Cuando ya las sombras de la noche comenzaban a invadir el plantel, sonó el timbre que indicaba la finalización de clase. Era la última hora de aquel viernes. Martha, una abnegada profesora agradeció la atención de sus estudiantes de grado décimo:
_Que tengan un agradable fin de semana, muchachos. Por favor el encargado del libro de registro de clases?
Una estudiante se acercó apresurada con el mencionado libro y, al hacerle entrega del mismo, le dijo:
_Profesora, me puede hacer el favor de llevarlo a la coordinación? Es que tengo urgencia de salir.
_Por supuesto. No hay ningún inconveniente.
_Gracias. Chao.
Todos los estudiantes, sin excepción, salieron.
La profesora estaba inclinada haciendo el registro correspondiente cuando alguien, desde atrás, le haló la blusa de trabajo. Inmediatamente ella giró la cabeza para ver de quién se trataba: era una niña de escasos cinco años quien miraba a la profesora con cierta timidez arrimada en el rincón del salón.
_Hola, muñequita. Qué haces aquí? No te vi entrar.
La pequeña no respondió; simplemente, la miraba.
_Mi amor, tus compañeritos debieron haber salido hace más de una hora y tus padres deben estar buscándote. Espérame a que termine de registrar mi clase y te acompaño a la coordinación. –Y, sin obtener respuesta, giró nuevamente para firmar su anotación. Al terminar, cerró el libro-.
_Listo. Ahora si… -volvió la mirada a la niña, pero no había nadie. La muchachita se había esfumado en un segundo. Lo raro es que para salir tendría que haber pasado por delante de ella! Buscó con la mirada por todo el salón: Nada. Sintió como se erizaba del miedo. Corrió los cuatro metros hacia puerta. Al salir, descubrió a la pequeña junto a la entrada del aula siguiente. Esta la miró y entró en ella. La profesora caminó hacia allá. Estaba oscuro. Encendió la luz. Una risa de niña juguetona se expandió por el solitario salón. A punto de desmayarse, la profesora salió sintiendo que las piernas se le amarraban.
Llegó a la coordinación. Su palidez era exagerada. La coordinadora la miró intrigada y le preguntó:
_Se siente mal?
_No, sólo fue un pequeño susto.
_Siéntese. –Y llamó a una aseadora que se hallaba cerca. –Traiga un vaso con agua pronto!
La mujer volvió con el agua en el momento en que la profesora narraba su encuentro con la niña.
_Perdonen que meta la cucharada. Lo que pasa es que esa niña nos ha asustado varias veces tanto a mí como a mis compañeras. Siempre se mete en el último salón del cuarto piso y cuando uno entra a buscarla no encuentra a nadie y sólo se escucha una risa o un llanto. -La coordinadora escuchaba con temor-.
_Pero quién podrá ser?
_Dicen que puede ser el fantasma de una niña que se cayó por estar traveseando en el pasamano ya hace un tiempo.
_Creo que sería bueno contratar un cura para que celebre un acto religioso en ese salón.
_Es muy buena idea. –Añadió la profesora.– En lo que a mí respecta no volveré a quedarme sola allí ni loca.
FIN
Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos de autor reservados.