Teniendo en cuenta que el lunes de la semana entrante era festivo, aquella gran familia compuesta por hermanos, primos y amigos, cada uno de ellos y ellas con sus esposas, esposos e hijos, habían planeado ir el fin de semana a “tierra caliente” para disfrutar del sol, la piscina y la naturaleza en general y quitarse de los huesos, aunque fuera por unos días, el frío de la Sabana de Bogotá.
Algunos de ellos fueron los encargados de separar las cabañas en aquel inmenso balneario y el sábado, muy temprano, salieron en caravana llenos de alegría.
Al llegar al sitio contratado fueron recibidos por el administrador quien les dio la bienvenida y las instrucciones del caso sobre el uso de las instalaciones. Entre ellas había dos especiales: la primera que después de las diez de la noche, aconsejaban no alejarse demasiado del lugar en donde se encontraban las cabañas, hacia la zona verde. La segunda, que estaba prohibido utilizar las piscinas después de las cinco y media de la tarde, hora de cierre.
Enseguida algunos empleados y empleadas los condujeron a sus respectivas cabañas para hacerles entrega de las mismas.
Lo primero que hicieron fue colocarse la ropa adecuada, blusas, bermudas, camisetas, pantalonetas, trajes de baño, etcétera… y a gozar se dijo!
Después de nadar, los hombres decidieron ir a una de las alejadas canchas de “Tejo” a jugar y a tomarse unas cervezas. Jugaron por bastante rato y estaban armando los equipos para echarse el último partido, cuando uno de los integrantes, Enrique dijo:
_Yo me retiro. Estoy muy cansado. Ya son casi las seis de la tarde. Jueguen ustedes. Voy a recostarme por ahí.
_Espera! Echémonos el último y nos vamos!
_No! Jueguen ustedes.
A pesar de que varios trataron de convencerlo, él no cedió. Se retiró un poco hacia un hermoso parque y se sentó en una banca a contemplar la caída del crepúsculo y escuchar los ruidos de las chicharras y de la naturaleza en general. La modorra lo fue venciendo y optó por recostarse. Se colocó el sombrero en la cara y poco a poco se fue quedando dormido. Entretanto los demás ya habían terminado el juego. Las sombras de la noche iban tomando posesión de aquel paraje.
_Míren! –dijo alguien en un susurro. -Parece que Enrique se durmió. No hagan bulla. Juguémosle una broma. Nos vamos y lo dejamos solo. Me imagino que cuando se despierte a oscuras, se va a orinar del miedo y pegará el trote hacia las cabañas!
Todos festejaron la idea y comenzaron a bajar la escalera de piedra que se encontraba en el medio de un juncal formando casi un túnel. Atrás, con excepción de Enrique, no quedaba ninguna persona. Rato después se reunían con el resto de integrantes del grupo.
Entretanto Enrique seguía dormido. Ya el lugar estaba invadido por la oscuridad. Los escasos bombillos no alcanzaban a alumbrar lo suficiente toda la extensión del paraje. En ese instante, no supo qué o… quién hizo que se despertara sobresaltado. Lo cierto fue que cuando abrió los ojos, una espesa neblina se extendía como una mancha sobre el campo. Sintió algo de temor. Tenía la impresión de no estar solo; y en efecto, no lo estaba. Formando una media luna, varias figuras estaban de pies a unos cuantos pasos de su banca. Trató de incorporarse y sentarse, mas no pudo moverse. Los miró uno a uno. Todos llevaban la vestimenta que usan los frailes, con su capucha cubriéndoles la cabeza. Lo más raro era que dentro de la capucha no se apreciaba ningún rostro; sin embargo sentía que lo miraban fijamente en silencio. Quiso preguntar algo, pero no pudo articular palabra. El terror lo fue invadiendo. La neblina se fue haciendo cada vez más y más espesa. Poco a poco los envolvió a todos ellos y lentamente, fueron desapareciendo de su vista como si se desvanecieran en el aire. Escuchó el murmullo de algo parecido a un cántico gregoriano acompañado de un rezo que se fue perdiendo entre la noche. Sólo hasta ese instante el hombre pudo moverse. Se levantó como un resorte para lanzarse escaleras abajo a todo lo que le daban sus piernas.
Cuando llegó a las cabañas no pudo más y rodó sin sentido al frente de sus allegados.
Unos minutos más tarde escuchó su nombre como si alguien lo llamara desde lejos. Lentamente la voz se fue acercando. Fue tomando conciencia. El encargado de la enfermería le había envuelto una manta en los pies los cuales descansaban sobre un cojín. Entreabrió los ojos.
_¡Enrique, Mi amor! –Era su esposa- Gracias a Dios que despertaste! Qué fue lo que te ocurrió?
_No sé… me quedé dormido y cuando desperté había alrededor mío un grupo de monjes que me miraban en forma extraña. No podía moverme. Luego se desvanecieron entre la niebla. Me llené de miedo.
_Monjes? –Preguntó el enfermero- En este sitio no hay monjes!
_Estoy muy seguro. Eran monjes. Todos llevaban una sotana igual a la que usan los capuchinos.
_Tal vez lo soñaste.
_No! Te juro que estaba tan despierto como en este momento.
Se hizo algunos comentarios sobre el asunto. En eso uno de los asistentes propuso pasar al comedor. Estaban sobre la hora de comida.
Después de comer, la gran mayoría se reunió junto a las cabañas alrededor de unas canastas de cerveza. Johan aprovechó para invitar a Lina a dar un paseo. Desde tiempo atrás le atraía como a un gato un canario y a ella no le era nada indiferente. Caminaron tomados de la mano, atravesaron el camino del juncal y llegaron cerca de la piscina. El se recostó sobre un grueso árbol y la invitó para que ella se reclinara en su pecho. Tomándola de la barbilla levantó su cara y le dio un apasionado beso que la niña correspondió de igual manera. Enseguida le acarició sus cabellos lleno de ternura, bajó su mano por la espalda sintiendo como la muchacha se estremecía y le ofrecía nuevamente sus entreabiertos y húmedos labios. El se inclinó para besarla, pero ella, con un sobresalto, suspendió la acción y se quedó mirando hacia el bosque.
_Qué pasó? –preguntó el joven-
_Hay un cura mirándonos desde ese árbol!
_Un cura? Dónde?
_Allá! -La joven señaló con la cabeza, pero… –Ya no está!
_Si, míralo! –dijo Johan indicando hacia otro lado-
_El que yo vi estaba por allá! Cómo pudo cambiar de sitio tan rápido?
_No sé. El todo es que nos mira como si estuviera bravo. Creo que lo mejor será irnos.
_Pero tendremos que pasar por su lado y… no me gusta la idea!
_Pues lo saludamos y ya. Vamos!
Avanzaron despacio sin dejar de mirar al cura. Sin embargo cuando les faltaba unos escasos metros, la figura se fue tornando borrosa hasta desvanecerse totalmente ante los aterrados ojos de los dos enamorados. Sin pensarlo más, corrieron hacia la cabaña. Al llegar comentaron lo sucedido. Unos les creyeron y otros no.
_Ustedes estarían fumando de la bien verde! A mí no me vengan con cuentos de curas que se aparecen y se desaparecen. –Dijo Julián- Es más! Les propongo ir hasta el lugar en donde Enrique dice que vio los tales monjes y quedarnos un buen rato allá! Esta invitación es para todos los que se consideren “con cojones”! Ah! y les hago una apuesta: si los encontramos, les propongo que me incluyan para ser uno de ellos!
_Ja, ja, ja.
Varios acogieron la idea y siguieron a Julián. Poco más tarde se sentaban formando un círculo cerca de la banca en donde a Enrique le había ocurrido el percance.
_Mientras los monjes llegan echémonos un traguito!
_Y si vienen?
_Pues los invitamos a que se tomen uno! qué carajo!
Festejaron el chiste. Poco más tarde ya ni se acordaban del motivo por el cual habían ido hasta allí.
La noche avanzaba. El reloj marcaba casi las doce. Uno de ellos comentó:
_Creo que a los famosos curas les dio miedo encontrarse con nosotros. Yo ya tengo sueño. Vamos a dormir!
_Si.Vamos!
_Esperen! –El que hablaba era Néstor- Escuchen!
Todos se quedaron mudos tratando de escuchar. En efecto, un apagado murmullo se sentía a lo lejos, el que fue aumentando lentamente de intensidad. A unos doscientos metros se distinguía el vago resplandor de unas antorchas.
_Vámonos! Con las cosas del más allá no se juega! –advirtió Esther-
_Qué va! Seguramente son los que no vinieron que se pusieron de acuerdo para asustarnos! Esperemos a ver qué sucede! –Señaló Julián-
Lo que parecía ser una procesión se fue acercando. Ya se podía vislumbrar los bultos con sus antorchas.
_Son monjes! –Añadió Esther-
Cada vez se los podía distinguir mejor. Venían agachados levantando sus antorchas mientras pronunciaban voces similares a un rezo.
Julián y sus compañeros se quedaron sentados mirando. Era como si el miedo los hubiera petrificado. La procesión caminaba frente a ellos. Lentamente fue pasando. Y cuando ya creían que se alejaban, el último de los monjes levantó su cabeza y los miró a todos. Un solo grito se escuchó en el silencio de la noche. El monje no tenía cara. Era una calavera!
Los integrantes del grupo comenzaron a correr hacia las cabañas sin percatarse de que Julián se había desmayado. Llegaron donde sus familiares con el pánico reflejado en su rostro. Cuando ya se repusieron un poco del susto sufrido, alguien preguntó:
-Y Julián?
Se voltearon a mirar unos a otros tratando de encontrar entre ellos la cara de su amigo.
-Julian! Debemos regresar a buscarlo! Vamos!
No todos se sumaron al grupo de búsqueda. Tratando de dominar el miedo volvieron al lugar del suceso. Sin embargo, por más que buscaron y gritaron su nombre, no encontraron rastro alguno de él.
-Creo que debemos regresar y continuar la búsqueda mañana. -Sugirió uno de los integrantes-
-Esperen! Escuchen!
Todos agudizaron el oído. El viento traía la melodía de un canto gregoriano que cada vez se escuchaba más y más cerca. Cuando quisieron correr, ya era tarde; las piernas se negaban a obedecerles. El grupo de monjes se fue acercando lentamente. Uno de ellos venía al final alejado del resto. Todos ellos llevaban una vela encendida. Cuando estuvieron lo suficientemente cerca voltearon a mirar a los paseantes quienes, de haber podido, hubieran gritado del terror: Debajo de sus capuchas se podía mirar sus descarnadas calaveras con excepción del último quien caminaba rígido. Los presentes sólo pudieron emitir un leve murmullo de pánico: Era Julián el que cerraba la procesión. Nuevamente la neblina los envolvió hasta que desaparecieron por completo. Sólo hasta entonces pudieron los visitantes del Balneario recuperar sus movimientos. Volvieron a sus cabañas en silencio a relatar lo ocurrido.
Al día siguiente uno de los jardineros les contaría que ese lugar mucho tiempo antes de ser balneario fue el sitio de retiro de una comunidad de monjes. Se dio el parte a las autoridades. A pesar de ésto, no se volvió a saber nada de Julián. Posiblemente desfile por las noches en procesión para asustar a los desovedientes visitantes de aquel balneario quienes se alejan después de las diez de la noche.
FIN
Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos reservados