El abuelo cumplía 70 años y sus tres hijos, sus nueras, nietos, amigos y esposas o novias, habían aceptado la invitación de celebrar el cumpleaños en su finca. En ese momento la hora era bastante avanzada ya que faltaban muy pocos minutos para la media noche. La pareja de mayordomos era la encargada de hacer las veces de anfitriones. Su hijo, un joven de unos 19 años, quien charlaba animadamente con el resto de muchachos, les propuso:
_Qué tal si vamos a tomar aire fresco a “La Piedra”?
_Muy buena idea. Vamos!
_No creen que está un poco lejos? –dijo uno de los jóvenes-
_No importa. No está lloviendo y aunque hay luna, no hace frío. Salgamos!
Salieron. “La Piedra” era efectivamente una gran mole rocosa, ubicada algo distante de la casa y que se encontraba en medio de un potrero cerca de un bosque. Por su parte superior era plana, lo que permitía recostarse a tomar el sol o, en las noches, a mirar las estrellas. Cuatro lámparas pendientes de sendos postes iluminaban el paraje, las cuales podían apagarse bajando una cuchilla. Llegaron allí y se acomodaron sobre ella. Eran en total siete muchachos de ambos sexos. Estaban contando anécdotas y chistes, cuando uno de ellos se colocó un dedo sobre la boca y pidió silencio:
_Shsh. Escuchen! -Inmediatamente todos se callaron para prestar atención tratando de escuchar. Era un llanto lastimero que aumentaba de volumen como si se acercara.
_Parece el llanto de un niño!
_Es de una niña. Miren! –dijo una de las muchachas señalando el bulto de una pequeña sentada en el pasto a pocos metros de la piedra, dándoles la espalda, quien lloraba inconsolable.
_Debe ser de por aquí cerca!
_No, por aquí cerca no hay casas. -Aclaró el hijo del mayordomo
_Entonces debe estar perdida.
_Creo que lo mejor será hablarle y preguntarle –sugirió Milena una de las jóvenes, acercándose a gatas al filo de la piedra.
_Qué te pasa, mi amor! Estás perdida? –Le preguntó-
La niña cesó el llanto y giró la cabeza en su totalidad, es decir, 180 grados. Todos quedaron impresionados por el hecho, pero más aún por el color de sus ojos. Eran totalmente negros incluyendo la parte blanca. Les sonrió con una mueca macabra, mientras con una voz gruesa y cavernosa les ordenó:
_¡Váyanse de aquííí!
Milena se asustó tanto que, al tratar de retroceder, se resbaló de la piedra cayendo al pasto en forma aparatosa, mientras lanzaba un grito de horror:
_ ¡Ayyy!
Todos se miraron unos a otros indecisos y, por fin, el hijo del mayordomo, exclamó:
_ ¡Vamos en su ayuda!
Todos saltaron a socorrer a su amiga sin dejar de mirar a la macabraniña que ya estaba de pies y se alejaba hacia el bosque flotando a varios centímetros del pasto mientras lanzaba una horrible carcajada:
_Ja ja ja ja ja ja.
El grupo en su totalidad emprendió una veloz carrera hacia la casa.
FIN
Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos reservados