Casa campestre

Aquel fin de semana, Rolando junto con su esposa y su pequeño hijo, salieron desde el viernes por la tarde, en su carro familiar, con el fin de disfrutar de la frescura del campo y de una piscina. El día domingo emprendieron el viaje de regreso a las tres de la tarde, para evitar congestión de tránsito. De pronto, al lado derecho de la carretera, Erika, su esposa, descubrió aquel aviso. Inmediatamente dijo a su esposo:

_¡Para, para, para!

Rolando lo hizo cuando ya  habían pasado unos cuatro metros del lugar.

_¿Qué pasó?

_Te tocó regresar. Acabo de ver un aviso que te va a encantar. Dale reversa. No viene ningún carro cerca.

Se detuvieron justo al frente del tronco en donde había un aviso que rezaba: “Se vende finca pequeña a mitad de precio”. Debajo estaba el número del teléfono móvil. Unos minutos más tarde, hacían su entrada por aquel camino que conducía a una casa de dos pisos, rodeada de árboles y un amplio potrero.

Se bajaron. Llegaron hasta la segunda reja. Al contrario de la primera, ésta estaba cerrada, pero había un timbre en uno de los parales. Lo accionaron. Esperaron un momento, mas nadie acudió a su llamado.

_Creo que no hay nadie. –Dijo Rolando-

_Si, papi, mira en la ventana de la izquierda hay una mujer! –Aseguró el pequeño-.

Ellos miraron hacia el lugar señalado por su hijo, pero la figura permaneció por unos instantes y  se alejó. Los paseantes creyeron que bajaría a abrirles. Esperaron un rato mirando hacia el lugar.

_Mira, amor, en la otra ventana hay un hombre y nos mira. –Añadió Erika levantando la mano en señal de saludo, pero, al igual que con la mujer, el hombre se perdió de la ventana.

_Creo que no quieren bajar. Lo mejor es que nos vayamos.

_Entonces anotemos el teléfono que hay en el aviso en la entrada.

_Mejor que eso, voy a llamar de una vez. –Así lo hizo y contestó un hombre:

_A sus órdenes.

_Caballero, estoy averiguando por la finca que tienen en venta.

_Con mucho gusto. –El hombre dio la descripción completa del predio, junto con el valor-

_Me interesa. Mire, estoy aquí al frente del lugar. Por qué no me hace el favor de decirle a las personas que la cuidan que nos permitan mirarla?

_¿Que la cuidan? No. En el momento la casa está sola.

_Pero si acabamos de ver a una mujer  en una ventana y luego a un hombre en la otra.

_No es posible, señor. Como le digo, no está habitada. Si usted quiere, nos encontramos cuando usted diga y acordamos el momento para ir a verla.

_Estoy de acuerdo.

Después de algunos días, el negocio se Realizó. El lunes siguiente, Rolando llegó a trabajar muy contento. Saludó a sus tres más allegados compañeros y amigos, y de una vez les dijo:

_Tengo el gusto de invitarlos a mi finca.

_Finca? –Preguntó uno de ellos- No me diga que ya la compró.

_¡Claro que si!

_¡Felicitaciones! –Corearon sus amigos estirándole la mano y palmeándole la espalda.

_Espero que la disfrute y la conserve por mucho tiempo. Lo digo, porque hay quienes aseguran que la finca produce dos momentos de alegría: El primero, cuando se la compra y el segundo, cuando se la vende.

_No, yo no la venderé nunca. Les cuento que está tan completa, que no hay necesidad de hacerle ningún arreglo.

_Entonces, ¿Para cuándo es la invitación? –Preguntó Ignacio-

_Para este fin de semana. Hay camas, pero deben llevar cobijas.

_¡Para lo que habremos de dormir!

El sábado en la mañana se distribuyeron en los dos carros: La familia en el suyo y los tres amigos en el de Ignacio. Tan pronto como llegaron, Rolando salió de su vehículo a recibir a sus amigos.

_Aquí la tienen. Bienvenidos a mi finca que es también la de ustedes. Tan pronto como se bajó,  Leo levantó la mirada hacia una de las ventanas. En ella, aparecía un hombre a quien claramente se le veía el cleriman que lo distinguía como sacerdote. Sin saber por qué, se sintió incómodo; y, aún más, cuando entró a la casa, fue invadido por una sensación difícil de explicar.  Se le acercó a Rolando y le dijo:

_No me diga que el primer punto del programa es la bendición de la casa.

_Y ¿Por qué dices eso?

_Por el sacerdote que está en el segundo piso.

_¿Sacerdote? ¡Noo, hermano! Yo, de curas, muy poco.

_¿?

En primer lugar los invitó a conocer la casa.  (No había ningún cura por ahí). De todas maneras, al entrar a la habitación correspondiente a la ventana en donde vio o creyó ver al cura, Leo sintió cierto frío en la espina dorsal, aunque prefirió quedarse callado. Luego salieron a conocer el jardín (un tanto descuidado), los árboles frutales y el extenso y verde prado. Y fue allí en donde adecuaron el lugar para colocar el asador y las sillas. En unos minutos el humo y el olor a carne y chorizo asados, se extendió por el lugar. La cerveza se servía a manos llenas, la que, además de refrescar el “gaznate”, estimulaba el aparato urinario.  Y, precisamente, este síntoma fue el que se manifestó en Aurelio. Sin poder aguantar más, se levantó y dijo a Rolando:

_Voy a ocuparle el sanitario, hermano.

_Bien pueda. Ya sabe en dónde queda.

El hombre entró. Cuando estaba por terminar de satisfacer su necesidad biológica, alguien le pegó en el hombro de forma tan fuerte, que le hizo suspender en el acto lo que estaba haciendo. Volteó a mirar pensando que se trataba de uno de sus compañeros, más detrás suyo no había nadie. Se sintió invadido por un intenso temor. Salió del lugar sin descargar el agua. Al cerrar la puerta, inconcientemente miró hacia el interior: la figura de un cura estaba dentro a escasos metro y medio de la entrada, mirándolo con furia. Levantó el brazo y le gritó:

_ “¡Fuera!”

El hombre prácticamente corrió hacia el prado con el miedo reflejado en su rostro. Leo, quien se había percatado de la situación, se acercó llevándole una cerveza. Al entregársela, le preguntó en voz baja:

_¿Qué sucedió?

_Hermano, usted pensará que estoy inventando o quizás que estoy loco o borracho, pero en esta finca espantan.

_Pienso lo mismo. Pero cuente. ¿Qué sucedió? –Preguntó nuevamente-

_Alguien me golpeó en el hombro dentro del sanitario. Cuando volteé a mirar, no había nadie. Salí lo más rápido que pude; mas, cuando estaba cerrando la puerta, miré un cura dentro con una cara de furia! Pero lo que más me impactó era que le colgaban unas cadenas de las muñecas.

_¿Un cura?

Aurelio asintió con un movimiento de cabeza mirando a Leo como esperando que suelte la risa, o se burle de lo que acababa de decir. Sin embargo, Leo no hizo ni una cosa ni otra, y por el contrario, comentó:

_Pues al llegar y, antes de entrar, algo llamó mi atención desde una de las ventanas y, al levantar la mirada, vi un cura. Le pregunté a Rolando que si era que iba a hacer bendecir la casa. El me preguntó por qué le decía eso y al contestarle que había un cura en el segundo piso,  dijo que no podía ser, puesto que no era muy amigo de curas. Yo esperaba encontrarlo cuando nos mostró la casa, pero no vi a nadie.

_Entonces, tú, ¿Qué crees que está ocurriendo?

_Que puede ser un fantasma. Que la casa esté poseída por alguna entidad que vivió aquí.

_Se me ponen los pelos de punta. Opinas que debemos contarle?

_No. Podría cogerle miedo a la finca. Al fin y al cabo, dicen que nunca estamos solos; que en todo lado hay espíritus junto a nosotros.

_¡Lo dices de una forma tan natural! Cuando salí del baño pensé en regresar a mi casa. Siento pavor tener que quedarme esta noche.

_Sin embargo, no podemos irnos así como así. Yo también siento miedo, pero trato de dominarlo.

_Analizando la situación, la casa tiene tres habitaciones. Me imagino que en la principal dormirán Rolando, Erika y el niño. En la otra hay dos camas y en la tercera hay una. ¡Yo no me quedo solo ni amarrado!

_Pues en esa que se quede Ignacio. No creo que sea correcto pedirle a Rolando que nos deje pasar la cama para que estemos juntos los tres.

_¡Ustedes qué es lo que tanto charlan! –Dijo Rolando en ese momento, llegando con dos platos con carne, chorizo, papas y guacamole en cada uno.

_No, hermano, aquí comentando sobre su hermosa finca. ¡Gracias Esto promete estar delicioso! –Respondió Leo.

_¡Y con esta hambre que está haciendo! –Añadió Aurelio-

Se reunieron todos a darle muela a la comida mientras chisteaban y relataban anécdotas. Al terminar, Rolando dijo:

_Bueno, ahora si digan qué prefieren, “minitejo” o “rana”?

 La mayoría estuvo por la “rana”. Jugaron hasta que oscureció. Luego, entraron. La dueña  de casa y su hijo, se retiraron a su alcoba. Los amigos se quedaron a  escuchar música. El primero que cayó vencido por el sueño y el trago, fue Ignacio. Leo se levantó y muy “comedidamente” le sugirió a Rolando, llevarlo a la alcoba de una sola cama. Una vez allí, lo recostaron, le quitaron los zapatos, tomaron la manta que había llevado y se la colocaron encima. Salieron para continuar con su charla  “pegándole” a la cerveza. Ya cerca de la media noche, Aurelio dijo:

_Bueno, Leo, creo que por hoy fue suficiente y debemos retirarnos a descansar.

El anfitrión estuvo de acuerdo y se despidieron. Los dos entraron a la alcoba, dispusieron sus camas, se desvistieron casi sin cruzar palabra y se metieron bajo las mantas.

_Hermano, usted está cerca del interruptor. Le tocó apagar la luz.

Leo se incorporó sin salir de la cama y estiró el brazo para apagarla. Al comienzo, la oscuridad fue total, mas, al pasar los minutos, con la poca luz que entraba por la ventana, se podía ver algo. En unos instantes, Aurelio dijo:

_Escucha ese ruido?

_Cuál ruido?

_No puedo precisar bien, pero me parece que alguien arrastra algo.

Yo no oigo nada.

 No pasó mucho rato, cuando escucharon el escalofriante grito de Ignacio:

_¡Ahhh!

Volviendo un poco al momento cuando Ignacio fuera llevado a la alcoba por sus amigos, las cervezas que había ingerido, hicieron su efecto y, al instante quedó profundamente dormido. Así permaneció hasta pasada la media noche, cuando un inexplicable ruido empezó a sacarlo de su estado. Poco a poco fue despertando con la mente aún nublada por el alcohol. El ruido aumentó de intensidad hasta convertirse en lo que él lo interpretó como que alguien arrastraba unas cadenas. Inesperadamente cesó. Se pasó el dorso de las manos por los ojos para aclarar la vista. Fue en ese momento cuando se dio cuenta de que no estaba solo. A unos pasos de su cama estaba una mujer mirándolo. Su cara era exageradamente pálida presentando un aspecto terrorífico. Inmediatamente intuyó que esta presencia no pertenecía al mundo de los vivos y, sobretodo, cuando descubrió que dos cadenas colgaban de sus muñecas. Sin poder evitarlo, un grito aterrador se escapó de su garganta.

 Leo, como si hubiera sido impulsado por un resorte, saltó en la cama y encendió la luz. Aurelio, quien ya estaba a punto de dormirse, también se levantó de un salto y los dos salieron hacia la alcoba de Ignacio a ver qué ocurría.  Exactamente igual ocurrió con Rolando, quien llegó al mismo tiempo que sus amigos. Hicieron girar la manija de la puerta, entraron y encendieron la luz. Ignacio yacía sin sentido sobre la cama. Los tres se acercaron. Rolando comenzó a golpearle suavemente las mejillas mientras lo llamaba por su nombre.

_Creo que debemos llevarlo al hospital del pueblo. –Sugirió Aurelio. Mas en ese momento, Ignacio abrió los ojos, mirándolos uno a uno como si no los reconociera.

_¿Qué paso, hermano? ¿Por qué gritó de esa manera?

El hombre, sin responder, levantó la cabeza y dirigió la mirada hacia el fondo de la alcoba, como si buscara algo. Al fin dijo:

_¿Dónde está esa mujer?

_¿Cual mujer? –Preguntó Rolando-

_¡La que entró arrastrando unas cadenas! –Aurelio y Leo se miraron inquietos-.

_Ignacio, Yo creo que usted tuvo una pesadilla. Eso se debe a que se excedió tomando. Descanse, tranquilícese y duerma.

_Qué pena, Rolando, yo no me quedo aquí solo ni porque me ponga un revólver en la nuca.

_Por qué no llevamos el colchón hasta nuestra habitación? –Preguntó Leo-

_Buena idea. ¡Vamos!

Ya estando los tres en la misma habitación, Ignacio dijo:

_Ustedes pueden pensar lo que quieran: que estaba borracho, que lo soñé y demás; pero lo que escuché y vi, fue real. Una mujer entró a mi alcoba arrastrando unas cadenas. Por mi parte, esperaré a que amanezca y me largo de aquí.

_Yo pienso lo mismo. –Dijo Aurelio-

_No me queda más que acompañarlos.

Después de un delicioso desayuno, los tres amigos se despidieron, a pesar de las exigencias de Rolando. El matrimonio y el niño se quedaron solos, pero felices.

Esa noche, Rolando fue despertado con suaves movimientos por su esposa:

_Mi amor, despierta. Rolando, Rolando!

_¿Qué pasa… mi amor…?

_¡Escucha!

El ruido que se sentía con toda claridad, eran unos pasos de hombre arrastrando algo metálico. Los dos esposos se incorporaron contra el espaldar de la cama mirando hacia la puerta de la alcoba. En eso, un estruendoso golpe la abrió de tal manera, que ésta golpeó contra la pared. Acto seguido hizo su entrada un cura arrastrando unas cadenas amarradas de sus muñecas y sus tobillos. Desde la puerta, se asomaron dos mujeres en igualdad de condiciones. Sobra decir que sus apariencias eran por demás aterradoras. El hombre los miraba con indescriptible furia y así les gritó:

_ “¡Esta casa es míaaa! ¡Váyanse! ¡Ahora, o morirán!

Erika abrazó a Rolando mientras los espectros desaparecían en el aire. Este, encendió la luz y le dijo a su esposa:

_¡Vámonos! Despertemos al niño y otro día volvemos por nuestras cosas, pero a la luz del día.

Cuando regresaron, muy bien acompañados y, después de empacar lo que habían llevado, se acercaron a la casa más cercana con el fin de averiguar qué sabían de aquella finca. El dueño le informó que, según lo que había escuchado, allí vivió un cura quien había secuestrado a dos jóvenes mujeres para aprovecharse de ellas sexualmente y que las mantenía con cadenas. Una tarde, ellas se soltaron y lo esperaron armadas con cuchillos de la cocina. Cuando él llegó, lo apuñalaron y lo encadenaron. Al tratar de salir, él sacó una pistola de su bolsillo y  les disparó matando a las dos. Parece que murió desangrado. Desde eso, esa finca ha sido vendida a no menos de seis familias quienes la ponen en venta bien barata a los pocos días de comprarla, sin gozar de ella.

_En mi caso, esperaré a que me la remate el banco.

 FIN

Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos reservados