Cuando Gisela recibió el comunicado en el cual le informaban que había sido aceptada para iniciar su carrera en aquella universidad, se sintió embargada por la dicha. Aunque sus padres se sintieron preocupados, le dieron todo su apoyo moral y económico hasta donde sus recursos les permitían. Procedía de una región muy distante de la capital, y era la primera vez que venía a la inmensa ciudad; por tanto, no conocía a nadie. Unicamente tenía la dirección de la casa en donde le arrendarían una habitación, según la charla que había sostenido con la dueña, y que había conseguido en el periódico.
Salió del terminal para tomar un taxi. La fila que tenía que hacer era larga. ¡Qué gran diferencia con su pequeña ciudad! Tendría que acostumbrarse. El encargado de asignar el taxi le entregó el desprendible en el que estaba anotada la dirección que le había solicitado y el precio que debía pagar. Una hora después, llamaba a la puerta.
_A la orden. –Dijo una mujer madura-
_Soy Gisela. Hablamos hace unos días por teléfono para lo del arriendo de la pieza.
_¡Ah! Si, si. Bienvenida. Yo soy Rosaura. Acompáñeme. La habitación está en el tercer piso. Como le dije, es una alcoba grande y cómoda, con baño privado y una pequeña cocina. Le va a gustar. En esta casa se va a sentir como en familia. Sólo vivimos: mi marido y yo. Ah! Y mi mamá que ya está muy vieja y enferma. Hace poco sufrió un derrame cerebral y perdió el habla. Venga para que los conozca y luego subimos a su alcoba. A propósito, el alquiler se cobra por adelantado.
En el pasillo del segundo piso, sentada en una poltrona, estaba doña Luisa, su madre. Aunque no hablaba, escuchaba perfectamente.
_Mamá, ella es Gisela. Viene a vivir con nosotros.
_Mucho gusto, señora. –Dijo la joven. La anciana la miró y dibujó una sonrisa en su boca que más parecía una mueca.
_Se llama Rebeca. ¡Isaías! –Llamó Rosaura-.
El hombre apareció con desgano en la puerta de la habitación matrimonial, mas, al ver a la hermosa joven, se le iluminaron los ojos y se dirigió a ella con la mano extendida.
_Mucho gusto y bienvenida. Soy Isaías. Para servirla en lo que pueda.
_Gisela. Muchas gracias. –Respondió ella retirando su mano.
Una vez en su alcoba, se dio una ducha caliente y se cambió. Luego miró hacia la calle para familiarizarse con su nuevo entorno. Enseguida desdobló un mapa de la ciudad y ubicó su universidad. Para su fortuna, no quedaba lejos y podría ir caminando. Al día siguiente tendría que matricularse. Un rato después, salió con el fin de comer algo.
Y llegó el primer día de clases. A media tarde, entraba a la casa. Se cruzó con Isaías quien la saludó muy atento. En el pasillo, como siempre, sentada mirando sin atención, permanecía Rebeca.
_Buenas tardes, señora Rebeca –saludó la joven obteniendo como respuesta un leve movimiento de cabeza y la mueca por sonrisa-.
Subió habitación muy optimista, seguida por los golosos ojos de Isaías. Ordenó los pocos útiles que había comprado. Al terminar el día, salió a comer. Regresó, se encerró en su alcoba y encendió el televisor. Antes de irse a la cama, se desvistió y entró a darse un baño. No se imaginaba siquiera, que Isaías tenía pegada la oreja en su puerta. Al abrir la llave de la ducha el hombre se sonrió. Buscó en un pequeño maletín que colgaba de su hombro, una llave que introdujo en la cerradura; suavemente abrió la puerta. Entró con todo el sigilo caminando con “pies de gato” para dirigirse al baño. Empujó la puerta unos centímetros, para ver el escultural cuerpo de Gisela a través del vidrio separador, cubierto por el vapor. Cuando ella cerró la llave, Isaías se retiró y se metió debajo de la cama con todo el cuidado. Ella salió envuelta en una toalla. Se agachó a tomar su pijama que tenía bajo la almohada, se desprendió la toalla y se la colocó. Enseguida tiró la toalla encima del espaldar de una silla y se metió entre las cobijas. Apagó la luz.
Isaías esperó pacientemente debajo de la cama. Cuando escuchó la respiración uniforme de la joven, salió lentamente de su escondite, sacó una pequeña linterna, un frasco y un pañuelo del maletín, encendió la linterna con la luz hacia la pared contraria, desenroscó la tapa y aplicó el pañuelo a la boca del frasco, humedeciéndolo un poco. Lo guardó en su maletín después de taparlo y se agachó sobre la chica para acercarlo a su nariz por un instante. Luego lo acercó hasta cubrirle boca y nariz. Ella movió la cabeza con cierta fuerza y siguió totalmente dormida. El hombre encendió la lámpara de la mesa de noche y apagó la linterna. Tomó de su maletín un preservativo y lo dejó sobre la mesita. Quitó las cobijas de la cama y se dispuso a cumplir su objetivo: Acceder a su cuerpo.
Había diseñado su plan para salir de la alcoba antes de que la joven despertara. Sin embargo, no contaba con que lo hiciera tan pronto. Cuando ella abrió los ojos, el hombre se asustó. Lo primero que se le ocurrió fue cubrirle la boca con sus manos, mas, cuando ella comenzó a forcejear, él tomó la almohada y se la colocó con fuerza sobre la cara. Quería hacerle perder el conocimiento; así que, cuando la joven dejó de luchar, él la retiró. Colocó sus dedos sobre el cuello para comprobar su estado: Se llenó de pánico al comprobar que su corazón no latía. Probó en la muñeca. Nada. Pensó rápidamente y la envolvió en la sábana. El corazón amenazaba con salírsele por la boca. Abrió la puerta y se asomó. No había ninguna luz encendida. Volvió y la levantó en sus brazos. Bajó las escaleras con mucho cuidado. Sin embargo, desde la oscuridad de su alcoba, los ojos de su suegra seguían todos sus movimientos.
Llegó hasta el garaje y cerró desde dentro. Colocó el cuerpo en el piso, abrió el baúl de su carro, metió el cadáver y cerró. Abrió sin hacer ruido la puerta hacia la calle. Subió a su vehículo, le quitó el freno y lo dejó rodar hacia afuera. Cerró el garaje. Enseguida bajó el vidrio lateral y agarrándose del volante, lo empujó haciendo esfuerzo por enderezarlo. Unos metros lejos de su casa, arrancó y condujo hasta las afueras de la ciudad. Dobló por una carretera destapada, apagó las luces y bajó el cuerpo en brazos. Se adentró un poco en la zona verde y lo dejó sobre el pasto. Luego volvió hasta su casa. Entró el carro en el garaje, subió hasta la alcoba de Gisela, mas, se tensionó al comprobar que la lámpara ya estaba apagada.
Rosaura, sólo hasta el fin del día se dio cuenta de la ausencia de Gisela y lo comentó a la hora de la cena:
_Parece que Gisela se levantó muy temprano porque no me di cuenta de la hora en que salió. Y esta es la hora en que no ha llegado.
_Ya es una mujer hecha y derecha y sabrá lo que hace. –Dijo el marido-
Sin embargo, su suegra, levantó su cabeza y le dirigió la mirada con ojos que parecía que lanzaban chispas.
Pasaron los días y de la estudiante no se volvió a saber nada. Isaías fue muy cuidadoso en sacar todos sus objetos personales y votarlos en bolsas de basura por diferentes sitios de la ciudad.
_Qué niña tan desagradecida. –Criticó Rosaura-. Por lo menos hubiera dicho que no le gustaba la habitación. Ahora me tocará poner otro anuncio.
_¡No te quejes, que recibiste un mes completo de arriendo por sólo pocos días!
Hasta cierta parte, la historia se repitió. El aviso fue visto en su pueblo natal por los padres de Ada, una hermosa adolescente que quería terminar su bachillerato en un colegio de clase en la capital, para de allí, pasar sin problemas a la universidad. El sitio en donde estaba ubicada la casa era estratégico. De tal manera que hablaron con la dueña, doña Rosaura, y tomaron la habitación. Padre y madre, llevaron a su hija hasta la casa para dejarla bien instalada.
_Se la recomiendo mucho, doña Rosaura. –Dijo Rodrigo- Estaremos llamando y visitándola frecuentemente.
_Yo también le pido que me la cuide mucho. –Añadió Salma-
_Descuiden. Aquí estará como en su casa. Pueden llamar y venir cuando lo deseen.
La niña de escasos 16 años, se despidió de sus padres. Tenía sentimientos encontrados: Por una parte, comprendía que, de ahora en adelante, comenzaba a enfrentar la vida sola. Eso le producía cierto nerviosismo y también un sentimiento de libertad. De otro lado, sentía mucho separarse de su familia. A fin de cuentas, no hay como el “Hotel Mama”. Afortunadamente, el contrato incluía la alimentación. Así no tendría que salir a buscarla. Sin embargo la inquietaba la forma en que Isaías la miraba.
Una noche, después de terminar con sus tareas escolares, se acostó muy cansada, apagó las luces y se arrebujó entre las cobijas. Se durmió enseguida. De pronto, no podría explicar el por qué se despertó inquieta. Miró entre la oscuridad y, con ayuda de la escasa luz que se colaba a través de la cortina, alcanzó a descubrir la silueta de una persona parada a unos pasos de la parte inferior de la cama. Se sobresaltó. Inmediatamente, la persona caminó hacia la cabecera colocando el dedo índice sobre su boca. La niña se incorporó sobre el espaldar al descubrir que la mujer era doña Rebeca. Según el gesto, parecía que quería decirle algo.
_¿Qué hace usted aquí? –Preguntó-.
La anciana mujer se agachó y, haciendo un descomunal esfuerzo, le dijo:
_“Va…ya…se… de… aquí. Co…rre…pe…li…gro”.
_¿Por qué me dice eso?
_Vá…ya…se pron…to. –Contestó y salió de la alcoba despacio. Cerró la puerta. Sin embargo, alguien la estaba esperando:
_¡Isa…í…as!
El hombre le respondió en voz muy baja:
_¡Ah! La bruja muda aprendió a hablar!
Enseguida la tomó de un brazo y la obligó a caminar hacia las escaleras y la empujó sin piedad. La pobre vieja rodó hasta caer al segundo piso. El hombre bajó hasta allí en el mismo momento en que Rosaura salía de su alcoba. Encontró a su esposo inclinado sobre ella.
_¡Mamá! ¿Qué pasó? –Preguntó a su esposo al verlo junto a su madre-
_Parece que rodó desde el tercer piso. Yo estaba abajo en la cocina buscando un poco de leche para calmar esta acidez, cuando escuché el estruendo.
_¡Todavía está viva! ¡Anda a traer un vaso de agua y luego llama al médico!
Al quedarse solas las dos, la anciana dijo:
_Fue… Isaías! –Y dejó caer su cabeza hacia un lado. Había muerto-
En eso llegaba su marido con el vaso de agua, pero se encontró con el cuadro de la hija llorando y llamando a su madre. En un momento levantó la mirada y le dijo a Isaías:
_Mi madre dijo que habías sido tú!
_¿Yo? ¿Yo qué? ¡Te digo que estaba en la cocina! Además, ¿cómo pudo decir eso si era muda?
_Pues, antes de morir, habló.
_Pero tú no le vas a creer, cierto?
_¡De ti puedo esperar cualquier cosa! De todas formas está muerta y hay que llamar a la policía. Tienen que hacer el levantamiento del cadáver.
_Pero no les dirás lo que ella te dijo. Te juro que no tuve nada qué ver.
La mujer no respondió y fue hacia el teléfono. Dos horas después, la sirena de una unidad de criminología se escuchó en la puerta de entrada. La casa se llenó de agentes. Uno de ellos trazó un bosquejo alrededor del cadáver de la anciana, tomó unas medidas desde donde se suponía que cayó y dibujó un esquema sobre un papel. En tanto, otro tomaba la declaración de Isaías y Rosaura. Por supuesto, ella no hizo referencia a lo dicho por la fallecida, puesto que no estaba segura de lo que la anciana quiso decir.
_¿Arriba hay alguien?
_Si, pero debe estar dormida. Es una muchacha a quien le arrendamos una alcoba.
_Pues hay que despertarla. Por favor vaya y la trae hasta aquí.
No hubo necesidad de despertarla. La niña ya estaba despierta. Rosaura entró y le dijo:
_Mira, parece que mi mamá rodó por las escaleras y murió. Aquí está la policía y quiere interrogarte.
La chica se asustó y pensó:
_“Será que creen que yo la empujé?”
Al interrogatorio de la policía respondió que se encontraba dormida y que no tenía conocimiento de lo sucedido. Se llevaron el cadáver para realizar los análisis correspondientes y determinar la causa de su muerte.
_Será mejor que ninguno de ustedes salga de la ciudad hasta que se termine la investigación.
Otra noche, el “modus operandi” de Isaías se repitió. Se levantó pronto de la mesa diciendo:
_Me excusan, me retiro. Voy a alistar unos documentos que tengo que ir a entregar en un rato.
Subió a su alcoba, salió con su maletín colgado al hombro y se desvió hacia la habitación de Ada. Se metió bajo la cama y espero pacientemente a que ella llegara y se acostara. Cuando supuso, por el ritmo de su respiración que ella ya dormía, salió y alistó lo necesario para drogarla. En ese instante, la voz escabrosa que escuchó a sus espaldas en medio de la penumbra, lo hizo pegar un brinco de terror:
_ “¿Qué haces, Isaías?”
Giró de inmediato para encontrarse con la presencia de su suegra quien lo miraba como si sus ojos lanzaran fuego.
_ ¡Vete! ¡Tú estás muerta! ¡Sólo son figuraciones mías!
Al decir esto, Ada se despertó y al ver a Isaías cerca de ella lanzó un grito espeluznante que se extendió por toda la casa.
En eso, desde una de las esquinas de la alcoba se escuchó otra voz seca que decía:
_ “¡Isaías!
_¿Tú? ¡Tú también estás muerta, Gisela! ¡Estás muerta! ¡Yo te maté! ¡Yo las maté a las dos!
En ese instante, la luz de la alcoba se encendió. Rosaura había accionado el interruptor.
_¿Con quién hablas? ¿Me puedes explicar qué haces aquí?
_¡Mira, son tu madre y Gisela. Pero ellas están muertas!
_Yo no veo a nadie. Pero, te alcancé a escuchar cuando decías que tú las mataste a las dos. Eso tendrás que repetirlo a la policía. Y bajó veloz la escalera hasta la sala, para llamar a la policía. El hombre intentó seguirla, pero Gisela estaba entre él y la puerta.
Isaías fue llevado preso. La policía le relató que habían encontrado al cadáver de una joven que hasta ahora la tenían como NN. Al ver las fotos, Rosaura la reconoció como Gisela. Ada habló con sus padres y éstos prefirieron alojarla en una “Residencia para Señoritas” dirigida por monjas.
FIN
Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos reservados