Lida retiró la hoja de papel de la máquina de escribir, la guardó en una carpeta y, tomando la cubierta de un cajón, la colocó sobre la misma para protegerla del polvo. Luego sacó su cartera y, abriéndola, tomó un estuche de sombras y su pintalabios y comenzó a arreglarse. Todos los empleados salían a las cinco de la tarde; pero ella y su auxiliar, debían quedarse hasta las seis y, muchas veces, hasta más tarde. Al terminar, se colgó la cartera al hombro y se dirigió a la oficina contigua.
_Marina, creo que es ya hora de irnos. Son las seis de la tarde y, por hoy, ya hemos trabajado mucho.
_Qué pena, Lida, te va a tocar irte sola. Héctor viene por mí y, mientras llega, voy a adelantar un poco el trabajo.
_Bueno, m’hija, entonces nos vemos mañana. -se inclinó para juntar su mejilla con la de su compañera y dar un pico al aire-.
_Que descanses. ¡Cierra la puerta, por favor!
Marina siguió revisando unos papeles y haciendo las anotaciones correspondientes. Levantó la cabeza al escuchar el teclear de la máquina de escribir de Lida en la oficina contigua. Sobresaltada, suspendió su labor para poner atención al sonido.
_“¡Esta Lida! Seguramente se le olvidó algo”
_¡Lida! -llamó-
No obtuvo respuesta. El teclado seguía escuchándose muy claro. Se levantó y salió de su oficina hacia la de su compañera.
_Trabajando a oscuras? –Preguntó sin obtener respuesta- Inquieta, buscó el interruptor y encendió la luz. El ruido cesó de inmediato: la máquina estaba totalmente cubierta.
_“¡Qué raro! -y extendió su mano para cerrar el interruptor. Dio media vuelta y volvió a su escritorio.
_“Serían figuraciones mías” -pensó- Ojalá que Héctor no se demore.
Trataba en vano de concentrarse en su trabajo. Al momento se sintió el gran estampido de un trueno; acto seguido la ventana se iluminó con el resplandor de un rayo. Inmediatamente se desgranó un fuerte aguacero. Marina se levantó a cerrar la ventana. Gruesas gotas resbalaban por los cristales. Sintió un extraño frío. Se frotó las manos y volvió a sentarse. Reanudó su trabajo escuchando el ruido de la lluvia; sin embargo, escuchaba algo más que no alcanzaba a precisar. Afinó el oído; al hacerlo algo parecido a un murmullo de varias personas llegó a sus oídos. Se quedó estática. No cabía duda: Se podía apreciar perfectamente el inconfundible coro de un rezo como de un funeral. El frío se metió en su columna vertebral.
_“Creo que mejor, me voy” -pensó-
Se levantó, tomó su cartera y las llaves y, mirando a todos lados, apagó las bombillas. El pasillo quedó alumbrado solamente con el reflejo de las luces del primer piso. Se dirigió con cuidado hacia las escaleras sintiendo una extraña impresión, como si alguien fuera a tocarla por detrás. Para colmo, el sonido de un nuevo trueno la hizo saltar. El relámpago fue tan intenso como fugaz. Iluminó toda la segunda planta, en especial la oficina de la izquierda y, para su sorpresa en no más de un segundo, alcanzó a ver dentro un ataúd rodeado de coronas, así como las sombras de personas alrededor. Se cubrió la boca para ahogar un grito. Sin pensarlo se lanzó escaleras abajo para detener su descenso unos escalones después. Una mujer comenzaba a subir con una bandeja llena de tazas de tinto. Marina se quedó mirando a la desconocida.
_¡¿Quién es usted ?! -preguntó con asombro, mas la mujer pareció no escucharle; siguió subiendo la escalera en su misma dirección, sin prestarle atención alguna. La secretaria intentó hacerse a un lado para evitar el encontrón, pero no fue necesario, pues la otra persona pasó a través de su cuerpo… ¡como si fuera de humo! Sintiendo que perdía el equilibrio, trató de alcanzar la puerta de salida. Haciendo un gran esfuerzo, cerró el interruptor y, con mano temblorosa, aseguró la puerta con llave.
Una vez en la calle, respiró profundamente sintiendo que las fuerzas la abandonaban y que las piernas se negaban a sostenerla. Se arrimó al muro de la vieja casa protegiéndose de la lluvia bajo el alero. Su hermoso busto subía y bajaba a toda prisa. Se sentía aterrada y desvalida como un bebé. La calle estaba sola: Uno que otro carro pasaba por allí a toda prisa. Ella miraba en todos los sentidos. A lo lejos un hombre enfundado en una gabardina caminaba sosteniendo un paraguas. Marina lo miraba acercarse anhelante y a la vez nerviosa. La lluvia no le permitió distinguir al transeúnte hasta que estuvo cerca de ella. ¡Era Héctor! Al reconocerlo se lanzó a abrazarlo sin poder contener el llanto.
_¡¿Qué pasó mi amor?!
_¡Ven… vámonos de aquí!
Comenzaron a caminar. Se metieron en la primera cafetería abierta que encontraron. Allí, la joven le narró lo sucedido.
_¡Pero mi amor! ¿A las puertas del siglo veintiuno y me vas a decir que crees en fantasmas? Tal vez la tempestad te alteró los nervios y creíste escuchar y ver lo que me cuentas. Tranquilízate. Tómate un hervido de toronjil. Vas a ver como mañana y de día, las cosas cambian. Además… te sugiero que no cuentes estas cosas. Pueden pensar mal de ti. Mejor, después de tomarnos algo, buscamos un nidito de amor para arrullarnos mientras pasa la lluvia y luego te llevo a tu casa, bien?
_Está bien, mi amor.
Al día siguiente le contó lo sucedido a su compañera Lida.
_Estás segura? No crees que todo fue producto de tu imaginación?
_Fue tan real como te estoy viendo a ti.
_No es que dude de tu palabra. Lo que sucede es que soy de las personas que no creen en apariciones ni fantasmas. Espero no me pase nunca nada que me haga cambiar de idea.
Días después, Lida ordenó a Marina hacer unas gestiones comerciales y, por tal motivo, la auxiliar se retiró del trabajo a media tarde. Enfrascada en su quehacer, la secretaria principal no se dio cuenta de que la noche cobijaba la ciudad con su oscuro manto. Debía completar unas carpetas, mas algunos documentos estaban en otra de las dependencias. Estaba sola. La última persona en despedirse fue la mujer encargada de los servicios generales; así que no tenía más remedio que ir ella misma por los papeles. Se levantó de su silla con desgano y salió. Sus pasos retumbaban en los pasillos. La mayoría de las oficinas estaban sin luz aunque con las puertas abiertas. Al pasar de largo por el frente de una de ellas, creyó ver, en el centro, un gran cajón. Se detuvo en seco y regresó para mirar de qué se trataba. Mas, para su asombro, el cajón ya no estaba. Siguió pensativa su camino. Llegó al lugar donde se encontraban los papeles. Tomó algunas carpetas, extrajo lo que necesitaba y las volvió a colocar en su sitio. En ese momento, el ruido de pasos de varias personas acompañado de lastimeros sollozos la sobresaltó. Salió de la oficina para ver de qué se trataba. El cuadro que se presentó a su vista fue el de cuatro hombres bajando con dificultad la escalera sosteniendo un ataúd, seguidos por unas cuantas personas, todas vestidas de negro, sollozando. El pánico la paralizó por completo. Sus piernas se negaron a sostenerla y cayó al piso. Permaneció sin sentido un buen rato. Luego, las tinieblas se fueron disipando de su cabeza. Al recordar lo sucedido se sentó y miró para todos los lados. No había nada extraño. Nuevamente el miedo la invadió. Recogió las hojas que estaban caídas a su lado, se levantó y corrió hacia su oficina para tomar su chaqueta y salir corriendo.
Al siguiente día, al llegar a la empresa, se dirigió directamente a la oficina de su auxiliar.
_Hola, Marinita, ven. Necesito contarte algo. –y salió.-
Su auxiliar y amiga la notó tan ansiosa que inmediatamente la siguió intrigada.
_Que sucede? Te noto muy extraña.
_Te acuerdas cuando me relataste aquella experiencia que tuviste al quedarte esperando a tu novio?
_Si, claro. Por qué?
_Anoche casi me muero. Me ocurrió algo tan espantoso que caí desmayada del susto.
Marina se le acercó nerviosa cerrando los puños uno encima de otro.
_Qué te ocurrió?
Le relató como mejor pudo lo que le sucedió en el día anterior.
_Con ésto que me cuentas no me vuelvo a quedar un minuto más de las cinco de la tarde así me despidan.
_Lo mismo pienso yo. Voy a hablar con el jefe de personal y si él no nos deja que salgamos a la misma hora de los demás, renuncio.
Ese mismo día presentaron la solicitud al jefe de personal. El, las escuchó con atención y les preguntó:
_Me podrían explicar las razones que tienen para formular la solicitud?
Las dos secretarias se miraron sin saber qué contestar. Lida fue quien salvó la situación:
_Bueno, es que… vamos a tomar unas clases de… inglés.
_Están seguras? No sé por qué presiento que hay algo que no me quieren decir.
_¿? –Nuevamente se hizo presente el silencio de las dos jóvenes frente a la mirada escrutadora del jefe. Marina, armándose de valor, respondió:
_Lo que pasa es que aquí asustan!
_Estaba seguro de que la cosa iba por ese lado.
_Usted ya lo sabía?
_He escuchado algunas charlas, pero no había querido profundizar en el tema hasta que me pasó algo un poco raro que… no vale la pena contar.
_Pues a mí, que había sido totalmente incrédula de esas cosas, me encantaría escuchar lo que le pasó. No me deje con la curiosidad.
Está bien, con la condición de que ustedes también me cuenten sus experiencias sobre el tema.
_De acuerdo.
_Un día llegué muy temprano para alistar un paquete que tenía que entregar a unos usuarios de nuestra institución. Estaba totalmente solo. De pronto sentí que algo se movió junto a uno de los estantes y, al dirigir la mirada hacia allá, me encontré con una mujer que me miraba fijamente desde la esquina. Me sobresalté. Ella tenía una marcada expresión de preocupación. Haciendo acopio de valor, le pregunté:
_Quién es usted?
Ella no me contestó la pregunta; mas, sin dejar de mirarme, dijo:
_Extraño mucho a mis hijos!
Luego su figura se fue desdibujando hasta desaparecer. Yo no pude dominar el pánico y salí a la calle. Necesitaba ver gente y tomarme un tinto para calmar los nervios. Me metí en una cafetería a esperar que fueran las ocho de la mañana y lleguen los demás. Me quedé preguntándome el por qué se presentan estos fenómenos en este lugar.
Acto seguido, las dos mujeres narraron sus experiencias. Por supuesto que se les aceptó su salida a las cinco de la tarde.
Algunos días después en una de las empresas afiliadas se desarrollaba una reunión de empleados. El director de la entidad dijo:
_Entonces, para terminar la reunión, vamos a comisionar a Julio y a Neyda para que vayan a la Caja de Compensación y nos averigüen todo lo relacionado con el presupuesto y la fecha para nuestro paseo. Están de acuerdo?
_De acuerdo! -contestaron los presentes en coro.-
Al día siguiente, los dos compañeros se dirigieron a cumplir con su tarea. Con la dirección anotada en un papel, miraban las placas de las edificaciones del lugar.
_¡Creo que es aquí! -exclamó Neyda.-
_¿Aquí? -preguntó Julio-
_¿Por qué te extrañas?
_ Aunque hace mucho tiempo que no vuelvo por este barrio, este sitio se me hace conocido.
_Bueno, a lo que vinimos. –Entraron y ascendieron las escaleras.-
_Buenas tardes, señorita.
_Buenas tardes. ¿En qué les puedo servir? -preguntó Marina muy amablemente. Julio miraba con curiosidad todo a su alrededor.-
_La empresa en donde trabajamos desea realizar un paseo de dos días con todos los empleados y queremos conocer las posibles fechas y el presupuesto. -codeó a su compañero como para hacerlo aterrizar- ¿Cierto, Julio?
_Eh? …Si …si.
_Le pasa algo? Lo noto muy intrigado -dijo Marina-
_Pues si. La verdad es que tan pronto dimos con la dirección, este sitio me pareció conocido y estaba tratando de recordar cuándo pude haber estado aquí y acabo de hacerlo. Hace mucho que trabaja usted en esta caja de compensación?
_Desde hace un mes, y creo que no duraré mucho tiempo.
_Y eso por qué?
_Bueno… cosas personales.
_Y hasta qué hora trabaja?
_Desde unos días atrás, hasta las cinco.
_Y nunca se ha quedado después de esa hora, sola?
_Una vez y no me quedaron ganas de volverlo a hacer. Pero… por qué me lo pregunta?
_Es que, esta casa antes fue una sala de velaciones. Precisamente aquí contratamos los servicios funerales para mi mamá.
FIN
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