Llegó hasta la prestigiosa clínica acompañado de su esposa y el mayor de sus tres hijos, con su pequeño equipaje colgado al hombro y se acercó a la oficina de admisiones.

_Buenas tardes. –Saludó a la asistente quien le brindó una hermosa sonrisa-
_Buenas tardes. En qué lo puedo servir?
_Traigo esta orden de hospitalización. –Le alargó la hoja-
_Es usted el paciente?
_Así es. –La hermosa muchacha tomó unos formatos y marcó x en donde había que llenar. No deja de inquietar aquel con el cual se exonera a la entidad de cualquier clase de riesgo por trauma o muerte del paciente, (aunque debiera decirse “padeciente” porque padece alguna clase de molestia, y no “paciente” porque paciencia no es la causa de estar en ese sitio).

Una vez cumplidos los requisitos, le entregó una credencial, le dio las instrucciones correspondientes y, después de desearle suerte, llamó a una enfermera para que lo lleve a la alcoba. Una vez allí, ella
muy amablemente le ayudó a instalarse. Luego, despidió a sus familiares. Ya solo, se enfundó en su piyama, se recostó encima del cubrelecho y comenzó a pensar. A las cuatro p.m. un médico entró:
_Buenas tardes. Cómo se encuentra nuestro nuevo paciente?
_Bien, doctor.
_Bueno, vamos a practicarle una valoración. –Siguió con el chequeo-

Una hora después, hizo su entrada una empleada (muy robusta, por cierto), empujando una mesa móvil en la que se acomodaban las bandejas de la comida. Colocó lo correspondiente sobre una mesa que acercó hasta la cama.
_Buen provecho. –Dijo, y salió-
_Gracias

Era muy temprano aún, pero empezó a dar buena cuenta del escaso y simple alimento. Al terminar se lavó los dientes y encendió el receptor de radio que su muy detallista esposa le había colocado y que ya se encontraba ubicado en la mesa de noche. Trataba de no pensar en la difícil intervención que le practicarían al día siguiente. A medida que pasaba el tiempo, un amodorramiento se fue apoderando de él. Encendió la lámpara de la mesita de noche, apagó la luz central de la alcoba y se metió dentro de las cobijas. Nuevamente empezó a adormecerse, cuando la puerta se abrió y entró una mujer entre joven y madura, de cabello rubio, vistiendo una túnica larga de color rosado. No pudo darse cuenta si tenía chancletas, lo cierto es que, más que caminar, parecía que flotaba en el aire. Se acercó hasta la parte inferior de la cama y colocó sus manos sobre el tubo. No dijo nada. Solamente lo miraba.
_Hola! –saludó él. Ella no contestó. Seguramente era una paciente.
_Necesitas algo? –le preguntó él sin obtener respuesta. En lugar de eso, dio vuelta a la cama y se acercó por su izquierda sin dejar de mirarlo dulce y tiernamente a la vez-
_Viniste! –dijo-
_ “¿Estará trastornada?” –pensó-

Nuevamente alguien abrió la puerta. El desvió la mirada. Era la robusta mujer que venía a recoger la loza.
_Muchas gracias
_Por nada.
_Le puedo hacer una pregunta? –habló en voz baja-
_Por supuesto.
_Usted conoce a mi visitante? –giró la cabeza para mirar a la joven mas, para su asombro, no la vio por ningún lado.
_A quién se refiere?
_En qué momento se fue, o… en dónde se metió?
_Quién?
La mujer que estaba junto a mí cuando usted entró.
_Cuando yo entré usted estaba solo. Hasta mañana y que pase buena noche.
Se quedó atónito.
_“Estaría soñando?” –se preguntó.- Pero fue tan real!

Al día siguiente muy temprano, fue trasladado a la sala de cirugía cómodamente sentado en una silla de ruedas y con tan sólo una bata verde de tela quirúrgica como vestimenta. El enfermero abrió la puerta y lo condujo al interior. Una vez allí fue llevado junto a una camilla en donde esperaban dos enfermeras más.
_Por favor se quita la bata y se sube a la camilla. –Dijo una de ellas-
El obedeció, no sin sentir cierto pudor. La misma lo cubrió con una manta dejándole un brazo por fuera, y procedió a buscarle la vena en la que conectaría el suero. Poco a poco se fue relajando hasta quedar dormido. Cosa rara a la última persona que vio fue a su rubia visitante.

Casi dos horas después de que los cirujanos terminaran su admirable labor, la anestesia fue perdiendo su efecto. El médico que le había practicado la cirugía comenzó a llamarlo por su nombre. El, escuchaba a lo lejos el llamado y fue tomando conciencia; pero, además de la voz del hombre, escuchaba también la de una mujer. No podía moverse. Percibió la presencia de alguien junto a su cama. Lentamente fue abriendo los ojos. Allí estaba ella. Lo miraba con aquella ternura infinita.
_La cirugía fue todo un éxito. – dijo el galeno sonriente.- Más tarde paso a visitarlo. Hasta luego.
_ Muchas… gracias, doctor. Hasta luego. –Respondió en un susurro-

Volvió la mirada a su rubia acompañante. Extrañamente, él no percibió movimiento de los labios, sin embargo con su voz melodiosa, dijo:
_Hola, mi amor. Todo salió bien! –El, muy lentamente preguntó:
_Quién… eres?
_Por tu estado no me recuerdas. Estuve a tu lado durante toda la cirugía.
_Por qué… me dices… “Mi amor”?
_Porque para mí siempre has sido y serás mi amor.

En ese instante, una enfermera entró seguida de su esposa. Este dirigió la mirada hacia ella quien se inclinó sobre él dándole un beso en la frente.
_Hola, mi amor, cómo te sientes? –dos veces el mismo saludo-
_Bien… -respondió el hombre muy pausado y a media voz- Y los… muchachos?
_Te mandan muchos saludos, mi vida. Cada cual en lo suyo. Desafortunadamente sólo dejan entrar una persona a visitarte, por ahora. Ya podrán hacerlo después. También tus hermanos te mandan saludos. Prometieron venir según dure tu estadía, y si no es muy larga, irán a nuestra casa.
_Señora, ya debe marcharse. El paciente no debe esforzarse. –Dijo la enfermera educadamente, pero enérgica.
_Si, gracias. Ya me voy. Chao, mi amor, -le dio otro beso en la frente- Mañana volveré. –Tomó su bolso y salió. El asintió con un movimiento de cabeza.
_Chao. –contestó. Luego, dirigiéndose a la enfermera:
_Y… ella… si puede… quedarse? –Preguntó el paciente señalando con la mirada a la mujer que estaba a su izquierda-
_Quién?
_Ella. –Dijo nuevamente mirando a la encantadora rubia que sonreía de una manera infantil. La enfermera miró en la dirección del hombre, pero al no ver a nadie, sonrió pensando que el efecto de la anestesia no había concluido. Siguiendo la corriente, contestó.
_Si, ella pueda quedarse.
_ «Y tú quieres que me quede?” –preguntó la mujer inclinándose con coquetería. El contestó con un movimiento afirmativo de su cabeza.

Permanecieron largo rato callados. Luego ella comenzó a pasarle la mano por los cabellos-.
_Descansa… duerme. –Le decía con un susurro adormecedor- Pronto te recuperarás. Y cuando ésto suceda, las cosas van a cambiar: No volverás a dejarme nunca más.

Se durmió plácidamente permaneciendo en ese estado por casi dos horas. Cuando despertó, ella seguía allí, junto a él. La miró interrogante.
_Tú… estás… de visita? -preguntó; mas al ver su indumentaria, una levantadora, comprendió que no y continuó con la pregunta:
_Estás interna… De qué te están tratando?
_De cáncer.

En la mañana siguiente, entraron, un enfermero y el médico, nuevamente a valorarlo. El paciente se dio cuenta de algo: Ninguna persona de las que entraban, prestaban atención a la rubia en lo más mínimo. Pero mayor fue su desconcierto cuando el médico, en un rápido movimiento, chocó con la mujer y prácticamente pasó a través de ella. Creyó que se debía a su estado.
_Ya es hora de trasladarlo a su alcoba. –Dijo descolgando el suero del soporte y comenzando a caminar al lado de la camilla que era empujada por el enfermero. Al otro lado iba la mujer de los cabellos de oro. Después de dejarlo instalado en su cama, salieron.
_Te has quedado… muy callada…Parece que no te llevas con… el médico ni con el enfermero. –Ella siguió en silencio. No me has …dicho tu nombre.
_Cómo es que no me recuerdas? Soy Jacqueline. Tu Jackie!

El hombre sintió que le faltaba el aire. Mucho tiempo atrás tuvo una novia que se llamaba Jacqueline a quien, él, le decía “Mi Jackie”. Era casi aún una adolescente. Sería posible que fuera la misma persona?

Minutos después, llegó su esposa acompañada de la enfermera. Lo besó en la mejilla.
_Mi amor, cómo te sientes?
_Mejor. Mucho mejor. Mira, quiero presentarte a … -Dirigió la vista hacia Jacqueline, sin embargo, ya no estaba.- Parece que salió y no me di cuenta.
_A quién te refieres? Cuando entré estabas completamente solo.
_Es una mujer que parece tener la habilidad de aparecer y desaparecer cuando quiere. Es rubia, muy linda y se llama Jacqueline. Me contó que la están tratando de cáncer, pero no sé en qué momento, porque se la pasa aquí conmigo.

La enfermera estaba colocando en su lugar algunas cosas; mas, al escuchar la conversación, suspendió la actividad.
_Dijo Jacqueline?
_Si, ese es su nombre. Por qué?
_No… No… Por nada. –Y salió apresuradamente. Su esposa se dio cuenta del brusco cambio de actitud.
_Qué le pasó a la enfermera? Me pareció que se asustó cuando nombraste a aquella mujer.
_Qué raro.

Rosa María permaneció con su esposo hasta que se acabó el tiempo de visita y salió para su casa. Después de comentar con sus hijos el estado de su padre y de adelantar sus actividades diarias, se acostó casi a las diez de la noche. Al momento entró en un estado de ensoñación. La alcoba se iluminó con una tenue luz, y una hermosa mujer rubia vestida con una levantadora rosada, se paró al lado de la cabecera de la cama para decirle con todo enérgico:
_Esta vez no te voy a permitir que me quites a mi amor como lo hiciste hace algunos años. Tú nunca lo has querido como lo hago yo. El por fin será mío para siempre! Y no voy a permitir que salga de la clínica!

La mujer se despertó lanzando un ahogado grito. Se sentó en la cama y encendió la lámpara de la mesita de noche. Miró hacia los lados y comenzó a tomar aire profundamente.
_»Menos mal que todo fue un mal sueño” –Se dijo, al tiempo que la puerta se cerraba con fuerza como si alguna persona hubiera salido. Nuevamente se sobresaltó. Se dio ánimo pensando que alguno de sus hijos se había levantado. Se calzó las chancletas y salió a mirar. Ninguno atendió a los golpes en sus puertas. Estaban dormidos.
_»Entonces sería el viento” –Se dijo, y volvió a su alcoba.

Se metió en la cama sin atreverse a apagar la lámpara. Las palabras que le dijo le retumbaban en la cabeza. De pronto, una idea fue tomando forma en su mente. Recordó lo que le había dicho su esposo: “Es rubia, muy linda y se llama Jacqueline…”. Precisamente así se llamaba aquella muchacha que fuera la novia de su marido antes que ella. Recordó muy bien cuando le dijo:
_”Tú me estás quitando a mi novio y esto no se va a quedar así. Te lo juro que los dos me las pagarán”.

Se durmió casi al amanecer.

En la mañana de ese domingo le darían de alta a su esposo. Llegó a la clínica junto con sus hijos y, después de los saludos, ella le preguntó:
_Y Jacqueline no ha venido a visitarte hoy?
_Si, estuvo aquí hasta hace unos minutos. Es una mujer muy extraña. Sabes con qué me salió?
_Dime.
_Que no iba a permitir que salga de la clínica. Que haría lo imposible para que me quedara. Que tú no me querías como lo hacía ella. –La mujer palideció-
_No puede ser! –Casi gritó-
_Por qué te pones así? Yo creo que está desquiciada.
_Es que no te das cuenta quién es? Esa mujer es Jacqueline Orduz! La que era tu novia cuando nos conocimos! –Le contó el sueño que tuvo la noche anterior-.

En ese momento entró la enfermera seguida del doctor quien venía a practicarle la última valoración.
_Buenos días! No me digan que están discutiendo.
_De ninguna manera, doctor. Estamos extrañados por la coincidencia entre un sueño que tuve anoche y algo que le sucedió a mi esposo esta mañana con una paciente.
_Y quién es la paciente?
_Es una mujer muy extraña. Creo que hasta tiene síntomas de locura. Se llama Jacqueline, es rubia, alta, muy bella aunque ya es madura. Dice que la están tratando de cáncer… -La enfermera escuchaba callada con mucha atención-
_No conozco a ninguna paciente registrada con ese nombre.
_Perdón, doctor –dijo la enfermera cortando la conversación- Puedo hablar con usted? Y se dirigió a la puerta. El doctor la siguió.
_Dígame.
Lo que sucede es que desde que se hospitalizó, escuché al señor hablar de esa supuesta paciente. Al comienzo no le di importancia, pero después fui atando cabos. Hace varios días estuvo hospitalizada en esta alcoba una paciente de nombre Jacqueline Orduz, rubia, alta, muy linda. Ella falleció de cáncer. Dadas las circunstancias, creo que está ocurriendo algo raro. Cree que debemos contarle al señor?
_No veo la necesidad. El se va hoy y es mejor que no sepa lo ocurrido. Por favor traiga la historia clínica del paciente.

Unos minutos después, la enfermera volvió con malas noticias:
_Doctor, la historia clínica no está por ningún lado.
_Búsquela. La necesito para hacer la confrontación y poder expedir al caballero la orden de salida.
_Ya lo hice por todas partes y no está.
_Lo haré personalmente. Ya vuelvo.

Pasaron los minutos y ni el médico ni la enfermera se hacían presentes. Rosa María estaba cada vez más impaciente. No quería pasar otra noche sola.
_Voy a buscar al médico.
–Voy contigo. –Dijo el mayor de sus hijos-
_Te dije que no podrías irte. –Escuchó decir a la rubia, y giró la cabeza hasta la esquina del fondo desde donde provenía la voz, para encontrarla sonriente mirándolo.- Ahora si sabes quién soy? Te acuerdas de esa jovencita que te adoraba y a la que dejaste por ir detrás de Rosa María?
_En qué momento entraste?
_No he salido ni por un minuto.
_Sin embargo ninguno te hemos visto.
_No entiendes. Yo ya no pertenezco a tu mundo. Y, pronto, tú tampoco. Es la única forma de estar juntos en la eternidad. –La expresión de su rostro cambió totalmente, tornándose pálida y cadavérica. En un segundo se lanzó sobre él estirando sus huesudas manos para apretarle la garganta, mientras con una voz cavernosa le decía:
_Te quedarás conmigo para siempre!

Fabián, el segundo de sus hijos, al mirar cómo su padre hablaba solo y ahora abría la boca, corrió a buscar ayuda. Sin embargo no fue necesario, porque en ese momento, con el repicar de una campanilla, entraban el médico, la enfermera y el cura que celebraba la misa los domingos y pasaba por las alcobas administrando la comunión. Al momento percibió lo que estaba ocurriendo e, inmediatamente, se hizo cargo de la situación diciendo:
_Apártate en el nombre de dios! Vuelve al lugar donde perteneces! –Y rociaba con agua bendita-
En un momento todo quedó en calma. El paciente tosía y tomaba aire. Entró el enfermero con la silla de ruedas, y lo ayudó a sentarse en ella. Desde el fondo de la alcoba se escuchó un desgarrador sollozo. Todos voltearon a mirar, mas la alcoba estaba vacía.
FIN
Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos reservados