UN APARTAMENTO EMBRUJADO

El hombre salió de trabajar supremamente cansado. Una fina lluvia caía en aquel momento en que las sombras de la noche comenzaban a extenderse. Aquella semana había sido muy dura, pero por fin se había terminado. Caminó hasta el lugar donde aparcaba su carro, agachado como queriendo hundir su cabeza entre los hombros para protegerse de la lluvia.

 

Momentos después, estaba frente a la puerta del apartamento que había alquilado hacía unos pocos días. Introdujo la llave y entró. No se detuvo a encender la luz y siguió directamente hacia el baño. La tenue luz que entraba por el ventanal de la sala le bastaba. Tenía la vejiga a punto de reventar.

 

A los dos lados del pasillo estaban las alcobas  con sus puertas abiertas. La urgencia lo obligaba a caminar rápido; al pasar frente a la puerta de la alcoba de los muchachos, creyó ver la figura de una persona parada junto al camarote. Se detuvo en seco y regresó para cerciorarse … Efectivamente había alguien!

Una mujer vieja y fea lo miraba desde adentro. El, alcanzó a fijarse en las arrugas de su cara y en la expresión reflejada en su rostro. Ella inclinó su cabeza a un lado y al otro como si fuera a preguntarle: “Usted qué hace aquí?” o «Quién es usted?»

Adrián sintió un frío recorrerle por la espalda; el miedo le agarrotó la garganta y, aunque quiso gritar, no pudo. Agrandó los ojos para mirar mejor a la mujer, pero ésta se desvaneció en el aire en forma inexplicable. El hombre regresó a la sala, encendió las lámparas y miró a todos lados. Siguió al baño y, de paso, encendió la luz del pasillo, miró hacia aquella alcoba y buscó el interruptor. Se tranquilizó mucho cuando la alcoba se iluminó. Allí no había nadie. Entró en el cuarto de baño y también lo encendió.

 

Después de mitigar su necesidad, se enjabonó y lavó las manos y, agachándose, se remojó la cara para refrescarse. Tomó la toalla y se secó. Después de colocarla en el toallero comenzó a ordenarse los cabellos. Y fue al mirarse al espejo cuando se dio cuenta de que no estaba solo. Detrás de él se reflejaba la figura de un hombre extremadamente pálido, flaco y ojeroso mirándolo con la boca entreabierta  como si fuera a decirle algo.

 

Adrián dejó de peinarse y con un movimiento rápido giró la cabeza buscando al extraño y al no ver a nadie, se precipitó hacia la salida del apartamento. Abrió la puerta bruscamente y por tercera vez estuvo a punto de perder el sentido al ver a la mujer parada frente a él. Sólo que esta vez se trataba de su esposa.

_Para dónde vas tan afanado? –preguntó ella-

El no pudo responderle. Su agitada respiración no le permitía articular palabra. Su esposa, al darse cuenta de su aspecto, lo tomó del brazo y le preguntó nerviosa:

_Qué te pasa, mi amor?!  -El, por toda respuesta, hizo un ademán en el aire y se dirigió a una de las poltronas a sentarse, seguido por Yamile. Cuando pudo hablar, le dijo:

_Acabo de tener un susto espantoso! –y en pocas palabras le narró lo ocurrido.

_Mi amor! Seguramente estás cansado, estresado e imaginaste todo eso.

_Puedes pensar lo que quieras; pero te estoy diciendo la verdad.

-Bueno, mi vida. Tranquilízate. Voy a prepararte una aromática para que te calme los nervios. Ven! Vamos a la cocina. –y como para cambiar de tema… –Los niños están donde mi mamá. Van a pasar el fin de semana con ella. Quise que tú y yo estuviéramos solos estos dos días. -Bebieron su aromática-

 

El apartamento estaba ubicado en el quinto y último piso, y la torre lindaba con una zona verde. Después de terminar la cena, la pareja se dispuso a ir a su alcoba.

_Mi amor, -dijo la esposa- voy a cepillarme los dientes en el baño de  la alcoba. Te espero allí.

_Si, no tardo.

Antes de entrar al baño, la joven se quitó la blusa, luego bajó el cierre de la falda y la dejó resbalar hasta el piso, sacó los pies y cruzó las manos por detrás de la espalda para desapuntarse el brasier. Sus hermosos senos quedaron libres y erguidos. En seguida se despojó de sus “panties”, quedando descalza desde la nuca, cuando algo le llamó la atención en la ventana. Volteó la mirada. Fuera de ella, como si estuviera plantado en uno de esos andamios que se usan para pintar las paredes de los edificios, estaba un hombre pálido y de aspecto cadavérico mirándola con la boca entreabierta. La mujer ahogó un grito y se cruzó de brazos para cubrirse, mientras una de sus manos la colocaba sobre su parte íntima. El hombre no le quitaba los ojos de encima, aunque su mirada parecía sin vida. Ella buscó su  levantadora; estiró su mano hasta la cama; mas, cuando volvió a mirar hacia la ventana, el hombre había desaparecido. Se acercó a cerrar la cortina y fue entonces cuando reparó en que fuera de la torre no había sitio alguno en dónde pudiera pararse, y menos, a esa distancia de la pared. En resumen, el hombre tendría que haber estado… suspendido en el aire!

Al darse cuenta de ésto, llamó con un grito a su esposo.

_Adrián!

_Voy! –contestó él, y entró corriendo a su alcoba-

_Qué pasa?!

La mujer se le abrazó con el pánico reflejado en el rostro, y comenzó a sollozar.

_Qué ocurrió, mi amor! –Con voz entrecortada, le contó lo ocurrido:

_Estaba quitándome la ropa para colocarme la bata de dormir, cuando vi un hombre mirándome desde fuera de la ventana.

_Mi vida! Eso no puede ser! Si estamos en un quinto piso y al frente no hay ninguna otra torre! Cómo crees que un hombre puede estar mirándote desde allí?

_Precisamente por eso fue que me asusté! Te juro que estaba allí! Era un hombre de aspecto pálido, cadavérico! Y tenía la boca entreabierta! –Su esposo se quedó en silencio. La descripción concordaba con el personaje que él había visto en el espejo del baño-.

_Bueno, mi amor. Tranquilízate. Ven, vamos a acostarnos.

Se metieron en las cobijas y Adrián la acogió sobre su pecho mientras le acariciaba su hermoso cabello. El susto desvaneció el deseo que ella tenía de pasar una noche maravillosa. No permitió que su marido apagara la luz. El, por su parte, no dejaba de pensar en el rostro de aquel hombre del espejo y al que describiera tan fielmente su mujer.

_“Aquí está pasando algo raro” –pensó-. Se durmieron casi al amanecer.

 

El tiempo siguió su marcha y la pareja olvidó, o mejor dicho, dejó de pensar en aquel incidente, hasta que otro hecho extraño ocurrió.

 

Sería un poco más de la media noche, cuando Yamile escuchó que la silla giratoria del estudio se movía de un lado a otro. Por un instante se quedó quieta para asegurarse de la realidad del sonido. Unos segundos más tarde, se volvió a repetir el hecho. Colocó su mano en el hombro de su esposo para moverlo suavemente, mientras con un susurro le decía:

_Adrián!Adrián! Mi amor! Despierta! –El contestó con un sonido ahogado y preguntó:

_Qué pasa?

_Escucha! Alguien está moviendo la silla del escritorio. Sería que alguno de los niños se levantó? –Adrián agudizó el oído y dijo:

_Y si fuera algún ladrón? Espérame aquí. Voy a echar un vistazo! –Se quitó las cobijas y se sentó en la cama buscando las chancletas.

_Voy contigo. Sola no me quedo ni loca!

_No enciendas la luz.

 

Salieron de su alcoba haciendo el menor ruido posible. Llegaron al estudio y, efectivamente, la silla estaba junto a la puerta. En seguida fueron hasta la alcoba de los niños: ellos dormían como angelitos.

_Será mejor buscar en la cocina y el baño. Vamos –susurró él, mas en ninguno de los dos sitios encontraron persona alguna. Sin embargo, el ruido de la silla al ser corrida se escuchó nuevamente en el estudio. Ambos sintieron un frío intenso en la columna y corrieron hacia allá;  al llegar, la silla todavía seguía su camino, sola. Adrián la detuvo y la colocó frente a su escritorio. En ese instante, la risa burlona de una niña se escuchó a sus espaldas. Los dos se abrazaron uno a otro, mientras la risa se alejaba hasta dejar de escucharse.

_Mi amor! Esto está muy raro. Ven! Vamos a acostarnos. Mañana hablaré con la dueña del apartamento. Creo que lo más correcto es devolverlo e irnos a otro lado.

 

Al día siguiente Adrián fue a visitar a la propietaria del inmueble

_Doña Leonor –le dijo- vengo a comunicarle que hemos decidido hacerle entrega del apartamento.

_Puedo saber qué lo motiva a tomar esa decisión?

_La verdad es que han ocurrido cosas un poco extrañas y deseamos mudarnos.

_Me puede explicar a qué “cosas extrañas” se refiere?

_Bueno… no es fácil…

_Me va a decir –cortó la señora- que han sentido o visto algo… raro, por decirlo de alguna forma?

_Exacta… exactamente! De eso se trata. Y… me da la impresión de que usted conoce la razón.

_Estoy casi segura. Lo que sucede es que en ese apartamento ocurrieron dos muertes extrañas. La primera, la de la niña. Ella acostumbraba jugar con una silla giratoria. La puerta del apartamento estaba abierta, ella salió empujando dicha silla y se cayó por las escaleras. Parece que se desnucó.

_Qué tragedia!

_La segunda fue cuando el señor se asomó por la ventana de su alcoba a tirarle las llaves a su esposa y se fue de cabeza.

_No me diga!

_Así como lo oye. Los inquilinos que estuvieron antes de ustedes, me comentaron que sentían a la niña reírse y mover la silla, y también aseguraron haber visto al señor por fuera de la ventana.

_Es exactamente lo que nos ha sucedido a nosotros, además de haber visto al mismo hombre reflejado en el espejo del baño. Y en cuanto a la señora que se ve en la alcoba de los niños?

_Señora?

_Si. Es una señora arrugada y… muy fea.

_Eso si que es nuevo para mí. Quiere decir que un fantasma nuevo ha venido a habitar el apartamento. Bueno, veo que no puedo detenerlos. Están en su derecho de irse. Creo que voy a tener que  llamar a un sacerdote para que lo bendiga.

 

El joven matrimonio había realizado el trasteo en el día anterior   y en ese momento estaban haciendo aseo para entregarlo como lo recibieron. Debido a su trabajo, se habían visto en la necesidad de hacer esa tarea en horas de la noche.  Al terminar, recogieron las últimas cosas que les quedaban, quitaron las bombillas y salieron. Al llegar al aparcadero, Adrián comenzó a buscar las llaves del auto en todos los bolsillos, sin encontrarlas.

-Seguramente se me quedaron en el apartamento. Voy por ellas. –Y se regresó apresuradamente.

 

Entró sin acordarse de que ya no había bombillos; sin embargo el recinto estaba un tanto alumbrado por la luz de las lámparas exteriores. Comenzó a revisar las ya vacías alcobas una por una. Las llaves no se veían por ningún lado. En ese instante escuchó que alguien caminaba a sus espaldas y cuando iba a volverse para mirar, una hoja de periódico se levantó desde el piso acompañado del típico sonido como si alguien le hubiera pegado un puntapié, y le pegó en la cabeza. Sintió un pánico profundo. Miró hacia atrás y al no encontrar a nadie, salió de allí tan rápido como pudo, bajó las solitarias escaleras y llegó hasta su vehículo muy asustado.

_Mi amor! Dejaste el carro abierto y con las llaves puestas en el contacto!

_No puede ser! Nunca dejo las llaves dentro del carro! Y menos sin asegurar las puertas!

 

Salieron del lugar y al dar la vuelta al conjunto levantaron la mirada hacia aquel apartamento. Detrás de la ventana se alcanzaba a apreciar la silueta de un hombre junto a una niña.

FIN

Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos reservados