Confesionario

Eran las cuatro de la tarde y ya la intensa neblina comenzaba a deambular por las calles del frío pueblo de “El Moral”. Precisamente, a esa hora, estaba programada la confesión para los feligreses.  El padre Demetrio, párroco del lugar, se situó en el confesionario de la iglesia. Ya unos pocos varones se hallaban haciendo la fila por el frente, y algunas mujeres lo hacían por el costado. El sacerdote corrió la puertecilla que descubría la ventana, y dijo:

_Ave María Purísima…

_Sin pecado concebida… -Respondió la primera de ellas-.

Enseguida, después de terminar la confesión y cerrar la puertecilla,  llamó al primero de los varones para seguir el mismo proceso.

Un rato después, la fila de hombres se terminó, así que siguió sólo con las mujeres. Una hora más tarde, parecía que había terminado, sin embargo, escuchó una respiración gruesa y agitada. Volvió a repetir en la ventanilla:

_Ave María Purísima…

 Nadie respondió. Entonces dijo:

_Confiesa tus pecados, hija.

_ “¡Vete de aquííí!” –Le respondió una voz cavernosa-.

El padre saltó del susto, aunque tratando de dominarlo, salió del confesionario a indagar lo ocurrido;  no había nadie y, tomando su rosario, se hizo la señal de la cruz. Se dio cuenta de que la iglesia estaba sola. Entonces, se dirigió hasta la sacristía a prepararse para celebrar la misa de las seis de la tarde. No era la primera vez que le había ocurrido un hecho semejante. El sabía que algo o “alguien” quería sacarlo de allí.

Esa noche, se fue a la cama tratando de madurar una idea que se le estaba metiendo entre ceja y ceja, pero dudaba de ponerla en práctica o no. Al fin, se quedó profundamente dormido. Lo que el viejo cura no pudo ver era la figura oscura que lo miraba desde uno de los rincones de su alcoba. Esta entidad se fue acercando hacia el lecho del sacerdote. Se inclinó sobre el cuerpo dormido y comenzó a halar las cobijas, hasta dejarlo totalmente descubierto. Entonces lo tomó como quien carga a un bebé. Fue en ese instante cuando el religioso despertó, encontrándose de frente con la horripilante y monstruosa figura, mezcla de animal, pero con algunos rasgos similares a los de un humano. Quiso lanzar un grito, sin embargo éste se ahogó en su garganta mientras perdía el sentido.

Aún oscuro, el frío de la madrugada hizo que el sacerdote comenzara a despertar. Abrió los ojos y miró a todos los lados posibles; No se podía ver casi nada; se dio cuenta de que estaba en un lugar muy estrecho, en el que rozaba con las paredes de los lados. Levantó sus brazos y palpó alrededor: eran paredes pequeñas de cemento. Analizó en dónde podría estar, para descubrir que: ¡Estaba metido en una bóveda de cementerio!

 Comenzó a desesperarse.

_ “Seguramente pensaron que estaba muerto y me enterraron”! ¡Auxilio! –Gritó tan duro como pudo, sin que nadie lo escuchara. Lo único que pudo hacer fue rezar. Sabía que pronto empezaría a faltarle el aire y moriría asfixiado-.

 Los minutos seguían pasando. Cerró los ojos resignado a morir, aunque aún no había empezado a faltarle el aire. De pronto, la negrura de sus párpados cerrados se fue tornando rojo oscuro. Le daba miedo abrirlos. Cada vez el rojo se volvía más claro, hasta que en un súbito movimiento, un fino rayo de luz entró a sus pupilas. Los abrió, para darse cuenta de que podía mirar sus pies descalzos, como también la cuadrada entrada de la bóveda. Esta permitía el paso de la luz de la mañana, o sea que ¡no estaba sellada! Descubrió también que no estaba dentro de ningún ataúd. Entonces comenzó a encogerse y reptar de espaldas hacia delante, como un gusano. Después de hacer un gran esfuerzo sobrehumano, sus pies alcanzaron la salida y pudieron colgar hacia afuera; así ya le fue un poco más fácil impulsarse con las manos hasta que  logró agarrarse de la parte superior de la entrada. Se raspó la espalda contra el cemento, pero no le importaba. Decidió voltearse y pudo lograrlo, y se descolgó hacia el piso. Cayó sentado. Miró hacia los lados: No había absolutamente nadie. Se arrodilló, levantó los brazos al cielo y agradeció a su Dios por mantenerlo con vida. Luego, empezó a caminar hacia la casa cural. Sentía vergüenza de encontrarse con alguna persona que lo mirara en tales circunstancias; para evitar eso, cuando descubría algún transeúnte, se agachaba y simulaba sobarse la cara. Así llegó hasta su hogar. Llamó a la puerta hasta que Belén, su vieja y fiel empleada, salió a abrir. Al verlo así, exclamó:

_ ¡Padre! ¡Pero qué hace por fuera en esa facha?

_Luego te cuento. Cosas del diablo, diría yo. Voy a darme un baño. ¡Ah! Y, por favor, prepara mi desayuno.

 Ya vestido y arreglado, comenzó a degustar el alimento. Belén se había sentado junto a él, para escuchar el relato:

_Sólo recuerdo que, estando dormido, sentí que unos brazos me levantaban de la cama. Entonces desperté sobresaltado, para encontrarme con la cara de un demonio, pues no podría haber sido otra cosa. Me miró con unos ojos que parecían lanzar llamas. Su boca tenía los dientes de una fiera. Sin que pudiera evitarlo, me desvanecí. Cuando desperté, estaba metido dentro de una bóveda del cementerio, de esas que todavía no se han usado. Me asusté mucho. Creí que moriría asfixiado; mas, al llegar la luz de la mañana, comprendí que la entrada estaba libre. Como pude, me bajé y caminé hasta aquí.

_Padre, en este pueblo están ocurriendo muchas cosas. La gente cuenta que, hasta dentro de la iglesia han asustado a personas que, durante el día, entran a rezar o a esperar la misa. Dicen que una secta satánica se está apoderando del pueblo.

_A propósito de misa, ¡estoy retardado para la misa de la mañana! –Y salió de prisa. Hasta ese momento, ya había madurado la idea-.

Un instante después, salía llevando el cáliz seguido de su monaguillo. Empezó la eucaristía con las pocas personas que aún quedaban. Cuando llegó el momento del evangelio y el comentario del mismo, Se dirigió a los presentes diciendo:

_Amadísimos hermanos. En Primer lugar, les presento mis excusas por la tardanza de este día. En segundo lugar, quiero comentarles que tengo la urgente necesidad  de viajar a la capital a conversar con el Señor Obispo sobre algunas cosas que han ocurrido y que me atañen. Viajaré en el día de hoy y permaneceré hasta que me haya desocupado de mis diligencias. De tal manera que ni esta tarde ni mañana, habrá misa. Ruego me disculpen. En la ventanilla de la Casa Cural quedará una nota explicativa.

Después de terminar la misa, le comentó lo mismo a su empleada; alistó lo más necesario y se despidió de ella.

El asistente del Excelentísimo Señor Obispo de la capital, se acercó hasta donde se hallaba sentado el padre Demetrio, y le dijo:

_Puede seguir, padre. El señor Obispo lo está esperando.

_Gracias. –Se levantó pesadamente, todavía adolorido y cansado

_Ave maría Purísima. –Dijo, entrando a la elegante sala de despacho de su excelencia-.

_ ¡Padre Demetrio! ¡Qué sorpresa! –Se dieron un abrazo-. Sentémonos. ¿A qué debo el honor de su visita?

_Señor Obispo, voy a ser claro con usted y le hablaré sin rodeos: Vengo a pedirle encarecidamente, que me traslade a otra parroquia.

_Lo noto… ¡asustado!

_No voy a negárselo.

_ ¿Y puedo saber el motivo?

_Son cosas del demonio.

_Por favor, ¿puede ser más explícito?

_Pues… he sido víctima de la persecución del demonio. Ultimamente me han ocurrido muchas cosas que, para cualquier persona, serían increíbles. Su reverencia podría pensar que estoy loco, o que, por mi edad, estoy alucinando. Para no quitarle mucho tiempo, voy a relatarle sólo tres de ellas:

Hace unos días estaba celebrando la misa de la tarde, a las seis; había algo así como unas quince personas. La primera banca se encontraba ocupada por una pordiosera del pueblo. Sabe Dios cuanto tiempo hará que esta pobre mujer no se baña, y su hedor no lo soporta nadie. Creo que, debido a ésto, el resto de gente se había ubicado desde la sexta banca para atrás. La anciana se levantó en medio de la eucaristía y salió. Cuando se llegaba el momento de la comunión, la neblina del pueblo se metió hasta la iglesia oscureciendo buena parte de ella. Nunca antes había ocurrido. Un momento después, al despejarse el lugar, estaban tres personas de negro sentadas en aquella banca. Se hallaban agachadas y se cubrían el rostro con las manos. Al repartir la comunión, los presentes se formaron en una fila. Las tres personas se situaron al final. Cuando les tocó el turno, a la vez, levantaron la cabeza: Sus caras eran tres calaveras. Soltaron una horrible carcajada. En eso brotó un espeso humo que las envolvió y desaparecieron con él. Varios de los presentes salieron corriendo. Otros se quedaron, más por miedo que por otra razón.

El padre Demetrio siguió  narrando lo ocurrido en la confesión, cuando aquella voz le ordenaba que se fuera del lugar, y lo sucedido últimamente cuando fue llevado hasta la bóveda del cementerio.

 _Padre Demetrio… En nuestra congregación religiosa somos conscientes de las necesidades de cada uno de sus miembros. Hace unos días nos reunimos para analizar la situación de algunos de nuestros párrocos, y su nombre estaba entre ellos.

_No veo qué me quiere decir, su excelencia.

_Usted ya cumplió con el tiempo de apostolado, y es uno  de los párrocos que, a partir de este momento, quedan exonerados de continuar prestando el servicio. En pocas palabras, tiene todo el derecho para irse a descansar. Habíamos pensado que podría quedarse a vivir en “El Moral”. El nuevo párroco ya está advertido para ir a remplazarlo. Precisamente hoy, le envié el comunicado por correo, y creo que mañana, el padre Evaristo, que alguna vez fue en Semana Santa a colaborarle a usted, irá a hacerse cargo de su trabajo. Como usted debe saber, se le asignará una cantidad de dinero mensual para sus gastos. ¡Mis felicitaciones! –El obispo se levantó y rodeó su enorme escritorio para darle un abrazo-.

_ ¡Muchas gracias, su excelencia!… sin embargo, si no es mucho pedir, quisiera poder irme al pueblo en donde está mi familia o los pocos que quedan de ella.

_Usted está en todo su derecho para decidir en donde radicarse.

Esa misma tarde, un joven viajero, colocó su maleta en el andén frente a la casa cural, ya cerrada, y timbró tres veces. Nadie le abrió. Entonces golpeó en el portón del lado, perteneciente a la misma casa.

_A sus órdenes. –Dijo Belén -. ¿En qué lo puedo servir, joven?

Aquel joven de chaqueta y pantalones de tela jean, sonrió amablemente y le estiró la mano mientras decía:

_Soy Evaristo, Belén. ¿No te acuerdas de mí?

_No, joven. Disculpe.

_El año pasado estuve colaborándole al padre Demetrio en las actividades religiosas de Semana Santa.

_ ¡Padre Evaristo! Pero es que con esa vestimenta… Siga, siga. Yo le llevo su maleta.

_No te preocupes. Yo la llevo.

_ ¿Quiere tomar algo?

_Mientras llega la hora de la cena, un buen café.

Cuando llegó con la humeante taza de café, acompañada con un delicioso pan y una enorme tajada de queso, dijo:

_El padre Demetrio no está.

_ ¿A dónde ha ido?

_A la capital a hablar con el señor obispo.

_ ¡Ah! Entonces me temo que vendrá a recoger sus cosas y se irá. Demetrio fue jubilado. A partir de ahora, yo soy el nuevo párroco de “El Moral”.

_Padre, me da mucho gusto tenerlo por acá, pero me da mucha tristeza de que el padre Demetrio se vaya.

_Te entiendo. Son cosas de la vida. ¡Ah! Antes de que lo olvide, le dices al sacristán que mañana hay misa de 6:00 a.m.

 Mientras le hacía los honores al café, Evaristo miraba y miraba inquieto hacia una de las puertas de la sala: Allí se hallaba una hermosa joven que lo miraba entre tímida y coqueta. El cura no pudo dejar de preguntarle, bajando un poco la voz:

_ ¿La niña que está aquí, es hija tuya?

_ ¿Cuál niña, padre? –Preguntó la mujer mientras miraba a todas partes-.

El padre miró hacia el lugar otra vez, pero ya no había nadie. Al igual que la empleada, buscó con la mirada, sin resultado alguno.

_Estaba allí. –Indicó con la mano extendida-.

_No, padre. Yo vivo aquí sola. Mis hijas e hijos están ya casados; pero me asusta usted. ¿Está seguro de haber visto a alguien?

_Completamente. ¿Quién atiende la casa cural? Porque me imagino que será una mujer, ¿cierto?

_Si, claro.

_ ¿Y no pudo ser ella? Tal vez vino a buscarte y te vio conmigo y se fue.

_ Bueno, es una posibilidad, pero, ¿por qué no saludó? Además… es que en el pueblo han venido pasando muchas cosas extrañas.

_ ¿Cómo qué?

_Bueno… se escucha que hay una secta satánica formada por la mayoría de jóvenes. Dicen que el espíritu del mal se está adueñando del pueblo. Hasta al padrecito Demetrio le hicieron muchas cosas horribles.

_Sé algo de eso. Por eso fui enviado a “El Moral”.  Pasando a otra cosa, ¿cuál va a ser mi alcoba?

_En un momento se la arreglo. Mientras tanto puede quedarse aquí en la sala, viendo televisión… Pero, déjeme hacerle una pregunta: ¿A usted no le da miedo?

_En absoluto. Y, ¡quién crees que es el cabecilla de la secta?

_Dicen que es Harry, el hijo de doña Tulia. Es la dueña del supermercado que está en el centro de la calle principal.

 Esa noche, cuando ya estaba acostado, solamente alumbrado por la lámpara de la mesa de noche, inesperadamente se abrió la puerta de su alcoba y entró una hermosa mujer. Inmediatamente se dio cuenta de que se trataba de la misma que lo estaba mirando en la sala cuando charlaba con Belén, la empleada. A las claras se notaba que únicamente estaba vestida con la transparente bata de dormir, sin ninguna otra prenda, de ahí que se podía apreciar todas las formas y encantos de su cuerpo. Se paró frente a la puerta que ya había cerrado, y dijo:

_¡Hola! ¿Puedo hacerte compañía? –Dijo, mientras se contoneaba caminando lentamente hacia su cama-.

Evaristo, en el acto se percató de quién se trataba. Tomó una cruz que tenía encima de la mesita de noche, y colocándola como escudo, le respondió:

_Apártate de mí. Sé muy bien quién eres. Te ordeno que abandones esta casa. –Salió de las cobijas y saltó de la cama, haciendo que la mujer tratara de protegerse levantando un brazo, mientras su cuerpo iba sufriendo una transformación física, convirtiéndose en un macabro animal. Antes de llegar a la puerta, surgió desde sus pies una especie de remolino de humo que lo envolvió y se metió por debajo. El sacerdote se arrodilló y empezó a rezar.

Al día siguiente, muy temprano, las campanas de la iglesia repiquetearon llamando a asistir a la misa. La gente se extrañó, pues el párroco saliente había dicho que no habría; mas, la curiosidad hizo que la iglesia tuviera muchos más feligreses a esa hora, que de costumbre.

 Después de comentar el evangelio del día, el joven sacerdote se presentó como el nuevo párroco:

_Señoras, señores, jóvenes de este hermoso municipio: Mi nombre es Evaristo y, a partir de hoy, soy el nuevo párroco de “El Moral”. Les cuento con profunda alegría, que el padre Demetrio ya fue llamado por la diócesis a descansar de su largo apostolado.

Después de ésto, anunció:

_Entre los proyectos que tengo es el de visitar, en primer lugar, a todas las familias que tienen hijos adolescentes, ya que deseo organizar unos equipos de baloncesto y de fútbol, puesto que los jóvenes deben tener en qué divertirse sanamente. También visitaré a las demás familias para conocernos y trabajar en común. Agradezco su atención. Oremos…

Una tarde, de forma inesperada, vestido como cualquier joven, llegó al supermercado de doña Tulia. Casualmente se estaba desarrollando un diálogo entre ella y su hijo, quien le estaba pidiendo dinero.

_Buenos días. –los dos volvieron la cabeza para distinguir al visitante. Este, muy sonriente, estiró la mano para saludar a doña Tulia.

_ ¡Hola, Harry! –Este trató de evitar el darle la mano, pero su mamá le dijo:

_ ¡Hijo, salude!

A regañadientes, sin saber de quién se trataba, Harry estiró su mano al sonriente hombre. Al chocar las dos manos, ambos sintieron el efecto del contacto: El joven sintió algo como un corrientazo muy fuerte, que subió por su brazo y le recorrió todo el cuerpo. El sacerdote, por su parte, sintió cómo la mano le temblaba. Sin embargo, lo miró a los ojos enviándole un mensaje:

_“Te voy a liberar”.

El muchacho trató de retirar su mano lleno de temor, pero el sacerdote lo estrechó más fuerte, mientras le decía:

_Tú no debes tener miedo. El miedo debe sentirlo quien está tratando de gobernarte. Cuenta conmigo. Soy tu amigo.

La mamá miraba la escena incrédula. Harry cambiaba de expresión: algunas veces, le sonreía, y tornaba a mirarlo con rencor, como si en él existieran dos personas. Al fin, lo soltó y le dijo:

_Harry, quiero que me ayudes a formar por lo menos dos equipos de fútbol. Quiero hacer un campeonato entre los pueblos vecinos.

_Si… claro… Ahora tengo que irme. Adiós. –Y salió muy apresurado-.

Una vez a solas con Tulia…

_Siéntese, padre. ¿Quiere tomar algo?

_Un vaso de agua. Gracias.

Cuando regresó, Evaristo le preguntó:

_Cómo se está comportando Harry?

_Padre… Este muchacho cambia de forma de comportamiento muy seguido. A veces es cordial, cariñoso, buen hijo; pero, a veces pareciera que me odiara.

_ ¿Usted ha escuchado los rumores del pueblo sobre una secta satánica?

_ ¡Claro! Es algo que nos tiene muy asustados. Aquí en el pueblo han pasado cosas muy extrañas. Y dicen que la mayoría de los jóvenes están metidos en eso.

_Doña Tulia, voy a ser muy directo con usted, porque necesito de su ayuda. La Diócesis me envía a este pueblo, para acabar con esa secta. El demonio ha intentado hasta infiltrarse en la iglesia y, nosotros, no podemos permitirlo.

_ ¡Pero, no sé cómo puedo ayudarlo!

_ No se asuste por lo que voy a decirle: El mal se aprovecha de cualquier persona para obtener adeptos. Sabemos que un demonio ha poseído a un joven de este pueblo, para que sea él quien los organice en su favor; es decir, para que sea el cabecilla; y sé de muy buena fuente que su hijo, Harry, es ese cabecilla.

_ ¡Cómo puede decir eso!

_ ¡Escúcheme! ¡No voy a atacar a su hijo! ¡Voy a liberarlo! Quiero que vuelva a ser el muchacho bueno que era antes. Ahora, por favor, permítame entrar a su alcoba.

_Pero si se entera…

_No se va a enterar. Y si nos apuramos, no va a llegar.

Una vez dentro, el padre Evaristo, teniendo todo el cuidado de dejar las cosas como estaban, empezó a buscar. Lo que encontraron, impresionó mucho a Tulia: Había desde una tabla ouija, un libro de magia negra, algunas patas de animal, un cuaderno con dibujos de demonios y oraciones al mismo, etc. Y debajo del colchón de su cama, una tabla con el dibujo de una estrella de cinco puntas, que es la figura central de cualquier cesión satánica.

_Cuando lo vea oportuno, debemos quemar todo ésto. Tengo que saber en dónde practican sus sesiones. Por ahora, salgamos.

 El padre Evaristo se despidió, haciéndole prometer a Tulia que todo quede entre los dos y que no le comente a nadie.

El siguiente paso de la labor que emprendería fue el de reunir a varios jóvenes. Evitó tocar temas religiosos. Se formó los equipos, les invitó a tomar onces y, por último, habló de las sectas satánicas y les explicó el peligro de pertenecer a ellas. Les llegó al alma cuando trató el hecho de sacrificios de animales, los cuales tienen el mismo derecho a vivir que los humanos, y que sufren mucho antes de morir en esos sacrificios.

 El tercer paso fue la reunión con los padres de aquellos jóvenes, para instruirlos sobre la manera de actuar en adelante.

El viernes siguiente, después de celebrar la misa de las 6:00 p.m. el joven sacerdote se situó en un lugar apropiado para, sin ser visto, mirar la casa de Harry. Para cumplir su objetivo utilizó unos binoculares. Esperó bastante tiempo; pero, por fin, vio cuando salió de su casa. Inmediatamente se dispuso a seguirlo. El muchacho caminó hasta salir de la población e internarse en el bosque. Volteaba a mirar a cada momento, pero el padre Evaristo fue muy cuidadoso. Un momento después, llegó hasta una gran piedra. Volvió a mirar para comprobar que nadie lo había seguido; luego la rodeó, descargó una bolsa que llevaba a la espalda, la dejó sobre la piedra y se sentó a esperar.  Evaristo dio un rodeo y se subió a uno de los árboles para mirar desde allí todo lo que ocurría. Luego llegaron algunos jóvenes. Se saludaron y dándose cuenta de que no vendrían más, comenzaron la sesión, guiados por Harry. Empezaron con rezos invocando a Satanás, luego unos cánticos. Enseguida, hizo su entrada una mujer vestida de rojo. Llevaba una máscara simulando una calavera y comenzó a bailar al compás de la música. La mujer se retorcía voluptuosamente y se acariciaba el pecho, las caderas y las piernas. De cuando en cuando levantaba su falda. Luego Harry subió a la piedra y levantó ambos brazos.

_ ¡Silencio!

Enseguida, abrió la bolsa y sacó de allí una gallina sujetándola de las patas. Extrayendo un cuchillo, pronunció unas palabras de ofrenda. La mujer llegó con un recipiente estilo cáliz, lo levantó con ambos brazos y lo colocó debajo de la cabeza del ave. Harry le lanzó un tajo, haciendo que la cabeza volara hacia un lado y la sangre comenzara a manar dentro del cáliz. La mujer dijo unas palabras y lo ofreció a Harry quien dejó a un lado el cadáver de la gallina y bebió un sorbo. Luego lo recibió para hacer lo mismo y lo hizo circular por el ruedo de jóvenes para que bebieran aquel rojo líquido. Antes de terminar la sesión, el padre Evaristo se retiró con todo el sigilo, para evitar ser descubierto, y siguió su camino rumbo al pueblo.

Después de tomar la cena, miró un rato la televisión y se fue a su alcoba. Se recostó sobre la cama sin desvestirse. Parecía que esperaba a alguien. Apagó la luz y se dirigió hacia una de las esquinas de su alcoba, a los pies de la cama. En unos instantes, el leve sonido de la puerta al abrirse, le indicó que la persona había llegado. Ya con sus ojos, un poco acostumbrados a la oscuridad, distinguió la silueta de Harry, con un cuchillo en la mano. Avanzaba hacia la cama. Levantó el cuchillo y lo descargó con furia sobre ella. En ese instante, la luz de la alcoba se encendió y se escuchó la voz del padre Evaristo:

_ ¡Detente, demonio! –Y colocó como escudo la cruz que tenía en una de sus manos- Te ordeno que abandones el cuerpo de este joven y te largues al lugar de donde saliste.

_ “¡No lo conseguirás!” –Respondió una voz cavernosa-

_ ¡Claro que lo conseguiré! –Dijo mientras se acercaba poco a poco al muchacho- ¡Te ordeno que salgas de su cuerpo! ¡Deja en paz a este joven! ¡Suelta ese cuchillo, Harry!

El muchacho levantó el brazo armado trazando un círculo con el fin de atacar al padre, quien por evitar el ser herido, saltó hacia atrás, cayendo al piso. La cruz salió por el aire  lejos de él. El demonio, en el cuerpo de Harry, soltó una tremenda carcajada y se dispuso a atacar. En ese momento, la puerta de la alcoba se abrió.

_ ¡Apártate de él, demonio!

 Era el padre Demetrio quien entraba a unirse a la lucha.

El padre Evaristo se levantó y saltó a tomar la cruz.

_ ¡Estás perdido! –Exclamó-

 Al verse rodeado, Harry soltó el cuchillo y, tratando de cubrirse la cabeza, se sentó en el rincón detrás de la puerta. En unos segundos, una especie de humo salió del cuerpo del muchacho y se escurrió por la ventana. Harry abrió los ojos, volteó a mirar a todas partes y dijo:

_ ¿En dónde estoy?

El padre Evaristo se acercó al joven y le colocó la cruz sobre su cabeza.

_Estás en mi casa. Levántate. Ya estás libre. El demonio ha abandonado tu cuerpo. Ven, vamos a tu casa. Tu mamá te espera. Tenemos que, juntos, dar gracias. Volteó a mirar al padre Demetrio:

_Gracias, padre. Su llegada no pudo ser más oportuna.

_Este demonio y yo, teníamos una deuda pendiente. Vayan con Dios.

Doña Tulia, al verlos llegar sonrientes, se puso feliz y le agradeció al padre Evaristo.

_Mañana quiero reunirme con todos los jóvenes del pueblo, y les daremos la nueva buena. Y, en la misa de hoy, informaré a los presentes lo que hemos conseguido.

A partir de entonces, “El Moral” volvió a ser un pueblo tranquilo, común y corriente.

 FIN

Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos reservados