niñajuzgadoOmar había entrado a formar parte del cuerpo de policía desde hacía ya cuatro años. Amaba su institución. Esa noche debía prestar servicio de guardia en uno de los pisos del edificio de los juzgados. En ese sitio se encontraban los expedientes de los narco-traficantes más peligrosos del país. De allí que la seguridad que se prestaba al lugar era sobremanera estricta. El agente de turno entraba al salón en mención y debía asegurar la única puerta de acceso desde dentro con varias cerraduras. El sitio era prácticamente invulnerable y si él no abría, nadie podría hacerlo desde fuera.

Para matar el tedio, releyó el periódico del día, llenó el crucigrama, ojeó una revista, escuchó música, etc. Afuera llovía tenazmente, y se escuchaba el sonido de los truenos antecedidos por los deslumbradores relámpagos.

A eso de la media noche, se levantó de la silla en la que se encontraba sentado y se dirigió a la esquina donde estaba la greca; se sirvió una buena taza de tinto y se instaló en el escritorio acostumbrado; acercó un cenicero y encendió un cigarrillo; fumó despacio mientras escuchaba una canción de despecho con la mirada perdida en el humo que se desprendía de su cigarrillo; luego, apagó la colilla que ya casi le quemaba los dedos. En eso sintió como si una corriente de aire frío le llegara por la espalda y penetrara hasta sus huesos. Cruzó los brazos para darse calor y se acurrucó hundiéndose en el espaldar de la poltrona, y fue entonces, cuando sintió la sensación de que alguien lo miraba por detrás de la nuca. Pero, quién? en ese recinto se encontraba totalmente solo. El frío se intensificó. Omar se levantó rápidamente y giró. No pudo evitar el sobresalto; no supo si lo que sintió fue miedo o sorpresa: Una niña de unos cinco o seis años de edad lo miraba de una manera entre burlona y tímida. Lo extraño era que no podía asegurar si la niña estaba delante o detrás de la silla, puesto que se veía completamente ambas figuras. Se pasó el puño cerrado por los ojos para aclarar la vista. El agente sintió que su corazón palpitaba aceleradamente dentro de su pecho. Pensó que seguramente habría alguna familia encargada del mantenimiento del edificio y que la niña sería uno de sus miembros… o tal vez sería hija de alguna de las secretarias; pero, en qué momento y por dónde entró? Estaría en el inmenso salón antes de su llegada? Estaba seguro de haberlo revisado concienzudamente. De todas maneras el intenso frío lo acobardaba. La pequeña, sin embargo, no daba señales de estar asustada; el agente, sobreponiéndose, preguntó:

_Quién eres?

_Patty.

_Y qué haces por aquí?

_Yo aquí vivo.

_En este edificio?

_Ajah !

_Y en qué momento entraste?

_Cuando estabas tomando el tinto.

Al instante el policía recordó que otras de las cosas que había revisado eran las cerraduras de la puerta.

_Y puedo saber por dónde entraste?

_Pues por la puerta.

_Pero… la puerta está cerrada! –Al momento de decir esto se levantó a comprobarlo-

_Mira, la puerta está totalmente asegurada -dijo mientras trataba inútilmente de abrirla.

_Lo ves? Por aquí no pudiste haber entrado!

No obtuvo respuesta; giró la cabeza para ver qué decía a ésto la niña; pero la sorpresa se transformó en miedo cuando frente a él, no encontró a nadie.

_En dónde te escondiste? -preguntó mientras abarcaba con la mirada la gran sala.

_Estoy detrás de ti. –Respondió la muchacha con voz metalizada.-

Omar volvió la mirada para descubrir a la niña tranquilamente sentada en la esquina de un estante muy alto.

_Y…¿ Cómo te subiste allá ?

_Así, mira! -y desapareció de donde estaba para aparecer sentada en la silla al frente suyo.-

El frío se le incrustó en la columna vertebral, subiéndole hasta el cráneo. Sintió pavor. En ese instante recordó que en otras oficinas contiguas estarían sus compañeros de vigilancia. A pesar de la prohibición que existía de abandonar su sitio de guardia, abrió la puerta con gran trabajo a causa del nerviosismo que lo acompañaba, y se asomó a lo largo del pasillo. La voz se le atrancó en la garganta cuando descubrió allá al fondo, la figura de la niña que lo miraba. Ella soltó una macabra carcajada y poco a poco se desvaneció en el aire. Omar lanzó un desgarrador grito que retumbó en todo el edificio y que, afortunadamente, atrajo la atención de dos de los policias quienes llegaron en veloz carrera al momento en que el hombre perdía el sentido.

Minutos después, se despertaba ante la angustia de los dos uniformados que ignoraban totalmente lo sucedido. Al recobrar el sentido preguntó:

_Qué pasó?

_Te desmayaste, amigo.

_Dónde esta… ella?

-Quién?

_La niña… Patty.

_En este edificio y a estas horas solamente estamos los guardias de turno. No se encuentra ninguna niña.

_¡Cómo que no? Ella estaba aquí! Lo juro!

_Seguramente te dormiste y tuviste una pesadilla.

_Espera! -dijo el otro agente- Te acuerdas de Josefa? No tenía una hija llamada Patricia?

_Te refieres a esa mujer que hace unos años servía los tintos y hacía el aseo?

_Si! ellas vivían aquí. Y, por cierto, un buen día se marchó después del accidente de su hija.

_Cuál accidente?

_La niña pisó un trapo lleno de cera y rodó por las escaleras. Murió en forma instantánea. Josefa asumió la culpa del accidente y no pudo perdonarse el descuido de haber dejado ese dichoso trapo mientras iba por el galón de cera.

_Tu crees…

_Yo creo que es mejor no hablar del asunto.

FIN

Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos reservados.