sombra-escalerasNo habían pasado veinte minutos de la llegada de la hermosa gerente del banco, cuando a su escritorio se acercó pálido y en forma precipitada el archivador.

_¡Doctora… vengo a presentarle mi renuncia…!

_¡Pero si apenas llevas ocho días!

_Si, pero no voy a volver. Si tengo derecho a alguna bonificación, le ruego que me lo haga saber. Hasta luego!

_¡Espera! ¿Tienes mucha prisa?

_Si, doctora. Vuelvo pasado mañana.- Salió dejando a la mujer con la palabra en la boca.-

_Bueno! Tendré que solicitar su remplazo.

Tres días después…

_Buenos días! Soy Wilson Guerrero.  Es usted la Gerente del banco?

_Si, mucho gusto, Wilson. Bienvenido. Entiendo que te vinculas con nuestra institución a partir de hoy, verdad?

_Si, así es.

_Me encanta conocerte. Supe que obtuviste un excelente puntaje; eso me agrada y sé que te vas a desempeñar muy bien. Ve y habla con el subgerente de la sucursal para que te dé las instrucciones del caso. Por lo pronto tu oficina estará ubicada en el sótano; estarás solo y, por lo tanto, muy tranquilo.

 

Luego de haber recibido el intenso curso, el nuevo archivador se encontraba concentrado iniciando su labor. La oficina, como le había advertido la gerente, estaba ubicada  en el sótano del local. También allí estaban ubicados los servicios higiénicos tanto de damas como de varones, y al otro lado, una pequeña cocina.

 

Ese día, Wilson había retirado la silla del escritorio y se hallaba inclinado sobre él, manipulando entre los papeles revueltos de cuentas y más cuentas de meses atrás. Para acompañarse en la soledad de esa estancia había llevado un radio transistor el cual había colocado sobre una de las esquinas del escritorio. Súbitamente,  el pequeño radio dejó de sonar. El joven suspendió momentáneamente su tarea.

_“Seguramente se fue la emisora” -pensó, y estiró la mano para buscar otra; pero no era la emisora. El led del radio estaba apagado.

_“Se agotaron las pilas tan rápido? ¡Pero si son nuevas!” -fue el siguiente pensamiento. Y tomó el radio; y cuál sería su asombro, que el interruptor estaba colocado en posición “off”; Nuevamente lo colocó en posición “on” y funcionó perfectamente; era como si alguien lo hubiera apagado. Lo colocó en su sitio y siguió con su tarea. Mas no por mucho tiempo; nuevamente fue interrumpido. El transistor comenzó a cambiar de emisoras como si una persona le estuviera haciendo girar el botón del dial. Wilson se inclinó y pudo observar cómo la aguja se movía para un lado y otro. Tragó saliva. Se sintió nervioso. Era algo a lo que no podía encontrarle explicación. Con cierto temor tomó el aparato y lo apagó. Quiso subir y comentar el incidente, pero  era empleado nuevo y aún no tenía confianza con los demás compañeros. Así que decidió no hablar del suceso con nadie.

_“Será mejor descansar un momento y tomar algo.” -pensó, y se dirigió a la cocina en busca de un tinto. Siempre se había distinguido por tener un completo dominio de sí mismo.

Al rato, volvió.  Continuó con su trabajo sin ponerle “tiza” al asunto. No había transcurrido media hora cuando del estante del lado salió volando una carpeta esparciendo todo su contenido por el piso. Wilson se agachó resignado a recoger los papeles; después de colocar  el último de ellos en el fólder, se puso de pies y en el momento de insertar la carpeta en el archivo, la silla del escritorio se retiró sola como si alguien la arrastrara y dio tres vueltas. Wilson giró bruscamente hacia aquel sitio  para mirar quien había entrado, pero no: se encontraba completamente solo.

_“Sería el viento?” -se preguntó, aunque sabía que no pudo ser. Además, no se sentía ninguna corriente de aire. Así que, idea descartada.

_“Entonces qué?” -Sin embargo, no encontró respuesta válida a sus  preguntas. Parecía como si algo o alguien quisiera impedirle que realice su trabajo.

 

Días después tenía  el archivo totalmente “al día”. Solamente asentaba los datos de la fecha.

 

A las doce y media se dispuso a almorzar. Tomó su maletín y sacó los recipientes que contenían sus alimentos: un poco de arroz todavía tibio acompañado de lentejas guisadas, un pedazo de carne, papas a la francesa y ensalada. Dispuso su comida en el escritorio y alargó el brazo para tomar el termo donde tenía un refrescante jugo de tomate de árbol. La tapa del mismo servía de vaso; se sirvió una generosa cantidad. Al momento a comer se dio cuenta de que algo le faltaba: se levantó sin apartarse de la silla y extrajo del maletín los cubiertos y se sentó con ellos en la mano para saborear su plato; pero se llevó una desilusionante sorpresa: ¡el plato no estaba en el escritorio! Wilson se quedó sin saber qué hacer. Sintió un frío en la nuca y lo único que hizo fue buscar con la mirada. Y al levantar la vista hacia los estantes, descubrió el plato encima de uno de ellos.

_“Esto ya se pasa de extraño.” –Se dijo, al momento de escuchar una risa infantil llena de burla.

Con cierto recelo se levantó y fue a tomarlo. Dudaba si comer o no. Pero el hambre decidió por él. Comió rápidamente diciéndose que ya eran muchas las cosas raras que estaban sucediendo y que algo de fondo debía existir.

 

Al día siguiente nuestro protagonista llegó dispuesto a averiguar el trasfondo de la cuestión preguntando con cautela qué sabían al respecto sus compañeros. Decidió empezar por la señora que sirve los tintos; pero se enfrascó en su labor y su inquietud se quedó de lado. Estaba de pies entre el escritorio y la silla un tanto inclinado cuando, como en el primer día, ésta se corrió hacia atrás como si fuera arrastrada, y luego hacia adelante y nuevamente hacia atrás.  Wilson se paralizó por unos instantes, y cuando tuvo fuerzas para voltear a mirar, justo detrás del espaldar de su silla había una figura de niña casi transparente, como si fuera un dibujo en acetato. El muchacho sintió un estremecimiento inexplicable. Ella lo miró tiernamente y levantó suavemente su mano como para acariciarle la mejilla, pero Wilson giró rápidamente, salió del sótano con deseos de lanzar un grito que se le atrancó en la garganta convirtiéndose en un débil gemido. Subió las escaleras tan rápido como sus piernas le permitieron y todos sus compañeros clavaron sus miradas en él sin ninguna sorpresa. Se dirigió al escritorio del subgerente y éste, al verlo llegar demacrado, le argumentó como lo más natural:

_¡No me diga que lo asustó Rosalbita! ¡Se estaba demorando!

_Rosalbita? y… quién es ella?

_Es una linda “fantasma” que nos acompaña en la Empresa.

Dicen que era una hermosa joven que vivió aquí cuando no existía esta Corporación. La encontraron sin vida en el sótano sin que se sepa qué produjo su muerte. Según se comenta, el informe médico dice que fue violada antes de morir.

_Y a ustedes los ha…asustado?

_De alguna manera a quienes hemos ingresado a esta entidad bancaria, con excepción de Memo, se nos ha manifestado desde el primer día de trabajo. Unos han demostrado más valentía que otros, pero al final, todos salen corriendo de ese sótano.  Memo casi nunca va por allá solo. Y se burla de nosotros cuando comentamos sobre ella. El dice que somos retrasados, campesinos y muchas otras cosas. Sin embargo, el anterior archivador no volvió y prefirió presentar su renuncia a los ocho días de haber recibido el cargo. Nunca nos contó el motivo, pero nosotros suponemos que Rosalbita está implicada en su decisión. Y como él, ha habido otros. Se van antes de cumplir una semana. Usted, hasta ahora, es quien más ha resistido “sus bromas”, y precisamente ayer lo estábamos comentando. Alguien afirmó que la fantasma se había enamorado de usted y que por esa razón no lo había molestado. Otro comentaba que usted resultó muy valiente; pero como le digo, todos hemos salido corriendo de ese sótano.

_¡No lo asuste más hombre! –Dijo alguien-

_¡Que va! ¡Si él no se asusta muy fácil!  Porque… ¿no me irá a decir que va a renunciar, no?

_¡De ninguna manera! Mucho me costó conseguir este puesto! Es más: yo nunca he creído en cuentos de fantasmas! Yo pienso que todo tiene alguna explicación!

_Bueno, pues… allá en el sótano se la pueden dar! – Añadió en forma amenazante y burlona. Wilson lo quedó mirando y le dijo:

_Pues a mí no me va a hacer renunciar. Eso se lo garantizo.

Se dirigió hacia un escritorio que se encontraba solo y tomó el teléfono; llamó a su papá y le comentó el suceso.

_Dígame qué hago, papi.

_Enfrentarla. Armese de valor y háblele. Dígale con cariño que usted necesita trabajar, que le ayude; pregúntele qué desea. Que si usted puede ayudarla, que le haga saber. De acuerdo con lo que usted cuenta, la forma cómo lo miró indica que no es un espíritu maligno. Simplemente trata de llamar su atención.

_Me la pone difícil. Voy a tratar de hacer lo que usted dice. Esta noche conversamos. Chao.

 

Colgó y miró hacia las escaleras. Caminó despacio. En el primer escalón se quedó quieto buscando con la mirada lo que no quería encontrar. Siguió bajando mientras tomaba aire. Allí estaba su escritorio. Caminó resuelto hacia él. Lo primero que hizo fue cambiar su posición. Colocó la silla contra la pared y el escritorio al frente. De esta manera podía abarcar con la mirada toda la oficina. No se sentó. En voz baja, pero firme, dijo:

_Me dirijo a la entidad que se me manifestó hace un momento. Quiero pedirle que no me asuste. Yo necesito este trabajo. Por favor, ayúdeme. Si puedo hacer algo que necesite, hágamelo saber.

 

No escuchó nada en absoluto. Esperó un poco. Al fin, siguió trabajando.

 

El día transcurrió sin ninguna novedad. Al llegar la hora de salida guardó sus elementos y ya en la puerta, apagó la luz. Se quedó unos instantes mirando hacia la penumbra. Luego, subió las escaleras y se despidió en forma general. Los compañeros hicieron algunos comentarios.

_Ese tipo si tiene cojones.

_Cuáles cojones! –Dijo Memo- La tal Rosalbita, como ustedes la llaman, no existe!  Voy a bajar porque necesito ir al baño. Y si Rosalbita trata de asustarme, la abrazo y le doy un beso! –Encendió nuevamente el conmutador de las luces y bajó. Entró en el cuarto correspondiente a los caballeros.

 

Un momento después había terminado su diligencia; descargó el agua y estaba arreglando su indumentaria cuando la luz se apagó quedando totalmente a oscuras. Corrió el pasador y empujó la puerta abriéndola con rapidez; por un segundo alcanzó a ver algo blanco, brillante, sin forma, antes de que alguien la empujara desde fuera con fuerza. El miedo se apoderó de él. Los compañeros, arriba de las escaleras, escucharon el espantoso grito de Memo:

_Ayúdenme! Sáquenme de aquí!

Dos de ellos bajaron de inmediato. Encendieron la luz y llegaron hasta el servicio higiénico. Tenía el pasador colocado por fuera. Al abrir la puerta, el hombre se dobló encima de ellos. Lo sujetaron con dificultad para llevarlo a la silla de Wilson. Pero, al tratar de sentarlo, la silla se corrió sola. Los tres estuvieron a punto de caer no sólo por el esfuerzo sino por el nerviosismo que los embargó. Llegaron hasta la escalera para sentarlo en el tercer escalón; descansaron hasta recuperarse del susto. Miraban a todos lados. Un instante después, comenzaron a subir. Al llegar al último escalón, una risa entre burlona y macabra se esparció por todo el sótano.

 

El tiempo siguió su marcha. El joven empleado ya casi había olvidado los incidentes ocurridos. Ese día estaba muy ocupado haciendo un informe que le había solicitado la gerente con carácter de urgente. Lo terminó y estiró la mano para tomar el bolígrafo para firmarlo, pero éste no estaba en su lugar. Buscó sobre el escritorio, en su  chaqueta, en los cajones, pero nada. En ese instante la lámpara del cielo raso se apagó y en un segundo se volvió a encender, mas no en su totalidad: quedó con los extremos de color amarillo. Wilson levantó la mirada.

_“Lo que me faltaba.” –pensó-

Algo le hizo girar la cabeza hacia la esquina izquierda. Sintió que el miedo lo paralizaba. Allí, parada con su apariencia pálida y algo transparente, estaba ella: Rosalbita. Lo miró unos instantes y levantó la mano derecha. En ella tenía el bolígrafo y se lo ofrecía. El, estaba completamente paralizado. La miró fijamente y pensó:

_“Por favor no me asustes”

Ella se acercó sin caminar; se diría que flotando sobre el piso. El muchacho se acordó de su padre: “…no es un espíritu maligno. Trata de llamar su atención. Pregúntele qué desea…”

Haciendo acopio de su disminuido valor, le repitió en un gemido:

_Por favor no me asustes. Dime qué quieres.

La joven colocó el bolígrafo sobre el escritorio muy cerca del empleado. El, siguió hablándole:

_Por qué estás aquí? Comprende que éste no es tu lugar. Debes irte. Si algo te detiene en este mundo dime qué es. Yo quiero ayudarte.

Ella simplemente lo miró y en su rostro pareció dibujarse una sonrisa. Luego, de la misma forma en que se acercó hasta él, flotó sobre el piso dirigiéndose hacia las escaleras. Ascendió y se desvaneció en el aire. Wilson sintió un gran descanso, cosa rara, mezclado con cierta tristeza. Sabía que nunca más la volvería a ver.

 

FIN

 

Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos reservados.