Jerónimo, un hombre solterón, no se había casado, por no separarse de su anciana madre, doña Raquel, quien rondaba por los noventa años de edad. Debido, tal vez, a lo avanzado de su edad, la señora había perdido el oído completamente y también, aunque no en forma total, la vista. Además de ésto, casi nunca hablaba. Sin embargo, era capaz de desenvolverse dentro del apartamento a la perfección. No salía a la calle. El único gusto que tenía, era el de fumar tabaco. Su hijo, a sabiendas del perjuicio que pudiera ocasionarle, se veía obligado a comprarle al por mayor, con el fin de evitarse las pataletas y berrinches que le hacía cuando se le acababa.
El paso de los años la había desfigurado en forma macabra. De la dentadura, solamente le quedaban los dos colmillos superiores y un diente en el centro de la encía inferior. A pesar de todo, no había perdido el cariño de madre hacia su hijo, salvo cuando se enojaba. Con su andar lento y cuidadoso, llegaba donde éste estuviera descansando, para pasarle sus encorvados dedos por entre los cabellos, para acariciarle el cuello y las mejillas, o para darle un beso, incluso cuando se encontraba dormido y el insomnio hacía presa de ella. En varias ocasiones, le había propinado grandes sustos al despertarse de repente y ver a su madre inclinada sobre él.
No cabía la menor duda de que Jerónimo era un gran hijo. De todas formas, como hombre normal, necesitaba tiempo para él: alguna vez, ir a cine con una amiga, pasear o, simplemente, estar solo.
La empresa donde trabajaba le daba vacaciones, cada año, del primero al 20 de febrero. De este tiempo, aprovechaba algunos días para irse a una pequeña finca, herencia de su padre, ubicada en la vereda de un municipio un tanto distante de Bogotá.
Siempre, antes de marcharse, compraba todas las provisiones necesarias tanto para llevar a su paseo como las que había que dejar para que su madre tuviera todo lo necesario, incluida su caja de tabaco. Pero, por aquellas cosas de la vida, esta vez olvidó por completo realizar precisamente esta compra. Algunos dicen que “absolutamente todo está planeado por nuestro destino”.
Ese día se despidió de su madre y se marchó.
El lugar era precioso. La solitaria cabaña de madera se hallaba ubicada en medio de un bosque que lindaba con un lago, alimentado por un riachuelo de agua limpia y cristalina. Era su paraíso. Allí llegaba solo, montado en su motocicleta. En las mañanas, madrugaba a trotar por los alrededores. Luego se preparaba su desayuno, pescaba, cortaba leña, se dedicaba a realizar las reparaciones necesarias de su cabaña, navegaba en su bote de remo, leía o se tumbaba a recibir los rayos del sol.
En su apartamento, doña Raquel, después de haber terminado de almorzar, lavó la loza, la ubicó en el lugar correspondiente de la cocina y, como siempre, quiso alistar su tabaco para ir a sentarse junto a la ventana de la sala a deleitarse con aspirar el humo y, al mismo tiempo, a disfrutar de los entrantes rayos de sol. Mas, cuando sus manos se movieron y encontraron la única caja ya vacía, la ansiedad frustrada la invadió y le alteró los nervios. Como consecuencia, lanzó un estridente chillido y comenzó a tirar todo lo que podía sin parar de gritar. Entre lo que cayó, se encontraba un banano bastante maduro, con tan mala suerte que lo pisó, resbaló y rodó golpeándose el cráneo contra la esquina de la mesa mientras caía, quedando totalmente inmovil. La sangre comenzó a aposarse junto a su cabeza.
En el lugar donde estaba la cabaña, la noche presentaba un cielo lleno de estrellas. El viento mecía las ramas de los árboles. Jerónimo tomó una silla y se sentó mientras contemplaba las pequeñas olas sobre el lago, las cuales hacían que las estrellas reflejadas, ondearan suavemente. Permaneció largo rato disfrutando del canto de los grillos y animalitos del bosque. Cuando el sueño empezó a invadirlo, se retiró al interior de la cabaña y se acostó a dormir. Al apagar la lámpara, por un instante, la oscuridad fue total, mas, poco a poco, la luz de las estrellas menguó algo la negrura. Jerónimo se durmió.
Dos o tres horas después, sin razón aparente, abrió los ojos. Alguien estaba junto a él. Levantó su cabeza. Se encontró con la furiosa mirada de una mujer que parecía haber sido sacada de una película de terror y quien, por su expresión, amenazaba con lanzársele encima. El hombre quedó completamente despierto. El susto fue intenso. No quería aceptar lo que estaba viendo:
_¡Mamá!
_ “¿Dónde está mi tabaco?” -Preguntó colocándole sus heladas manos sobre las mejillas-.
_¿Tu tabaco? –Al instante recordó que había olvidado comprarlo-.
_ “¡Tú me mataste!” –Gritó la mujer mientras iba perdiéndose en la oscuridad-.
Jerónimo quedó estático. Sentía que el aire se negaba a entrar en sus pulmones. Abrió la boca y se incorporó un poco sobre sus codos. Poco a poco fue calmándose. Al fin pudo tomar un fósforo y encender la lámpara. El lugar tomó un mejor aspecto.
_¡Qué pesadilla tan real! –Dijo en voz alta, y se quedó pensativo-. ¿Si fue una pesadilla?
No pudo volver a conciliar el sueño. Miles de preguntas sin respuesta llegaban a sus pensamientos. Lentamente la claridad de la aurora entró en la habitación. Hasta ese instante, ya había tomado una decisión: Regresaría al lado de su madre. Se dirigió al baño y se aseó. Luego empezó a prepararse un ligero desayuno. Mientras el agua del café hervía, alistó sus cosas en su morral. Un rato después, cerraba todo con llave y, a su pesar, abandonaba el lugar.
Al llegar al conjunto donde vivía, le extrañó la presencia de dos agentes de la policía en frente de la torre donde quedaba ubicado su apartamento. Lo primero que hizo fue llevar su motocicleta al aparcadero. Cuando se acercó a la puerta, uno de los agentes se colocó delante de él y le preguntó:
_¿Don Jerónimo?
_Así es. Sucede algo?
_Me temo que no puede entrar en su apartamento.
_¿?
_Los vecinos reportaron ayer unos gritos y nos llamaron. Encontramos a una anciana muerta. Tengo entendido que la señora era su madre.
_¿Qué le pasó? –Preguntó con la voz entrecortada-.
_Al parecer se resbaló sobre un banano y sufrió un golpe en la cabeza. Sin embargo nos tiene preocupados el hecho de que la dueña del apartamento vecino manifiesta que escuchó unos gritos desgarradores, como si alguien la estuviera atacando. Como usted sabe, en estos casos, los primeros sospechosos son los familiares. Así que, como el apartamento está siendo investigado, nadie puede entrar a la escena del c… digamos, del hecho. Usted no puede ausentarse de la ciudad y, por ahora, debe acompañarme a la inspección.
_¿El cadáver todavía está allí?
_No. Fue trasladado a medicina legal. Por favor acompáñeme.
En la inspección lo interrogaron concienzudamente. Después de eso lo dejaron libre bajo ciertas condiciones. Esa noche le tocó ir a dormir a un hotel.
Debido a no haber dormido bien la noche anterior, esta vez el cansancio y la preocupación hicieron que cayera en un profundo letargo inmediatamente después de haberse metido en la cama. Mas, nuevamente se despertó al sentir sobre su mejilla un cálido beso. Se sentó en el acto. Entre las sombras se destacaba la imagen de su madre mucho más joven y sonriente que lo miraba mientras movía una de sus manos como señal de despedida.
FIN
Autor: Hugo Hernán Galeano Realpe. Derechos reservados.