Viejo tercera edad

Pablo, Santiago, Jaime y Nicolás, eran de esos amigos entrañables que conformaban un grupo para compartir sus alegrías y sus penas, para estar juntos en las buenas y en las malas. Esa amistad había surgido en la empresa donde laboraron hasta cumplir el tiempo necesario para pensionarse. Uno a uno fue cumpliendo su tiempo y edad para retirarse. Pablo, el más veterano, fue el primero del grupo en salir. Su despedida fue celebrada por todos los compañeros. Era la costumbre con cada uno de los que salían. Cuando ya los cuatro estaban por fuera, acordaron reunirse el siguiente viernes,  el el «Café-Bar El Ocaso», un sitio al que le habían colocado un nombre acorde con el objetivo de los propietarios: captar la asistencia de adultos mayores, en donde pudieran disfrutar de música del recuerdo, como boleros, baladas, tangos, pasillos y bambucos, es decir, de la música que en este tiempo ya no colocan en las emisoras. Se jugaba a las cartas, parqués, ajedrez y, como algo excepcional, la venta de licor era limitada. No se admitía borracheras.

En la primera reunión, Pablo, les dijo:

_ Amigos, ahora es cuando vamos a comenzar a vivir la vida. Les propongo que cada viernes nos encontremos aquí para planea nuestras actividades. Ya no tenemos que cumplir horarios, así que ¡A disfrutar!

Organizaban paseos, caminatas, viajes, etc. A los eventos que se podía, invitaban a sus esposas. Pero, entre todas sus actividades, la principal era la infaltable reunión semanal.

 Cada uno de ellos, esperaba con ansias la llegada del viernes. Era una de las cosas que les alegraba la vida. Recordaban anécdotas, contaban chistes, criticaban a todo el mundo, pero sólo con el ánimo de reírse. Hablaban hasta de la muerte y siempre quedaba en el aire la pregunta: ¡Quién de nosotros será el primero en irse?

_ Si soy yo, vendré a acompañarlos todos los viernes para escucharlos decir sus barrabasadas, reírme de ellas y tomarme un trago con ustedes. –Dijo Nicolás-

_ Tan romántico. En cambio, si me toca a mí,  –añadió Santiago- vendré a arrastrarlos de las patas. (Por no decir de las… Bueno! de otra parte!

_Ja ja ja –Rieron todos.

_Por mi parte, les aconsejo: -dijo Jaime- no salgan de noche solos al baño, porque les pegaré un susto macabro.

Nueva risotada por parte de todos.

_En mi caso, como los aprecio tanto, vendré a llevármelos conmigo al infierno! Ja ja ja ja. –Agregó Pablo-

Una noche de viernes, llegó Santiago, miró desde la puerta del café-bar y, al no ver a nadie, se quedó en la acera, frente a la entrada. Unos minutos después, apareció Pablo frotándose las manos una con otra.

_Hola, Santiago! Qué frío tan tremendo! –Dijo estirándole la mano.

_Qué tal, Pablo. Creo que debemos entrar e irnos calentando.

Al paso de unos cinco minutos, entró Jaime saludando a los otros.

_No ha llegado Nicolás?

_No todavía, pero creo que no tarde.

_Señores, buenas noches. Bienvenidos. –Dijo el mesero acercándose de una vez con la botella y las cuatro copas; las distribuyó y llenó las cuatro. Al darse cuenta de la silla vacía, preguntó:

_Y, don Nicolás?

_Ya vendrá. Deje la copa así.

_Bueno, ¡a su salud! –Brindó Pablo-

La charla comenzó, pero todos ellos miraban de cuando en cuando hacia la entrada.

_Hola, Nicolás está tardando mucho. Creo que voy a llamar a su casa. -Camino hacia el teléfono dentro del local. Quien respondió fue la esposa-.

_Leonor, ¿cómo estás?

_Hola, Santiago. Muy bien. Gracias.

_Dime, ¿Nicolás?

_Pensé que ya estaría con ustedes. Salió hace un rato.

_Entonces, ya llegará. Hoy te lo vamos a enviar bien borracho.

_Ja ja ja. Mentiroso.  Yo sé que ustedes no se emborrachan nunca. Adiós.

Siguieron con su tertulia. En un instante y en forma inexplicable, la silla vacía se corrió hacia atrás, sola. Los tres presentes la miraron con extrañeza.

_Y ¿eso? –Preguntó uno de ellos. Los otros dos se quedaron callados.-

Acto seguido, un intenso aroma de colonia se esparció en el ambiente.

_Vaya, pero alguien se aplicó lo que quedaba del frasco.

_¡Esa es la colonia que usa Nicolás! –Explicó Jaime-

Se miraron entre sí sin saber qué decir.

_¡Qué frío tan extraño!

_Si. La temperatura bajó exageradamente. O será que nos estamos poniendo nerviosos? Y, a propósito,  -preguntó Pablo- Alguien se tomó la copa de Nicolás?  Está vacía.

Dirigieron la mirada hacia ella.

_¿Fuiste tú, Jaime? Porque yo, no. –Aclaró Santiago-

_De ninguna manera.

_Esto ya está muy raro.

En ese momento, escucharon algo similar al golpe de una palmada en el centro de la mesa como para llamar la atención. Muy claramente escucharon:

_ “Adiós, amigos”. -Era la inconfundible voz de Nicolás-

Se quedaron mudos. Todos pusieron cara de interrogación.

_¿Quién habló?

_Juraría que escuché la voz de Nicolás.

_¡Claro!

Miraron hacia el rededor, buscando a su amigo.

_Volvamos a llamar.

_Buenas noches. –Respondió la empleada-

_¿Nicolás, por favor?

_Parece que el señor sufrió un accidente. Llamó la policía y la señora salió para allá.

_Pero, ¿Qué fue lo que le pasó?

_No tengo idea.

_Y sabe hacia dónde fue la señora?

_No.

Santiago comentó el hecho a los demás.

_Creo que debemos ir hasta su casa y esperar a que llegue Leonor –Sugirió Pablo-

_Vamos!

El viernes siguiente, los tres amigos vestían de negro. Todos miraban en silencio hacia la silla vacía. No hubo chistes, ni críticas y, lo que es peor, no hubo risas.  El mesero y los clientes asiduos, los miraban con pesar, adivinando lo que ocurría.

_Creo que es hora de irnos. –Se levantaron de sus sillas-

Antes de salir, se miraron; Pablo abrió los brazos, y los tres se abrazaron. Unos sentidos sollozos brotaron de sus gargantas. Duraron así un largo rato; luego salieron sin hablar, cada uno para su casa.

FIN

Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos reservados