Los ardientes rayos del sol, en aquel hermoso día, empezaban a calmarse poco a poco dejando que una agradable brisa moviera las ramas de los árboles llenando de frescura el lugar.
Cómodamente sentados, Luis y su esposa Gisela, recibían la visita de Martina, mirando cómo la tarde iba muriendo en el horizonte.
La pareja acostumbraba pasar algunos fines de semana en su casa de campo, situada a unas cuantas cuadras fuera del pueblo. Martina, una joven habitante del lugar, era la vecina más cercana y quien se encargaba de cuidar esa propiedad vigilando que ninguna persona extraña hiciera de las suyas. Lo hacía con especial esmero puesto que, desde que Luis compró aquel predio, surgió entre los dos una mutua atracción. La mujer estaba separada hacía ya tres años y, hasta la fecha, ya se habían encontrado varias veces a escondidas. Ella era el principal atractivo de las visitas de él al lugar.
Serían las cinco de la tarde, cuando se escuchó el canto de un gallo en alguna de las casas cercanas.
_Alguien se va a morir. –dijo la mujer-
_Por qué lo dice? –preguntó Luis-
_Es un agüero que hay por acá. Siempre que el gallo canta a estas horas, alguien se muere.
_Yo no creo en agüeros. Si alguna vez sucedió debió ser coincidencia.
_Pues entonces las coincidencias ya son varias. No sé por qué las personas que viven en ciudades son tan incrédulas a ciertas cosas que pasan.
_Como qué, por ejemplo?
_Como las apariciones, los fantasmas, las brujas, los duendes… y demás cosas que suceden en los campos.
_Esas son tonterías!
_Eso es lo que usted cree.
_Mientras alegan voy por una limonada. –dijo Gisela dirigiéndose a la cocina-
_Está bien. Le voy a demostrar que eso es pura coincidencia. –dijo Luis- Hagamos una cosa. Vamos a hacer una apuesta.
_Píntela!
_Si para la próxima vez que venga ha muerto alguien del caserío, le doy cincuenta mil pesos. Si por el contrario no ha muerto nadie, me los da usted a mí. Vale? –y en voz baja agregó- Pero en especies.
_No, así no vale. Le acepto la apuesta, pero le vamos a poner más emoción al asunto. Como usted no cree en nada y no le teme a nada, si ha muerto alguien hasta cuando ustedes vuelvan, además de darme el dinero, tendrá que ir a visitar la tumba del fallecido pero de noche y solo. – y de la misma manera que lo hiciera él, añadió en voz baja- Luego pasa por mi casa a completar el pago también en especies.
_Acepto.
_Espero que sea “buena paga”. No me gusta que me hagan trampas. –dijo la mujer entre chiste y chanza.
Pasaron varios días hasta que se llegó uno de esos fines de semana con “puente”, es decir, seguido de un lunes festivo. Como de costumbre, Luis y su esposa llegaron a su casa de campo, viernes en la noche. Al pasar por la casa de Martina ya las luces estaban apagadas.
_Parece que Martina está en el quinto sueño! –dijo el hombre-
_Es que ya es de noche. Son casi las once y media!
El día siguiente amaneció opaco amenazando lluvia, así que no tuvieron ánimos de salir. Se pusieron a quitar el polvo acumulado durante los días de su ausencia y las telarañas de los rincones de su cabaña.
_Creo que Martina no nos sintió llegar o no está en la casa, pues no ha salido a saludar, como siempre lo hace.
_Ah! Y tenemos una apuesta! En la tarde la visitaré para cobrarle.
_Estás muy seguro? Recuerda que si alguien ha muerto, además de pagarle los cincuenta mil pesos, debes ir al cementerio en la noche y solo!
_Y tú crees que yo le voy a pagar? E ir solo al cementerio y de noche? Que ni lo sueñe! Yo le hice la apuesta pero por tomarla del pelo.
_Allá tú. Prometiste cumplir y creo que te sacará la deuda como pueda.
Después de almorzar, se pusieron a ver televisión. En ese momento, el silencio de la tarde fue interrumpido por el triste tañir de las campanas. Luis afinó el oído.
_Si escuchas, mi amor?
_Por supuesto que escucho. Las campanas están doblando.
_Eso quiere decir que alguien murió!
_Y también quiere decir que perdiste tu apuesta. Prepárate para tu visita nocturna! –Luis no respondió. Sin embargo, preguntó:
_Quién sería el muerto?
_Para averiguarlo alista el dinero y ve donde Martina!
_Nooo, mi amor! No escuchas los truenos? no me muevo de aquí ni loco!. Con seguridad ella debe haber ido a acompañar el entierro. Es mejor que espere aquí. Ya vendrá a cobrar luego. Y ya me inventaré alguna forma de hacerle “conejo”. Esa fue una apuesta sin sentido y a lo mejor ni se acuerda.
Serían las cuatro de la tarde cuando comenzó a llover. El día se tornó oscuro y melancólico. A lo lejos, en las montañas, se veía el resplandor de los rayos. Poco a poco la lluvia se intensificó. La tempestad no se hizo esperar. En unos momentos los rayos se entretejían. Luis prendió la grabadora y tomando un libro, se recostó en la cama y se dispuso a leer. Su bella mujer se sentó a mirar televisión con bajo volumen en la salita. Así fue llegando la noche. A eso de las siete comieron algo y se fueron a acostar. La lluvia no cesaba; por el contrario, se acentuaba más y más. Al instante un aterrador trueno hizo retumbar las paredes mientras el destello iluminó el paisaje. Los bombillos y el televisor se apagaron y la grabadora enmudeció. Quedó todo tan oscuro, que Gisela se abrazó muy fuerte al pecho de su marido. Siempre había sentido miedo a las tempestades.
_Tranquila. Tú sabes que cada vez que hay tempestad, la luz eléctrica se suspende. De todas maneras sería muy bueno acercar una vela.
_No tengo ni idea en donde puedan estar.
_Dejémoslo así. No creo que las necesitemos.
Con cariño comenzó a besarla. El miedo de ella se disipó. Horas más tarde dormían como angelitos; mas el estampido de otro trueno, hizo que Luis se despertara sentándose de inmediato. Afuera se sentía el aullido del viento, el golpeteo de la lluvia sobre el techo y el ruido de las ramas de los árboles al mecerse. Sin saber por qué, miró hacia la ventana. La oscuridad era total; sin embargo con la luz de otro relámpago, tuvo la impresión de ver la silueta de una mujer parada en frente. Un cierto temor lo invadió.
_”Tal vez serían ideas mías” –pensó, pero continuó mirando hacia fuera en espera de otro relámpago. No tuvo que esperar mucho. Esta vez fue más intenso y pudo apreciar la figura mucho mejor. Hasta parecía mirarlo. En aquel instante, escuchó una voz seca, falta de matices, carente de emoción, que lo llamaba por su nombre:
_Luiiiss!
El hombre quedó petrificado. Cuando pudo moverse, se abrazó a su mujer con fuerza. La voz le pareció conocida aunque no se atrevía a asegurar de quién se trataba. El abrazo fue tan intenso que su mujer se despertó.
_Qué pasa? Me estás ahogando!
Con palabras entrecortadas le contó lo sucedido. Ella lo consoló diciéndole:
_Creo que tuviste una pesadilla.
_Ojalá hubiera sido una pesadilla!
_Lo mejor que puedes hacer es dormirte.
El descansó un poco con el comentario que hizo Gisela. No podía quitar la vista de la ventana. Un nuevo rayo iluminó el exterior: La mujer seguía parada en el mismo sitio o quizás un poco más cerca, puesto que pudo apreciar mejor sus pálidas y cadavéricas facciones. El terror lo invadió. No quería aceptar el extraordinario parecido de aquella aparición con…
_No! –exclamó- no puede ser!
Se demoró en conciliar el sueño; al fin quedó profundo. Los relámpagos eran cada vez más débiles al igual que la lluvia. La tempestad se alejaba.
A la mañana siguiente el trinar de las aves y el cantar de los gallos daban un toque de paz al hermoso día. El cielo estaba despejado. Parecía como si la lluvia hubiera purificado el ambiente. Era domingo. Después de desayunar, Gisela propuso:
_Me acompañas a la iglesia?
_Claro! De paso averiguamos quién falleció.
Fue al terminar la eucaristía cuando se enteraron de lo ocurrido. Gisela preguntó a una de las señoras del lugar.
_Ayer escuché doblar las campanas. Quién falleció?
_Martina.
_”No puede ser!” –pensó Luis- “Entonces… aquella aparición frente a la ventana… era ella!”
Regresaron a la casa comentando el suceso.
_Te quedaste con la deuda sin pagar. –Comentó Gisela-
_“Y las especies también” –pensó para sus adentros-
Almorzaron tarde. Después, salieron a pasear por el sector. Al pasar cerca a una cancha de “Tejo”, alguien saludó a la pareja:
_Luis! Gisela! Qué gusto verlos. Acérquense! –Era otro citadino que también tenía una casa en aquel poblado-
Se saludaron y, aceptando la invitación del hombre, se sentaron a tomar una cerveza. Al rato vino la otra y después la partida de “tejo”. Gisela se acercó a su marido y le dijo:
_Mi amor, te espero en la casa. Procura no demorarte. Recuerda que mañana tenemos que madrugar.
_Tranquila, mi vida. Ve con cuidado.
El juego se prolongó hasta cerca de las ocho p.m. Luis no era de los que dejaban sola a su esposa por mucho rato. Se despidió y salió. Cruzó el poblado disfrutando de la frescura de la noche. Faltaba muy poco para llegar a la última casa. Un estremecimiento lo sobrecogió. La última casa era la de la difunta Martina. Después, seguía el sendero bastante oscuro, que llegaba hasta su cabaña. Miró con temor hacia la puerta. Contrario a lo que se debía suponer, estaba abierta. Un frío intenso le corrió por la espina dorsal. Apresuró el paso. No alcanzó a caminar dos metros. Muy cerca estaba parada una mujer como esperándolo. El miedo lo paralizó por completo. Era … Martina!
En la casa, Gisela lo esperaba mirando televisión. El sueño la fue venciendo y quedó dormida profundamente. Cuando se despertó, ya era completamente de día. Se sobresaltó al darse cuenta de que Luis no había llegado. Se arregló brevemente y salió a buscarlo al lugar en donde se quedó. El administrador del lugar le dijo:
_Me extraña puesto que él se marchó un rato después de que usted se fuera. Salió solo y se dirigió hacia su casa. Si usted quiere, la acompaño a buscarlo.
_Gracias.
Tomaron la dirección hacia su casa. En el trayecto preguntaron a los vecinos que se encontraban descansando o haciendo alguna labor junto a sus viviendas. Nadie les dio razón. Al fin, cuando ya faltaba poco para cruzar la esquina, una muchacha les dijo:
_Yo lo vi cruzar la esquina. Eran como las ocho de la noche.
Siguieron caminando. Gisela tenía la esperanza de que hubiera llegado a la casa en el momento en que ella salió en su búsqueda, y le comentó su idea a su acompañante. Siguieron en esa dirección. De pronto el hombre dijo:
_Qué extraño! La puerta de la casa de la difunta Martina está abierta! Creo que es mejor cerrarla para evitar que los amigos de lo ajeno hagan de las suyas. Se dirigió a cumplir con su cometido. Tomó la puerta de la manija. Miró hacia adentro descubriendo el cuerpo de Luis tendido en el piso desnudo.
_Señora! Allí está su esposo! –la mujer se precipitó hacia el lugar seguida de aquel vecino. Se arrodilló junto al hombre gritándole:
_Luis! Mi amor! qué te sucedió? respóndeme!
El lugareño le había colocado la mano en el cuello.
_Está vivo. Creo que debemos sacarlo de aquí.
_Si. Ayúdeme a llevarlo a la casa. Con los ojos buscó la ropa de su marido. Estaba en el suelo al lado de la cama en la alcoba en donde dormía la difunta.
Situándose a cada lado, colocaron los brazos del hombre alrededor de sus cuellos y lo arrastraron hasta la salida de aquella casa. Dos vecinos se saludaban en la calle. Al verlos se acercaron a prestarles ayuda. Entre los cuatro la tarea fue más fácil. Una vez allí lo subieron a su cama y lo arroparon con los pies en alto.
_Voy a llamar a doña Herminda! –dijo uno de los vecinos, y salió corriendo.-
La mujer llegó, trayendo algunas medicinas naturales. Al rato, Luis comenzó a recuperar el sentido. Abrió los ojos en forma exagerada, se incorporó y giró la cabeza hacia todos los lados. Su rostro expresaba un gran susto.
_En dónde está? –preguntó-
_Mi amor! Ya estás bien! –gritó Gisela tratando de abrazarlo; sin embargo él la apartó bruscamente volviendo a preguntar:
_En dónde está ella?
_A quién te refieres?
_A la muerta! A Martina! Vino a cobrarme la apuesta!
_Estás asustado! Debes tratar de tranquilizarte! Ella no está aquí. Estamos en nuestra cabaña. Trata de descansar. No olvides que tenemos que irnos.
_Si! Debemos irnos! –añadió mientras se sentaba en el filo de la cama. Su esposa nuevamente lo tranquilizó. Colocando sus piernas dentro de las cobijas.
_Espera! Primero voy a alistar algunas cosas. No tardo.
Alistó lo más necesario y lo colocó dentro del carro. Luego, con la ayuda de los vecinos, Luis se ubicó en el puesto del acompañante. Gisela se situó frente al volante y salió de la finca. Después de asegurar las puertas, agradeció a los lugareños y se despidió para conducir el vehículo rumbo a la ciudad.
El nerviosismo fue abandonando a Luis entre más se alejaban del poblado. De todas maneras, durante el viaje guardó silencio. Gisela lo miraba de cuando en cuando.
_Cómo te sientes? –preguntó mientras cruzaban las primeras calles de la ciudad-.
_Mucho mejor. Gracias.
Poco después estaban instalados en su casa tomando hasta ahora el desayuno.
_Ahora si me puedes contar lo sucedido?
_Voy a intentarlo, aunque no sé si me creas. Con sólo pensar en lo que me pasó se me pone la piel de gallina.
Cuando salí de la cancha de tejo me fui directamente a la cabaña; pero al llegar a la casa de Martina, miré con cierto temor la puerta entreabierta; me asusté y traté de caminar de prisa, sin embargo me di cuenta de la presencia de alguien. Al mirar detenidamente sentí un miedo tan profundo que no pude dominar; Era Martina!… Las piernas se negaron a sostenerme y caí al piso. Ella se acercó mirándome de una forma tal que cambiaba su expresión entre enojada y coqueta. Se agachó y me levantó en sus brazos como si fuera un bebé. Entró en su casa lentamente y me llevó hasta su cama. Yo quería gritar, mas no podía articular ni una sílaba. Cuando me recostó allí me miraba de una manera que no puedo describir si estaba furiosa o contenta o si se combinaban ambas situaciones. Con una voz macabra, me dijo:
_Creíste que me iría sin cobrar mi apuesta? Pues ahora me la cobraré muuyy bieenn…!
Me sentí aterrado cuando se inclinó sobre mí y me besó en la boca. Sus labios eran fríos. Luego me desapuntó la hebilla del cinturón. El terror fue superior a mis fuerzas. No pude moverme; estaba paralizado. –El hombre calló y decidió no relatar a su esposa cómo el espectro lo acarició en sus partes íntimas, y todo lo que siguió.- Creo que en ese instante perdí el conocimiento. Cuando desperté, estaba acostado en su cama desnudo y temblando de frío. Traté de levantarme y lo único que conseguí fue caerme. Me arrastré tratando de salir cuando una sonora carcajada se escuchó por toda la casa. Me desmayé por segunda vez.
_De verdad que todo lo que cuentas parece increíble. De todas maneras, dando por hecho que todo fuera real, por qué habría querido besarte y desnudarte? Es que eso también fue parte de la apuesta? O es que tuviste algo con esa mujer?
_No entiendo a qué te refieres.
_Lo entiendes perfectamente. Tuviste algún romance con ella?
_Cómo se te ocurre pensar eso!
_Te conozco muy bien. El hecho de que no te haga escenas de celos no quiere decir que sea tonta. Siempre pensé que tú le gustabas. Y si eso es así, te aseguro que ésta no será la última vez que te visite. Te seguirá buscando. Te lo aseguro.
_No es necesario que me lo adviertas. A esta finca no vuelvo nunca más. Mañana mismo visitaré a una agencia de propiedad raíz y la pondré en venta.
_Creo que es lo mejor.
FIN
Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos reservados de autor