Cuando llegamos a la tercera edad, el sueño es poder dedicar el tiempo que nos queda a descansar, viajar, pasear, disfrutar de la pensión y, en fin, a realizar aquellas cosas que nos hagan sentir bien sin tener que vivir esclavos del reloj o de un horario fijo, toda vez que ya hemos cumplido con nuestra labor como padres. Sin embargo…
Un buen día recibimos la noticia de la hija soltera: Estoy embarazada. O, en el mejor de los casos, la visita de uno de nuestros hijos y su cónyuge:
-Les tenemos una sorpresa: van a ser abuelos! –Vienen los abrazos y las felicitaciones-.
Bueno, pero cualquiera que sea la situación, el hecho cambiará la vida de los futuros abuelos: La «niña» madre tendrá que seguir estudiando. Al comienzo, aparecen los reproches, los disgustos, luego se irá asimilando la idea a regañadientes, pero se termina por aceptar lo ocurrido. Y si se trata del segundo caso, tanto el padre como la madre tendrán que seguir trabajando; no se puede renunciar así como así a un trabajo que costó mucho conseguirlo. Además, confiarle el cuidado del bebé a extraños o a una guardería, tiene sus problemas. De tal manera que nadie mejor que los abuelos, para cuidar del bebé.
A partir de ese instante todo gira alrededor de la llegada del bebé. Tanto padres como abuelos preparan el lugar, la ropa, juguetes, etc. Y brindan especial atención a la futura madre. Por fin llega el anhelado día del nacimiento. La madre se dedica al cuidado de su bebé, guiada por la experiencia de la abuela. Cuando ya tiene que reincorporarse a su trabajo o estudio, el pedacito de cielo se queda con los abuelos durante todo el día y la madre o los padres lo recogerán al anochecer. Desde ahora, el teléfono sonará a media mañana y a media tarde para preguntar por su retoño, quien pasará el mayor número de horas con sus abuelos. Los progenitores serán únicamente padres de noche y de fin de semana. La abuela sacará fuerzas de donde no las tenga para dedicarlas al cuidado de su nieto quien se ha convertido en su felicidad y su razón de vivir. No habrá vitrina que no asocie con esa personita. Descuida sus compras personales para invertirlas en quien ocupa el primer lugar en todo sentido. El par de viejos serán quienes disfruten de las primeras sonrisas, gestos, palabras, pasitos, caídas y levantadas.
Por todas esas circunstancias, entre nieto y abuelos, empieza a formarse un vínculo que antes, cuando la mujer no tenía que salir de casa a trabajar o a estudiar, sólo se formaba entre padres e hijos. Este vínculo natural será cada vez más grande. Desafortunadamente, en muchos casos, da lugar a celos maternales, más aún, cuando la madre del bebé no es la hija sino la nuera.
El tiempo pasa muy fugaz y dos años después ya nos sumamos a la gran cantidad de abuelas y abuelos que cuidan de sus nietos en los parques. En este caso, a pesar del peso de la edad, el fuerte es el abuelo; y, mientras la abuela descansa, es él quien tiene que medir sus fuerzas con esa pequeña máquina productora de energía inagotable: corre como un jovencito detrás de una pelota, monta a su pequeñín sobre los hombros, lo impulsa en el columpio, en el sube y baja, en el rodadero, juegan a las escondidas, y, al final de la tarde y después de comer un helado, llegan a la casa exhaustos y, muchas veces, a continuar jugando.
Y llega la etapa cuando el niño ingresa al jardín y después al colegio. El abuelo se toma para sí la obligación del acompañamiento en la realización de los deberes escolares; invierte gustoso en el material que se necesita para la realización de trabajos manuales, dibujos, maquetas, etc.
El crecimiento físico sigue su curso en la misma forma que el cariño. Los padres, sobre todo la madre, se dan cuenta de ello y empiezan a pensar: “Estoy perdiendo su cariño”. “Mi hijo quiere más a sus abuelos que a mí; claro, como le dan todo gusto, y lo consienten tanto… Por eso es que está tan malcriado. Esto no está nada bien”. La adolescente tendrá que aceptar lo que venga. A fin de cuentas, la libera de la carga de la crianza. Por su juventud se desentiende en gran parte de su responsabilidad. El nieto pasa a ser otro hijo de los dos viejos.
La madre adulta, piensa: “Tengo que llevarlo al sicólogo”. Le expone su inquietud a su esposo con toda clase de exageraciones y lo convence de la necesidad de llevarlo. El profesional naturalmente le va a decir:
-Miren, si el niño pasa la mayor parte de su tiempo con sus abuelos, el resultado es que desee más su compañía que la de ustedes. En conclusión, si desean que esta situación cambie, tienen que procurar pasar más tiempo con su hijo y restarle un poco a su estadía con ellos.
Sin embargo, más tiempo para dedicarle es que no tienen. Después de pensar y pensar, expone esta idea a su esposo:
-Mira, mi amor, como el niño ya está grandecito, me parece que es hora de contratar una persona para que lo reciba cuando llegue del colegio EN NUESTRA CASA, y lo acompañe las dos o tres horas que tardemos en llegar del trabajo. Nosotros somos sus padres y tenemos que hacernos cargo de su formación! Tus papás lo único que han hecho es consentirlo demasiado! Darle gusto en todo! Y, en una palabra, malcriarlo! Por eso es que la juventud está como está: porque se les ha confiado la mala crianza a los abuelos!
Después de alegar y discutir La decisión está tomada. El hombre manda en el universo. La mujer manda en el hombre y éste lo acepta para evitar discusiones.
En su casa, quedan los abuelos solos contemplando algunos juguetes viejos del nieto, unos zapatos y ropa que ya son muy pequeños; tantas fotos, videos y recuerdos. El teléfono ya no suena como antes. El tiempo vuelve a tornarse largo. En su casa, el nieto llega a un lugar frío, a recibir la compañía de una empleada que no siente ni le da el cariño que le prodigaban sus abuelos. Se siente solo, aburrido. No tiene quién lo guíe en la realización de sus tareas escolares, sus manualidades. Al comienzo, las llamadas servían de consuelo porque podían escuchar la vocecita de su nieto, pero a la vez terminaban llorando nieto y abuela mientras el abuelo se tragaba las lágrimas al escuchar por el altavoz del celular al pequeño que repite: “Yo quiero irme con ustedes”; “Los extraño mucho”; “No quiero estar aquí”. Para peor, la encargada de cuidarlo espera a los padres para contarles el chisme del llanto del niño con lujo de detalles y exageraciones. Pero, para ésto, el remedio está listo: Recibe el adiestramiento de su patrona para negarlo respondiendo que el niño está dormido, que salió con su madre o simplemente no contesta y al día siguiente les dirá que habían salido al parque. El todo es evitar que hablen muy seguido. En resumen, que el nieto vaya olvidándose de sus abuelos.
Estos, intuyen lo que está sucediendo. La tristeza les embarga el alma. Ya las visitas de los domingos se han espaciado.
Para empeorar la situación, como es común ahora, los padres se han separado y el niño queda con su mamá. El, si es “buen padre”, aportará la cuota acordada; algunas veces lo tendrá consigo; lo llevará a jugar a un centro comercial, a un cine, etc., y ya. El resultado, el nieto, obligado por las circunstancias, se irá olvidando de sus abuelos. Pero así es la vida. Nadie agradece los desvelos que tuvieron, los sacrificios que hicieron; todo lo que dejaron a un lado para dedicarse a cuidarlo. Es más, todos los defectos que posee el muchachito, son consecuencia de la mala crianza de los abuelos. Ese es el pago.
Escrito por: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos reservados.