Casa se vende

Cuando Yesid llegó a su apartamento, Yolima salió afanosa a su encuentro; mas, al verle la cara, adivinó la respuesta de su esposo. Sin embargo, preguntó:

_No traes buenas noticias?

_No. Alcides dijo que ya tenía la casa negociada con otra persona en mucho más de la oferta que le hice,  y que ya le había dejado un dinero para “Pisar

el negocio”. Así que, olvidemos el asunto. Al fin y al cabo, si no es ésta, será otra. Hay que seguir buscando.

_Pero yo quería que fuera ésta. Ya estaba muy ilusionada. -Añadió Yolima-

 Una semana después, alguien llamó a la puerta con insistencia. Yolima salió a abrir y cuál sería su sorpresa al ver ante sí, a Alcides, el arquitecto.

_Buenos días, doña Yolima. Yesid está?

_Buenos días, Alcides. Siga. Se está vistiendo. Ya lo llamo.

Este salió anudándose la corbata.

_Hola, Alcides. Y ese milagro?

_Buenos días, Yesid. Vengo a hablar de negocios. Usted me dijo que tenía una plata en efectivo para darme en parte de pago por la casa.

_Así es.

_Le cuento que se deshizo el trato con el otro cliente. Y… bueno, como usted sabe, yo vivo de la profesión y de negocios relacionados con la misma. Si hoy usted me da lo que tiene, me gano el doble en otro negocio. Voy a recibirle esa plata y le firmo la escritura de la casa como si ya me la hubiera pagado en su totalidad. Confío plenamente en usted. Podemos salir a hacerlo ya. Tengo todos los papeles listos.

 Rato después, Yesid, Yolima  y Alcides, firmaban la escritura de compra-venta en la notaría. El resto sería cancelado cuando le entreguen la cesantía que había solicitado.

 El sábado siguiente, estaban de trasteo.  Dedicaron ese día y el siguiente, a la distribución de sus cosas. Todos en la familia, estaban llenos de alegría, de optimismo y respiraban otro aire.

Una noche, Yesid, después de haber tomado la cena, se sentó en el estudio a organizar papeles de su trabajo para el día siguiente. Serían casi las diez, cuando sintió la presencia de alguien detrás suyo. Volteó a mirar sonriente, con la seguridad de encontrar a su esposa o a alguno de sus hijos, sin embargo no había nadie. No prestó atención al asunto y siguió dedicado a su labor; fue cuando escuchó el tintineo de unas monedas al caer al piso con tal claridad, que hasta buscó con la mirada el recorrido que haría rodando una de ellas. Se levantó en el acto. En ese momento, oyó el ruido de los zapatos de alguien, emprendiendo la carrera hacia la cocina.  Con la velocidad de un rayo, corrió la silla giratoria y salió en persecución del que creyó, posible ladrón. Ni en la cocina ni en el patio, encontró persona alguna. Entonces, ¿qué pasó? ¿Se esfumó en el aire? Volvió al estudio pensativo. Quería hallar alguna explicación, sin que pudiera encontrarla.  Decidió no contarle a ninguno de los integrantes de su núcleo familiar, puesto que no deseaba que le cojan miedo a su nueva casa. No imaginó ni por un instante, que dentro de algunos días, ocurriera exactamente lo mismo a su hijo mayor, cuando estaba haciendo un trabajo para la universidad. La diferencia fue que él subió en busca de su padre para contarle que alguien había dentro de la casa. Al escuchar el relato, trató de convencerlo de que el ruido sería en la casa vecina.

Al día siguiente, todos salieron a trabajar y a estudiar, con excepción de Yolima. Ella, después de almorzar, subió a su alcoba ubicada en la segunda planta con el fin de descansar un poco mientras tejía una carpeta. Cabe advertir que el piso era de madera. De pronto, escuchó los pasos de una persona subiendo cansadamente las escalera, tomar el pasillo con dirección a la alcoba. Inesperadamente, los pasos de tacones se detuvieron a escasos centímetros de la entrada.

_ “¿Pasos de mujer? Pero, ¿qué mujer? Seguro escuché mal”. Yesid? ¡Qué bueno que llegaste temprano! Yesid?… No vayas a tratar de asustarme.

Al no obtener respuesta, se levantó a mirar. Nadie había, ni en el pasillo, ni en las otras dos alcobas, ni en el baño. Sintió un frío recorrerle todo el cuerpo y se le puso la piel de gallina. No se atrevió a bajar a la primera planta. Cuando su esposo llegó al comenzar a oscurecer, le contó lo sucedido.

_¿No crees que pudo haber sido en una de las casas vecinas?

_No, mi amor. Los pasos llegaron hasta casi la entrada. No pude equivocarme.

_Bueno, bajemos. Lo mejor será dejar las cosas de ese tamaño. Ven, sentémonos un rato en la sala y veamos las noticias.

 No había alcanzado a encender el televisor cuando, en la cocina, se escuchó el ruido de platos al ser manipulados. Los dos se miraron. Yesid se dirigió al lugar, seguido unos pasos detrás, por su esposa. Todo estaba en orden. Sólo un vaso, estaba sobre el mesón, e inesperadamente, se volteó cayendo al piso y rompiéndose, sin que nadie lo hubiera tocado. Yolima se agarró duro del brazo de su esposo.

_¿Lo ves? Creo que en la casa hay algo raro.

_Mi amor, prométeme que no les vas a decir nada a los muchachos. No quiero que le vayan a coger miedo. Esta casa no es precisamente nueva. Todas las casas guardan sus secretos. Tendré que visitar al cura párroco y pedirle que venga a bendecirla. Ya verás que todo se arregla.

Los sonidos raros, la desaparición de cosas para aparecer en otros lugares, fue el pan de cada día. A cada uno de los integrantes de la familia le sucedió algo inexplicable. Andrés, el menor de los hijos, una noche llegó después de las nueve directamente a la cocina. Lo primero que hizo, fue tomar un vaso de uno de los gabinetes, el que dejó abierto, y llenarlo de agua de la nevera. Se sentó en el comedor auxiliar a beberla. Justo en ese momento, la puerta del gabinete se cerró con un duro golpe, a pesar de tener bisagras de las que tienen un cierto dispositivo que hace que no se puedan ni abrirse ni cerrarse solas. Unicamente tiene que hacerlo una persona. Pero el muchacho no le dio importancia.

 En otra oportunidad, Fernando, el mayor de los tres hermanos, quien ya habría sufrido el mismo fenómeno de su padre en el estudio, llegó tarde de la noche. Cruzó el garaje y  abrió la puerta interior de acceso a la casa. Todo estaba a oscuras. Encendió la luz de la sala y siguió hacia la cocina  a buscar algo de comer. En eso, en la penumbra observó la silueta de una mujer. Creyó inmediatamente que era su mamá, y le preguntó:

_Mami, ¿Qué haces a oscuras? ¿Se quemó el bombillo?

Al no obtener respuesta, accionó el interruptor, para darse cuenta de que no había nadie allí. Sintió cómo se le congelaba la cabeza. Dio media vuelta y subió las escaleras. Entró en la alcoba de sus padres y, al verlos despiertos, saludó y dijo:

_Padre, ¿me permites un momento?

_Claro, hijo. –Hizo a un lado las mantas y salió de la cama-

_¿Qué pasó?

Le relató lo ocurrido. «No me vayas a salir con que fue donde los vecinos». -Le dijo-

_Si. Lo he hecho para no asustarte. Mañana, sin falta, iré a conversar con el padre de la iglesia del barrio. Tanto tu madre como tu hermano menor y yo, hemos tenido experiencias como esa. Sólo falta Armando.

Como si hubiera escuchado su nombre, Armando, el segundo, salió a preguntar qué sucedía. Al escuchar los relatos, se burló y dijo:

_No me cabe en la cabeza que ustedes crean en esas cosas. Debe ser impresión, ilusión óptica y el viento. Nada más. Estamos a inicios del siglo veintiuno y ustedes con esas bobadas. Ja, ja, ja. Mejor me voy a dormir. Ah! Y tengan cuidado no sea que esa mujer se les aparezca o se les siente sobre los pies esta noche. Ja, ja. Hasta mañana.

Todos los integrantes de la familia estaban durmiendo. De pronto fueron despertados por el grito de alguien:

_Ahhhhhh!

Se levantaron de inmediato. El grito venía de la alcoba de Armando. Hasta allí llegaron todos detrás de Yesid. Este, encendió la luz y preguntó a su hijo que ya estaba sentado en la cama:

_¡Hijo! ¿Qué sucedió?

Armando, supremamente nervioso, tuvo que hacer esfuerzo para contar lo ocurrido:

_Me dieron…deseos de… ir al baño y…

_Espera. –Dirigiéndose a los dos hermanos- Vayan a traerle un vaso de agua.

Una vez que lo tomó, se sosegó un poco y siguió con el relato:

_Al tratar de salir de la cama, vi una mujer mirándome desde el lado. Yo la miré y quise preguntarle quién era, pero ella estiró una mano y me tocó la cabeza. Era una mano fría y flaca; sentí tanto miedo que no pude contener el grito.

_Bueno, creo que lo mejor es pasar el colchón a la alcoba nuestra o a la de sus hermanos, mientras nos tranquilizamos.

Al día siguiente, sábado, a primera hora, cuando Yesid salía a visitar al cura, escuchó el timbre de su puerta. Era Alcides. Se saludaron afectuosamente y pasó hacia la sala.

_Me alegra que haya llegado. Estaba de salida hacia la iglesia, pero lo puedo atrasar un poco. ¿Tiene tiempo?

_Si, por supuesto.

_Magnífico. En primer lugar le cuento que ya tengo listo el resto del dinero, pero, excúseme.  Tengo que comentarle algo que nos ha sucedido en la casa.

Le relató paso por paso todo lo ocurrido.

_Creo saber lo que está sucediendo.

_Entonces, voy por mi esposa.

 Una vez reunidos, les contó el siguiente relato:

Conocí la siguiente historia por medio de una hermana mía, amiga de la protagonista de la historia. Esta casa perteneció, por primera vez, al matrimonio conformado por Don Vicente y Doña Lilia. No tuvieron hijos. Ellos se adoraban. El problema surgió debido a que los dos tenían la misma edad, o ella era uno que otro año mayor. De tal manera que, teniendo en cuenta que la mujer envejece más rápido que el varón, parece que Vicente se enamoró de una de las empleadas de la empresa, mucho más joven. Lilia, últimamente, lo había notado un poco frío, distante, y empezó a preocuparse y a preguntarse el por qué de esta actitud. Así que  quiso congraciarse con él, preparando su plato favorito.  Lo esperó sonriente y amorosa como siempre.

_Hola, mi amor. Cómo te fue?

_Bien. Nada extraordinario.

_Siéntate. Ya te sirvo el almuerzo.

Comió en silencio. Ella esperó que diga algo, mas no lo hizo. Al terminar, ella iba a recoger la loza, pero él la detuvo.

_No te vayas que tengo que decirte algo. –Le dijo muy nervioso-.

_¿Pasa algo malo? Porque desde hace un tiempo para acá, te he notado muy diferente.

_Mira… Siento mucho lo que voy a decirte, espero que lo tomes con mucha calma y con cabeza fría.

_¡Me estás poniendo nerviosa! ¡Dilo de una vez!

_Me ocurrió algo que nunca creí que me iba a ocurrir, pero en el corazón nadie manda. –Ella sintió una punzada en el pecho-.

_¿?

_No sé cómo, pero me he enamorado de otra mujer y quiero que nos divorciemos.

Lo único que hizo ella fue agachar la cabeza y cubrirse la cara con las manos, mientras todo su cuerpo comenzó a temblar. Al verla así, él se levantó a servirle un poco de agua.

_Toma. –No levantó la mirada, ni cogió el vaso. Tomó un poco de aire y se recuperó un poco. El siguió hablando.- Naturalmente, te voy a dejar la casa. Es bastante grande y puedes arrendarla, trasladarte a un apartamento de menor valor y, con lo que sobre puedes vivir cómodamente.

_Veo que lo tenías todo muy bien planeado.

_Sé muy bien que si te pido que me perdones, no lo vas a hacer.

_No puedo hacerlo. No imaginé que fueras tan cruel y dejarme abandonada y sola. Mas, si así lo quieres, puedes irte. Ve de una vez y recoge todas tus cosas. Yo tengo que salir. Espero que, al llegar, no encuentre nada que te corresponda. –Se levantó de la mesa, tomó la loza, le dejó en el lavaplatos, fue por su monedero y salió como estaba. Poco después, entraba a buscar consuelo en quien menos sabía de matrimonio: el cura párroco.

 Esa noche lloró hasta la madrugada, dio rienda suelta a su memoria para recordar situaciones vividas, buenas y malas. Sin embargo, en un momento, se pasó el dorso de las manos por los ojos húmedos e hinchados y dijo en voz alta:

_Bueno ¡No voy a llorar más! No vale la pena. Si él ya no me quiere, yo si me quiero y voy a hacerme cargo de mí. –Se levantó, se dio una ducha caliente y, después de arreglarse, salió con dirección a una inmobiliaria-.

 

Su casa era lo que más adoraba en el mundo. Le dolía en el alma colocarla en arriendo. Pero tenía que hacerlo por fuerza. En la tarde se dedicó a ordenar, sacar lo inservible hasta el garaje y mientras hacía ésto, colocó música. En eso, escuchó que alguien tocaba la puerta. Era un abogado a solicitarle que firme los papeles de divorcio. Los leyó con todo cuidado. En ellos se estipulaba la fecha, la hora y la notaría en donde se firmaría la escritura a su nombre. El abogado le informó que si tenía algo que cambiar o solicitar, le hiciera saber inmediatamente. Ella solicitó una cuota para su sostenimiento durante tres meses.  Fue aceptado. Luego, firmó todo. El abogado salió. Afortunadamente, para ella, volvieron a tocar la puerta. Era mi hermana quien iba a visitarla.

 

Consiguió un apartamento independiente de una alcoba, una pequeña cocina, sala-comedor y baño, en el mismo barrio, distante unas pocas cuadras. Se trasteó a vivir allí y en pocos días, su casa también fue arrendada. Su única alegría, era la de salir, todos los días y pasar por el frente. Se paraba durante varios minutos a contemplarla. La extrañaba mucho. El dejarla, le arrancó más lágrimas que las que derramó por su ex – esposo.

 

Unos meses después, le llegó el recibo correspondiente al pago del Impuesto Predial. Era supremamente caro y no había calculado en dejar cada mes para cumplir con esa obligación. Y si lo hubiera hecho, el dinero restante no le alcanzaría para su manutención. Ese día comenzó su calvario.

Las necesidades aumentaban a tal punto que el arriendo, los servicios de agua y luz, le dejaban muy poco para mantenerse. Entonces, se vio abocada a conseguir una pieza que era a la vez alcoba y cocina. Así vivió varios meses hasta que se cansó. Decidió poner su casa en venta y tratar de comprar un apartamento en otro sitio menos “elegante”. Así lo hizo, aunque no dejaba de realizar su paseo de ir a mirar su casa. Esto ya no lo hacía todos los días. No gustaba de visitar a nadie y solamente recibía la visita de mi hermana.

 Con el tiempo, la depresión la fue consumiendo, hasta que un día, falleció en la soledad de su apartamento. Cuando mi hermana fue a visitarla, nadie contestó a sus llamadas a la puerta. Fueron los vecinos, al darse cuenta del hecho, quienes avisaron a la policía. Estos, al buscar entre sus documentos, encontraron el nombre de su ex – esposo y el de mi hermana, junto con el número de teléfono, como las personas a quien comunicarles en caso de ocurrirle algo. La Policía se encargó de llamar a mi hermana y de averiguar el paradero de aquel hombre. Sólo que al poder contactarse con el ex – marido, ya llegó tarde.

 De todo este relato, lo que llamó la atención, fue la rara muerte de él. Según los comentarios de su nueva mujer, una noche la despertó muy asustado y casi sin poder hablar. Tenía la mano apretándose el pecho.

_¿Qué te sucede? –Preguntó ella-

_Lilia vino a despedirse. ¡Está muerta!

_Debiste haber tenido un mal sueño.

_No. ¡Ayúdame! Llama un taxi y llévame a una clínica… -Fue lo último que alcanzó a decir antes de fallecer!”-.

 

_Como comprenderán, esa señora adoraba su casa. Ella no es mala. Simplemente no quiere separarse de lo que fue su hogar. De todas maneras, tiene que hacerlo. Sólo que necesita alguien que le ayude a buscar el camino.

Todos quedaron sin saber qué decir.

_Precisamente,  iré a conversar con el cura párroco. Vamos a ver cuál es su opinión.

_Creo que es buena idea.

_Espéreme. Voy a traerle su dinero.

Esa noche, Yolima y Yesid estaban solos en casa y decidieron pedir una pizza y mirar una película en el televisor de su alcoba. Antes de terminarla, Yesid terminó con su limonada fría. Así que dijo a su esposa:

_Vas a tener que pararla. Voy a la cocina por otro poco de limonada.

_Yo también quiero. ¿Me traes?  -Y le  estiró el vaso-

Yesid bajó las escaleras, encendió la luz de la sala y entró en  la cocina a oscuras. Trató de colocar los vasos en el mesón para liberar sus manos y encender la luz cuando sintió una fuerza que no lo dejaba avanzar. Era como una barrera invisible que lo detenía impidiéndole dar un paso más. En eso, junto a la estufa, alcanzó a percibir la figura de una mujer. El miedo comenzó a hacer presa de él, sin embargo, trató de dominarse y no dejarse vencer. No podría asegurar si lo dijo en voz alta o lo pensó. El caso es que, como haya sido, expresó un mensaje para Doña Lilia:

_“Doña Lilia, no crea que le estamos usurpando su casa. La estamos cuidando. Sabemos  que usted la quiso mucho. Nosotros también la queremos. Sentimos mucho que usted haya tenido que venderla. Estamos aquí luchando para que ésta, su casa, sea cada vez más bonita y más segura. Ayúdenos a conseguirlo. Usted puede ya descansar tranquila. Debe seguir su camino”.

Entre las sombras, pudo ver aquella imagen moviendo la cabeza de un lado para otro en sentido de negación.

_Entonces, por favor, no nos asuste.

Al terminar de decir estas palabras, sintió cómo la imagen se perdía entre la oscuridad y la barrera invisible desaparecía. Los ruidos disminuyeron, aunque todavía se escuchan, sin que produzcan mal alguno. En resumen, todos aprendieron a convivir con ellos.

 

FIN

Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos reservados.