mi-compaptoDespués de  entregar al nuevo propietario las llaves de la que por tantos años fue su casa, Norman se despidió y cruzó la calle para darle el último vistazo durante unos segundos. Lo invadió la nostalgia. Allí quedaban encerrados muchos momentos de alegría, tristeza y dolor.

Calmadamente abordó su camioneta y  emprendió el camino que lo llevaría al apartamento que había comprado y en el que viviría, a partir de ahora, solo, puesto que ya su esposa había fallecido y sus hijos habían formado sus propios hogares.

Llegó al apartamento y se dio a la tarea de organizarlo. Empezó por su alcoba: Armó la cama, instaló el televisor y colocó la ropa en el closet. Era lo más necesario. Pasó a la cocina conectó la nevera, la estufa, el microondas, la cafetera y colocó algunas ollas y loza en su lugar correspondiente. Lo principal, por ahora, era tener en dónde calentar algo y en dónde dormir cómodamente. El resto lo iría ordenando a partir del día siguiente. Preparó un café, tomó un trozo de pan y se fue a la alcoba a recostarse un rato y a mirar televisión. Apenas había dado el primer mordisco, cuando sintió cómo en la cocina se caía un vaso de cristal. Colocó la taza sobre la mesita de noche y salió a ver lo ocurrido; mas, para su sorpresa, no había ningún vaso en el piso. Todo estaba en orden.

_”Qué raro; juraría que fue aquí. Fue muy claro” –pensó- “El problema de los apartamentos es que se escucha todo lo que acontece en el vecino. Sin embargo, la cocina no queda colindando con ninguno”. “Bueno, tal vez le estoy dando demasiada importancia al asunto” –Se dijo, y regresó a su alcoba-.

A eso de las siete p.m. salió a caminar. Entró a cenar a un restaurante. Al terminar siguió con su paseo. A las nueve estaba de regreso. Un rato después se hallaba metido entre las cobijas. Poco a poco fue adormeciéndose hasta quedar profundo en brazos del dios del sueño: Morfeo. Después de la media noche, sin ninguna razón aparente, el sueño lo fue abandonando poco a poco. Sintió la sensación de no estar solo. Abrió los ojos despacio. Entre las sombras creyó ver la silueta de una mujer. Se despertó totalmente al tiempo que se sentaba arrimándose al espaldar de su cama. Si. Allí estaba. Giró un instante para encender la lámpara y volvió su mirada. Había desaparecido. Buscó alrededor de su alcoba. Nadie. No hubiera tenido el tiempo para caminar hasta la puerta y abrirla.

_¡Bah! Ilusiones mías. –Dijo-

Se quedó en esa posición por un rato. Luego, se sentó al filo de la cama, se calzó unas abuelitas y se levantó con dirección al baño. De todas maneras miró a los lados, hizo sus necesidades y regresó. Se envolvió nuevamente entre las cobijas, apagó la lámpara y se durmió.

Lo despertó la suave música que había escogido como alarma de su celular. Acto seguido se duchó y se dispuso a prepararse el desayuno. Lo saboreó con deleite y, ahora si, a arreglar las cosas que faltaban de su inmobiliario. Quedó conforme. Tomó su celular y envió la nueva dirección a sus hijos. A esa hora, ya el estómago le reclamaba su almuerzo. Alcanzó una chaqueta, sus llaves y salió. Visitó el cercano centro comercial y eligió su almuerzo. Desde mucho antes, se había preparado mentalmente para enfrentar el hecho de quedar solo. No siempre comería en restaurantes. De vez en cuando cocinaría. De todas maneras resultaba difícil amoldarse a su nueva situación. Lo que si daba por hecho, es que no volvería a conseguir pareja y menos a casarse. Si acaso, contrataría alguna persona para que realice algunas labores domésticas una o dos veces por semana. En la tarde, realizó algunas diligencias pendientes y regresó a su apartamento. Fue a la cocina y se preparó un apetitoso emparedado, café y, con bandeja en mano, se metió a su estudio para mirar en el computador sus correos y las redes para ponerse al día mientras despachaba su comida. Estaba ensimismado en ello, cuando escuchó, por detrás suyo, el ruido de algo como un anillo o una moneda, cayendo y rodando por el piso. Giró con todo y silla tan rápido como le fue posible, buscando con la mirada  aquel objeto que aún no sabría definir con exactitud. En el mismo momento, y con mucha claridad, pudo escuchar los  pasos de alguien que salía del lugar. Se levantó como un resorte y se dirigió a la puerta del estudio. Buscó por todo el apartamento creyendo que algún intruso se había metido en su ausencia, mas no encontró a nadie. Regresó pensativo. No podía dar explicación a lo sucedido y, aunque nunca había creído en apariciones o fantasmas, evaluó todo lo sucedido: Primero, el vaso de cristal, la mujer que creyó ver en la oscuridad y ahora esto. Nuevamente se preguntó si el ruido vendría del apartamento del lado. Dejó el asunto sin respuesta y siguió en lo que estaba haciendo. Cuando se cansó de su actividad, pasó al baño a realizar su aseo personal antes de acostarse, se desvistió y se metió entre las cobijas. Para evitar que el televisor se quede encendido, lo programó y se dedicó a mirar una película que había visto cuando era joven. Se durmió antes de que finalizara.

Esta vez no fue despertado por la alarma de su celular. Fue la melodiosa voz de una mujer, tarareando una canción y que salía del baño de su alcoba. Se pasó las manos por los ojos, entrando poco a poco en la realidad; estiró los brazos y con un gesto de sorpresa, afinó el oído. Se escuchaba perfectamente el ruido característico de la ducha que apagaba algo el cántico. Aún estaba oscuro. Se levantó y caminó con sigilo hasta la puerta del “vestier” y la empujó. Ahora se escuchaba mejor. No cabía duda. Alguien cantaba mientras se duchaba en su baño. Llegó hasta allí y, cosa rara, apenas abrió la puerta, cesó todo ruido. Corrió la puerta de cristal: El piso estaba totalmente seco. No había señas de que alguien hubiera utilizado la ducha. Quedó sin palabras. Y ya que estaba allí, lo mejor sería utilizarla él.

Momentos después, mientras se preparaba su desayuno, escuchó el chocar de una escoba contra su puerta. Se levantó y abrió: Era la persona encargada del aseo. La saludó y ella contestó casi sin mirarlo.

_Buenos días.

_Buenos días, señor.

_¿Le puedo hacer una pregunta curiosa?  –Lo miró, fijamente-

_¿Qué se le ofrece?

_¿Usted estaba tarareando una canción hace un momento?

_No, señor. ¿Por qué me lo pregunta?

_Es que creí escuchar a una mujer cantando.

_No he escuchado nada.

_Bueno, otra cosa: ¿Usted sabe de alguien que pueda venir una o dos veces por semana a hacer algunos oficios domésticos?

_Si, señor. Mi hermana. Si quiere yo le digo que venga a hablar con usted.

_Me parece muy bien. Me avisa.

_Con gusto.

Cerró y, después de desayunar, se dirigió a su estudio. En eso, la punta de su zapato pateó algo pequeño. Se agachó a mirar de qué se trataba: era un anillo de mujer.

_”Este anillo fue el que sentí rodar la otra vez. ¿De quién será? De lo que si estoy seguro es de que, cuando me instalé, no estaba. Qué raro”.

 

El tiempo siguió su curso. Cada día se amoldaba mejor a su nueva vida. Ya hasta los extraños sonidos habían dejado de preocuparle. Tenía la mejor de las disculpas, aunque en el fondo, sabía que se estaba engañando:

_“Debe ser en el apartamento del lado”.

En la mañana del siguiente día, alguien llamó a la puerta. Norman miró por el “Ojo mágico”. Era la encargada del aseo. Abrió.

_Buenos días.

_Buenos días. ¿Cómo está?

_Bien, gracias. Vengo a contarle que ya hablé con mi hermana y está de acuerdo en venir a colaborarle con lo del aseo. Ella puede los días martes y jueves. Usted dirá si sería uno o los dos días.

_Me alegra mucho saberlo y me parece muy bien. Entonces la espero este jueves.

_Muy bien. Hasta luego.

_Espere, no se vaya. Quiero preguntarle una cosa.

_Dígame.

_¿Usted conoció al dueño anterior de mi apartamento?

_Dirá a la dueña.

_La dueña? Pero si yo lo compré a un señor que, tengo entendido, vive desde hace un tiempo en España.

_No. El fue quien heredó el apartamento después de la muerte de su hermana. Doña Leidy. Ella era la dueña y claro que la conocí.

_¿Por qué no sigue un momento y me cuenta algo de ella?

_Lo que sucede es que tenemos prohibido entrar a los apartamentos.

_Mire, no hay nadie. Peor es que nos vean conversando aquí. –Ella dudó un momento y luego aceptó-

_Bueno, pero no puedo demorarme.

Esto fue lo que le contó:

_Doña Leidy era una mujer que vivía sola aquí. Era soltera. El único hermano que tenía vive en España. Dicen que tuvo un novio al que quiso mucho. En ese tiempo vivía en casa de su mamá. El novio le propuso que se fuera con él al Canadá. Pero doña Leidy no quiso dejar sola a su mamá que ya tenía una edad avanzada y estaba enferma. Entonces él le terminó y se fue. No volvió a saber nada de él. Cuando su mamá murió, vendieron la casa y con su parte compró este apartamento. Nunca se le conoció otro novio. Era muy buena persona y dicen que cantaba muy bonito. De un tiempo para acá empezó a enflaquecer. La gente dice que sufría de depresión. Creo que la mató la soledad. Cuando su hermano vino, ya fue muy tarde. No pudo hacer nada.

_Triste historia.

_Ahora si, me voy.

Un día en que había ido al banco en donde tenía su cuenta, se encontró con Iván un excompañero de trabajo.  Se saludaron y después de haber terminado sus diligencias, Norman lo invitó a tomarse algo.

_Ahora, cuéntame ¿cómo te sientes en tu nueva vida y en tu nuevo apartamento?

_Bueno, estoy acoplándome poco a poco. No es tan fácil, pero ahí vamos. Y ya que me lo preguntas, quiero comentarte algo. No sé cómo lo vayas a tomar. A lo mejor creas que me estoy chiflando.

_Me inquieta tu comentario. Cuéntame.

_Ante todo quiero preguntarte algo: ¿Tú crees en… fantasmas, ruidos extraños, apariciones…

_Personalmente no he tenido ninguna experiencia sobre el tema, pero se escuchan tantas cosas, que lo que te podría decir es que “Cuando el río suena…”

_Lo mismo ha ocurrido conmigo, hasta que compré mi nuevo apartamento. –Le contó en detalle lo ocurrido-.

_Pero estoy seguro de que tú no eres de los que salen corriendo.

_Así es y, además, no tendría a dónde. Tú, en mi caso, ¿qué hicieras?

_En cualquier situación, a mí me gusta enfrentar las situaciones y “tomar el toro por los cuernos” En caso de ver o sentir su presencia, yo le preguntaría qué desea de mí. Pudiera ser que necesite algo.

_Mira… No te puedo negar que siento algo de… temor, pero creo que si sería capaz de hacerlo.

Cierto día, a eso de las ocho de la noche estaba en su estudio redactando un derecho de petición, cuando de pronto sintió  que alguien le colocaba la mano en la espalda. Inmediatamente volvió la cabeza. Se estremeció tanto, que casi suelta un grito: Allí, frente a él, a una distancia de un metro y medio, estaba la misma mujer que viera en su alcoba. Hizo acopio de toda su fuerza de voluntad para dominar el miedo y no “salir corriendo”, como diría Iván. Le ayudó mucho el hecho de ver la expresión de dulzura con la que lo miraba. Respiró varias veces antes de animarse a preguntar:

_¿Quién eres?  -No miró movimiento alguno en sus labios, aunque claramente escuchó su respuesta:

_”Leidy” –Al escuchar su nombre, inmediatamente supo de quién se trataba: la dueña anterior-

_Y… ¿Por qué estás aquí?

_ “Aquí vivo”.

_¿Quieres hacerme algún daño?

_”No” –Al instante la imagen se fue tornando borrosa hasta desaparecer por completo-.

Norman sacudió la cabeza y se preguntó si estaría soñando, aunque muy bien sabía que no era así. Tomó aire profundamente. El suceso lo dejó pensativo. Quiso continuar escribiendo, pero no pudo concentrarse. No tuvo más qué hacer; apagó el computador. Poco a poco se fue tranquilizando.

_”Eras muy linda y debiste ser muy tierna. Me hubiera gustado conocerte” –Pensó-

Optó por levantarse y dejar su escrito para el día siguiente. Se retiró a su habitación. Haga lo que haga, sus pensamientos estaban ocupados por aquella aparición. Se acostó dejando encendida únicamente la escasa luz de la lámpara de la mesa de noche. No quería dormirse. Esperaba que Leidy se presentara otra vez. Abrió el cajón del nochero y cogió el anillo. Lo miró dándole vueltas. Lo colocó al lado de la lámpara. Haría lo imposible para no sentir miedo. Esperó lo que más pudo. Al fin, el sueño se apoderó de él y se durmió.

A pesar de estar durmiendo, sin saber por qué, abrió los ojos y quedó dotalmente despierto. La alcoba estaba tenuemente iluminada por la lámpara. Sacó su brazo de entre las cobijas e intentó apagarla. Fue en ese momento cuando reparó en la presencia de alguien sentada en la parte inferior de su cama. Era… Leidy. Sin querer tomó aire bruscamente y la miró fijamente. Al igual que en el estudio, ella le sonrió. El, a pesar de su temor, también le sonrió. Así permanecieron unos instantes. El tomó la iniciativa y le preguntó:

_¿Por qué estás aquí?

_”Esta es mi casa. La estoy cuidando”.

_Ya no hay necesidad. Yo se la compré a tu hermano. Yo la cuidaré por ti.

Ella no contestó.  Entonces Norman cogió el anillo y continuó:

_¿Era tuyo?

_”Si” –Le extendió su mano ofreciéndoselo. Ella movió la cabeza negando-.

_”Consérvalo”.

_Gracias. Mira, me gustó mucho conocerte. Hubiera sido muy lindo hacerlo antes. Pero ahora, tú ya no perteneces a este mundo. Debes continuar tu camino.

Ella se quedó mirándolo un largo instante. De pronto, se levantó. Lo miró con esa forma tan tierna como nunca antes lo había mirado nadie.

_”Si”

Detrás de ella surgió una luz muy brillante que la fue envolviendo hasta cubrirla totalmente. Luego se fue haciendo cada vez más pequeña hasta extinguirse. Norman comprendió que Nunca más la volvería a ver; se había marchado para siempre. Sin que pudiera evitarlo, se sintió embargado por una infinita tristeza, exactamente como cuando se aleja un ser querido.

_»Sigue tu camino, preciosa. –pensó- Algún día me tocará a mí».

FIN

 Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos Reservados.