monjaMaría Paula y Nelson esperaban su primer hijo. El alumbramiento, según el médico y la ecografía practicada, estaba sobre el tiempo. Todo estaba listo. Ese día domingo la pareja había salido a caminar hasta uno de los parques. Al caer el crepúsculo habían regresado a casa. Ella se recostó o, mejor, se sentó en la cama, puesto que el volumen del vientre le impedía acostarse totalmente. Miraba la televisión mientras su esposo preparaba algo de comer en la cocina. Llegó al lado de ella y se recostó colocando la mesita que contenía la comida sobre su estómago. Así permanecieron largo rato. De pronto María Paula sintió un dolor agudo en el vientre lo que le hizo lanzar un grito ahogado.

_¿Qué pasa? -Preguntó Nelson- Fue eso una contracción?

_Creo que si!

_¡Hay que controlar el tiempo! ¡Tranquila mi amor! ¡Respira profundo! -Trataré de seguir las recomendaciones del médico. Pero si tú crees que debemos ir al hospital, vamos.

El hospital afortunadamente estaba ubicado a unas pocas cuadras. Nelson ayudó a su esposa a subir al automóvil y partieron. Instantes después la futura madre se hallaba en la sala de maternidad en medio del especialista y la enfermera quienes le daban las instrucciones del caso. Mientras tanto, Nelson se paseaba de un lado a otro en la sala de espera como león enjaulado.

_“¡Carajo! Yo no se si en estos casos sufre más quien está dando a luz o quien espera!” -pensaba mientras se sentaba en una poltrona.

Al instante hasta sus oídos llegó el llanto de un niño, y en forma rápida se puso de pies. El corazón le palpitaba de tal manera que parecía que iba a salírsele del pecho. La impaciencia aumentaba ya que nadie salía a decirle cómo estaba su esposa, si había nacido su hijo, qué sexo tenía, etc. Por fin después de media hora salió la enfermera para invitarlo a seguir.

Afanosamente se dirigió a la cama donde ya descansaba su mujer con el pequeño junto a ella. Con cuidado se lanzó a besar a la madre y luego alzó al bebé; cosa extraña, el bebé, apenas se sintió en los brazos del padre, abrió los ojos y los clavó en su cara como si examinara un bicho curioso. Luego miró al rededor de la alcoba. Tiempo atrás, los niños abrían los ojos después de un mes de nacidos. Cómo cambian las cosas.

Para pesar suyo, la enfermera le informó que debía retirarse y volver al día siguiente, dado lo avanzado de la hora. Se despidió de su esposa y salió feliz como un niño estrenando un juguete nuevo.

La madre, después de dar de comer a su pequeñuelo, lo instaló en la cuna junto a su cama y se durmió plácidamente hasta las dos de la madrugada. Un agudo dolor en el vientre la despertó; miró a su bebé: éste dormía profundamente. Con trabajo estiró la mano para alcanzar el timbre. Lo pulsó y esperó un momento. No obtuvo respuesta. Lo pulsó una y otra vez pero nadie venía en su ayuda. Al rato escuchó los pasos silenciosos de alguien que caminaba por el pasillo.

Desesperadamente, María Paula miró hacia la puerta. Los pasos se acercaron. Era una monja.

_¡Hermana! -llamó la paciente-

La monja se detuvo en la puerta y volvió la mirada hacia la mujer. Era una religiosa de avanzada edad y de aspecto extranjero. Se dirigió hasta la cama dando la impresión de no caminar sino de flotar sobre el piso. No articuló palabra; solamente miró profundamente a la interna.

_¡Por favor! ¡Necesito a la enfermera!

La monja, sin responder, dio media vuelta y salió de la habitación. La mujer esperó pacientemente. Al fin regresó; traía en sus dos manos una bandeja en la que se podía apreciar una poma pequeña y un vaso, ambos de cristal muy fino y antiguo. Colocó la bandeja en la mesa de noche, quitó la tapa de la poma y llenó el vaso un poco más de la mitad. Se inclinó y descubrió las mantas. Colocó sus manos sobre el vientre de la paciente. Al instante ésta sintió un alivio inmediato. Luego, tomando el vaso, lo pasó a la parturienta y salió sin decir palabra y sin volverse cuando ésta dijo:

_¡Gracias, hermana!

Cuando terminó de beber el agua, colocó el vaso en la bandeja, se envolvió en las cobijas y se dispuso a reanudar su sueño; en ese instante llegó la enfermera:

_¿Qué se le ofrece? -preguntó-

_En este momento, nada. Me cansé de timbrar para pedir algo que me calmara un agudo dolor desde hace casi una hora y nadie se acercó.

_¿Desde hace una hora? ¡No puede ser; el timbre correspondiente a esta alcoba no ha sonado, sino hasta este instante!

_En este instante no he llamado puesto que ya no tengo necesidad. Ya una monja vino y me calmó el dolor. Además me trajo un vaso de agua.

_¿Una monja? -preguntó la enfermera muy extrañada-

_Si. Una monja.

_¿Y cómo era ella?

_Alta, de aspecto extranjero, y de cierta edad.

_¿Y dice usted que le trajo agua?

_Si, en la mesa de noche está la bandeja.

La enfermera miró hacia la mesa.

_¡Pero sobre la mesa no veo ninguna bandeja!

María Paula giró la cabeza y efectivamente, sobre la mesa no había ni bandeja, ni vaso algunos.

_¡Qué raro! ¡si yo misma los acabo de dejar allí!

_Será mejor que se duerma. -y salió de la alcoba dejando a la enferma mirando hacia la puerta sin saber qué pensar.

No había pasado un minuto desde que salió la enfermera, cuando María Paula sintió la presencia de alguien en la alcoba. Giró la vista hasta el fondo y descubrió a la monja estática mirándola impasible; tenía entre sus manos la bandeja con la poma y el vaso.

_¡Hermana ! por dónde y en qué momento entró?

La monja no le respondió. María Paula buscó con la mirada alguna otra puerta en la alcoba, pero no la encontró. Se sintió nerviosa. La religiosa Se acercó hasta ella y colocó una de sus manos en su frente. Produjo en la primeriza un descanso inmenso. Luego, avanzó hacia la puerta como si flotara en el aire y salió. La joven madre cerró los ojos y, afortunadamente para ella, Morfeo, dios del sueño, vino en su ayuda para acogerla en su regazo.

Al día siguiente a eso de las siete de la mañana, dos enfermeras entraron a la alcoba de la nueva madre: una de ellas llevaba la bandeja con el desayuno. Ambas saludaron a la joven con cariño.

_Buenos días. Aquí le traigo su desayuno. -dijo una de ellas-

_Buenos días y muchas gracias.

_¿Cómo amanecieron madre e hijo? -Añadió la otra-

_Muy bien. Gracias.

_Es hora de bañar a ese lindo bebé.

Sin embargo, las dos enfermeras se miraban extrañamente, como si no se atrevieran a decirle algo. Al fin una de ellas se acercó y, bajando la voz, preguntó:

_Cuéntenos… verdad que anoche vino a verla una monja?

_Si, así fue, por qué me lo preguntan?

_No…, por curiosidad. Bueno…, me voy a llevar otros desayunos.

_Y yo, a bañar a esta hermosura. –Tomó al bebé y ambas salieron dejando más intrigada a la mujer.

Después de reposar un poco para hacer la digestión, María Paula se levantó despacio y se dirigió al baño. Quería tomar una ducha y arreglarse un poco. Su esposo no tardaría en ir a visitarla.

Una hora más tarde, completamente vestida y arreglada miró por unos instantes a su pequeño dormido en la cuna, y salió a la salita del lado y se sentó. Las paredes estaban adornadas con cuadros enmarcados en madera antigua. Los contempló desde su puesto uno a uno; llamó poderosamente su atención un grupo en el cual se encontraban unas monjas y unos médicos; se levantó y se acercó al cuadro; en el centro de él, estaba la monja que la visitara. En la parte inferior del cuadro había una leyenda que decía: “Primer Cuerpo Médico del Hospital San Francisco” Febrero 9 de 1929. Le extrañó profundamente el hecho, ya que la monja presentaba el mismo aspecto que cuando la vio la noche anterior, unos 60 años de edad. No era posible que después de 35 años o más, no hubiera envejecido nada. Se sentó pensativa. En ese momento, llegó su esposo trayendo un hermoso ramo de flores. Se levantó de la silla sin poner atención a su estado.

_¡Hola, mi amor! ¡Qué flores tan hermosas!

_Para la mamacita más linda del mundo.

Después de besar a su esposa, Nelson se dirigió a ver a su hijo a quien, como cosa rara, encontró durmiendo profundamente. Prefirió no molestarlo. Luego se sentaron en el cómodo sofá de la sala de estar. María Paula le contó lo sucedido la noche anterior, así como su impresión sobre la apariencia de la monja en el cuadro.

_Tú sabes que las personas que más se conservan son los curas y monjas. Su modo de vida, les permite vivir mucho más tiempo que cualquier persona. Eso no es de extrañar.

_De todas maneras, a estas alturas, la monjita tendría más de cien años! Algo muy extraño hay aquí.

_Pasando a otra cosa, cuando te dan de alta?

_La enfermera me informó que será mañana por la mañana, pero yo no quiero quedarme otra noche en este hospital. Yo creo que deberías solicitarle al doctor que me de de alta hoy.

_No sé si será conveniente, pero lo intentaré.

Así lo hizo. Al comienzo el doctor se mostró un poco reacio a la idea argumentando que debía mantener en observación al niño, a pesar de, aparentemente, encontrarse muy bien.

_¿Y cuál es el motivo para desear irse tan pronto? ¿No está bien atendida en el hospital?

_Al contrario, doctor; está muy agradecida, sobre todo con una de las monjas del hospital. Lo que sucede es que…

_¿Monjas? ¡Pero si en el hospital no hay monjas desde hace ya varios años!

_Mi esposa me comentó que anoche llamó varias veces porque le dio un fuerte dolor en el vientre, pero que ninguna enfermera se apareció hasta que una monja entró a darle unos masajes y que le llevó un vaso de agua. Hasta me la mostró en el cuadro que está en la sala de estar.

_Me inquieta el asunto. Podemos ir a mirar el cuadro?

_Por supuesto, doctor. Vamos.

Al llegar a la sala, Nelson señaló a la religiosa en el cuadro.

_Es ella.

_Otra vez la hermana Carmela. Pensé que ya se había marchado para siempre del hospital. Bueno… afortunadamente ustedes viven cerca, según la dirección de la historia clínica. Si me promete mantenerme informado en caso de presentarse algo… Sin embargo no puedo darle de alta antes de las seis de la tarde.

-Correcto, doctor. Entonces, yo vuelvo a las seis. Se despidió del médico y luego salió a buscar a su esposa para comunicarle la noticia.

A las seis de la tarde, cuando comenzaba a caer la noche, Nelson entraba nuevamente en el hospital. Caminó apresuradamente con dirección a la alcoba de su esposa y al cruzar por uno de los pasillos distinguió delante de él la figura de una monja.

_“Debe ser la hermana Carmela”, pensó, y aceleró el paso para alcanzarla y agradecerle su amabilidad. Faltarían unos cinco pasos para alcanzarla cuando la religiosa cruzó a la izquierda. Nelson corrió, pero al llegar a la esquina, no vio a la hermana por ningún lado. Buscó con la mirada, pero el largo pasillo estaba solitario no tenía ninguna habitación en donde la monja pudiera haberse metido. Regresó desilusionado a la alcoba de su esposa. La encontró conversando con una de las enfermeras.

_Me gustaría despedirme de esta hermana -dijo señalándola en el cuadro-

_De la hermana Carmela? ¡Ella murió hace años!

_¡No puede ser! ¡Si anoche ella me llevó un vaso con agua!

_Le cuento que en este hospital no hay ninguna religiosa. Sin embargo, algunos pacientes aseguran haber sido atendidos por la hermana Carmela.

María Paula sintió un estremecimiento en todo el cuerpo.

_¿Están listos, mi amor? –preguntó Nelson.-

_¡Si! ¡Vamos!

_Qué te pasa, mi cielo? Estás asustada!

_Es que la enfermera me acaba de decir que la hermana Carmela murió hace muchos años. Que en este hospital no trabaja ninguna religiosa.

_Cómo así! Si yo acabo de ver una en el pasillo. Como creí que era la hermana Carmela, traté de alcanzarla para agradecerle, mas giró por un corredor y… desapareció!

_Le repito, señor: En este hospital no hay monjas y la hermana Carmela murió hace muchos años.

_Eso quiere decir que en este hospital ronda su fantasma! –dijo Nelson.-

_ Mi amor, creo que debemos irnos.

Se despidieron de la enfermera y salieron hacia el parqueadero. Cuando salían del hospital, María paula volteó a mirar hacia la que fuera su alcoba. Sin poder contenerse lanzó un grito. Nelson frenó instantaneamente.

-¿Qué pasa, mi amor ?

María Paula solamente señaló hacia la ventana: Allí se alcanzaba a distinguir la silueta de una monja.

FIN

Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos reservados