Sastre y máquina

Desde el día en que Hernando llegó a trabajar a aquella empresa, se sintió atraído por la belleza de Malena. La atracción fue mutua. Unos días después, ya eran amigos de confianza como para contarse algunas cosas de su vida. Hernando se enteró de cómo en la familia de Malena, tanto sus padres como sus hermanos, la cuidaban como si aún fuera una niña. Y para completar la situación, tenía un tío solterón, Adolfo era su nombre, que la adoraba más que si fuera su hija. Era ya muy entrado en años y vivía solo. Durante su vida había amasado suficiente dinero para, ahora, vivir sin trabajar. Su tiempo lo dedicaba a pasear, a tocar la guitarra y a coser los vestidos de su única sobrina, pues en un tiempo se dedicó a trabajar como sastre de alta costura. Todos ellos le habían inculcado que el hombre a quien ella le entregue su corazón, debía ser algo así como un príncipe azul; una persona única. Pero la vida no siempre satisface los deseos; además, el corazón tiene razones que la razón no entiende: se había enamorado de Hernando, un hombre común y corriente, aunque de muy buenos principios y muy buena formación.

 Se hicieron novios. Malena le explicó que, por lo menos al comienzo, debían mantener su relación  en secreto. Aprovechaban cualquier momento para encontrarse, y así duraron hasta el día en que Hernando le propuso matrimonio. Ella aceptó sin vacilaciones.

 Un domingo, su tío Adolfo le dijo:

_Mi princesa, quiero que me acompañes a mi casa, porque tengo que entregarte una cosa.

_De qué se trata, tío?

_Tch. Tch. Tch. Es una sorpresa.

_¡Vamos! Me encantan las sorpresas.

 Al entrar, Malena se dio cuenta del gran cambio que su tío le había dado a la casa.

_¡Oh qué hermosura de casa. Hacía tiempos que no venía! ¡Esto es un palacio!

_Así es. Es un palacio digno de una princesa. Pero esa princesa debe casarse con un príncipe azul. Alguien que la merezca.

_Y, ¿por qué me dices eso?

_Ven, que ahora si te voy a entregar la sorpresa que te tengo preparada. –Abrió el cajón de su escritorio y sacó una carpeta, diciéndole:

_Toma mi amor. Lee lo que dice en la portada.

_¡Es una escritura a nombre mío!

_Si. A partir de hoy, esa escritura indica que esta casa, con todos sus enseres, te pertenece. Esto sólo lo sabemos, tú, tu mamá y yo, y quiero que así quede.

_Así será, tío. Te lo agradezco mucho.

_Yo continuaré viviendo aquí por unos días más. Luego, podrás arrendarla y disfrutar del dinero correspondiente. No me defraudes, mi niña.

Malena, muy emocionada, Abrazó a su tío Adolfo y le propinó un beso en cada mejilla. Un momento después, se despidió.

Dicen las abuelas que nada queda oculto en la faz de la tierra y que, tarde o temprano, todo se descubre. Una tarde, Malena y Hernando, después de salir de su trabajo, caminaban abrazados despacio muy felices. Voltearon la esquina de una calle solitaria y se besaron con todo el amor y la pasión que sus corazones les pedían, sin darse cuenta de que un par de ojos los miraban con ira contenida. Adolfo, por casualidad, pasaba por el lugar y quedó a unos pasos por detrás de aquella pareja. Reconoció el vestido de la mujer. Pensó que la imaginación lo engañaba; no podía creer lo que estaba viendo. Tuvo la intensión de acercarse, aunque decidió no hacerlo. Por el contrario, miró a lado y lado de la calle y cruzó hasta el otro andén. Sin volver la vista.

 Cuando Malena  llegó a casa, su madre la recibió de una manera tan fría, que no le pasó desapercibida.

_Hola, mami… ¿Pasa algo?

_Quién es el tipejo aquel con el que estabas dando espectáculos bochornosos en plena calle?

_No sé a qué espectáculo bochornoso te refieres, mamá.

_Con quién te estabas besando delante de todo el mundo?

_Darse un beso no es algo bochornoso. El hombre a quien le di un beso, es mi novio.

_¿Tu novio? ¿Es que la niña ya tiene novio?

_Niña, ¿mamá? Ya tengo 22 años! ¿Es que no te has dado cuenta de que hace rato dejé de ser una niña?

_¡Según tengo entendido, ese tipejo es un don nadie!

_No sé quién te ha llenado la cabeza de cucarachas. Ese don nadie, como dices, es todo un profesional. Tenía toda la intensión de invitarlo y presentarlo, pero, teniendo en cuenta cómo son ustedes, me abstuve de hacerlo.

_Ni se te ocurra traerlo por acá.

_Está bien, mamá. –Y salió hacia su habitación-

Al día siguiente, Malena puso al tanto a Hernando de lo ocurrido con su madre. No podía imaginar  quién fue la persona autora del chisme. En adelante, para evitar problemas, tendrían que cuidarse de ser vistos, cosa que a su novio no le gustó nada.

Días después, Hernando fue a realizar una diligencia. Mientras esperaba el cambio de semáforo para cruzar, a sus espaldas alguien le tocó el hombro y le dijo:

_Oiga joven, deseo hablar con usted. –El joven volvió la mirada y preguntó:

_Nos conocemos?

_Sé quién es usted. Soy Adolfo, tío de Malena.

_Mucho gusto. -El viejo lo dejó con la mano estirada-

_No puedo decir lo mismo. Iré al grano: Le prohíbo terminantemente que corteje a mi sobrina.

_Disculpe, señor, como hombre libre puedo cortejar a quien lo desee sin tener que pedirle permiso a nadie. Unicamente a mi corazón. Tanto su sobrina como yo, somos mayores de edad y nos amamos. Es más, voy a pedirle que se case conmigo. Será ella quien decida si acepta o no. No usted.

_¡Lo veremos. Le aseguro que me encargaré de separarlos. Lo haré hasta después de mi muerte. No soportaría verla enamorada de un pobre diablo como usted!

_Su opinión me tiene sin cuidado. Gusto en saludarlo. Hasta luego.

Esa noche, Adolfo se sintió muy enfermo. Llamó un taxi y le pidió al conductor que lo lleve a un hospital. Sabía lo que tenía, pero lo había ocultado a sus familiares. Falleció sin que se hubiera podido hacer algo por él. El médico que lo atendió, se encargó de llamarlos y darles la nefasta noticia.

Después de un tiempo prudencial, Malena y Hernando, se casaron. Los padres de ella asistieron únicamente por compromiso. El, había tomado en arriendo un pequeño, pero hermoso apartamento, un tanto más amplio que aquel en el que vivía. Le daría la sorpresa  cuando regresen del viaje de luna de miel. Por su parte, ella también había mandado a preparar la casa que le había regalado su tío. Cambió los muebles de la alcoba principal, la sala y el comedor y modificó algunas cosas de la cocina. Sin embargo, había conservado igual el taller de costura, el estudio y el jardín. La noche anterior al regreso, ella le preguntó muy coqueta y cariñosa:

_Mi vida, y a dónde llegaremos a comenzar nuestra vida matrimonial?

_Te tengo una sorpresa, mi tesoro. Ya lo tengo todo preparado. Tomé en arriendo un apartamento que te va a encantar!

_Pues no tienes que preocuparte, mi vida. ¡Llegaremos a nuestra casa propia!

_Cómo así, mi amor, a qué casa te refieres?

_ Tengo una casa de mi propiedad. No te lo había contado porque quería darte la sorpresa.

_Mira, mi amor, no puedo aceptar de ninguna manera. Imagínate lo que pensarán tus padres de mí, que me estoy aprovechando de ti, que me casé contigo por interés…

_Entonces, vamos a hacer una cosa: Llegaremos al apartamento. Estaremos allí unos días, les contaré a mis papás y, pasando un tiempo, les diré que yo quiero que vivamos en la casa que me regaló mi tío Adolfo.

_¿Tu tío Adolfo? ¡Lo que me faltaba!

_Mi amor, él me quiso mucho y me obsequió esa casa. La amoblé para los dos. Y él ya está muerto.

_Lo que pasa es que no te conté que el día antes de morir, me buscó para prohibirme que te corteje y me prometió que no me permitiría vivir contigo ni aún después de muerto.

_Eso se dice por decir. O, ¿me dirás que crees en esas tonterías?

_No es eso. Es… dignidad.

Hay quien asegura que: “Discutir con una mujer es causa perdida. Es preferible pelear con un oso. A fin de cuentas, uno se hace el muerto y éste se aburre y se va; pero con una mujer, no hay tal”.  Por mi parte creo que hay algo de cierto. Al hombre, por caballerosidad, por amor, por evitar discusiones ,o… por lo que sea, le toca aceptar, y en esta historia, la propuesta de ella fue válida. Llegaron al apartamento y comenzaron a negociar la cancelación del contrato. Desafortunadamente, no tuvieron muy buen resultado. Entonces, Hernando pensó en algo y se lo comentó a su esposa:

_Mira, lo que vamos a hacer, es lo siguiente: Ya que insistes en que vivamos en tu casa, nos quedaremos aquí este mes y luego nos trasladamos. Colocamos un aviso y subarrendamos el apartamento sin que lo sepa la inmobiliaria. Qué opinas?

_Estoy totalmente de acuerdo. Hagámoslo.

 Más adelante se darían cuenta de lo correcta que fue esta decisión, en lugar de devolver el inmueble y pagar la multa.

Un mes más tarde, estaban instalados. Ese viernes era día festivo y esa era la primera noche que iban a pasar en la casa. Se acostaron y quedaron dormidos profundamente. Mas, después de la media noche, Hernando fue despertado por el ruido de una máquina de coser. Con los párpados pesados,  trató de afinar el oído. No cabía duda. Alguien estaba cosiendo. Pero, ¿quién de los vecinos podría hacerlo a esas horas? Sin embargo se percató de que el ruido venía desde… el taller de costura!

_Malena, Mi amor, despierta. –Decía Hernando en un susurro, mientras movía a su esposa, pero ella no respondió-. “Creo que debo ir a ver. Qué tal que se haya metido algún ladrón?”

 Se levantó sin hacer ruido, calzó unas babuchas y salió con todo el sigilo.  En cuanto más se acercaba al taller, más se escuchaba el ruido del motor. La puerta estaba abierta y, por supuesto, a oscuras. Se asomó. Sería imaginación o lo que fuera, pero en medio de la oscuridad y con el reflejo del pequeño bombillo de la máquina, creyó ver a alguien sentado delante de la misma. En ese instante, el ruido se detuvo y el bombillo se apagó.

_¡Quién está allí? –Preguntó; mas al escuchar el eco de su voz retumbar en el vacío, sintió miedo-.

_“Te lo había advertido” –Respondió una voz gutural-.

En ese momento lo invadió un frío intenso que se le metía hasta los huesos. No resistió  más y salió tan rápido como pudo hacia la alcoba. Se metió en la cama y abrazó a su esposa buscando su abrigo, pero su cuerpo estaba exageradamente frío. Asustado, encendió la débil luz de su lámpara en la mesa de noche.

_¡Mi amor! –Dijo, moviéndola por el hombro. Ella se volteó para mirarlo, y cuál sería el pánico que experimentó, al ver que esa cara no era la de su esposa! Era la de… Adolfo!

Sin poder evitarlo, lanzó un aterrador alarido.

_¡Aaaaah! –Exclamó saltando de la cama-.

_Qué te pasa, mi cielo! ¿Qué tienes? –Dijo Malena desde el otro lado de la cama, mientras la visión de Adolfo desaparecía detrás de ella. Se acercó a su esposo-.

Este, al verla, dudó por un instante, pero la abrazó con fuerza.

_Espérame. Voy por agua.

_No. Yo no me quedo aquí. –Y salió detrás de ella-. Entraron a la cocina. Ella tomó un vaso y lo llenó.

Cuando terminó de beber, le preguntó:

_¿Qué te sucedió?

_Sé que no me vas a creer. –Le contó ya sosegado y en forma detallada, lo ocurrido-.

_¡No fue más que una pesadilla!

_Ojalá hubiera sido así.

_¡Qué más pudo ser! Ven, vamos a la cama. –Se quedaron despiertos por un largo rato. Por fin, se durmieron-.

 En la mañana siguiente, se dieron los “buenos días”. De pronto, Malena dijo:

_¡Hoy es el cumpleaños de mi mamá! ¡Por poco y me olvido! Tendré que ir a visitarla.

_Ah. Eso significa que me quedaré solo.

_A menos que quieras venir conmigo.

_¡No, mi amor! Mejores propuestas me han hecho. Ve y yo me quedo programando el televisor.

Al quedar solo, se dedicó a la instalación y programación. Al medio día sintió hambre y salió a buscar un sitio en donde almorzar. Al volver a casa, se recostó en la cama y buscó un canal de películas. El cansancio y el almuerzo contribuyeron para que se adueñara de él una cierta “modorra” y comenzó a dormirse. Cuando ya la tarde finalizaba, lo despertó el sonido de las cuerdas de una guitarra, el cual se dejó escuchar por todas partes. El hombre se incorporó sobre el espaldar, tratando de encontrar su procedencia. Salió de la alcoba. Ya las sombras de la noche comenzaban a  cubrir la casa. No cabía duda: la melodía venía del estudio de Adolfo. Llegó hasta allí y entró. Al fondo, en medio de la penumbra, alcanzó a adivinar una figura sentada en una silla con una guitarra sobre sus piernas. El nerviosismo empezó a apoderarse de él. La figura se levantó lentamente. Estiró una mano mientras con voz cavernosa, le decía:

_ “¡Fuera!” “¡Vete de mi casa!”

Hernando corrió hacia la puerta de la calle tan rápido como le respondían sus piernas y salió, cerrando tras de sí. Cruzó la calzada y se quedó mirando un rato desde allí. Se tranquilizó un poco. No volvería a entrar a ese sitio por nada del mundo. Se dedicó a dar paseos cortos por el frente esperando la llegada de su esposa. Por fin, un taxi se detuvo justo en la entrada de la casa. Al verla descender, se acercó rápidamente. Ella, extrañada, le preguntó:

_¡Hola, mi amor! ¿Qué haces por fuera?

_Mi vida, puedes pensar que estoy loco, que tengo pesadillas hasta despierto, pero a tu casa no vuelvo a entrar. Te propongo que nos vayamos a dormir a un hotel y mañana, tan pronto llevemos mis cosas al apartamento que todavía no se ha arrendado, nos trasladamos a vivir allí.

_Pero, ¿Te volviste loco? Ven entremos y lo discutimos dentro.

_Ya te dije que no vuelvo a entrar a esa casa. Esta decisión no tiene discusión. Si quieres que te cuente lo que sucedió, vamos a una cafetería. –Caminaron cerca de allí-.

Después de ser atendidos, el hombre le relató todo lo ocurrido, seguido con atención por la fría mirada de ella.

_No puedo creer que me haya casado con un hombre tan cobarde que cree en fantasmas y apariciones. Eso me parece un absurdo. Me da pesar si te ofendo, pero me siento defraudada.

_¡Un momento! Si! me estás ofendiendo y lo sabes muy bien! Pero quiero aclararte que nunca había creído en nada de eso, hasta que entré en tu casa. Y qué pena me da el haberte defraudado.

_Mira, tú ya dijiste lo que tenías que decir; ahora escucha mis razones: Esta casa la adoro con toda mi alma. Me la regaló mi tío y creo que no es justo que, por causa de unas ridículas pesadillas tuyas, tenga que irme a vivir a un apartamento. En resumidas cuentas, mi respuesta es que puedes irte. Yo, me quedo aquí!

_Respeto mucho tu decisión. Entonces, quisiera pedirte un último favor: Si no es mucha molestia, empaca en mi maleta mi ropa, que mañana en la tarde paso por ella. Si no quieres hacerlo, bótala a la basura. Hasta mañana. Tu tío cumplió su promesa de separarnos. –Sacó unos billetes del bolsillo y los dejó sobre la mesa-

_¡Hernando! Pero…

Hernando salió. Cuando ella alcanzó la puerta, él ya abordaba un taxi.

 Llegó a su alcoba y se acostó. La ira la embargaba.

_“Pero qué se había creído? Ahora me doy cuenta de que mi mamá y mi tío tenían toda la razón”.

Los pocos vinos que había tomado en la celebración, le ayudaron a  dormirse.

En la mañana siguiente, alistó la ropa de quien ya empezaba a considerar su ex. Al doblar algunas prendas, quería invadirla la nostalgia, pero su ira era más fuerte. Cuando ya quedó lista, arrastró la maleta hasta la entrada. Y allí la dejó. Enseguida, se dispuso a prepararse su desayuno. Luego se duchó y salió del baño enfundada en una toalla. Se colocó una camiseta encima del torso desnudo, unos pantaloncitos calientes y se dedicó a ordenar algunas cosas. Después del medio día se preparó un emparedado y, cuando ya terminaba de degustarlo, el timbre del teléfono la hizo saltar. Corrió a la sala a contestar.

_Buenas tardes.

_Mira –dijo Hernando- quiero saber si puedo pasar a recoger la maleta o si decidiste tirarla a la basura.

_Está lista detrás de la puerta. Pasa a la hora que quieras. Ah! Y, por favor, abres, la sacas y me dejas las llaves pegadas a la cerradura, por dentro. –Y colgó-.

 Una hora después, cuando escuchó la llave en la puerta de entrada, la apertura de la misma y luego, cuando fue cerrada, la invadió un sentimiento mezcla de dolor, de soledad, algo así como si perdiera parte de sí misma y las lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas. Quiso correr hacia la salida y  llamarlo, más no hizo ningún movimiento.  Antes de anochecer, alistó la ropa que se colocaría al día siguiente, sin que el recuerdo de Hernando se apartara de su mente. Al acostarse, la cama le pareció demasiado grande y fría. Muy tarde, cuando comenzó a invadirla el sueño, justo en su oído escuchó una voz que le decía:

_»Esa es mi niña. Muy bien hecho»! -Quedó despierta en el acto. El miedo iba a apoderarse de ella, pero se dio valor pensando: «Tal vez comenzaba a soñar»-.

A eso de las cinco de la mañana, la despertó el hermoso trinar de las cuerdas de una guitarra que, al estilo de música estilizada colombiana, tocaba la melodía cuya letra decía en su inicio: “Despierta niña hechicera, dulce niña encantadora; el monte y la cordillera, los valles y la pradera copian celajes de aurora…”  Se sentó en la cama de un salto. Esa canción se la cantó su tío en la mañana del día en que cumplía sus quince años. Alcanzó una levantadora y salió de su alcoba. La música venía del estudio. El corazón le palpitaba muy excitado. Se acercó con todo el cuidado. Al entrar, la música cesó como por arte de magia.  Sin embargo, su sentido del olfato alcanzó a percibir con toda claridad, el aroma de la colonia que se aplicaba Adolfo, como si acabara de hacerlo. El hecho quedó sin explicación.

Durante la jornada de trabajo, mutuamente se esquivaron; cada uno salió a almorzar por su lado lejos del sitio de trabajo  y cada uno inventó una excusa para los que les preguntaban el por qué no estaban almorzando juntos.

 Por la noche, al llegar a su casa y encontrarla a oscuras, tan sola,  tan extensa, vacía y al recordar lo ocurrido con el trinar de la guitarra, se sintió completamente abandonada y temerosa. Preparó un bocado en la cocina y no pudo quedarse a comerlo allí. Se fue a su alcoba. Encendió el televisor para “mirar sin ver” cualquier cosa. Al terminar su bocado, se dirigió a lavarse los dientes. Se acostó y apagó el televisor y la luz. En ese instante, la tristeza la invadió, las lágrimas y el llanto se tornaron inconsolables. No podía dejar de reconocer que Hernando le hacía mucha falta. De pronto, desde el fondo de la amplia habitación, se dejó escuchar una voz cavernosa por demás severa que le decía:

_“¡Cobarde! ¿Lloras por ese don nadie?”

El intenso miedo que sintió al reconocer la voz de su tío, la hizo callar. Buscó con la mirada su procedencia, y lo vio. Estaba parado a los pies de la cama, rodeado de un cierto resplandor. No aguantó más y se desmayó. El desmayo es una defensa que tenemos los humanos para prevenir un infarto.

Al día siguiente despertó como de costumbre. Se levantó, se metió al baño, se vistió para salir, no desayunó y se dirigió a la sala a llamar a Hernando. Marcó el número del apartamento y cuando timbró tres veces, inesperadamente se quedó totalmente mudo. Colgó. Examinó el cable y, para su asombro, se quedó con él en la mano: estaba cortado. Sintió un extraño frío. Tomó su bolso y salió a la carrera de su casa.

 Al llegar a la empresa, preguntó si su esposo ya había llegado. Le dijeron que no todavía. Volvió a la entrada y, cuando lo vio venir, corrió a su encuentro levantando los brazos para colgársele del cuello mientras le decía:

_¡Amor, perdóname por no haberte creído! –Y lo besaba por todas partes sin importarle que muchos pares de ojos se quedaran contemplando la escena-.

El correspondió a sus caricias, estrechándola fuertemente entre sus brazos.

 En pocas palabras, le narró lo sucedido. Esa misma noche, se fueron a vivir al apartamento. La casa se puso en venta. No tengo conocimiento de lo sucedido después.

 FIN

Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos reservados