El lugar en donde se desarrolla esta historia es una vieja casona adaptada para colegio. La construcción en sus tres pisos enmarcaba el patio central formando algo parecido a una letra C; la parte faltante, para completar un cuadrado, limitaba con una inmensa zona verde. En el primero y tercer pisos estaban las aulas y la sala de profesores. Los laboratorios y la biblioteca estaban en el segundo piso, costado sur.
Durante el día funcionaba el bachillerato femenino y en la sección nocturna, el bachillerato mixto para adultos.
La noche en que se inicia nuestro relato, por alguna circunstancia, la profesora de la tercera clase del curso octavo no llegó, tal vez, por la inclemencia de la lluvia.
Ginna y Laura eran dos señoritas que, debido a su trabajo durante el día, se habían visto en la necesidad de matricularse en ese colegio nocturno. Además de compañeras de trabajo y estudio, eran muy amigas.
Había transcurrido ya un cuarto de hora, y dándose cuenta de que no habría clase, Ginna le pidió a Laura que la acompañara al baño. Salieron juntas, alejándose del salón por el semioscuro pasillo. Al finalizar, cruzaron a la izquierda; más o menos en la mitad del corredor, se hallaba el baño de damas. sin embargo, les llamó la atención ver a un hombre alto, de sombrero y abrigo grueso de color negro, quien caminaba unos tres metros delante de ellas, entrar en dicho baño. Ginna le dijo:
_¡Oye! ¡ese baño es para las damas! -pero el hombre pareció no escuchar. Llegaron a la puerta, un poco disgustadas y con deseo de pedirle al extraño que saliera, mas no encontraron al intruso: todos los servicios estaban vacíos y con las puertas abiertas.
_¡Qué raro! –Dijo Laura- Habrá entrado en el salón vecino y nos confundimos?
_¿Cuál salón vecino? ¡si en este costado los salones son oficinas de la sección diurna y de noche no se abren!
_¿Entonces?
_Entonces apuremos y nos vamos al salón. Entra mientras yo me retoco un poco los labios.
Ginna entró cerrando la puerta por dentro, como es natural. Laura se pintaba los labios mirándose en el espejo. De pronto sintió el frío de una mano por debajo de la falda. Pegó un salto y apretó las piernas, mientras decía:
_¡Quieta que me vas a hacer dañar el maquillaje!
Ginna, dentro del servicio, se preguntó con quien hablaría Laura; pensó que alguien más había entrado y que con ella no era el diálogo. En ese momento tuvo la sensación de ser observada, desde la parte de arriba, por alguien. Levantó la cabeza girando un poco. El hombre de sombrero negro y tez extremadamente blanca, que habían visto en el pasillo, estaba ahí mirándola. Sin poder controlarse lanzó un agudo grito de espanto. Laura tiró su labial al lavamanos y preguntó asustada:
_¡¿Qué pasó?!
Ginna abrió la puerta y dijo:
_¡El hombre del sombrero me estaba mirando desde arriba sacando la cabeza por encima del baño vecino!
_¡Imposible ! ¡Mira, el baño vecino está abierto. Aquí no hay nadie! ¡Estamos las dos solas! Ven, vámonos eso te pasa por haberme tocado las piernas con tus manos frías!
_¡Yo no te he tocado nada! ¡Cómo iba a hacerlo si tenía la puerta cerrada?
Las dos amigas se miraron unos instantes, y salieron corriendo hacia el salón de clases. Entraron tan agitadas, que todos los compañeros se dieron cuenta de que algo les había ocurrido. Se acercaron a ellas formando corrillo a preguntarles lo sucedido. Ellas les contaron con voz entrecortada el incidente. Algunos rieron y hasta les hicieron bromas. Otros no le dieron importancia al asunto, y así quedó… por ahora.
Una noche, Hernán, uno de los profesores, aparcó su carro cerca de la escalera de la parte nororiental, puesto que su primera clase de laboratorio, la tenía justo en ese lado en el segundo. La otra escalera se encontraba en la esquina noroccidental, junto a la sala de profesores. Aseguró las puertas de su vehículo y subió, percatándose de que una ligera llovizna comenzaba a caer.
Dictó clases desde las seis hasta las diez de la noche. La lluvia había aumentado torrencialmente y grandes relámpagos iluminaban de cuando en cuando el patio muy poco alumbrado por las dos bombillas. Al fin, el timbre marcó la hora de salir. A partir de ese instante, estudiantes y profesores contaban con quince minutos para desocupar el tercero y segundo pisos, pues el celador era inflexible en cerrar las puertas de acceso y de apagar la luz para evitar que los estudiantes se demoraran en salir. El maestro se dirigió hasta la sala de profesores, se quitó la blusa de trabajo y la guardó en su maleta. Siempre era el último en bajar. Los demás colegas salían unos minutos antes del timbre.
_“Tendré que caminar por todo el tercer piso hasta la otra escalera para no mojarme.” -se dijo y comenzó a hacerlo apresuradamente, puesto que la distancia era como de unos sesenta metros por cada uno de los tres costados. Cuando al fin llegó al primer piso, ¡Qué desagradable sorpresa! ¡La reja de ese lado ya había sido cerrada! En ese caso no le quedaba más remedio que regresar caminando, subir al segundo piso y tratar de alcanzar el otro extremo; y, lo que era peor, mojarse para llegar hasta su carro. De pronto, las luces se apagaron dejando las dos plantas en tinieblas. Hernán apresuró el paso. Habría recorrido la mitad del primero de los tres pasillos, cuando sintió que alguien caminaba a sus espaldas. Tal vez algún estudiante rezagado. Para no demorarse, no volvió la cabeza ni se detuvo a esperar; la persona que venía detrás se acercaba cada vez más. Las viejas tablas del piso crujían con cada uno de sus pasos y volvían a crujir con los pasos de la persona que venía tras él. Cuando ya casi sentía la respiración del otro en la nuca, el maestro giró la cabeza para darse cuenta de quién era su acompañante y… ¡se quedó frío! ninguna persona venía por el pasillo. Siguió caminando y volvió a sentir a ese alguien detrás suyo. Comenzó a correr y de igual manera lo hizo la otra persona. Hernán se sentía desfallecer. Al fin llegó al último de los pasillos dándose cuenta de que el celador estaba cerrando la reja de este lado.
_¡Oiga, espere! –Gritó lo más duro que pudo levantando la mano libre, pero no fue escuchado. El celador, con sus inseparables audífonos, se alejó lentamente y comenzó a bajar las escaleras. Hernán llegó hasta la reja:
_Hey! –Gritó al celador varias veces, mas el hombre no escuchó su llamado. Desesperado, se agarró de las varillas moviéndolas frenéticamente, pero todo fue inútil. El sonido de unos pasos lo hicieron voltear a mirar hacia el fondo. El resplandor de un relámpago iluminó por unos momentos la figura que venía caminando lentamente. Con el efecto de la luz alcanzó a distinguir a un hombre de sombrero.
_”Quién podrá ser?” –Se preguntó- Al momento, otro rayo volvió a iluminar el pasillo. La cara del hombre se había transformado de manera monstruosa. Un desagradable olor a huevos podridos se esparció por el lugar. El pánico hizo presa del profesor; se agarró con fuerza de la reja para no caer, puesto que sus temblorosas piernas se negaban a sostenerlo. El miedo era tanto, que hasta estuvo a punto de perder el sentido. Fue en ese momento cuando escuchó que, por el lado de la escalera alguien subía apresuradamente, llamándolo.
_¡Hernán! –Se trataba de Luis Carlos, el coordinador-
La voz que salió como respuesta fue una mezcla de grito y llanto.
_¡Aquí estoy!
La luz se encendió al instante y lo primero que hizo Hernán, fue mirar hacia atrás. No había nada. Mas el desagradable olor todavía persistía.
_Qué le pasó hermano! Le cogió la noche?
_¿La noche?… ¡Casi me coge el… patas! -Tras el coordinador, venía el portero con un manojo de llaves.
_Agradezca que se me pinchó una llanta y estoy sin gato. De lo contrario, me hubiera ido sin darme cuenta de que usted estaba en éstas, y se hubiera quedado toda la noche.
_¡Soy tan capaz de regalarle el gato!
_¿Qué fue lo que le pasó…, profesor? Lo veo blanco! Lo… espantaron? –Preguntó el celador-
_No lo voy a negar. Cómo es que usted anda tan tranquilo por todo este colegio sin dársele nada?
_Es que los fantasmas y yo somos tan conocidos que ya me siento uno de ellos! Ja, ja, ja. –Y se alejó con su estrepitosa risa escaleras abajo.
FIN
Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos reservados.