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Después de sus vacaciones, un día antes de iniciar clases, los estudiantes internos llegaban a su colegio. La gran mayoría de ellos procedían de los municipios cercanos. Se saludaban manifestándose el placer de volverse a encontrar, pero con la nostalgia de dejar en su pueblo a sus seres queridos y, más que todo, sus amores juveniles. Los más amigos comentaban entre sí lo acontecido en ese receso.

 Al llamado de la vieja campana, a las seis de la tarde se formaron para ingresar al comedor. Antes de comenzar a entrar, el profesor encargado de la dirección de internos, se dirigió a ellos en voz baja:

_Señores estudiantes, en primer lugar les doy un cordial saludo de bienvenida a su plantel. Desafortunadamente tengo que informarles que esta mañana se presentó un accidente de tránsito ocurrido entre uno de los municipios  y nuestra ciudad capital, en el que perdiera la vida el estudiante de último curso Silvio Eduardo Farfán. -Se escuchó un  murmullo entre los alumnos-. En este momento, el cadáver  está siendo velado en el aula máxima de la institución. Esperamos que los padres a quienes la policía ya les informó, lleguen mañana, y ellos dispondrán  el proceso a seguir. La puerta se encuentra cerrada. Quienes deseen asistir a acompañarlo y a elevar alguna plegaria por el descanso de su alma, pueden hacerlo desde las siete hasta las once p.m. Gracias por su atención. Pueden seguir en orden al comedor.

Hasta la hora señalada permanecieron muchos condiscípulos junto al cadáver. Al repique de la campana, salieron para sus pabellones, a dormir.

Los compañeros de alcoba del fallecido llegaron cansados y soñolientos. Causaba impresión el ver la cama únicamente con el colchón y sin ningún tendido. Empezaron a desvestirse mientras comentaban sucesos y pilatunas ocurridos con el difunto. Debían apresurarse; tenían pocos minutos para asearse, colocarse su pijama y acostarse, pues la luz de todos los pabellones se apagaba desde un interruptor general.

Un momento después, todo quedó en tinieblas; a pesar de ésto, los muchachos siguieron hablando en voz baja. La conversación giraba  sobre el mismo tema y el mismo protagonista. Todos los que hablaban se referían a las supuestas cualidades  que lo adornaban y lo excelente que fue en vida aquel estudiante. Sólo uno permanecía en silencio: Samuel. Al fin, como si tanta alabanza lo hubiera exasperado, dijo:

_Dejen de hablar tanta paja! Por algo dicen que “no hay muerto malo!»  Parece que a ustedes se les olvidó lo mala clase que era ese tipo y  todas las embarradas que nos hacía! Yo sí me alegro de que le haya pasado lo que le pasó. Y ojalá el diablo lo tenga a fuego lento en el infierno!

_Cállese hombre! Hay que respetar la memoria de los muertos! –Le llamó la atención Richard, uno de los alumnos-

_Hay quienes aseguran que ellos vuelven a recoger los pasos y a vengarse de sus enemigos. –Dijo un tercero-

_Yo les sugiero que dejemos de hablar de él. De todas maneras, malo o bueno, ya falleció y, como dice Richard, hay que respetar su memoria. –Agregó otro.-

Se hizo un silencio pesado. Al rato, se escuchó el inconfundible sonido de las bisagras de la  puerta al abrirs y, también, los pasos de una persona que entraba; mas la oscuridad era tal, que no permitía distinguir de quién se trataba. Podría ser el director de internos que iba a inspeccionar si todo estaba normal. Sólo que él siempre traía su linterna, y esta vez, no había tal. Segundos después, unos gritos ahogados rompieron el silencio de la habitación. Uno de los estudiantes  trataba de pedir auxilio, aunque parecía como si alguien le apretara el cuello impidiéndole articular palabra.  Uno de los internos preguntó:

_¿¡Qué sucede!?

-Aggh! Aux…ilii..o!

_Es Samuel!

 Al mismo instante se encendieron varios fósforos mientras la puerta se cerraba con estrépito.

 Todos corrieron a la cama del muchacho. Este tosía con desesperación. Alguien había encendido una vela.

_¿¡Qué pasó!?

_El… muerto… vino… a… estrangularme!

_No digas tonterías! Seguramente tuviste una pesadilla!

_No fue una pesadilla! –gritó el de la vela  señalando hacia el cuello de Samuel-Miren!

En su cuello, habían quedado marcados unos dedos, como si se hubieran cerrado sobre él. Otro de los presentes, con el reflejo del terror en su cara y sin poder hablar, señaló hacia la ventana: Una figura caminaba pesadamente con dirección a las aulas. No se podía identificar con exactitud de quien se trataba. Sin embargo algunos de ellos pronunciaron un nombre:

_¡Silvio!

 FIN

 Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos researvados.