Taxi

Aquel viernes, Andrea, una joven estudiante de la Universidad del Cauca, Sección Nocturna, ubicada en la hermosa ciudad de Popayán, había terminado sus clases a las nueve p.m. Inmediatamente se dirigió hacia la estación de buses intermunicipales, para viajar al pueblo cercano de Timbío, lugar en donde vivía, y que está situado al sur de Popayán. Para entonces, no existía el “Terminal de Buses” de la actualidad.

Cuando llegó,  lentamente salía uno, con el ayudante parado en la puerta delantera.

_Para Timbío? –Preguntó la joven-

_Siga. –Respondió el hombre distraídamente-.

Andrea buscó un asiento y se instaló en él. El conductor del bus, siguió su ruta tratando de cazar algún pasajero en la vía, con la esperanza de llenar el cupo.

El cansancio y el calor, contribuyeron para que la joven cerrara los ojos y comenzara a adormecerse; sin embargo, después de haber andado un rato, el subconciente le dijo que algo no andaba bien, y se despertó cuando ya el bus alcanzaba las últimas casas de la ciudad. Al reconocer el sitio, se levantó de la silla con rapidez, gritando:

_¡Oiga, señor, pare!

_Se queda por aquí?

_¡Le pregunté si iba para Timbío y usted me contestó que si, y ésta es la ruta para Cali!

_Ah! Disculpe.

Se bajó entre la penumbra de la noche y cruzó la solitaria calzada para tomar otro bus de regreso. El lugar en donde estaba era muy peligroso. El miedo se iba apoderando de su estado de ánimo. En ese momento, escuchó la voz de alguien que decía:

_¡Miren, muchachos, llegó el pedido!

Era uno de los malandrines ubicados en la esquina de la última casa, esperando el paso de alguna persona para hacer de las suyas, aprovechando la oscuridad y la soledad del lugar. Todos se levantaron y comenzaron a acercarse por el otro lado de la vía, diciéndole palabras que intensificaban el nerviosismo de la joven:

_¡Mamita, vamos a pasar un rato muy agradable! ¡Ya lo verá!

El pavor que sentía le impedía correr. Las lágrimas rodaban por sus mejillas. Ya sólo la separaban unos cuantos metros, cuando las luces de un vehículo aparecieron por su lado.  La muchacha levantó la mano agitándola con desesperación. Era un taxi y se detuvo justo a su lado. El conductor abrió la puerta trasera y la joven se subió de prisa. El  taxista emprendió su carrera tan rápido como le fue posible.

_¡Señor, no sabe cuánto le agradezco!

_No se preocupe, señorita. ¿A dónde quiere que la lleve?

_Por favor, lléveme a la estación de buses. Tengo que viajar hasta Timbío. El último bus sale a las 10:30.

_Mi casa está a dos cuadras de allí. Creo que alcanzaremos a llegar. Lástima que nuestra ciudad se esté volviendo peligrosa.

_Si. Así es.

El conductor era un hombre que pasaba de los sesenta años, aunque todavía se veía fuerte.

En mi tiempo, la situación era diferente. Había respeto…

Andrea no podía evitar el escuchar la voz del hombre cada vez más lejana, a medida que el sueño se iba apoderando de ella. En un momento estaba profundamente dormida. De vez en cuando, por causa de algún bache, entreabría los ojos y volvía a quedar envuelta entre la bruma de los sueños.

Así siguió el viaje. Inesperadamente, el taxi paró. Ella, entre dormida y despierta, pensó que estaban frente a un semáforo o ante un pare, esperando a que pasara otro vehículo, mas no era así. El taxi no siguió su marcha. Entonces despertó sobresaltada. Se ubicó rápidamente y miró a su alrededor… Pero, al mirar vacío el interior del carro, se preguntó…

_ «¿En dónde está el conductor?  Y… ¿qué es ésto?»

El taxi estaba totalmente en ruinas: la puerta de la gaveta, colgaba en un lado; del lugar en donde alguna vez había existido un pasacintas, asomaban varios cables. El olor era a “viejo”.  Miró hacia la calle. Muy cerca del auto estaban parados un hombre y una mujer junto a una tienda, y la miraban. Ella abrió la puerta y salió del vehículo. Se acercó a la pareja y les preguntó:

_¿Ustedes saben en dónde está el conductor? Necesito pagar le la carrera.

_¿El conductor? Excúseme, ¿se encuentra bien?

_¡Por supuesto!

_Pero, ¿se da usted cuenta de dónde sale? Mire el taxi. –La joven volvió la cabeza: el taxi tenía las llantas desinfladas y el pasto había crecido por debajo. A simple vista parecía que llevaba mucho tiempo sin moverse.

_No lo entiendo. Un señor acaba de traerme hasta este sitio en este momento. Lo que pasa es que me dormí y…

_Mire, niña, al conductor lo mataron hace un año en la entrada a Popayán, viniendo de Cali. Desde ese tiempo aparcaron el taxi aquí y no se ha movido. Está en sucesión. Así que nadie pudo haberla traído en él.

_Bueno, gracias… Permiso. –Dijo Andrea, miró su reloj y caminó a tomar el bus con un enorme signo de interrogación escrito en su mente.

FIN

Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos reservados