Demente

Aquella mañana, el inspector llamó a la entrada del inmenso centro de tratamiento de enfermos mentales. Un fornido celador abrió la puerta de acceso a la institución mirando de arriba abajo al visitante.

_ ¿Qué se le ofrece? –Preguntó con su acostumbrada descortesía, cualidad común entre la gran mayoría de ellos.-

_Soy el inspector Hermes Duarte y necesito hablar con el director. –Dijo mostrando su identificación-

El gorila desarmó un poco el tono de su voz y, señalando una pequeña sala de espera, respondió:

_Siéntese. Ya lo anuncio con el doctor. –Aseguró la puerta y salió, para regresar en un instante.-

_Puede seguir por el pasillo. Unos metros más adelante, encontrará la oficina con el aviso “DIRECCIÓN”.

_Buenos días. Soy el inspector Hermes Duarte. –Saludó el inspector.

_Bienvenido, doctor Duarte. Eusebio Rivas. Siga, por favor. –Respondió el director, estirando su mano abierta.-

_Gracias, es usted muy amable. Con su permiso, tomo asiento.

_ Ni más faltaba. Cuénteme, ¿qué lo trae por aquí? –Preguntó un tanto preocupado, pues seguramente venía a averiguar el caso del peligroso enfermo mental que tanto había intentado mantener en secreto.-

_Diría yo que… ¡Cosas de rutina! Papeleo, estado físico locativo, observación directa de pacientes… En fin. Primero empezaré por el papeleo, si no hay inconveniente; mañana continuaré con el estado  de la planta física y espero que pasado mañana pueda dedicarme a la observación directa de pacientes y, para terminar, reunirnos para conversar sobre las conclusiones y resultado de la visita. Voy a pedirle que me asigne temporalmente una oficina en donde desempeñar mi trabajo.

_Por supuesto.

Los dos primeros días transcurrieron en completa normalidad, y debía reconocer que el director de aquella institución hacía su papel de forma excelente.

 Al comenzar su trabajo el tercer día,  Duarte, entró al despacho del director del centro.

_Buenos días, doctor Rivas.

_Buenos días, doctor Duarte. Me agrada que nos hayamos encontrado.

_Lo noto preocupado. ¿Ocurre algo?

_Así es. Anoche –mintió- me informaron que uno de los pacientes no estuvo en el reconteo y esta es la hora en que no se sabe nada de su paradero. No aparece por ninguna parte. Es un demente peligroso. Ya en otra ocasión ocurrió lo mismo y, desafortunadamente, asesinó a uno de los vigilantes. Eso me tiene preocupado. Sé que no ha escapado del lugar, pero no se ha podido ubicarlo. De todas maneras no está por demás pedirle que tenga mucho cuidado.

_Así lo haré. –Gracias-

 El médico inspector se dirigió a su oficina para comenzar su trabajo del día: Observación directa de pacientes. Tendría que visitar los lugares más recónditos del centro mental: desde los pabellones correspondientes a los enfermos de paso, hasta los más graves. Y fue en uno de éstos últimos, muy alejado, por cierto, en donde tuvo un encuentro terrorífico: Se asomó a la ventanilla de la puerta de un cuarto aparentemente vacío, cuando la horrible cara de un hombre lo miró desde la parte interna, lanzando un rugido como de un animal. El doctor recordó lo que le había contado el director y dio un paso atrás, aterrado. En ese momento,  la puerta se abrió bruscamente. El inspector, sin pensarlo por un segundo, se lanzó en veloz carrera tratando de escapar de aquel gigantón  que lo perseguía y que, seguramente, era el peligroso loco asesino que estaban buscando las directivas y vigilantes.

En su carrera, encontró una escalera que subía hasta un tercer piso y se lanzó por allí, sintiendo que su corazón ya no daba más. Al llegar al cruce, volvió la mirada para darse cuenta de que su perseguidor pisaba el primer peldaño. Sólo el deseo de vivir, le daban las fuerzas necesarias para continuar. Llegó a la tercera planta y buscó en dónde meterse; a su derecha había una puerta. Se introdujo por allí, cerró y colocó el seguro. El cuarto estaba totalmente vacío. Para su fortuna, una ventana estaba semi abierta. Se asomó, descubriendo un balcón en el segundo piso. El miedo se incrementó en su ser, al escuchar que el furioso hombre trataba de romper la puerta. Soltó el material de trabajo que llevaba y, haciendo acopio de sus ya escasas fuerzas, abrió la ventana y se colgó para saltar hacia el balcón. Venciendo el temor, se soltó y cayó aparatosamente, golpeándose contra el pasamano que lo protegió de caer al primer piso. Se levantó; fue cuando escuchó la macabra risotada del demente dentro de aquel cuarto:

_ ¡Ja,ja,ja,ja! ¡Ya te tengo!

 Al entrar, pensó en asegurar la puerta, mas, ésta no tenía cerradura. Ya no le quedaban alientos para seguir corriendo. Se arrimó a la esquina tratando de llenar sus pulmones de aire. El enfermo mental entró lanzando una especie de rugidos mezclados con carcajadas. Al descubrir al médico indefenso, se dirigió lentamente hacia él. El pobre hombre sintió cómo un líquido tibio resbalaba por sus piernas. No podía hacer nada; sabía que iba a morir y no le quedaba más remedio que resignarse a entregar su vida. Vio cómo el demente estiraba su mano derecha riéndose estruendosamente. De pronto, le golpeó el hombro izquierdo, mientras le decía:

_ ¡La lleva! –Giró sobre sus talones y salió corriendo por la puerta de aquel cuarto riéndose como un niño.-

FIN

Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe, basado en una leyenda urbana. Derechos reservados.

Aquella mañana, el inspector llamó a la entrada del inmenso centro de tratamiento de enfermos mentales. Un fornido celador abrió la puerta de acceso a la institución, mirando de arriba abajo al visitante.

_ ¿Qué se le ofrece? –Preguntó con su acostumbrada descortesía, cualidad común entre la gran mayoría de ellos.-

_Soy el inspector Hermes Duarte y necesito hablar con el director. –Dijo mostrando su identificación-

El gorila desarmó un poco el tono de su voz y, señalando una pequeña sala de espera, respondió:

_Siéntese. Ya lo anuncio con el doctor. –Aseguró la puerta y salió, para regresar en un instante.-

_Puede seguir por el pasillo. Unos metros más adelante, encontrará la oficina con el aviso “DIRECCIÓN”.

_Buenos días. Soy el inspector Hermes Duarte. –Saludó el inspector.

_Bienvenido, doctor Duarte. Eusebio Rivas. Siga, por favor. –Respondió el director estirándole la mano.-

_Gracias, es usted muy amable. Con su permiso tomo asiento.

_ Ni más faltaba. Cuénteme, ¿qué lo trae por aquí? –Preguntó un tanto preocupado, pues seguramente venía a averiguar el caso del peligroso enfermo mental que tanto había intentado mantener en secreto.-

_Diría yo que… ¡Cosas de rutina! Papeleo, estado físico locativo, observación directa de pacientes… En fin. Primero empezaré por el papeleo, si no hay inconveniente; mañana continuaré con el estado  de la planta física y espero que pasado mañana pueda dedicarme a la observación directa de pacientes y, para terminar, reunirnos para conversar sobre las conclusiones y resultado de la visita. Voy a pedirle que me asigne temporalmente una oficina en donde desempeñar mi trabajo.

_Por supuesto.

Los dos primeros días transcurrieron en completa normalidad, y debía reconocer que el director de aquella institución hacía su papel de forma excelente.

 Al comenzar su trabajo el tercer día, el inspector Duarte, entró al despacho del director del centro.

_Buenos días, doctor Rivas.

_Buenos días, doctor Duarte. Me agrada que nos hayamos encontrado.

_Lo noto preocupado. ¿Ocurre algo?

_Así es. Anoche –mintió- me informaron que uno de los pacientes no estuvo en el reconteo y esta es la hora en que no se sabe nada de su paradero. No aparece por ninguna parte. Es un demente peligroso. Ya en otra ocasión ocurrió lo mismo y, desafortunadamente, asesinó a uno de los vigilantes. Eso me tiene preocupado. Sé que no ha escapado del lugar, pero no se ha podido ubicarlo. De todas maneras no está por demás pedirle que tenga mucho cuidado.

_Así lo haré. –Gracias-

El médico inspector se dirigió a su oficina para comenzar su trabajo del día: Observación directa de pacientes. Tendría que visitar los lugares más recónditos del centro mental: desde los pabellones correspondientes a los enfermos de paso, hasta los más graves. Y fue en uno de éstos últimos, muy alejado, por cierto, en donde tuvo un encuentro terrorífico: Se asomó a la ventanilla de la puerta de un cuarto aparentemente vacío, cuando la horrible cara de un hombre lo miró desde la parte interna, lanzando un rugido como de un animal. El doctor recordó lo que le había contado el director y dio un paso atrás, aterrado. En ese momento,  la puerta se abrió bruscamente. El inspector, sin pensarlo por un segundo, se lanzó en veloz carrera tratando de escapar de aquel gigantón que lo perseguía y que, seguramente, era el peligroso loco asesino que estaban buscando las directivas y vigilantes.

 En su carrera, encontró una escalera que subía hasta un tercer piso y se lanzó por allí, sintiendo que su corazón ya no daba más. Al llegar al cruce, volvió la mirada para descubrir que su perseguidor pisaba el primer peldaño. Sólo el deseo de vivir, le daban las fuerzas necesarias para continuar. Llegó a la tercera planta y buscó en dónde meterse; a su derecha, había una puerta. Se introdujo por allí, cerró y colocó el seguro. El cuarto estaba totalmente vacío. Para su fortuna, una ventana estaba semi abierta. Se asomó, descubriendo un balcón en el segundo piso. El miedo se incrementó en su ser, al escuchar que el furioso hombre trataba de romper la puerta. Soltó el material de trabajo que llevaba y, haciendo acopio de sus ya escasas fuerzas, abrió la ventana y se colgó para saltar hacia el balcón. Venciendo el temor, se soltó y cayó aparatosamente, golpeándose contra el pasamano que lo protegió de caer al primer piso. Se levantó; fue cuando escuchó la macabra risotada del demente dentro de aquel cuarto:

_ ¡Ja,ja,ja,ja! ¡Ya te tengo!

 Al entrar pensó en cerrar la puerta con seguro, mas, a ésta le faltaba la cerradura. Ya no tenía aliento para seguir corriendo. Se arrimó a la esquina tratando de llenar sus pulmones de aire. El enfermo mental entró lanzando una especie de rugidos mezclados con carcajadas. Al descubrir al médico indefenso, se dirigió lentamente hacia él. El pobre hombre sintió cómo un líquido tibio resbalaba por sus piernas. No podía hacer nada; sabía que iba a morir y no tenía más que resignarse a entregar su vida. Vio cómo el demente estiraba su mano derecha riéndose estruendosamente. De pronto, le golpeó el hombro izquierdo, mientras le decía: FIN

 Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe, basado en una leyenda urbana. Derechos reservados.