El Picaflores

Quiero advertir que, esta tenebrosa historia que ocurrió en el Barrio San Jorge de Bogotá y algunos barrios cercanos,  por allá en el año 1978, puede ofender la sensibilidad de algunos lectores.

En aquel año y sector señalados anteriormente, habitaba un homosexual apodado “El Picaflores”, quien se caracterizaba por odiar a las mujeres hermosas y de exuberantes cuerpos, lo que lo llevó a cometer varios homicidios. Su método de ataque era el de esperar a jóvenes mujeres, estudiantes o empleadas, que por alguna razón, llegaban a sus hogares después de las nueve de la noche, seguirlas hasta que, en el momento que consideraba oportuno, las sometía obligándolas a seguir hacia algún sitio solitario.

 El primer caso sucedió una noche oscura cuando, cerca de donde se hallaba “El Picaflores», se detuvo un bus urbano. De él descendió una hermosa mujer que no superaba los 20 años. La joven miró a lado y lado y empezó su camino cruzando por la primera esquina. Detrás de ella, al mismo ritmo, caminaba el individuo.

 Seguramente, por acortar la distancia, se adentró por un pequeño parque. El hecho, facilitó las cosas para su perseguidor. Se apresuró hasta ella empuñando un enorme y afilado cuchillo. Rodeó su cuello con el brazo izquierdo, mientras con el derecho le enseñaba su amenazante arma.

Antes de que pudiera gritar, le advirtió:

_¡No grite! Así, todo será más fácil para los dos.

Acto seguido, se dedicó a desapuntar los botones de su blusa, dejando al descubierto sus brassieres.

Con toda calma, introdujo la punta de su cuchillo por debajo de las tiras de su costado y las cortó. Enseguida retiró la prenda de la asustada mujer y la lanzó al suelo. Sus senos quedaron al descubierto. La desdichada pensaba que el hombre la iba a violar. Sin ninguna consideración, aquel sicópata tomó el pezón con los dedos pulgar e índice de su mano izquierda, y lo estiró cuanto pudo.

Luego, colocó la afilada hoja por debajo del seno y lo cortó como si estuviera en una carnicería. La noche y el pequeño parque se llenaron del espantoso grito de dolor que lanzó la joven, mientras caía desmayada sobre el pasto. En seguida procedió a efectuar la misma operación con el otro seno. Cuando terminó, tomó los dos y los colocó a los lados de sus brazos, y salió corriendo disparado para perderse entre las sombras. La infeliz joven murió desangrada, y su cuerpo fue encontrado al día siguiente por vecinos que madrugaron a trotar.

Días después, se repitió otro asesinato que presentaba el mismo modo de actuar, en un sitio muy cercano al anterior. El sujeto aquel, obligaba a la víctima a caminar, mientras le decía:

_Camine hacia allá y no grite. Si hace lo que le digo, no le va a pasar nada. –Le dijo para engañarla-.

_Por favor no me haga daño. Yo no traigo plata.

_No quiero plata, y tampoco voy a violarla. Quiero otra cosa. Siga y cuando lleguemos al lugar, hablamos.

Cuando llegaron al lugar que “El Picaflores” creyó prudente, le hizo lo mismo que a la primera víctima.

La conclusión que sacó la policía, fue que los dos asesinatos, fueron cometidos por la misma persona. Desde ese momento, se envió más agentes a cuidar ese sector y sus aledaños. Sin embargo, ocurrieron otros más.

Elba, era una joven extremadamente hermosa y estaba en esa edad frondosa de la vida. Había conseguido su primer trabajo y su jornada terminaba a las ocho y media p.m. Vivía con dos hermanos. Hacía algún tiempo desde que habían sufrido la  pérdida de su padre, y pocos días antes, la de su madre.

En aquella fría noche, caminaba hacia la casa tratando de llegar lo más rápidamente posible. Deseaba que ya sus hermanos estuvieran esperándola con un café caliente y una deliciosa cena. Iba por la avenida principal muy cerca ya a la esquina por la que tenía que doblar. Lo que no sabía, era que en la entrada de un antejardín sin terminar, la acechaba “El Picaflores”. Al sentir los tacones, éste se adentró un tanto  y, apenas la joven pasó, la rodeó de la misma forma como lo hizo en los anteriores casos. El susto fue muy intenso y le produjo tembladera en las piernas que casi se negaban a sostenerla.

_No grite y así no le haré ningún daño. –Dijo ya por costumbre-

_No, no voy a gritar. Pero, por favor, no me ajuste tanto que no puedo caminar.

El personaje, aflojó un poco la presión, y la joven, sin poderse explicar de dónde sacó fuerzas, lo empujó con los codos y se lanzó en veloz carrera, seguida por el asesino, quien acortaba la distancia entre los dos a cada paso. De pronto, una voz fuerte, le dijo:

_ ¡Déjala!

Quien habló, era un hombre alto, delgado y muy elegantemente vestido, que no se supo de dónde salió. Miraba al “Picaflores” profundamente mientras caminaba paso a paso hacia él. El asesino paró en seco tomando una posición amenazadora, blandiendo su cuchillo para atacar al hombre. Este se detuvo muy cerca. El brazo armado del asesino se lanzó para asestar una mortal puñalada. Más, con el impulso tomado, pasó por todo el centro del hombre, yendo a caer de cara sobre el suelo. La joven al ver la escena, sufrió un colapso nervioso tan intenso, que no pudo evitar desmadejarse para caer al piso; sin embargo, el hombre estuvo a su lado para sostenerla. “El Picaflores” comprendió que se las estaba viendo con alguien fuera de lo real, y aprovechó este momento para pararse y salir corriendo.

 La muchacha, como entre sueños, escuchó una voz reconfortante que le decía:

_ “No te preocupes, mi amor. Aunque no me veas, estoy a tu lado para protegerte en lo que me sea permitido”.

 Más tarde, Elba narraría a sus hermanos lo ocurrido, y cómo, después de haberse desmayado, inexplicablemente se encontraba a una altura mirando su cuerpo desvanecido en el suelo, y cómo fue bajando para compactarse con él. En un instante recobró el conocimiento y se levantó para irse a casa sana y salva. Al llegar a buscar su café caliente y su deliciosa comida, se encontró con que sus hermanos no habían llegado aún. Se le olvidó el frío y el hambre y se fue a la cama. Sin desvestirse, se recostó y quedó dormida. De pronto, y sin poder asegurar si fue un sueño o realidad, entre dormida y despierta, escuchó la voz de su madre que decía:

_ “Pobrecita. Menos mal que pudiste protegerla”.

_ “Si”.

En ese estado de somnolencia, abrió los ojos y distinguió juntos, parados al filo de su cama, a su madre y su padre, quienes la miraban sonrientes. En ese instante, escuchó la llave de la entrada de la casa. Eran sus hermanos que regresaban después de comprar la cena ya preparada.

_Acá estoy! -Dijo-

En ese instante se sintió embargada por un sentimiento de alegría y, sin poder evitarlo, se soltó en un incontenible llanto. Al escucharla, ellos apresuraron el paso para  llegar hasta donde estaba su hermana.

_Qué sucede?

Ella trató de calmarse y empezó a narrar lo acontecido.

_Estás segura de haber escuchado esa conversación entre los dos, así como las palabras que te dijo cuando te iba a atacar el «Picaflores»?

_Si, pero cuando desperté, en ambas ocasiones, ya no estaba allí.

_¿Y quienes crees que eran?

_Nuestros padres, con toda seguridad.

Dos noches después, una joven caminaba lentamente, con la cabeza un poco agachada, por el mismo sitio en donde “El Picaflores” cometiera el primer asesinato.  De pronto, desde la parte posterior de una columna, salió el asesino y comenzó a seguirla. Ella dirigía sus pasos directo hacia el parque; mas, lo que aquel ignoraba, era que dos agentes en traje negro, de civil, lo estaban siguiendo muy sigilosamente. Al ver aparecer a la chica, extremaron su cuidado acercándose más de prisa. Cuando la joven entró a la zona verde, inesperadamente se volvió para encarar al asesino. Tenía la parte delantera del torso descubierta, pudiéndose apreciar las inmensas heridas que todavía manaban sangre. Ya sus senos habían sido mutilados. El delincuente se detuvo en el acto y comenzó a retroceder, mientras la joven caminaba hacia él. Los policías se miraron como intuyendo que habían llegado tarde. La expresión de terror en la cara del asesino, hacía pensar que había reconocido a su primera víctima. El susto se apoderó de todo su ser, y le hizo lanzar un grito aterrador. Trató de correr, pero en ese momento llegaron los agentes.

_¡Quieto! –Le ordenaron apuntando sus armas-.

El asesino lanzó su cuchillo contra uno de ellos, hiriéndole en el brazo. Inmediatamente su compañero disparó impactando varias veces el cuerpo del “Picaflores”, quien cayó muerto. Inmediatamente se acercó a ayudar a su compañero herido. Por ventura, la herida no fue muy grave. Tomó su pañuelo y lo vendó.

_Oye, y ¿dónde se metió la muchacha?

El policía miró a todas partes.

_Alla va.

_Alcanzaste a ver que tenía herido el pecho?

_Me di cuenta de que tenía los senos cortados.

_¿Y cómo puede caminar tan tranquila?  ¡ven, vayamos a auxiliarla!

_ ¡Señorita! ¡Por favor, espere!

Mas, ante su mirada, su figura empezó a diluirse entre las sombras, dejando a los pocilías sin poder articular palabra. Unos minutos después, uno de ellos preguntó:

_ ¿Me podrías explicar lo que sucedió?

_No podría hacerlo, puesto que no lo entiendo. Lo que si te puedo decir es que fue aquí en donde se encontró la primera joven asesinada.

_¿Quieres decir que…la joven… era…?

_No me atrevo a asegurar nada.

Desde ese tiempo, hay quienes cuentan que en avanzadas horas de la noche, se escucha en ese parque, unos desgarradores gritos de dolor, y no falta quien asegure haberse encontrado con una mujer caminando delante, quien de pronto se vuelve, dejando a la vista su pecho ensangrentado. ¿Falso o cierto? No puedo asegurarlo. A veces la gente inventa o exagera. Sin embargo, personalmente, no desearía pasar por allí para comprobarlo.

 FIN

Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos de autor reservados