cuadras. Ella se dejaba llevar. Julio se detuvo frente a una puerta. Junto a ésta había una placa: “Venus Mount Bienvenidos», decía mitad en Inglés, mitad en español. Tocaron el timbre y la puerta se abrió. Una mujer lo miró sonriente.

_Bienvenidos. –Dijo. Luego, le hizo una seña para que la siguieran, hasta detenerse para abrir una puerta-. Adelante. Se acercó a su oído.

_Gracias. –Contestó Julio,  entregando el valor que la mujer le había dicho en voz baja-.

Una vez adentro, se quitó el saco y se sentó en la cama. Ella dijo:

_Voy al baño.

Entró, emparejando la puerta. Mientras tanto, él, aprovechó para despojarse de su ropa y meterse debajo de las cobijas. Se sentía contento e impaciente. Tal vez por esta razón, el tiempo de espera se le hizo eterno. De pronto, escuchó unos sollozos  que iban aumentando de intensidad, hasta transformarse en llanto. El se limitó a escuchar, y pensó:

_ “Pobre muchacha. Es mejor que se desahogue. ¡Quién sabe qué problemas tenga! Debo tratarla con mucho cariño y cuidado. es más, no voy a forzarla  a nada.”

De pronto, el llanto cesó. Mas, los minutos corrían y ella no salía. Así que, él, preguntó:

_ ¿Estás bien?

No obtuvo respuesta. Entonces, se colocó su ropa interior  y fue hacia el baño. A pesar de que la puerta estaba un tanto abierta, tocó con los nudillos, mientras volvía a preguntar:

_ ¿Estás bien?

Al no recibir ninguna respuesta, empujó totalmente la puerta y, cuál sería su sorpresa al encontrar el recinto completamente vacío. Buscó con la mirada tratando de encontrar un lugar diferente por dónde pudo haber salido, pero no lo encontró. En segundos cambió su estado de ánimo hasta sentirse un ofuscado y disminuido ser. Comenzó a vestirse sin poder darle explicación a lo ocurrido. Luego, salió. En el pasillo se encontró con la camarera que momentos antes abriera la puerta. Lo miró y le dijo:

_Espere un momento.

Entró en la alcoba y salió mirándolo interrogante.

_ “Seguramente lo dejaron Lanza en ristre”. –Y se encogió de hombros-.

Al día siguiente, pensó en volver al lugar donde la había encontrado, aunque desistió de la idea. Sin embargo, la imagen de la joven no se apartaba de su mente. Reconocía que se había burlado de él, aunque su rencor disminuía cuando recordaba el llanto. Entonces, pensaba:

_ “Sus razones tendría”

En la tarde del tercer día, se dejó vencer por la curiosidad, y se acercó al  lugar en donde se habían conocido. Llegó caminando despacio a la misma hora de la vez anterior y unos metros antes, alcanzó a distinguir la figura de la misteriosa joven. Estaba sentada en la misma banca, sólo que mirando hacia otro lado. En eso, una vendedora de dulces y cigarrillos se atravesó empujando su carrito lentamente, obstruyendo la vista. Para cuando pasó, ya la muchacha no estaba allí. Maldijo entre dientes, mirando por diferentes lados. No la pudo localizar. Sin embargo, se dijo:

_ “Parece que es su costumbre venir a sentarse diariamente en ese sitio. Mañana estaré aquí un poco más temprano”.

Así lo hizo. Llegó al lugar y se sentó en la misma banca, buscando con la mirada por diferentes puntos, esperando verla llegar. Y cuando miraba hacia el lado derecho, escuchó que le decía:

_Creí que no vendrías más.

Inmediatamente giró la cabeza.

_ ¡Hola! Parece que tienes el don de aparecer y desaparecer a voluntad.

_Perdóname por lo ocurrido.

_ ¿Me puedes explicar qué sucedió?

_No lo entenderías. Por favor no me preguntes. Sólo quiero decirte que extraño tu compañía. Creo que de alguna manera nos parecemos.

_Pienso igual. Tenemos algo en común. Mira, me gustaría que fuéramos amigos. Si no quieres que te invite a tomar algo, desearía regalarte algo.

_Hay algo que hace mucho tiempo nadie me ha regalado: Flores.

_Si me das tu dirección, podría enviarte un hermoso ramo.

_Me encantaría que me lo lleves personalmente. Te espero el domingo a las diez de la mañana en la esquina sur de la calle 26 con carrera 16. Y quiero que sepas que estoy muy contenta de haberte conocido y de volver a verte. Adiós.

_Pues digo lo mismo. Entonces, nos encontramos el domingo a las diez. ¿No quieres que te acompañe?

_No.

_Que estés muy bien.

El domingo, Julio tomó la solitaria calle 26 hacia la carrera 16. Mas, al llegar, se dio cuenta de que allí estaba ubicado el Cementerio Central.

_ “¿Qué es esto?” –Se dijo. Pero sus ojos se alegraron al descubrir en la esquina a la joven cuyo rostro estaba iluminado con una hermosa sonrisa. Aligeró el paso.

_ ¡Hola! –Le dijo, mientras le entregaba el ramo de flores-.

_ ¡Gracias! –Le respondió-. Es un hermoso regalo!

_ ¿Por qué me citaste aquí? ¿Dónde es tu casa?

Ella simplemente dijo:

_ ¡Fue muy lindo conocerte!–y empezó a caminar. Julio lo hizo a su lado-. Me has ayudado mucho.

_ No sé por qué lo dices.

_No lo entenderías. –En ese momento, llegaron a la entrada principal del cementerio-. Bueno, me tengo que ir. Ya verás que vendrán buenas cosas para ti. Adiós. –Dijo adentrándose en el campo santo. Se alejó hacia atrás, mientras lo miraba sonriente. Luego, cruzó por la esquina de un bloque de bóvedas. El, avanzó hasta allí, mas ella ya no estaba. De alguna manera sabía que nunca más la volvería a ver. De tal manera que salió cabizbajo del lugar.

_ ¡Estas cosas sólo me pueden pasar a mí!

FIN

Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos reservados.