Vieja en cafeteria 4

Victoria era una mujer cuya característica principal fue su amabilidad, su don de gentes, su generosidad, sin que le importara recibir nada a cambio. Además, la adornaba su elegancia, sin poseer una belleza que encante. Sin que haya explicación alguna, las personas de su forma de ser, en muchas ocasiones no tienen mucha suerte en el amor. Se las busca como amigas, confidentes, para “Celestinas”, coartadas, planes, pero muy pocas veces, como pareja.

 Al comienzo de sus 40, (no podría decir “primaveras”, y para no decir “inviernos”, digo: años), cuando ya creía que había perdido su boleto con el que pudiera abordar el tren del amor, se cruzó por su camino un apuesto joven, mucho menor que ella: de 28 calendarios. Tenían una cosa en común, ninguno de los dos tenía familia; habían sido hijos únicos, sus parientes ya habían fallecido. Sin mayor explicación, eso los unió mucho.

 Después de una corta relación amorosa, Victoria y Saúl, se casaron. Por supuesto, a solicitud de ella, se instalaron en la casa de su propiedad. Era una casa grande, muy bien distribuida y muy bien decorada al gusto de la mujer.  Hasta allí llevó Saúl las pocas cosas que ella le permitió, con el pretexto de que, en su casa, tenía todo. Así que él se vio obligado a malvender y regalar parte de su ropa, su televisor, enseres de alcoba, sala, cocina y estudio, con excepción de su escritorio.

 La mujer era exageradamente complaciente, cariñosa y cuidadosa con todo lo relacionado con su marido. Con respeto, ternura y amor, no permitía un cambio en la distribución de todos los elementos de la casa, especialmente, en su cocina. Saúl siempre encontraba todo a “punto”. Sin embargo, para sus adentros, tenía que reconocer que tanto orden y exactitud, lo hacía sentirse como si fuera un robot, y eso lo ponía mal.

Así siguieron casi 15 años de “feliz” matrimonio. Cuando Victoria cumplió los 52 años de edad, de acuerdo con las leyes de entonces, logró completar la edad y el tiempo de servicio para pensionarse. No tuvieron hijos y, para compensar de alguna forma la necesidad de una compañía, habían comprado una perrita raza “labrador”, que ya llegaba a los 9 años. Entre las dos, había nacido un amor inconmensurable. Con muy pocas excepciones, no había lugar en donde Victoria estuviera, que no lo hiciera “Linda”, la perra. Solamente en las noches, se quedaba en la hermosa casa de madera que le habían mandado construir, en el patio. En general, en aquel hogar, reinaba muy buena armonía.

Un día, el ama de casa se sintió mal. Al llegar su esposo, la encontró en el diván de la sala arropada con una manta.

_ ¿Qué te sucede, mi amor?

_Creo que son achaques de la edad. Siento mucho frío y una opresión en el pecho. Pero no te preocupes. No es nada de cuidado. Un resfriado común. Mañana ya estaré como nueva. En la cocina está tu cena. Ve y la metes al micro ondas y la traes. Yo no quiero comer.

_Te puedo preparar leche caliente o una limonada…

_No. No quiero nada. Ve por tu comida y luego me acompañas a la alcoba.

 Regresó con la cena ya calentada. Mientras comía, le dijo:

_Mi amor, siempre te he dicho que sería muy bueno contratar a una persona que te ayude en las labores del hogar.

_Ya sabes que no quiero que personas extrañas entren a mi casa. Eso se hará cuando ya no pueda valerme por mí misma.

 Al terminar su cena, llevó los platos a la cocina, los lavó y los colocó en su lugar. Luego ayudó a su esposa a irse a la alcoba.

_Ah! Mi niño adorado, pensando en todo, aquí en mi mesa de noche tengo una llave y la clave de la caja de seguridad del armario. Allí guardo todos mis papeles. Creo que es necesario que la tengas. Es bueno que leas y  conozcas todo lo que hay allí.

_Y, ¿por qué me dices eso ahora?

_Cualquier día tendría que ser.

_Mi vieja, ¿te sientes mal? ¿Crees que es necesario que llamemos al médico?

_Ya te dije que es sólo un resfriado. Claro que si mañana me siento mal, lo llamaremos… Hablando de todo, quiero hacerte unas preguntas. Como sabes, uno de los dos tiene que irse primero. No importa la edad. Entonces, quiero preguntarte: si soy yo, ¿te olvidarías de mí? ¿Volverías a enamorarte? ¿Me remplazarías?

_ ¡No, mi amor! ¡De ninguna manera! ¡El amor de mi vida has sido y seguirás siendo tú!

_ ¿Me lo prometes?

_ ¡Te lo prometo!

_Entonces, me convertiré en tu ángel guardián. Voy a cuidarte de cualquier mujer que quiera apoderarse de lo que los dos hemos construido. No permitiré que nadie venga a adueñarse de lo que es mío y tuyo.

_Está bien, mi amor, pero creo que debemos dejar de hablar de muerte. Estoy seguro de que todavía nos quedan muchos años de vida.

_ ¿Ojalá que así sea!

 Un poco después, Saúl se acostó a su lado. Cuando se dio cuenta de que Victoria estaba dormida, apagó el televisor y la luz.

 Más allá de la media noche, Saúl escuchó entre sueños que “Linda”,  la perra, trataba de abrir la puerta de acceso a la casa, aullando. Sin embargo, no le prestó atención y siguió durmiendo.

 Al día siguiente, se despertó como de costumbre. Se volteó para saludar a su esposa. Ella, aún dormía. La abrazó y le dio un beso en la mejilla. La sintió extremadamente fría. Encendió la luz de la alcoba. Victoria tenía la boca entreabierta dibujando una cadavérica sonrisa. El hombre la llamó mientras la movía del hombro:

_ ¡Victoria, mi amor! ¡Despierta!

Su cuerpo se movió desde la cabeza hasta los pies. Ya no despertaría nunca más.

El entierro se llevó a cabo en un lluvioso día. Cuando ya todo acabó, sus compañeros de trabajo fueron despidiéndose de él. Cobijados por sus paraguas, iban a buscar sus vehículos. Cada vez iba quedando más solo. Al final quedaba una sola persona: Elvira, una compañera que, además de hermosa, era de un gran calor humano.

_Te acompaño en tu dolor, Saúl. Sé cómo te sientes. –Y le dio un estrecho abrazo-.

_Gracias, Elvira. ¿Viniste sola?

_Si, y no traje carro. ¿Me puedes acercar?

_ ¡Por supuesto! ¡Vamos! –Y fue en ese momento cuando, al dirigirse al auto, Elvira preguntó a Saúl:

_ ¿Hay una mujer esperándote en el carro?

_No. ¿Por qué me lo preguntas?

_Me pareció ver a alguien sentada en el asiento izquierdo delantero.

_No. Nadie vino conmigo.

 Antes de llevar a Elvira hasta su casa, Saúl quiso tener un gesto de cortesía con ella y la invitó a una cafetería a tomar algo.  A ésto  le añadió su estado emocional: No quería llegar a su casa y sentirse desdichadamente solo, como lo dice una canción: “Como torre sin campana, como noche sin mañana, como barca sin barquero, como perro callejero, sólo con su soledad…”

 Se ubicaron en una mesa central. El mesero se acercó diligente y tomó nota del pedido de la dama; mas, cuando tomaba el del caballero, Elvira sintió la sensación de que alguien la miraba. Al volver la vista hacia un lado, descubrió a una mujer parada a poca distancia, quien sin ningún disimulo  le lanzaba una furibunda mirada. Haciendo un gesto despectivo caminó unos metros y se sentó en una mesa del fondo. Saúl se dio cuenta del susto que reflejaba Elvira.

_ ¿Te pasa algo?

_No… bueno… es que la mujer que está sentada al fondo, desde que entró me miró con odio y lo sigue haciendo. Mírala!

Cuando Saúl giró hacia el lado señalado, no vio a nadie.

_No veo a ninguna mujer.

Elvira volteo a mirar y… efectivamente, no había nadie.

_ ¡Qué raro! Juro que estaba allí.

 Después de conversar un rato, Saúl acercó a Elvira hasta su residencia y emprendió el regreso a la suya. Tenía que sacar a “Linda” a dar su paseo vespertino y darle de comer. Además, quería ver el  contenido de la caja fuerte del armario cuya llave le había hablado Victoria.

 Entró a la casa, cerrando tras de sí. Le impactó tanto silencio. El ladrido de “Linda” no se hizo esperar. Encendió las luces a su paso. Al abrir la puerta del patio, “Linda” entró desaforada buscando por toda la casa. Luego, comenzó a lanzar unos aullidos lastimeros. Saúl, entendiendo lo que pasaba por la mente del animal, la acarició diciéndole:

_Sé cómo te sientes. Igual me siento yo. Ambos la extrañamos. Nos hará mucha falta, pero debemos ser fuertes. –Ella lo miró y trató de lamerle las mejillas-. Ven, te voy a servir la comida. Le colocó su ración correspondiente. “Linda” solamente olfateo el alimento y se echó en el piso colocando la cabeza sobre su mano, muy triste. Entonces, Saúl le dijo:

_Salgamos a dar un paseo. –Tomó el collar y unas talegas para recoger los deshechos y salieron. Una hora después, volvieron a casa.

 Lo primero que hizo fue llegar hasta su alcoba y abrir el cofre personal de su esposa. Había varias carpetas. En una de ellas encontró una copia del testamento. Lo leyó. Ella dejaba todo a su nombre, con una cláusula condicional en la que manifestaba que, en caso de que Saúl contrajera nuevas nupcias, los bienes pasarían a manos de una fundación de la cual especificaba su nombre.

_ «Esto no era necesario escribirlo, puesto que nunca va a ocurrir». -Pensó-

 Sin embargo, unas son las decisiones que cada persona toma, y otras las que la vida tiene determinadas. Por naturaleza, los seres humanos necesitamos tener una compañía. Tal vez, por esta razón, la amistad entre él y Elvira, se estrechaba más y más, hasta que terminaron teniendo una relación amorosa.

Unos meses después, Saúl le propuso:

_ ¿Quieres venirte a vivir con migo?

_ ¡Me encantaría, pero como debe ser: es decir, unidos en matrimonio!

_Desafortunadamente no me es posible.

_ ¿Me puedes explicar la razón?

Le contó en pocas palabras. Ella prometió analizar la propuesta y responderle en unos días. Al fin, aceptó. No hubo ninguna ceremonia. Simplemente, ella llegó a vivir a la casa de él, llevando unas pocas cosas.

 El recibimiento no fue tan agradable: “Linda” comenzó a ladrarle furiosa; tanto, que Saúl tuvo que regañarla enérgicamente. Por fin, se calmó y fue resignada a echarse en el piso.

_Siéntate. Quieres tomar algo?

_Te acepto un tinto.

_Está bien.

En ese momento, la perra levantó la cabeza y se quedó mirando hacia la entrada principal. Luego se levantó y caminó hacia allá. En eso, la puerta se abrió lentamente como si alguien entrara y el animal comenzó a saltar muy alegre. Sólo que… no se vio  llegar a nadie. Saúl se acercó y miró hacia la calle. Luego, la cerró un tanto intrigado.

_Debió ser el viento.

 Después de tomar el tinto, vino el reconocimiento de lo que para Elvira sería su nuevo hogar. Al pasar junto a una vitrina llena de fotos, se detuvo en forma instantánea, para mirar una que le llamó la atención. La tomó en sus manos y dijo a Saúl:

_¡Mira, ella es la mujer que me miró mal aquella vez que entramos a esa cafetería!

_Ella era mi esposa.

En ese instante, a Elvira le dio la impresión de que los ojos de la fotografía acentuaran una expresión de odio. El cuadro se resbaló de sus manos como si fuera un pez. Este cayó al piso rompiéndose en mil pedazos.

_ ¡Lo siento! –Exclamó. Intentando agacharse a recoger los vidrios-.

_ ¡Espera, voy por un recogedor!

Cuando él salió, nuevamente la perra le lanzó un apagado gruñido de amenaza.

_ ¡No sabes cuánto lo siento! –Repitió cuando él volvió-.

_No te preocupes. Lo llevaré a enmarcar mañana.

 Continuaron con el recorrido. Al terminar, fueron a la cocina. Ella se sentó en la mesa auxiliar, mientras él preparaba más café.

_ ¿Puedo hacer algunos cambios?

_Desde luego. Ahora tú eres el ama de casa. ¿A qué cambios te refieres?

_No, solamente a la ubicación de algunas cosas; por ejemplo, algunos utensilios de loza, que se utilizan más, deben estar en el gabinete más cercano al lavaplatos. ¡Ven, ayúdame! Por hoy, es sólo eso.

Ya de noche, después de haber consumado su unión marital, se quedaron dormidos. Un rato después, el frío de la noche hizo que Elvira despertara; tenía las rodillas por fuera de la cama y de las cobijas. Sintió el cuerpo de Saúl exageradamente pegado al suyo, como si la cama fuera tamaño unipersonal. Además, estaba muy frío! Se volteó muy sigilosamente para pedirle que se corriera un poco. No encendió la lámpara: del exterior, se filtraba un poco de luz por las cortinas. Estiró el brazo para despertarlo moviéndolo del hombro mientras lo llamaba por su nombre. Cosa rara, al palpar el hombro, lo sintió duro, flaco, huesudo.

_ ¡Saúl! –Repitió un poco más alto. Sus ojos se abrieron mirándola con odio, mientras con voz cavernosa le decía:

_ “¡Fuera de mi casa!”

Reconoció inmediatamente aquella cara: ¡Era Victoria! Ella lanzó un aterrador grito, que provocó que Saúl preguntara asustado:

_ ¡¿Qué pasó?! –Entre él y Elvira, quedaba un espacio que éste ocupó de un salto para estar cerca de ella. El nerviosismo era tal, que no atinaba a articular palabra-.

_ ¡Espérame, voy por un vaso de agua!

_ ¡Voy contigo!

 Luego, un poco más tranquila, le comentó lo ocurrido.

_ ¿No crees que pudo ser una pesadilla?

_No. Son varias las coincidencias. Pareciera que ella no quisiera que yo esté aquí. Y no quiero dormir en esa alcoba.

_Tranquila. Dormiremos en la habitación de huéspedes.

A la mañana siguiente, mientras Saúl se bañaba, Elvira se dedicó a preparar el desayuno. Al abrir uno de los gabinetes, se encontró con otra sorpresa: La loza que había cambiado de lugar, estaba en el mismo sitio del día anterior. Cuando Saúl llegó a la cocina, ella señaló el gabinete y le dijo:

_ ¿Notas algo raro?

_ ¿Volviste a cambiar la loza?

_No. La encontré como la ves.

_ ¡No puede ser!

_Así es. No cabe duda de que están sucediendo cosas difíciles de explicar. El desayuno está listo. Pasemos a la mesa.

_ ¡Humm, Cocinas muy rico! Estuvo delicioso.

_Gracias.

_Yo lavo la loza.

_En ese caso, me voy a bañar.

No quiso tomar su baño en la alcoba principal, así que optó por utilizar el social. Al entrar, alcanzó a ver a través del vidrio semitransparente, la silueta de una  persona. Agudizó la mirada. No cabía duda: Había alguien en la ducha. Un fuerte frío envolvió su cuerpo con sólo imaginar de quién se trataba. Y el pánico la hizo gritar cuando la puerta se corrió, y salir de allí. de un salto.

Saúl subió las escaleras tan rápido como le fue posible.

_ ¡¿Qué ocurrió?! –Preguntó tratando de sostener a Elvira que se desplomaba al piso-.

La levantó en sus brazos y la llevó a la alcoba. Cuando la estaba colocando en la cama, la puerta se cerró estrepitosamente. Entonces él recordó las palabras que le diría Victoria: “Voy a cuidarte de cualquier mujer que quiera apoderarse de los que los dos hemos construido”. Un acentuado frío lo invadió. En eso, Elvira abría los ojos:

_ ¿Te encuentras bien?

_Eh… Si. aunque… ¡quiero irme!

_Pero…

_ ¡Lo siento. No voy a quedarme ni un minuto más en esta casa. Por favor, te pido que me ayudes a recoger mis cosas y de llevarme a mi casa. Esto no va a funcionar. Charlamos después.

 Más tarde, el hombre regresaba a su casa. “Linda” salió a su encuentro feliz. El, se acercó hasta la vitrina donde estaban las fotos, tomó la que se había roto y dijo:

_ ¡Perdóname, mi amor!

En ese momento unos brazos cariñosos se cerraron alrededor de su cuerpo. El hombre sintió un estremecimiento mezcla de miedo y ternura.

 FIN

 Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos reservados.