BosqueSe acercaba el mes de noviembre. El grupo de jóvenes amigos del barrio  planeaba salir aquel puente festivo, en que se conmemoraba el “Día de Difuntos”, a realizar un campamento. Solamente faltaba decidir el lugar. Una de las jóvenes, Magda, dijo:

_Si quieren contar con mi compañía, tendría que ser a la finca de mi abuela. Es grande, hermosa, clima caliente, hay un río en donde nadar y se puede armar las  carpas cerca de la casa, antes del bosque, porque después de éste, queda el cementerio de la localidad. Además, podemos disfrutar de las historias que ella cuenta, relacionadas con la fecha. Digo, si no les dá miedo. Lógicamente, hay que alistar una cuota.

_Vale! –Dijo Jerónimo, uno del grupo. Todos estuvieron de acuerdo-.

 El sábado, antes del mediodía, salieron en la camioneta del papá de uno de ellos. La abuela se sintió feliz de tener allí a sus nietos, Magda y Fernando, con sus amigos.

Luego de degustar el delicioso almuerzo que doña Isabel les había preparado, se dedicaron a levantar las carpas y a refrescarse en las deliciosas aguas del río. Al declinar el día, se reunieron en una hermosa terraza, tomaron café y Magda le pidió a su abuela:

_Abuelita, queremos que nos cuentes algunas de esas historias de fantasmas y apariciones que tú sabes.

_  ¡Ay, mi amor! No me pongas en aprietos! Ja ja ja.

_ ¿Señora, es verdad que esas historias son ciertas? –Preguntó Isidoro, uno de los jóvenes-.

_Qué le puedo contestar… Hay muchas que son ciertas, pero otras, son habladurías de la gente. Y en la época en que más casos suceden, es en noches como hoy: Víspera de difuntos.

_ ¿A usted le ha ocurrido algo así?

_Si, claro! –Los presentes se miraron entre sí y juntaron sus sillas para escuchar mejor-.

_Una que recuerdo y que me impresionó bastante, fue la siguiente:

 “Ya, para ese entonces, mi esposo había fallecido y mis tres hijos, dos varones y una niña, vivían en la ciudad. Durante el día me acompañaba una muchacha de nombre Bertha. No teníamos luz eléctrica y, en el sector, nos alumbrábamos con vela o con lámpara de petróleo. Cerca de aquí vivía Emilio, un vecino con quien nos unía una gran amistad. El había quedado solo y de vez en cuando pasaba a charlar un rato con migo. Pero en una ocasión, dejó de venir durante casi una semana. Yo me pregunté:

_Emilio no ha vuelto. ¿Será que está enfermo? Creo que mañana debo ir a ver cómo está. –Pensando en eso, me dormí-.

De pronto, a eso de la media noche, me despertaron unos golpes en la puerta.

_ ¿Quién es? –pregunté-.

_ ¡Señora Isabelita, soy yo, Emilio!

_ ¡Ah, Emilio! ¿Qué se le ofrece a esta hora? ¡Ya le abro. Voy por las llaves!

_No, señora Isabelita. No es necesario. Sólo vengo a despedirme. Ya me voy.  ¡Adiós!

_Pero… ¿A dónde se va a estas horas? ¡Espere a que amanezca!

_No, señora Isabelita. Ya me toca. Adiós.

Hasta eso ya había encendido la lámpara y tenía las llaves conmigo. Abrí inmediatamente y salí. No había nadie. Caminé unos tres o cuatro pasos hacia la puerta de golpe, alumbrando, pero no vi a nadie. El no caminaba tan rápido como para haber desaparecido así. En ese momento me invadió un frío que me penetraba hasta los huesos, lo que me obligó a regresar a mi cama. Me puse nerviosa. Al día siguiente, cuando llegó Bertha, le pedí que me acompañe hasta la casa de Emilio. Por más que golpeamos, nadie nos abrió. Entonces, le hicimos un poco de fuerza a la puerta. Sólo estaba emparejada y se abrió. Allí dentro, en su cama, estaba él, muerto. El médico que vino a realizar el levantamiento dijo que habían trnscurrido seis horas desde su fallecimiento”.

 Doña Isabel no pudo reprimir una lágrima. Todos se quedaron en silencio; entonces, como para romper el hielo, Jerónimo dijo:

_En las casas antiguas es en donde se presentan más casos de apariciones, ruidos y cosas de esas.

_No es así –dijo Lorena, una de las muchachas-. Escuchen esta historia:

 “Mi hermana mayor y su novio, se casaron hace un mes y compraron un apartamento para estrenar. Es decir, nadie había vivido antes allí. Se trastearon hace una semana. Fue el primer apartamento entregado de toda la torre. Esa noche, después de organizar lo principal, se acostaron cansados a dormir. Era el último piso y no habían colocado las cortinas. De pronto, mi hermana vio cómo la puerta de la alcoba empezó a abrirse lentamente. Quiso llamar a mi cuñado para despertarlo, pero no pudo moverse; estaba paralizada. Lo único que podía mover era los ojos. En eso, entró un hombre de abrigo negro y sombrero. Caminó hacia la cama y la quedó mirando fijamente. Allí se pudo dar cuenta de que tenía los ojos rojos. Solamente la miró. Ella no podía ni gritar ni hacer nada. De pronto el hombre estiró la mano y le pasó el dedo índice totalmente frío, de la frente a la nariz la boca y el pecho, en línea recta. Luego la retiró se quedó unos instantes mirándola y se fue desvaneciendo en el aire. Sólo entonces, ella pudo moverse y abrazarse a su esposo. Lo peor del caso es que él, al sentirla, le dijo:

_Mi… amor… Al fin puedo moverme! Estaba paralizado.

_ ¡Lo mismo me sucedió a mí!

¡Claro. Vi cuando te tocaba y no pude hacer nada para ayudarte!

_Yo creí que tú estabas dormido! ¿Quién podría ser?

_No lo sé. Creo que era algo fuera de este mundo. Yo nunca he creído en esas cosas. Siempre había pensado que eran habladurías. Además, me parece muy extraño que ocurra en un apartamento nuevo.

_ ¡Tengo mucho miedo! ¿Qué piensas que debemos hacer?

_ Vamos a esperar a ver qué pasa cuando lleguen otros vecinos.

Efectivamente, el siguiente día llegó un nuevo residente. Antes de llevar todo el trasteo, trajo un catre y se instaló en la alcoba principal. Su deseo era cambiar de color las paredes de su apartamento y llegó preparado con unos galones y una escalera y los colocó en una esquina de la misma alcoba. Esa noche se acostó y se dispuso a dormir. Un momento después de apagar la luz, escuchó como si alguien corriera uno de los galones. La luz que entraba por la ventana sin cortina, le permitió verlo deslizarse por el piso. Luego siguieron los otros dos y para completar, la escalera se separó de la pared amenazando con caerse hacia atrás, para luego volver a recostarse. Por supuesto, el susto del hombre fue muy grande. En ese instante escuchó una risa macabra y burlona. Fue cuando se levantó a golpear a la puerta de mi hermana y mi cuñado, para rogarles que lo dejaran quedarse allí esa noche. Ese vecino fue el que les comentó que tenía un compañero de trabajo que habla de esas cosas, y que conoce a un grupo de espiritistas. Sugirió que lo invitaran a hacer una limpieza de los apartamentos. No sé cómo seguirían las cosas.”

 _Eso sucede en todas partes, aunque se dice que mucho más en el campo. –Dijo la abuela- Es muy cierto que hay seres malignos que hacen daño a la gente. Les voy a relatar otra anécdota muy cierta:

 “Recuerdo que, en una ocasión, cuando era joven,  fui a la finca de unos parientes a visitarlos. Me entretuve tanto en la charla que se me hizo tarde y estaba un poco lejos. Me despedí y comencé a caminar. Cuando llegué a un platanal, el día empezó a oscurecerse y se desgranó un gran aguacero. Me pegué a una planta de plátano de hojas muy grandes, con el fin de guarecerme de la lluvia. Allí permanecí un buen rato. De pronto escuché como una respiración o un leve ronquido junto a mí. Sentí un escalofrío que se me metía en todo el cuerpo y muy despacio volteé a mirar: había una mujer con una cara horrible que me miraba fijamente. No sé cómo salí disparada corriendo. Las piernas parecía que se me iban a doblar. Cuando salí del platanal regresé a mirar. La mujer venía detrás de mí como desplazándose en el aire sin ningún afán. Seguí corriendo aunque las fuerzas me abandonaban. Entonces, escuché mi nombre muy claro:

_ ¡Isabeeel!

Estuve a punto de desmayarme. No pude más; dejé de correr y las rodillas se me doblaron. Unos fuertes brazos me rodearon impidiendo que me fuera al suelo. Perdí momentáneamente el conocimiento. Cuando pude recobrarlo, me encontré con la cara de mi hermano Joaquín quien había ido a encontrarme junto con quien después de unos años fuera mi esposo. Nunca más salí al campo sola por la noche”.

_ ¡Qué miedo!

_Bueno, creo que no debo contar más cuentos, porque están muy asustados y dicen que los seres negativos del “Más Allá”, se nutren del miedo de la gente. Mejor, vayan a buscar ramas secas y enciendan una buena fogata para espantar animales del bosque. Yo voy a retirarme a mi cama. Hasta mañana, jóvenes. Que disfruten su camping.

_Hasta mañana, doña Isabel! –Respondieron en coro.-

Se esparcieron por el oscuro campo buscando las ramas para la fogata. El paisaje estaba inundado por el canto de las chicharras y los grillos. Los jóvenes iban en grupos de tres y dos. Ni por un momento se figuraban que alguien o algo los observaba desde la maleza. Unos minutos más tarde, la fogata estaba encendida. Magda sugirió:

 _ ¡Sigamos contando cuentos!

_No creo que sea buena idea. –Respondió Fernando. Yo traje una guitarra de la casa de la abuela. ¡Cantemos!

_ ¡Si. Cantemos!

 Comenzaron a cantar, remojando la voz con cerveza. Duraron una hora y algo más. Luego se fueron metiendo en las carpas. Conversaron hasta que el sueño los fue venciendo.

Un poco después de la media noche, el silencio fue interrumpido por el sonido de la cremallera  de una de las carpas. Mateo y William, salían con el fin de ir a orinar. Se dirigieron hacia la maleza. Estaban realizando su necesidad fisiológica, cuando los dos se miraron al escuchar el característico ruido como si una rama se quebrara al ser pisada por alguien.

_ ¿Escuchaste? –Preguntó William en voz baja.-

_Si. -Respondió Mateo en el mismo tono de voz.- Debe ser alguno de los muchachos que nos quieren asustar. Ven, vamos a buscarlo.

 Se internaron entre la vegetación. Una sombra pasó de un árbol a otro. Al verla, Mateo le hizo señas a William, indicándole el lugar e invitándolo a seguir hacia allá. Sin duda, el hombre estaba detrás de ese árbol  y hasta allí llegaron, cada uno por un lado, gritando:

_ ¡Pillados!

En eso, una figura que no sabían si se trataba de un hombre o un animal, de ojos brillantes y, al parecer, una boca grande, pegó un chillido fenomenal:

_ “Yeeee! –Y saltó hacia la oscuridad, agazapándose entre la maleza, mientras rugía con una voz demoníaca:

_ “¡Esta noche morirán!”

 Al comprender que no eran sus amigos, los dos jóvenes salieron a meterse en su carpa. El miedo no les permitía salir a advertir a los demás. Al fin, Mateo dijo:

_Llamémoslos desde aquí. Fernando! Fernando!

_ ¿Qué pasa?

_ ¡Despertemos a todos! ¡Hay algo que debemos contarles!

 Al escuchar los gritos, se fueron despertando uno a uno, asomando sus cabezas de las tiendas. Mateo les relató lo sucedido. En eso, otro de los muchachos señaló hacia el bosque: Una figura estaba parada junto a un tronco.

_ ¡Allá hay un hombre! –dijo-

_ ¡No es un hombre; es una mujer!

_ ¡Lo que pasa es que hay varias personas y nos están mirando! –Aclaró una de las muchachas.-

Efectivamente, había varias personas entre hombres y mujeres paradas en el bosque, mirándolos.

_ ¡Recojan sus Sleeping y vayamos donde la abuela! ¡Pero todos juntos! –Exclamó Magda-

 Así lo hicieron. Entraron y se organizaron en la sala. Fernando miró por la ventana.

_ ¡Se están yendo!

 Todos se asomaron. Cuando ya no se distinguía a nadie entre las sombras, se metieron en sus sleeping y poco a poco se fueron durmiendo. Al día siguiente, le contaron lo ocurrido a la abuela. Ella opinó:

_Me imagino que serían las almas de algunos ya fallecidos. Recuerden que hoy es “El Día de los Difuntos”.

Al escucharla, alguien propuso:

_Creo que lo mejor es que nos vayamos.

_ ¿Y por qué hemos de hacerlo? –Dijo Jerónimo-. Lo mejor es gozar de este día tan espléndido! Si nos vamos, que sea a las cuatro de la tarde. Así aprovechamos el día y luego salimos tranquilamente.

_Es lo más sensato. De todos modos, ustedes no están causando ningún problema que tenga que ver con los difuntos.

 Todos aceptaron. Disfrutaron del día y, a la hora señalada, se despidieron de la abuela.

 FIN

Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos reservados.