La parte desagradable de esta historia comienza un día viernes en la noche. Víctor Llegó al apartamento con un afán indescriptible, saludó a Sandra, su bella esposa y le dijo:
_Mi amor, tengo que salir urgentemente. Me envían en comisión por el fin de semana a Ciudad de Panamá. Esta noche daremos los “últimos toques” al plan de trabajo y mañana muy temprano tomaremos el vuelo. Ayúdame a hacer la maleta. Llevaré ropa de clima caliente.
_Otra vez? Recuerda que me habías invitado a comer! Hoy cumplimos otro aniversario de matrimonio!
_Lo siento mucho, mi vida. Lamento tener que aplazar la invitación para el próximo viernes!
_Y el próximo viernes sabe Dios qué otro impedimento tendremos. –afirmó la hermosa mujer con marcado disgusto-
_Te prometo que no. Me llevo el carro y lo dejo en casa de mi jefe.
Hora y media después, estacionaba al frente de un edificio de apartamentos. Tomó su celular y marcó un número telefónico.
_Aló. –respondió una melosa voz-
_Hola mi amor. Todo el fin de semana es nuestro!
_Maravilloso! Espérame cinco minutos. Ya salgo!
La pareja viajaba feliz. Cerca se alcanzaba a ver el viejo hotel frente al “Salto del Tequendama” En el pasacintas sonaba una balada muy romántica.
_Qué disco tan hermoso, papi!
_Te gusta?
_Está muy lindo!
_Te lo dedico. –Los enamorados aprovecharon para darse un apasionado beso; mas al llegar a la curva, apareció un autobús. Cuando Víctor se dio cuenta, trató de esquivarlo, pero el exceso de velocidad hizo que perdiera el control y su auto se salió de la carretera siguiendo directo hacia el abismo. La muerte fue inminente. El celador salió apresurado hacia el lugar del hecho. Se asomó; sin embargo la oscuridad y la altura impidieron descubrir algo. Regresó con calma a llamar a la policía.
A eso de las diez de la mañana del día siguiente, el teléfono timbró de tal manera que Sandra sintió un raro estremecimiento. Tomó el aparato y contestó:
_A la orden.
_Buenos días. Necesito comunicarme con la señora Sandra Sánchez.
_Con ella.
_Habla el oficial de policía de tránsito Pablo Moreno.
_Qué se le ofrece, oficial.
_Lamento comunicarle que su esposo tuvo un accidente cerca del sitio conocido como “El Salto del Tequendama” y tanto él como su acompañante, la señora Lorena Martínez, fallecieron.
_No puede ser! Debe haber una equivocación! Mi esposo salió de viaje para Panamá!
_Siento mucho contradecirla, señora, pero entre los papeles encontrados en su billetera está la cédula de ciudadanía. Además, en una agenda aparece el nombre de usted, su teléfono y su dirección, como la persona a quién informarle en caso de necesidad.
_Santo cielo! Está usted seguro?
_Señora, los cadáveres ya están en la morgue. Necesito que se haga presente para realizar los trámites de reconocimiento.
La mujer se quedó muda. Enmarcó su hermoso rostro entre sus manos mientras las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas. La embargaron dos sentimientos: el dolor por lo sucedido y la rabia por la mentira y el engaño del que había sido objeto.
Días después…
Fue al cruzar una esquina cuando Diego escuchó el traqueteo en la parte izquierda delantera de su auto. Disminuyó la velocidad, y el sonido aquel mermó de frecuencia. Por un instante pensó en parar y bajarse a mirar qué sucedía, pero con aquel tráfico tan espantoso, lo que ocurriría es que se formaría un “embotellamiento” tremendo. De otra parte, ya la tarde iba muriendo poco a poco. Lo mejor sería correr el riesgo y seguir.
A eso de las siete de la noche indicaba su documento al celador del conjunto residencial para que le abriera la reja. Su aparcadero estaba en el sótano, y hacia allí se dirigió. No había ningún carro estacionado todavía en ese costado. Acomodó su automóvil al fondo y, tomando su maletín del asiento del acompañante, salió. Iría hasta su apartamento, tomaría algo y después de cambiarse, volvería a mirar el origen de aquel ruido. Aunque estaba cansado, debía reparar la avería ya, puesto que al día siguiente tenía por fuerza que utilizar su vehículo.
Media hora más tarde, volvía con su atuendo de mecánica, trayendo en una mano la caja de herramientas y en la otra una linterna grande. Tomó un tapete del baúl y lo extendió debajo del auto para recostarse en él. Encendió la linterna y buscó por unos instantes. Aparentemente no se veía nada raro. Salió, tomó el gato y levantó la llanta por el lado izquierdo. Otra vez recostado en el piso, trató de moverla buscándole algún juego y vaya que tenía bastante! Se habían aflojado los tornillos de la “tijera”. Estiró la mano y tomó la llave correspondiente y comenzó a apretar uno por uno. Antes de terminar, escuchó el sonido del motor de otro carro que entraba al lugar. Las luces barrieron el piso y Diego, por unos instantes, cerró sus encandilados ojos y continuó ajustando el último tornillo. El vehículo se detuvo junto al suyo; luego cesó de rugir y las luces se apagaron. Escuchó cuando el conductor abrió la portezuela y se bajó. No saludó ni dijo palabra alguna. Simplemente se situó delante del carro en el cual nuestro amigo trabajaba. Este podía ver sus piernas entreabiertas y escuchar su respiración como si estuviera agitado. Esperó que aquel hombre por lo menos saludara o dijera algo, pero no lo hizo.
_“Quién será el mudo?” –pensó, y siguió con su trabajo. Manipuló otra vez sobre la llanta, y quedó satisfecho. Estaba firme; el juego había desaparecido. Aún podía ver las piernas de su silencioso acompañante. Empujó la caja de herramientas y la linterna hacia afuera donde pudiera recogerlas con mayor facilidad y salió. Miró hacia donde estaba el hombre y… cosa extraña! En aquel lugar no había nadie! Ni hombre ni automóvil!
Sintió una especie de sudor frío en la espalda, y actuando rápidamente, recogió su herramienta y se dirigió a la puerta. Se hacía mil preguntas. Y la luz? Y el abrir y cerrar de la puerta? Y las piernas delante de su carro? Y aquella respiración?
Al pensar en ésto, el frío de su espalda se acentuó. Aceleró el paso hacia su apartamento. No comentó con nadie lo sucedido.
Días después su vecino, Aldemar, se dirigía al conjunto habitacional. Faltarían unas seis cuadras cuando distinguió la silueta de una hermosa mujer caminando por la acera.
_“Debe ser alguna vecina” –pensó. Y sin pensarlo, se acerco lo más que pudo y pitó. La bella mujer volteó a mirar curiosa.
_“Ah! Pero si es la reciente viuda! Cómo es que se llama? Ah! Sandra!” –y dirigiéndose a ella, la saludó muy cortés:
_Buenas noches, vecina. Todavía faltan algunas cuadras. Déjeme evitarle caminar ese tanto.
_Oh! Si. Le agradezco porque vengo muy cansada. –El abrió la puerta de su auto y ella se sentó a su lado. Al hacerlo dejó al descubierto sus hermosas piernas, y Aldemar dirigió su mirada con todo el disimulo posible. Ella se estiró la falda y el carro siguió su marcha. Conversaron muy poco. Al llegar a la entrada del garaje, ella se despidió agradecida y él continuó hacia el sótano. Su aparcadero se encontraba al otro extremo. La luz de las pocas bombillas no alcanzaba a iluminar lo suficiente la gran extensión del lugar.
Después de estacionar su vehículo, se bajó de él, y fue cuando reparó en aquel hombre que lo miraba desde la otra esquina, sin moverse. Aldemar había cerrado la puerta de su carro y había caminado unos cuantos pasos, cuando se acordó del encargo que su esposa le había encomendado. Se regresó y antes de abrir la puerta, miró intrigado al personaje. Aún seguía allí, mirándolo. Introdujo la llave en la cerradura y se inclinó a sacar el paquete de la guantera cuando sintió detrás de él la respiración ruidosa y agitada de alguien. Inmediatamente giró para encontrarse de frente, a escasas pulgadas, con aquel extraño personaje.
El tremendo susto que sintió le hizo saltar a un lado. “Cómo pudo cruzar el extenso aparcadero en tan escasos segundos?” –Se dijo- Aquel ser lo miraba con odio. Sus ojos los tenía muy abiertos y su respiración era agitada y ronca. Aldemar comenzó a retroceder y aquel ser a perseguirlo. Levantó sus manos como para agarrarle el cuello. Estaba ya a pocos centímetros de la esquina. No tenía escapatoria.
_Quién es usted?! Qué quiere?! –preguntó en un solo grito, sin obtener respuesta. Fue entonces cuando reconoció a su atacante: “El fallecido esposo de Sandra?!”
Armándose de valor, le lanzó un tremendo puño a la cara, pero, para su sorpresa, no pudo tocarlo siquiera. Sintió que su espalda chocaba contra la pared. Estaba acorralado. Aquellas manos estiradas casi se cerraban en su cuello. Más, en ese instante, la luz de un automóvil iluminó el lugar acercándose rápidamente. Llegó a unos metros de donde los dos personajes se encontraban. El motor se calló y las luces se apagaron.
_Hola, Aldemar! –saludo Diego antes de bajarse.- Qué haces allí?
El hombre no tuvo fuerzas para contestar. Se arrimó contra la pared para poder sostenerse.
_Gra…cias a ..Dios que… llegaste!
_Qué te pasa?
_No sé…cómo explicarte. Me sucedió algo terrible. No vas a creerme. Alguien quería estrangularme! –Le contó en pocas palabras lo sucedido. Al terminar, dijo:
_Hay algo que me inquieta.
_Díme!
_La cara de aquel ser era bastante parecida a la del difunto esposo de Sandra. Su expresión era de enojo! Como si no le hubiera gustado que la invitara a subirse a mi carro para acercarla al conjunto!
_Te creo porque a mí me sucedió algo similar. Ven, salgamos y tomémonos un trago para calmar los nervios. –Los vecinos salieron del lugar y se dirigieron a un bar cercano. Una vez instalados, pidieron un aguardiente y Diego comenzó el relato de lo que a él le sucedió-.
Después de estos acontecimientos ocurrieron otros hechos. Uno de ellos fue el siguiente:
Serían las diez de la noche cuando Claudia cruzó la esquina con dirección al conjunto residencial. La calle estaba desierta y un viento helado le golpeaba las mejillas. En ese instante sintió los pasos de alguien que venía detrás de ella. Su temperamento esquivo y tímido la hizo apresurar su paso. No deseaba saludar a nadie. Lo único que quería era llegar a su apartamento y librarse del frío de la noche. Sin embargo el inoportuno caminaba mucho más rápido que ella y en pocos segundos sintió su respiración agitada muy cerca de su cuello. Se hizo a un lado para que pasara, pero el desconocido no pasó y, por el contrario, siguió caminando detrás tan cerca, que su exagerada respiración la molestaba. Decidió, entonces, pararse; más cuando volteó a mirar, se encontró con el rostro pálido de aquel hombre que la miraba de una manera inexpresiva. Al instante lo reconoció y recordó que … estaba muerto!
Se llevó una mano a la boca y no pudo ahogar un grito de intenso terror.
Para su fortuna, la caseta del celador estaba muy cerca y éste salió en el acto. Se acercó a la mujer preguntando:
_Qué le pasa mi señora?!
_El muerto del 103!… estaba aquí!
_Señora, cálmese. Tal vez está estresada y muy nerviosa. Voy a llamar a mi compañero para que se quede en mi lugar y la acompaño hasta su apartamento.
Esa misma noche, a eso de las doce y media, el celador se hallaba en su caseta sentado. Los ojos comenzaron a escocerle y, por más que trataba de tenerlos abiertos, los párpados le pesaban. Decidió salir y dar unos pasos para despejarse y estirar las piernas, sin alejarse. La noche era bastante oscura. Sin saber el por qué, volteó a mirar hacia fuera del conjunto. Alguno de los residentes se acercaba. inmediatamente regresó a su caseta para, cuando el hombre llegue, hundir el botón que hacía que la puerta se abra. Esperó lo suficiente y nada que llegaba. Se puso de pies y abrió la pequeña puerta de la ventana y sacó la cabeza girándola un poco, mas al mismo instante la hizo para atrás: la cara de un color por demás pálido, estaba a escasos centímetros de la suya mirándolo intensamente. El susto fue indescriptible puesto que lo reconoció de inmediato. Sin embargo, su presencia se fue desvaneciendo entre la oscuridad de la noche. Tomando el radioteléfono con dificultad, con voz entrecortada llamó a su compañero quien se encontraba haciendo ronda. Este llegó lo más rápido que pudo, para escuchar el relato de su amigo.
Los comentarios sobre los hechos ocurridos pasaban de unos a otros entre los vecinos del sector. A causa de ésto, la junta directiva del consejo de administración decidió contratar los servicios de un sacerdote para que fuera a bendecir el lugar. Los vecinos hicieron una procesión que terminó con una Eucaristía. A pesar de esto, hay quienes aseguran haber visto al difunto vagar por los jardines y pasillos en horas de la noche, o fumar un cigarrillo, arrimado en alguna esquina.
FIN
Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos reservados.