empleadaMargarita, una mujer de unos cuarenta y seis años de edad, se había distinguido por su fortaleza física. Nunca se quejaba de dolor alguno; sin embargo un fuerte dolor de estómago la venció de tal manera que esta vez fue a parar a un hospital. Lo primero que le hicieron fue controlarle el dolor. Luego le practicaron los consabidos exámenes. Al día siguiente le dieron de alta, ordenándole que se sometiera a otros exámenes más rigurosos. En unos pocos días su estado físico se fue desmoronando a tal punto que, después de meditarlo mucho, le dijo a su esposo:

_Creo que lo mejor será conseguir una empleada doméstica para que me ayude en las labores de la casa. Yo ya me siento muy cansada.

 

Poco tiempo después contrataron una hermosa mujer de unos veintiocho años de edad. Tenía ella alguna preparación académica, pero, debido a la necesidad, aceptó el empleo. Lo primero que hizo Margarita fue advertir a su esposo, un hombre extremadamente correcto, del trato que debía dar a la empleada y de la distancia que debía conservar con ella.

_No es necesario que me lo adviertas. –Contestó él- Me parece que me conoces lo suficiente y sabes que siempre he sabido ocupar mi puesto.

 

Le destinaron un cuarto ubicado en la parte trasera de la casa en donde estaría cómodamente instalada puesto que contaba con baño privado, y todo lo necesario.

 

Los malestares de la ama de casa siguieron acentuándose día tras día. La empleada realizaba su trabajo con eficiencia y esmero lo que le permitió ganarse el cariño de Margarita y Rodrigo.

 

Una mañana, Rodrigo se vestía para salir al trabajo.

_No encuentro mi camisa azul claro.

_Mi amor, si no está en el “closet” me imagino que estará sin planchar. Creo que Marisela ya se habrá levantado. Por qué no le preguntas?

_Si. Ya vuelvo.

Rodrigo bajó apresuradamente las escaleras y se dirigió al cuarto de la empleada. La puerta estaba entreabierta. Al mirar hacia adentro sintió un sobresalto: Marisela estaba    parada al filo de la cama secándose el cabello sin más ropa que una levantadora sin abotonar. El hombre se quedó quieto sin apartar la mirada de aquel desnudo y hermoso cuerpo. Se sintió invadido por un nerviosismo como si se tratara de un adolescente. Sabía que lo correcto era retirarse; pero su mucho tiempo reprimido deseo fue más fuerte y se quedó como hipnotizado. Al instante la joven volteó a mirar hacia donde él se encontraba dándose cuenta de su presencia. Lanzó un apagado gemido al tiempo que se cubría con la levantadora y la toalla. Tragó saliva y exclamó:

_Don Rodrigo!

_Pe… Perdón! No quería… Bueno, excúseme… Vine a preguntarle si usted sabe dónde está una camisa que busco. No pensé encontrarla así!

_Cuál camisa?

_Una color azul claro.

_Ah!..Si. Debe estar entre la ropa que planché ayer. Permítame –dijo soltando la toalla sobre la cama. Pasó por su lado dirigiéndose hacia el cuarto de planchar. Se agachó sobre un pequeño montón de ropa en donde buscó con una mano mientras con la otra sostenía cerrada su levantadora.

_Aquí está.

El la recibió diciéndole:

_Gracias… y, por favor, discúlpeme.

_No hay cuidado.

_Marisela… Es usted muy linda! –la miró profundamente a los ojos por un instante y dio media vuelta. La mujer se quedó un momento en aquel lugar mirándolo alejarse. La llenó una extraña e inexplicable sensación. Se dirigió a su cuarto, cerró la puerta pensativa y se despojó de la levantadora. Se miró desnuda en el espejo de arriba abajo como queriendo comprobar si verdaderamente era linda.

 

El día transcurrió lento. Al atardecer escuchó el motor del carro del señor. Inmediatamente se metió en la cocina. No salió hasta que Margarita le pidió que sirviera la cena. Cuando se acercó a colocar los cubiertos, Rodrigo permaneció agachado con los ojos pegados a la página de un libro que no leía.

_Buenas noches –dijo tímidamente Marisela-

_Buenas noches. –contestó él cortés, pero serio.

 

La enfermedad de Margarita continuaba disminuyendo sus actividades físicas. Cada vez le costaba más esfuerzo estar fuera de la cama.

 

Un día Rodrigo llegó un poco más temprano que de costumbre. Margarita ya estaba acostada y él no quiso despertarla; pasó al estudio y se dispuso a realizar un trabajo en el computador cuando desde la puerta Marisela le preguntó:

_Don Rodrigo, le provoca un café caliente? Está lloviendo y… -él la contempló por unos segundos pensando:

_”Me provoca estrecharte entre mis brazos y besarte”.   Bueno, gracias –respondió-.

_Ya se lo traigo.

 

Un momento después regresó con una bandeja en la que había dispuesto una taza, una jarrita de café y una azucarera. Colocó la taza sobre el escritorio y la llenó con el humeante café. Inmediatamente se esparció un agradable aroma. Tomó la cucharita del lado de la azucarera, mas ésta se le resbaló y cayó al piso. Al instante, tanto Rodrigo como ella, se agacharon a recogerla. Por pura casualidad,  la mano de él quedó encima de la de ella. Sus cabezas estaban muy cerca. Se miraron profundamente.  El hombre apretó con ternura la pequeña mano. Los ojos de ella brillaron. Sus bocas se unieron en un tímido beso; luego se volvieron a besar muy apasionados. Rodrigo se levantó y, tomándola del brazo la ayudó a incorporarse. La enlazó por la espalda y nuevamente se besaron. Fue un beso intenso, largo. Ella también rodeó la espalda de él. Se separaron.

_Se enfría…su café.

_Vamos a tu alcoba!

_No! No estaría bien!

_No importa –La tomó de la mano tirando suavemente de ella. A partir de aquella noche se despertó entre ellos un profundo y apasionado amor cada vez más impetuoso, aunque ellos lo disimulaban muy bien. El  procuraba llegar lo más temprano que le era posible para encontrarse con la joven y dar rienda suelta a su romance.

 

Margarita escuchaba diariamente el motor del carro de su esposo al regresar a casa. Se extrañaba por que éste ya no subía a saludarla como era su costumbre. En su corazón comenzó a albergar una duda y decidió averiguar si tenía o no razón. Se levantó con gran esfuerzo y se colocó unas chinelas suaves. Bajó las escaleras. Tanto el estudio como el comedor y la cocina estaban solos. Muy sigilosa se dirigió hacia la parte trasera de la casa. Llegó hasta la cerrada puerta y acercó el oído. Lo que escuchó, le confirmó las sospechas que tenía. Sintió un dolor tan profundo como si le clavaran una puñalada en el corazón. Las lágrimas resbalaron por sus mejillas. En silencio dio media vuelta y comenzó a caminar hacia su alcoba como si el peso de su enfermedad se hubiera aumentado. Pasaron casi tres horas. No bajó a cenar. Marisela subió a preguntarle si deseaba que le llevara la comida. Ella le respondió que no. Más tarde él llegó a acostarse. Hizo como si estuviera dormida. Lo sintió meterse dentro de las cobijas y se mordió el labio inferior para no gritarle que era un desgraciado. Pasó casi toda la noche en blanco. Al fin, en la madrugada se durmió.

 

En la tarde del día siguiente, el celular de Rodrigo timbró. Sin saber el motivo él lo tomó con temor y contestó:

_Si?

_Don Rodrigo! Tiene que venir pronto! La señora se siente muy mal!

_Voy para allá!

 

La mujer permaneció una semana interna. Rodrigo fue llamado por el médico quien le informó que la paciente tenía cáncer y que no había nada por hacer puesto que ya había hecho metástasis. El recibió la noticia en silencio. Un mes más tarde, falleció.

 

La noche, después de las exequias, cuando ya los pocos parientes y amigos se marcharon, Marisela preguntó si podía servir la comida.

_Por supuesto. Sirve, trae tu comida y me acompañas. –Ella lo miró largamente y dijo:

_Pienso que hoy fue mi último día en esta casa.

_De ninguna manera. De eso conversamos después.

 

Cenaron juntos. El tema de conversación giró alrededor de la difunta.

_Cómo te sientes? –Preguntó Marisela-

_No voy a negarte que me siento muy mal. Todavía no asimilo el hecho de su muerte. Creo que si no estuvieras aquí me volvería loco. Margarita fue una buena esposa. No tuvimos hijos debido a su esterilidad. Sin embargo compartimos muchas situaciones. Me acompañó en las buenas y en las malas. Debido a su enfermedad, dejamos de ser marido y mujer hace algún tiempo; pero la pasábamos bien. Era terriblemente celosa, y cosa extraña, siempre me decía que si ella moría primero, estaría pendiente de mi comportamiento.

_A propósito de eso, te confieso que siento un poco de complejo de culpa.

_No debes sentirlo. Ella murió sin enterarse de nada. Por otra parte, lo que has hecho es darme un poco de felicidad.

 

Conversaron un poco más y se despidieron. La joven se encerró en su alcoba y, después de colocarse su pijama, se acostó. Su pensamiento estaba ocupado por Margarita. Un rato después se durmió, aunque el sueño no duró mucho: sin saber la causa se despertó. Algo le decía que no estaba sola. Miró a su alrededor: el corazón le dio un gran salto. Junto a su cama, a los pies, Margarita estaba mirándola con una horrible expresión de odio, aunque lo que casi le causa un infarto fue cuando con voz cavernosa le dijo:

_”No voy a dejar que me quites a mi marido”.

Dicho ésto se abalanzó hacia la empleada tratando de agarrarla del cuello. Marisela lanzó un estridente grito que retumbó en toda la casa llegando hasta los oídos de Rodrigo quien saltó de la cama; en segundos llegó a la alcoba de la joven. Lo que vio lo dejó helado del susto: Margarita estaba inclinada sobre Marisela. Al sentir la presencia de Rodrigo, se incorporó y giró mirando a su marido con un odio indescriptible mientras se desvanecía en el aire. El hombre encendió la luz y se acercó hasta la cabecera de la cama. La mujer tosía y se aferraba el cuello. El, con dulzura le retiró las manos descubriendo las marcas de los dedos impregnadas.

_Ya. Cálmate.

_Por favor no me dejes! No quiero quedarme sola!

_Debes tranquilizarte. Voy a quedarme aquí contigo. –Sin apartar las cobijas se recostó a su lado.

 

A pesar del susto y del temor de que el fenómeno se volviera a repetir, se quedaron dormidos.

 

Al día siguiente, Rodrigo salió a trabajar. Marisela se quedó sola en la casa haciendo los oficios correspondientes. No estaba tranquila. A toda hora sentía que alguien estaba detrás de ell; volteaba a mirar rápidamente sin encontrar a nadie. En un momento un platillo de loza prácticamente saltó del platero hasta el piso volviéndose añicos y arrancando un apagado grito a la mujer. Ella tomó la determinación de salir de la casa a toda prisa. Iría a caminar mientras llegaba Rodrigoo. Juntos tomarían alguna decisión. Lo llamó desde un teléfono público para contarle lo sucedido y acordaron encontrarse en la cafetería cercana a la casa.

 

Después de un buen rato llegaron juntos. Ella sirvió la cena

para los dos.

_Mira, -dijo la joven- por nada del mundo voy a quedarme a dormir en aquella alcoba. En ese caso preferiría irme a mi casa, pero no quiero dejarte solo.

_Tampoco lo deseo. No es que le tenga temor a esas cosas de apariciones sino que simplemente no quiero que te vayas. Vamos a hacer una cosa: Pasaremos tus cosas y las mías a otra alcoba, te parece?

_Es la mejor idea. Hagámoslo ya.

 

Rato después la nueva alcoba estaba acondicionada.

 

_Te bañas tú? O lo hago yo?

_ Las damas primero. –Contestó con un caballeroso gesto.-

Ella se levantó para darle un ligero beso y entró al baño contiguo a la alcoba. Momentos después salió y entró Rodrigo. Se desnudó y se metió bajo el fresco chorro de la regadera eléctrica. La cerró mientras se aplicaba el champú y se enjabonaba. Nuevamente dejó caer el agua sobre su cabello. Cerró los ojos para evitar que el champú penetrara en ellos y fue en ese instante cuando sintió aquellas suaves manos de mujer restregándole la espalda. Se estremeció al sentir la caricia.

_Mi amor! Resolviste mojarte otra vez? –Preguntó sin mirar.-

Al no obtener respuesta giró la cabeza muy sonriente, mas la sonrisa se congeló en sus labios al descubrir que quien estaba detrás de él era su difunta esposa. Al instante la energía se cortó. Una macabra risa llenó la pequeña estancia. Quedó totalmente a oscuras soportando el intenso frío del agua. Se erizó todo su cuerpo. Imaginó a Marisela en la cama tan asustada como él. Llenándose de valor, tomó la toalla a tientas y salió envuelto en ella.

_Aquí estoy mi amor! –dijo mientras se metía entre las cobijas. Ella no respondió. Sintió frío el cuerpo de la mujer. Pensó que sería debido al baño. Ya sus ojos estaban acostumbrados a la oscuridad. Se volteó para abrazarla. Un grito de terror se atoró en su garganta. El pálido rostro que miró era el de su difunta esposa. El hombre dio media vuelta y saltó de la cama; le faltaba el aire. Salió corriendo desnudo hasta su auto para buscar una linterna. En el garaje estaba la caja de los “tacos” de la corriente eléctrica: todos se encontraban apagados. Los subió a la posición ON y regresó a su alcoba. A un lado de la vacía cama se hallaba desmayada Marisela. Se inclinó sobre ella llamándola mientras le daba unas suaves palmadas en las mejillas. Al ver que no reaccionaba, la levantó para meterla entre las cobijas y darle calor. Un instante después comenzó a reaccionar. Abrió los ojos y al ver el rostro de Alberto junto a ella, se colgó de su cuello temerosa.

_Qué sucedió mi amor?

_Algo terrible! Estaba esperando que salieras de la ducha cuando se fue la luz. En medio de la oscuridad alcancé a ver que alguien entraba. Creí que eras tú. Se acercó hasta la cama y se metió entre las cobijas. Estaba fría. Pensé que al cortarse la corriente habías terminado de ducharte con agua fría y quise abrigarte. Al abrazarte me encontré con que no eras tú sino ella. Me miró con odio y me empujó fuera de la cama. No recuerdo más! –se apretó aún más contra él sollozando de pánico.

_Mira, yo no soy tan creyente que digamos en asuntos religiosos ni en asuntos del más allá, sin embargo, dada la situación, creo que no nos queda más remedio que ir a hablar con el cura párroco.

Así lo hicieron. El consejo que el sacerdote les dio, fue que legalizaran su situación y se casaran por la iglesia. Se hospedaron en un hotel mientras cumplían con los requisitos para contraer matrimonio. Días más tarde regresaron a la casa convertidos en marido y mujer. Estaban convencidos que al estar unidos “por la gracia de Dios”, Margarita dejaría de molestarlos. No fue así. Los extraños fenómenos aumentaron de intensidad.
En una ocasión cuando Marisela se dedicaba a realizar sus quehaceres domésticos, el televisor de la sala se encendió inesperadamente con un volumen tan alto que por poco hace que revienten sus oídos. Ella se dirigió a apagarlo y el fenómeno se repitió. Salió corriendo hacia la cocina, mas fue recibida por varios platillos que se levantaban del platero para estrellarse contra su cuerpo. En el centro estaba Margarita quien le gritó:

_Fuera de mi casa!

Con un pánico imposible de dominar, tomó rumbo hacia la puerta. Una vez fuera, se sentó en el antejardín a esperar que llegue su esposo. Esa misma noche tomaron las cosas más necesarias y salieron para no volver. Unos días después, arrendaron un apartamento y comisionaron a una agencia de bienes raíces para que se encargue de hacer el trasteo y vender aquel inmueble.
FIN

Derechos reservados de autor: Hugo Hernán Galeano Realpe