carro en carretera I

Aquel sábado, inicio de un “Puente Festivo”, era uno de esos hermosos días soleados, cuando el invierno va calmándose poco a poco y el verano comienza a llegar.

Una pareja de jóvenes conformada por Jennifer y Tomás,  planeó salir de la bella ciudad de Bogotá a darse un paseo en su pequeño automóvil. Tomaron la autopista sur y desviaron su curso por aquella carretera que pasa junto al tenebroso Hotel del Salto del Tequendama. Aunque es un poco angosta, el tráfico es mucho menor y permite conocer poblaciones y paisajes hermosos, hoteles y pequeños balnearios en dónde se puede disfrutar de las piscinas o los ríos.

Llegaron hasta uno de aquellos hoteles. Se hospedarían por el resto del día y la noche;  el domingo saldrían en la tarde, para evitar el flujo de vehículos que retornan a la capital el siguiente lunes. Disfrutaron de todo el placer de estar juntos gozando de su amor en total contacto con la naturaleza.

 

El tiempo se les fue veloz, y el domingo se dispusieron a marchar cuando eran las cinco de la tarde. Sin embargo, Tomás propuso:

_Mira, creo que podemos quedarnos un poco más. No tenemos ningún afán. Al fin y al cabo, mañana es lunes festivo.

_Mm. Entonces, ¿a qué hora más o menos nos vamos?

_¿Te parece entre ocho y nueve?

_Espero que así sea.

 

Salieron cerca de las diez. La brisa les golpeaba el rostro suavemente, como si estuviera acariciándolos. La noche estaba inundada de estrellas. Una que otra estrella fugaz cruzaba el cielo. La carretera estaba sola. El pequeño vehículo hacía esfuerzos por subir aquella pendiente. Pero, para colmo de males, el motor empezó a perder fuerza y se apagó cuando faltaban unos escasos metros para culminarla.

_¡Mda! –exclamó Tomás-

Trató de encenderlo nuevamente, pero no respondió.  Optó por bajarse y hacer todo lo que un conductor hace en esos casos: abrió el capot, alumbró con su celular,  para, en su caso, concluir que no tenía ni idea de lo que sucedía. Jennifer se bajó también.

_Sabes qué pudo haber pasado?

_La verdad, no. Mira, si pudiéramos entre los dos empujarlo hasta donde termina la subida, aprovecharíamos la bajada para ver si prende.

Así lo intentaron colocando una piedra detrás de la llanta para evitar que retroceda. No lo movieron ni un centímetro. Entonces, ¿qué hacer? Segunda opción: Emplear la tecnología y llamar por celular. El resultado: no había señal. Se arrimaron al vehículo desesperanzados.

_Tengamos paciencia. Alguien tiene que pasar.

_Ya está empezando a hacer frío.

_Si, y mira cómo la neblina pasa por nuestro lado.

En ese instante fue cuando sintieron el furioso ladrido de un perro como si estuviera atacando a alguien. El susto fue grande y Jennifer se aferró a Tomás buscando protección. El la abrazó y ambos miraron hacia el lugar de donde venía el ladrido, mas no vieron nada.

_Ven, será mejor que nos metamos al carro. –Sugirió Tomás-

_No, espera, creo que alguien viene. Escucha.

_Si. Parece que una persona se acerca. De ahí el ladrido del perro. Esperemos.

_Mira. Allá viene. Ves una figura?

_Si.

La persona caminaba muy despacio. Poco a poco se fue acercando. Venía con la cabeza agachada. Cuando estuvo cerca de ellos, se detuvo sin mirarlos. Tenía algo así como una capucha. Tomás saludó:

_Buenas noches.

El hombre no contestó. Lentamente levantó la cabeza. El susto que causó a la pareja fue indescriptible. Parecía que hubiera recibido un impacto de fusil que le quitó el ojo y media cara.  Jennifer se tapó la boca y ahogó un grito. Tomás echó la cabeza hacia atrás y apretó a su novia. El recién llegado los miró con el único ojo en forma amenazadora y siguió su camino lentamente. El susto se incrementó en  los viajeros, cuando desapareció en medio de la neblina como por arte de magia.  Cuando lograron reaccionar, abrieron la puerta trasera del automóvil y se metieron tan rápido como pudieron, abrazándose uno a otro. Jennifer estalló en sollozos. Por fin, el miedo disminuyó como para poder hablar; ella le dijo:

_Yo creo que ese hombre era una aparición.

_Claro que si. Nadie hubiera sobrevivido a tan impresionante herida.

_¡Qué vamos a hacer aquí! –Exclamó sin preguntar-

_No podemos hacer nada. Creo que vamos a tener que esperar hasta mañana.

_¿Aquí, en medio de la nada?

_No tenemos alternativa. Menos mal que tenemos el carro.

 

El tiempo siguió su marcha. Jennifer sentía que la vencía el sueño, pero no quería dormirse y dejar despierto a Tomás.  En eso, ambos escucharon a lo lejos el murmullo muy apagado de algo así como  risas de mujer. Esperaron atentos. El murmullo se fue acercando y haciéndose más audible. No sabían si alegrarse o dejar que el miedo los embargue. Tomás tomó la decisión:

_Espera, voy a subir el vidrio delantero. No sabemos qué sea.

Cada vez más, el sonido de una charla inentendible, acompañado de risas, se acercaba. Los dos jóvenes se acurrucaron en la banca trasera hechos un ovillo. Ya se las sentía muy cerca. De pronto, faltarían unos dos metros cuando todo quedó en silencio. Ellos únicamente esperaban. En un susurro, Jennifer dijo a Tomás, acercándose a su oído:

_Parece que… Ayyy! –Las horribles caras de dos mujeres, estaban pegadas a los vidrios de las dos puertas traseras escudriñando al interior!-

Los jóvenes estaban aterrorizados a punto de sufrir un infarto. Lo más extraño fue que, una de ellas, la que se encontraba del lado del joven, metió la mano a través del vidrio como si fuera de agua y trató de enterrarle las garras en la cara.  Mas, en ese momento, sin explicación alguna, la retiró como si se hubiera asustado por algo y, las dos mujeres se separaron del auto y siguieron su camino en carrera hacia el lado derecho de la carretera. Cruzaron el alambrado como si éste no existiera. Inesperadamente, sus vestiduras blancas dejaron de verse. Jennifer estaba a punto de desmayarse. Le faltaba el aire. Tomás, a pesar de su miedo, intentaba darle ánimo:

_Tranquilízate mi amor. Ya, ya. Contrólate.

En ese instante, se le iluminó la memoria y dijo:

_Oye, espera! En la guantera tengo la media de aguardiente que compramos en el hotel. Voy a alcanzarla.

Se agachó lo que más pudo y sacó la botella.

_Esto nos servirá por lo menos para el frío y, también dicen, que aleja los malos espíritus. Toma!

La joven tomó un largo trago, tanto que tosió, y la devolvió a su novio quien también se propinó uno muy copioso.  Siguieron así por un largo rato. En un instante, Jennifer le sugirió:

_Mi amor y, ¿qué tal si intentas prender el carro? ¿Quién quita que prenda?

_Yo no sé casi nada de mecánica, pero tú, menos. Si no prendió hace rato, ¿por qué va a prender ahora?

_Dicen que a veces, la batería se recarga. De todas maneras, intentar no cuesta nada. Ensaya, ¿si?

_Bueno, vamos a ver. ¿Te quedas aquí?

_Si.

Tomás abrió la puerta, salió y cerró. Mas, al abrir la delantera, se dio cuenta del par de ojos que lo miraban desde el otro lado de la carretera. Al momento de colocar la pierna derecha dentro del auto, el perro se le lanzó en un salto agarrándose de la manga de su chaqueta. Tomás reaccionó y se metió al carro cerrando la puerta. El animal se quedó con el pedazo de tela en el hocico y cayó al piso rugiendo con furia. Nuevamente tomó impulso y pegó en la ventana. Tomás abrió la llave del contacto y, para suerte suya y de su compañera, el motor del automóvil rugió  encendiendo como siempre. Ambos lanzaron un grito de alegría y dejaron atrás ese lugar. Al tomar la bajada, la luz de los faros chocó contra las construcciones blancas de las bóvedas y tumbas de un cementerio. Unas cuatro cuadras más adelante, entraban a un pequeño poblado. Nunca hubieran imaginado que estaban varados tan cerca de ese caserío.

 

_Oye, para el auto, que me quiero pasar adelante.

_Espera que parece que allí hay una tienda o un bar.

Pararon y entraron.  Los pocos clientes que allí se hallaban, los miraron con curiosidad. Los jóvenes saludaron:

_Buenas noches.

_Buenas noches! –contestaron en coro-

El dueño se acercó y les preguntó:

_Qué se les ofrece?

_Yo quiero un café bien cargado y un par de panes.

_Yo, lo mismo.

_Con todo gusto. Ustedes van hacia Bogotá?

_SI, así es.

_Ehh… y antes de llegar aquí… no les ocurrió algo… digamos… raro?

_¿Por qué me lo pregunta?

_Porque dicen que, antes de coger la bajada, cualquier carro que pase después de las once de la noche, se vara. Y que algunos fantasmas salen del cementerio a asustarlos.

_¿?

 

FIN

Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos reservados.