Caía la tarde mientras Francisco, a lomo de un hermoso caballo, se dirigía hacia aquel pueblo a donde lo habían nombrado como profesor. Faltaba camino por recorrer, y el cielo estaba tan nublado que amenazaba con desgranarse un intenso aguacero en cualquier momento. Había estudiado en el Seminario Conciliar de la capital de uno de los departamentos del sur del país. Cuando le faltaba muy poco para ordenarse como sacerdote, y después de tanto convivir con miembros de la iglesia, de conocer sus actuaciones y costumbres, se dio cuenta de que la vocación que desde muchacho había sentido, se había acabado. Después de hablar con sus superiores, sus estudios fueron homologados con los de la Escuela Normal.
Se graduó como profesor con honores. Su primer nombramiento fue a un pueblo perdido entre las montañas. Para llegar allá debía utilizar un bus tipo escalera y en un caserío ubicado en el trayecto tenía que alquilar un caballo para devolverlo en el pueblo que aún no conocía, de acuerdo con las indicaciones dadas.
Era la primera vez que pasaba por una aventura como esa, pero iba feliz. Nunca había salido de su tierra natal. Se sentía libre sin la sotana que había usado por tanto tiempo. Ahora devengaría un sueldo que aunque escaso, le serviría para empezar a ganarse la vida.
El aguacero no esperó más y comenzó a caer. El joven golpeó con los tacones a su montura que arreció su marcha. Para su fortuna, no muy lejos, se alcanzaban a ver las casas pintadas con cal. Alcanzó a mojarse un poco. Por suerte la lluvia comenzó a disminuir. Entró en el pueblo mirando a lado y lado muy sorprendido: no se explicaba cómo, pero ese lugar le resultó muy conocido. Dijo para sus adentros:
-“No sé cuándo, pero podría jurar que ya estuve en este sitio! Y voy a comprobarlo. Al voltear esa esquina a la derecha, debe haber una tienda atendida por una señora bastante mayor”. –Obligó a su caballo a girar a la derecha y mayor fue su asombro al encontrar la tienda. Se apeó y saludó:
-Buenas tardes! –saludó. Una mujer salió y contestó mientras se secaba las manos en un delantal-
-Buenas tardes… joven –dijo mientras lo miraba curiosamente como si tratara de reconocerlo.
-Perdón, la dueña de la tienda…
-Tal vez se refiere a mi mamá… Ella murió hace unos meses…
-Lo siento mucho… y todavía venden los llamados manjares?
-Si, todavía, pero ahora los fabrico yo… Usted conoció a mi mamá?
-No sé cómo decirle. Es la primera vez que vengo a este pueblo. Acabo de llegar, pero al entrar me pareció conocido. Ni yo mismo lo entiendo. Sin saber cómo, supuse que aquí había una tienda en la que vendían… manjares!
-Lo raro es que cuando lo miré, también creí conocerlo o… haberlo visto en alguna parte.
-Cosas extrañas de la vida. Yo soy Francisco y vengo nombrado como profesor de la escuela.
-Mucho gusto! Yo soy Herminia.
Después de adquirir algunos de los dulces, se marchó a buscar el lugar en donde debía entregar el animal. No tenía ninguna explicación de lo sucedido, así que lo mejor era tomarlo como una “extraña coincidencia”.
FIN
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