Eran las 12:45 de la tarde de aquel viernes. Tenía la primera hora de clase y, luego desde la 1:30, dos horas libres. Me quedaba tiempo suficiente para tomar un bus y llegar en diez minutos hasta el centro. Cambiaría el cheque que había recibido, el que correspondía a mi sueldo mensual, y regresaría al colegio a esperar que sean las tres de la tarde para continuar con mis clases.
Cuando llegué al banco era la 1:45. Afortunadamente el lugar estaba casi vacío y había varias cajas sin ningún cliente. Me acerqué a una de ellas y realicé la operación de cambio por dinero en efectivo. Después de contarlo, lo guardé en el bolsillo interior de mi chaqueta y salí del lugar. Crucé la carrera décima y tomé el primer bus de regreso a m i trabajo. Miré la hora: 2:00 P.M. En diez minutos estaría en el colegio. Me quedarían todavía cincuenta minutos para descansar antes de dictar la cuarta hora de clase. Quiero aclarar que durante el corto trayecto tanto de ida como de regreso, no me dormí; que ninguno de los dos buses sufrió desperfecto mecánico alguno y, por último, que su recorrido fue absolutamente normal.
Me bajé y me dirigí con paso tranquilo hacia la entrada. Sin embargo, el Coordinador Académico estaba esperándome con aspecto muy severo. Entré, y lo saludé con amabilidad. Su respuesta no fue tan amable. Por el contrario, me increpó con la pregunta:
-Qué le pasó, profesor?
-Por qué me pregunta eso?
-Porque sus alumnos lo están esperando en el salón. Además no asistió a las dos horas anteriores.
-Lo que pasa es que la segunda y la tercera horas de clase, las tengo libres.
-Yo lo sé, pero el asunto es que ya se va a terminar la última hora!
-Cómo así?
-Mire la hora: son las 5:55 minutos.
Efectivamente esa era la hora. Inconcientemente palpé por fuera mi bolsillo; revisé mi dinero: Estaba completo. Entonces, qué ocurrió y en dónde estuve las casi cuatro horas desde las 2:00 a las 5:50?. Nunca he podido encontrar la respuesta.
Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos reservados